Es preciso soñar y establecer laboratorios de experiencias que proyecten horizontes de deseo compatibles con los límites físicos del planeta y la justicia
(...) La llegada del virus ha obligado, al menos durante un minuto de lucidez, a que la sociedad se enfrente a la trampa civilizatoria en la que vive. Nuestra economía, nuestra política y nuestra cultura están en guerra con la vida. Las élites centradas en los beneficios y su seguridad personal catapultan al conjunto de los seres vivos hacia el desastre.
(...) La palabra emergencia tiene otro significado. Apela a aquello que emerge, que surge. Apunta a eventos que nos lanzan de lo normal a lo inédito, que nos lanzan de lo conocido a lo aún inexplorado. Y es mucho lo que ha emergido durante la crisis de la covid-19.
Rània Hassan
Y si sentimos miedo es porque la situación da miedo, si la realidad nos abruma es porque el actual conflicto con la naturaleza y entre personas es abrumador. A veces, creemos que tenemos problemas de salud mental cuando tenemos reacciones sanas ante un modo enfermo de organizar la vida.
Se ha dicho que esta crisis nos ha hecho reflexionar sobre los inciertos derroteros de esta forma de vivir. Puede que sea así, pero la reflexión no garantiza en sí misma torcer el rumbo hacia el colapso de nuestra civilización. Solamente con un fuerte movimiento y presión social podemos transformar las prioridades que orientan las política.
Es importante, recordar otra vez que hasta llegar aquí, en cada hito, en cada punto de bifurcación se pudo elegir entre el freno y el acelerador del desastre, y que sistemáticamente se eligió acelerar sabiendo cuáles eran los riesgos, cuales podían ser las consecuencias, quiénes eran los potenciales perjudicados... En esta coyuntura de emergencias ecosocial va a haber que seguir escogiendo, cada vez con menos margen de maniobra, entre el acelerador y el freno.
Necesitaríamos manifestaciones artísticas y declaraciones políticas que permitieran proyectar un futuro comunitario
La falta de imaginación es clave. El problema es que una buena parte de la sociedad ha interiorizado que el crecimiento económico y el dinero son sagrados, que merece la pena sacrificarlo todo para que la economía crezca, pues es la única manera de satisfacer nuestras necesidades y de que el sistema se mantenga en pie. Desde esa perspectiva es difícil imaginar cómo salir de este atolladero.
Necesitamos utopías. Tenemos cada vez más relatos distópicos que nos cuentan dónde estamos y son necesarios, pero ahora también hemos de centrarnos en la configuración de utopías cotidianas deseables. Necesitaríamos manifestaciones artísticas y declaraciones políticas que permitieran proyectar un futuro comunitario, basado en los principios de suficiencia y precaución, en el reparto de la riqueza y de las responsabilidades y en la organización en torno a lo común y los cuidados.
En torno a esos principios, es preciso soñar y establecer laboratorios de experiencias que proyecten horizontes de deseo compatibles con los límites físicos del planeta y la justicia.