CHEMA ÁLVAREZ RODRÍGUEZ | El Salto. La experiencia pedagógica impulsada por Josefa Martín Luengo en Fregenal de la Sierra es un hito en la historia reciente de la escuela libre.
A pesar de la que estaba cayendo, 1976 no fue en España un año de lluvias. La pertinaz sequía, prolongada tras la muerte de Franco, que no del franquismo, amodorraba aún a una sociedad sobrada de autoritarismo represivo, mojigata beatería y militarismo patriotero.
No eran buenos tiempos para el anarquismo. Apenas dos años antes, en 1974, el joven miembro del clandestino Movimiento Ibérico de Liberación, Salvador Puig Antich, había sido agarrotado en la cárcel Modelo de Barcelona, tras firmar el enterado de su pena de muerte unos cuantos ministros a quienes la justicia argentina reclama hoy día a nuestro Gobierno, que aún anda mareando papeles, por crímenes de lesa humanidad.
En lo educativo, la enseñanza española continuaba siendo un muermo, a pesar de lo que Gianni Rodari escribiera en su “Gramática de la Fantasía”, de 1974: “en nuestra escuelas, hablando en general, se ríe demasiado poco”. El cotarro escolar sólo estaba animado por los todavía llamados maestros nacionales, protagonistas durante noviembre de 1976 de una huelga de varios días consecutivos secundada por más de 95.000 profesores y profesoras del Estado español, más del 77% del censo total de enseñantes. Sus reivindicaciones iban desde la puesta en práctica del principio de a igual trabajo igual salario, hasta la exigencia del cumplimiento real de la ley vigente, la Ley General de Educación de 1970, que aseguraba la gratuidad de la enseñanza hasta los 14 años, plena escolarización y democratización de los centros. Un pufo.
En buena parte de Europa el porcentaje de niños y niñas escolarizados en la etapa preescolar (de 2 a 5 años) era de casi el 100%, mientras en España apenas superaba un 35%. Más de la mitad de ese porcentaje estaba en manos de colegios privados, lo cual marcaba a la educación preescolar como un claro privilegio de determinadas clases sociales (Leoncio Vega Gil, La reforma educativa en España, 1970-1990).
Aún así, lo de la privada era un fraude total. Como apunta Dolors Marin (Anarquistas. Un siglo de movimiento libertario en España, Ariel, 2010), abundaban escuelas privadas que apenas reunían los requisitos mínimos para recibir ese nombre. Escuelas montadas en casas de particulares, quienes ejercían como maestros o maestras sin tener ni tan siquiera la titulación adecuada, carentes de servicios o urinarios, con habitaciones que hacían las veces de aula donde se hacinaba al alumnado en unas condiciones deplorables, practicantes de una enseñanza autoritaria basada en los castigos corporales, una escuela de cruz y palmeta fanatizada por la religión, con una radical segregación entre niños y niñas, tanto en los espacios como en los contenidos curriculares, cuando los había. Algunos de aquellos supuestos o falsos maestros, siempre malos, tienen ahora sus nombres en el callejero.
En ese contexto, con estudiantes muertos en las calles a manos de las llamadas “fuerzas de seguridad” o de grupos de ultraderecha, surge en Fregenal de la Sierra, un pueblo situado al sur de Badajoz, en la Extremadura profunda, una experiencia anarquista de carácter pedagógico que quedó fehacientemente documentada por su impulsora, principal protagonista y referente pedagoga en el ámbito de la educación, Josefa Martín Luengo, una maestra salmantina de 32 años llegada a tierras extremeñas en 1975 para hacerse cargo como directora interina de la escuela hogar Nertóbriga, una residencia escolar de carácter público con aproximadamente 200 alumnos y alumnas menores de edad en régimen de internado, provenientes del disperso medio rural y atendida por siete maestros y maestras.
Aquella maestra, educada en su infancia en una escuela de monjas, recién licenciada en Salamanca, con estudios de psicología pedagógica a sus espaldas, acarreaba no sólo un bagaje intelectual, sino vivencial, tras haber trabajado en una escuela religiosa de protección de menores en Zamora, de donde fue expulsada, y en una escuela masculina de Toro, de donde fue también destituida por exigir mejoras laborales. Justo antes de lograr plaza en la escuela pública participó también en las campañas de alfabetización de personas adultas de Zamora.
Bajo el título “Fregenal de la Sierra, una experiencia de escuela en libertad”, Josefa Martín Luengo escribió entre 1976 y 1977 un diario pedagógico que sería publicado como libro en abril de 1978 por la editorial Campo Abierto Ediciones, y reeditado después en 1980, con prólogo del filósofo y estudioso del anarquismo Carlos Díaz. En ese diario, Pepita, como era conocida su autora, narra lo vivido a consecuencia de su intento por llevar a cabo un proyecto educativo claro que recogía buena parte de lo experimentado por la tradición pedagógica libertaria y aportaba un novedoso revulsivo a la comunidad más cercana, dominada por un sistema, en sus palabras, “nefasto, con un marcado cariz necrófilo”.
