Origen social y acceso a trabajos “creativos”

Un amplio estudio en el Reino Unido concluye que las posibilidades de encontrar trabajos creativos siguen siendo profundamente desiguales en términos de clase.

Per Ignacio Echevarría. Artícle sencer a CTXT


(...)
El estudio al que me refiero, publicado en la revista Sociology por un equipo de investigadores de las universidades de Edimburgo, Manchester y Sheffield, se basa en datos de la Oficina Nacional de Estadísticas del Reino Unido, entre los que sobresale el siguiente: la proporción de músicos, escritores y artistas pertenecientes por origen a la clase trabajadora se ha reducido a la mitad desde la década de 1970. Concretamente, ha pasado de un 16,4% a un 7,9%. Un descenso más o menos proporcional al de los jóvenes nacidos en hogares de clase trabajadora, que en el mismo periodo ha pasado de un 37,6% al 21%. Hasta aquí, nada alarmante ni escandaloso. Lo que tiene interés, con estos datos en la mano, es enterarse de que, en el arco de tiempo considerado, apenas se han producido cambios por lo que respecta a la movilidad de clase a la hora de ocupar trabajos creativos. “Las posibilidades de entrar en el trabajo creativo siguen siendo profundamente desiguales en términos de clase”, concluye el informe. Es decir que las perspectivas de trabajar en el sector cultural, para un joven procedente de la clase trabajadora, siguen siendo, hoy como en 1970, cuatro veces más reducidas que para un joven perteneciente a un entorno acomodado.

A falta de estudios equivalentes por lo que toca a España, entretengámonos en dar vueltas a lo que sabemos del Reino Unido. No me parece abusivo proyectar sobre nuestro país los datos de allí, por mucho que uno sospeche que se daría cierto margen de diferencia, no exactamente a nuestro favor. 

Además de la ya señalada, los autores del estudio al que me vengo refiriendo sacan otras conclusiones a las que vale la pena prestar atención. Resumo dos de ellas: 

1. Desmienten, en primer lugar, el mito de la “meritocracia”, esa idea ampliamente extendida de que “el sector cultural comprende un conjunto de ocupaciones que se suelen contratar en función del talento, independientemente del origen social”. No es el caso: las determinaciones de origen siguen siendo, en la actualidad como hace medio siglo, decisivas a la hora de acceder a este sector. Los bajos salarios y el trabajo precario que lo caracterizan siguen siendo “barreras obvias para el acceso al mismo de quienes no tienen apoyo económico”, concluye el estudio. He aquí –añado yo– una de las paradojas del sector cultural: sin un sostén familiar o medios propios, difícilmente puede nadie resistir el largo proceso de “adiestramiento” consistente en desempeñar trabajos semigratuitos como “becario” o como “colaborador” autónomo. El sector editorial, que es el que mejor conozco, dispone de toda una legión de candidatos dispuestos a trabajar incontables horas con tarifas de miseria a efectos de poder acreditar, llegado el momento, la imprescindible “experiencia”. Experiencia casi siempre insuficiente, por otro lado, si antes no se ha cumplimentado debidamente el “rito de paso” –o peaje– consistente en cursar uno cualquiera de tantos “máster en edición” que exprimen el bolsillo del candidato con el señuelo de procurarle, junto a unos cuantos rudimentos generales, una muy orientada red de “contactos”. La creciente “proletarización” de los trabajadores del sector editorial –un sector, por otro lado, en que las diferencias salariales son llamativas– presupone que su reclutamiento mal puede realizarse entre jóvenes que a lo que aspiran es a aliviar con su fuerza de trabajo la estrechez de sus hogares. Por lo demás, también en el sector cultural –advierten los autores del informe– “las cuestiones de género y etnicidad agravan las desigualdades”, como era de esperar. 

2. Otra conclusión del informe es que, al contrario de lo que es común pensar, no ha habido ninguna “edad de oro” para el acceso a los sectores culturales o creativos por parte de las personas procedentes de la clase trabajadora. Es este un mito que viene avalado por innumerables relatos en los que el acceso a la cultura por parte de sus protagonistas ha actuado como herramienta de desclasamiento. Se tiende a creer que, en las décadas posteriores al Segunda Guerra Mundial, en las que se produjo un acceso masivo a la enseñanza media y superior por parte de los hijos de las clases intermedias y obreras, el sector cultural brindó a muchos jóvenes de familias trabajadoras la oportunidad de ingresar en su esfera y prosperar dentro de ella en condiciones de relativa igualdad. No es así, al parecer. 

