Boris Mir | La Mirada Pedagògica. Se puede entender el poder en clase, de forma algo simplificada, como la capacidad de determinar los actos de los demás. En clase todos tenemos alguna parte de poder, aunque el docente se lleva la palma. O no.
Hay dos vías para ejercer el poder sobre los demás: la coacción o la influencia. La coacción es la capacidad de obligar a otro a hacer lo que uno desea. La influencia es la capacidad de estimular a otro a hacer lo que se le propone. Las dos opciones ejercen el poder, pero por diferentes caminos.
Confiar en los alumnos, tratarlos con respeto y amabilidad, no gritarles, ni avergonzarles aumenta nuestra influencia sobre ellos. Aumenta nuestro poder sobre ellos. Obligarles, imponerles, amenazarles, dar órdenes, también aumenta nuestro poder sobre ellos.
La principal diferencia reside en el medio plazo y en la relación pedagógica. En ese caso sabemos que influir sobre los demás es mucho más eficaz que coaccionarles. A las personas nos gusta actuar según nuestra voluntad y nuestro criterio. Y los alumnos son personas, no?
Ejercer el poder en clase de forma correcta no es ‘hacer que las cosas pasen’, es ‘conseguir que los alumnos quieran hacer lo que hay que hacer’. Algo bien sabido en muchas organizaciones. Para lograrlo hay que invertir en la relación pedagógica y desarrollar un poder basado en la influencia. En otras palabras, hay que acrecentar la autoridad sobre las bases de una buena relación.