Su propósito, transmitido al resto del claustro que le acompaña inicialmente en esta aventura, está claro: crear una escuela donde se pueda adquirir la libertad, proceso consecuente con la pedagogía anarquista que se desarrolla en dos tiempos, tal y como se expresa en el Breviario del pensamiento educativo libertario, de Tina Tomassi (editorial Madre Tierra, trad. de Marta Martín, Cali, Colombia, 1988), de los que el primero, negativo, consiste en la anulación de los pseudovalores, en acabar con los prejuicios, y el segundo, positivo, en la iluminación de las conciencias para prepararlas a nuevas formas de convivencia.
El Fregenal de la Sierra de 1976 era una tierra donde se daba una “labor educadora de la Iglesia, la Sección Femenina, etc., en la imposición de una mentalidad del respeto –resignación-, el servilismo, la aceptación de las clases, la brutal represión sexual, tan difícil de burlar en mundos tan pequeños en los que todos saben las vidas de todos y en los que la mentalidad tradicional familiar hace de mayor gendarme” (Juan Serna, “El hijo del colono”, en Extremadura saqueada, Ruedo Ibérico, 1978). El proyecto de Pepita habría de provocar una clara reacción de un sistema educativo dispuesto a cumplir, tras la muerte del dictador, la máxima política lampedusiana de cambiar todo para que todo siga igual.
Ser anarquista en España tras la muerte de Franco era, para el Estado y ciertas clases pudientes, ser el demonio personificado. Lo sigue siendo. El régimen no estaba dispuesto a tolerar ciertas iniciativas que conllevaran cambios profundos en la cuestión ideológica.
Fue tal el choque de la experiencia de Fregenal y la reacción provocada en el medio extremeño que, ya en el mismo prólogo del libro, Carlos Díaz advierte: “esta machísima sociedad ha hecho sufrir mucho a una hembra solitaria, enjaulada con su diploma universitario en los barrotes de una de las más tenebrosas regiones españolas, donde la oligarquía y el caciquismo harían las delicias del más feroz antiCosta. ¡Extremadura cacique, conquistadora por conquistar! ¡Extremadura podrida, maleducada y por educar!”.
Este páramo educativo de la región extremeña se extendía por toda la nación. En este erial sólo destacaban unas cuantas experiencias llevadas a cabo por maestros concienciados ante la realidad y responsables de su deber de transformarla. Sembró huella la labor de Francisco Fernández Cortés y su Escuela viva en Orellana la Vieja, en la Siberia extremeña, iniciada incluso antes de que muriera Franco. Francisco Fernández la documentó en dos libros y la Diputación de Badajoz reeditó la experiencia en parte en una publicación de 2002. De inestimable valor es, además, el documental audiovisual de Julián Pavón, Escuela viva, de 2004, donde también aparece Josefa Martín Luengo narrando sus avatares y una muestra de su labor pedagógica.
En el resto de España apenas destacaron otras iniciativas, entre las que cabe reseñar la de Escoles en lluita, Escuelas en lucha de Barcelona, que aglutinaba a tres escuelas de barrios obreros surgidos del desarrollismo franquista, donde no existían servicios comunitarios, con padres y madres jóvenes que se pasaban el día trabajando en las fábricas y niños y niñas sin escolarizar, abandonados a su suerte. Fueron tres las escuelas en lucha, organizadas por maestros y maestras con una clara idea transformadora: Ferrer y Guardia, Soller y Pegaso. La experiencia sería recogida en una publicación editada por el Col-lectiu “Caps de setmana” en 1978.
Ser anarquista en España tras la muerte de Franco era, para el Estado y ciertas clases pudientes, ser el demonio personificado. Lo sigue siendo. El régimen, dispuesto a iniciar una transición modélica que perpetuara lo esencial del mismo, con algún que otro muerto, no estaba dispuesto a tolerar ciertas iniciativas que conllevaran cambios profundos en la cuestión ideológica. Ya lo dijo Rodolfo Martín Villa (también investigado hoy por la justicia argentina) cuando era Ministro de Gobernación: “No me preocupan los asesinos de [los dibujantes de] El Papus, ni los [de los abogados] de Atocha . Lo que me preocupan son los anarquistas del movimiento libertario”.