Incluso entre aquellos que poseen estudios –sigue concluyendo el informe, que detalla con bastante precisión los diferentes estratos socioeconómicos que maneja–, se observa una marcada desventaja para quienes proceden de la clase trabajadora. Un graduado cuyos padres tiene ingresos elevados “tiene más del doble de probabilidades de obtener un trabajo creativo, en comparación con los graduados de origen obrero”. Y la proporción es aún más sangrante entre los que no tienen titulación alguna: las posibilidades de acceso a trabajos creativos son tres veces mayores para los que pertenecen a familias acomodadas, “lo que refleja la importancia de las redes tradicionales (familiares y basadas en la escuela) y del capital cultural acumulado en la mediación del acceso al deseado puesto de trabajo”. En resumen, “en términos de movilidad social relativa, las probabilidades de que una persona acceda al trabajo creativo están fuertemente asociadas con su origen de clase, incluso después de tener en cuenta las calificaciones”.

Nada de esto resulta nuevo ni mucho menos sorprendente, pero no está de más recordarlo y certificarlo con los datos y la contundencia con que lo hacen los autores de “Movilidad social y 'apertura' en ocupaciones creativas desde la década de 1970”, que es como se titula el artículo en el que se da cuenta de la investigación mencionada.

Al hilo del mismo, se publicaron en The Guardian –y supongo que otros medios británicos– numerosos artículos y columnas que comentaban las conclusiones volcadas en la revista Sociology.

(...) Los ingresos medios anuales de un autor ascienden a siete mil libras esterlinas. La mayoría de los actores no son estrellas de Hollywood, sino trabajadores sobrecargados que luchan por trabajos ocasionales. ¿Puede sorprender que los actores que llegan a la cima a menudo provengan de familias adineradas? Se trata de industrias en las que aquellos a quienes la riqueza les viene de familia pueden darse el lujo de trabajar. Un estudio de Sutton Trust de 2016 concluyó que el 67% de los ganadores británicos del Oscar recibieron educación privada. Los que vienen de familias pobres tienen que hacer una elección mucho más difícil. Es por eso que cualquier discusión sobre la diversidad sin tener en cuenta la clase o el dinero es inútil. ¿Por qué alentar a alguien de origen humilde a agravar potencialmente su pobreza?”.

En otro artículo algo más viejo del mismo The Guardian, el actor Eddie Marsan ofrecía su testimonio por lo que respecta al mundo de la interpretación y del cine. Escribía Marsan, cuyo padre era camionero:

“He estado actuando profesionalmente durante más de 25 años, pero sé lo que es sentir ese sueño en peligro por falta de dinero. Nunca recibí una beca para ir a una escuela de teatro. La matrícula de mi primer año en una de ellas la proveyeron mi difunta madre y un corredor de apuestas del East End. […] Si no hubiera sido por eso, me habría quedado fuera; soñaría antes de ni siquiera haber comenzado. Así que agradezco lo que recientemente dijo Maureen Beattie, presidenta de Equity, sobre la falta de oportunidades para que los jóvenes de clase trabajadora sigan una carrera de interpretación. No tengo nada en contra de mis colegas y amigos de entornos más privilegiados que han tenido éxito: muchos de ellos son actores fantásticos que merecen plenamente su éxito. Pero, como dijo Idris Elba con tanta elocuencia cuando habló en el Parlamento: ‘El talento está en todas partes; la oportunidad, no’. Eso está muy claro en mi profesión. No solo hay menos actores de origen obrero, también hay menos escritores, directores, editores encargados, productores y críticos de clase trabajadora. Esto da como resultado un círculo de influencia decreciente, por lo que la perspectiva que domina las historias que contamos proviene de los estratos más altos de la sociedad. No importa cuán bien intencionados o socialmente progresistas intenten ser: lo que se obtiene es un reflejo distorsionado del mundo en el que vivimos. […]  No solo hay menos actores de clase trabajadora, también hay menos escritores, directores y productores de clase trabajadora. Y nuestro país, por supuesto, no solo está formado por diferentes clases, sino también por diferentes razas y culturas. Las películas que hacemos, las obras que representamos y las historias que escribimos deben reflejar eso. Necesitamos un joven somalí londinense que haga películas sobre la comunidad somalí en Londres, un joven dramaturgo bengalí que escriba una obra sobre las dificultades de crecer bajo la influencia de dos culturas a veces en conflicto. Es escuchando las historias de los demás, explorando las perspectivas de los demás, que aprenderemos a trascender la idea fija de nosotros mismos y unirnos”.

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