Cuando veas a un loco haciendo algo fantástico, ten el valor de ser la primera persona en levantarse y unirse.
Si un proyecto colectivo no consigue la masa crítica de participantes que necesita para ser viable, los resultados tardan en llegar y puede ir languideciendo en el tiempo. La gente se involucra si un número suficiente de personas se compromete también. Amalio A. Rey | Blog de la inteligencia colectiva
Un concepto muy útil para entender este reto es el de “umbral de activación” (“activation threshold” en inglés), que debemos a Mark Granovetter. Según el sociólogo de la Universidad de Stanford, cada sujeto establece un número mínimo de personas que deberían implicarse en una acción colectiva, para que él o ella se anime a participar. Dicho en otras palabras, la gente se involucra en un evento si un número suficiente de personas se compromete también.
Esta perspectiva individual, cuando se agrega colectivamente, nos da una idea de la masa crítica que debe darse para que el sistema escale de forma natural. El conjunto agregado de umbrales (individuales) de activación es el punto de inflexión que puede servir de espoleta para producir el efecto-contagio deseado. Ese sería el punto a partir del cual los beneficios de participar son mayores que los inconvenientes en el caso de que las ventajas/costes dependan del número de participantes.
Esa dinámica se da en muchos comportamientos colectivos. Entender cuál es el “umbral de activación” de los potenciales participantes en un proyecto colectivo que dependa del efecto-red es un recurso muy útil. Si el umbral es muy elevado, se pueden activar mecanismos para disminuirlo (de tal forma que los individuos se animen a participar con menos exigencias) o, en su caso, introducir catalizadores que ayuden a alcanzarlo.
Lo que parecía al principio un absurdo individual, solo para echar unas risas a costa de un loco, se convierte después en una expresión de entusiasmo grupal que gana así mucha credibilidad.
La lección más sugerente del vídeo es que aunque la contribución del primero que decide bailar -al que llaman líder- es clave, lo es también el del primer seguidor y el del siguiente. El primero que le sigue es el que sugiere que la acción del bailador en solitario se puede replicar. El segundo, tercero o cuarto significan el punto de inflexión, el “umbral de activación” del que hablé antes, porque a partir de ese momento el ritmo de adhesión de más personas se multiplica. El primer bailarín, que parecía un loco, se convirtió en líder gracias a la valentía del que se atrevió a seguirle y con ello a encender la llama del contagio. A medida que se van uniendo más personas va desapareciendo el sentido del ridículo y los riesgos asociados. Este efecto es crucial: el de diluir la exposición individual. Si antes se quedaban mirando, ahora pueden unirse porque no se exponen tanto.
Se pueden extraer muchas lecciones de ese vídeo. Una de ellas es que, como bien explica su narrador, el rol de los primeros seguidores es una forma subestimada de liderazgo. En la mayoría de los proyectos, el equivalente al primer bailarín en solitario suele acaparar todos los méritos, pero escalar un movimiento no es factible sin el primer, segundo y tercer seguidor. Y para que esa chispa prenda, se tienen que dar, como mínimo, dos condiciones:
- Que la acción a replicar sea fácil de seguir: En este caso bastaba con levantarse y ponerse a bailar junto al que lo hizo en solitario. Si el primero hubiera hecho un baile sofisticado, exigente técnicamente, nadie se hubiera atrevido a acompañarle porque podía sentirse intimidado, pero basta con ver el vídeo para constatar que había más actitud que aptitud en su desempeño. Reducir los costes de aprendizaje es esencial para generar la cascada.
- Que el líder acoja al primer seguidor como a un igual: en vez de relegarlo a un segundo plano para imponer su protagonismo, como se observa en la grabación, cuando el primer valiente que se une a la juerga es recibido en igualdad de condiciones y con los máximos honores.