Ante la repentina e imparable eclosión de ese nuevo movimiento libertario tras la muerte del dictador, el establishment español tenía muy claro que no podía permitir que experiencias de mutualismo y cooperación sin jerarquía o sin colaboración del Estado prosperasen
Ante la repentina e imparable eclosión de ese nuevo movimiento libertario tras la muerte del dictador, de la que queda escasa documentación o memoria gráfica, pero tan bien narrada en sus múltiples aspectos y vertientes políticas, educativas, musicales, etc., en libros como el de Dolors Marín ya mencionado o en el de Antonio Orihuela Poesía, pop y contracultura en España (Berenice, 2013), el establishment español tenía muy claro que no podía permitir que experiencias de mutualismo y cooperación sin jerarquía o sin colaboración del Estado prosperasen. Se temía a lo que el antropólogo James C. Scott ha definido como uno de los fundamentos del anarquismo: la tolerancia de este mismo a la confusión y a la improvisación que acompañan al aprendizaje social, y su confianza en la cooperación espontánea y la reciprocidad (James C. Scott, Elogio del anarquismo , trad. de Rosa M. Salleras Puig, Crítica, 2013).
El proyecto de Josefa Martín Luengo, Pepita, vertido en su libro sobre Fregenal de la Sierra, fue una muestra más de esa reacción del Estado y asociados. Inicialmente aprobado por la inspección educativa, aplaudido por el entonces ICE (Instituto de Ciencias de la Educación, vinculado a la Universidad), bien visto por la Asociación de Padres y Madres del alumnado, el proyecto sufrió, conforme avanzaba y se iba haciendo realidad, la crítica, el rechazo, el boicot y, por último, la más dura represión, en la persona de Josefa Martín Luengo, a manos de los actores y actrices mencionados. Como dice Carlos Díaz en su prólogo, a pique estuvo de que le pegaran físicamente.
Pero más allá de la anécdota represiva, el diario pedagógico narra el día a día de un proyecto coherente, eficaz, no exento de situaciones cargadas de humor, amor y ternura, con claras expresiones de solidaridad y apoyo mutuo, como cuando la madre de dos alumnos, una niña de 13 años y un niño de 9, acude al centro para llevarse a su hija e hijo porque “el marido está enfermo y despedido del trabajo, no tienen ninguna clase de ingresos y la necesidad de apañar las aceitunas de un pequeño terruño del cual han de vivir”, y tanto el niño como la niña han de dejar la escuela para ayudar en la recogida. Dado que hay huelga de profesorado, la mitad del claustro, junto a seis de los alumnos mayores, que se presentan como voluntarios, deciden ir al terruño de la familia y se pasan tres días “apañando aceitunas, ¡un trabajo duro y cansado!”.
El diario es un compendio de pedagogía, un manual que incluye las corrientes educativas más avanzadas del siglo XX y da noticia de numerosas experiencias de carácter libertario. El proceso de concientización de Freire, tan propio de la pedagogía del oprimido, comparte páginas con la Contraescuela de los alumnos de Barbiana o con el Colectivo cero a la izquierda del sindicato de enseñanza de la CNT. Coeducación, educación afectivo-sexual, ecologismo, crítica para un consumo responsable, educación para la tolerancia, autogestión y otras enseñanzas más fueron prácticas docentes de aquella escuela de Fregenal en 1976, cuando tales palabras ni tan siquiera aparecían en el glosario educativo español.
La autocrítica forma también parte del libro, hecha como reflexión pausada, al caer la noche y cuando el alumnado y el resto de compañeros profesores duermen. El principio de la escuela racionalista de Ferrer y Guardia, “no hay derechos sin deberes ni deberes sin derechos”, prima en el vivir cotidiano de esta pequeña comunidad en la que también se trata de concientizar a padres y madres. Las situaciones vividas entre el grupo de “los sucios” (quienes han decidido no limpiar sus habitaciones) y “los limpios” (ya conscientes de sus responsabilidades), introducen en el texto un dinamismo no exento de humor y humanismo.
La crítica al sistema educativo está presente en todo momento, en toda acción, pero alcanza su clímax en la cena de Nochebuena que parte del claustro organiza en vísperas de vacaciones para el alumnado (“los sucios” incluidos) y en el que tanto la autora como algunas compañeras y compañeros deciden servir los platos. A esta cena han sido invitados los “maestros de clase”, quienes ejercen su profesión en los colegios cercanos, sentados en el “habitual lugar de preferencia”, compartiendo mesa con el personal de servicio, que por una vez podrá disfrutar en igualdad de condiciones de la cena. La humillación y vergüenza que expresan los maestros invitados quedan reflejados en los comentarios de la autora, quien parafraseando a Carlos Díaz (Escritos sobre pedagogía política, Marfil, Alcoy, 1976), y en referencia al motivo esencial de la huelga mantenida en la docencia durante aquellas fechas, dice: “¡Ah, el placer del dulce trienio! El salario se ha transformado en la soldada opiácea. La igualdad económica interdocente vendría a quedar reducida, para muchos por lo menos, a una trinchera segura, desde la cual atracar a otras personas y enarbolar con orgullo la bandera de la propia casta de sabios, con menosprecio de los parias de abajo”. No iban tan desencaminados.
La asamblea se va configurando como herramienta esencial de toma de conciencia y adopción de decisiones. Su mecanismo es explicado paso a paso a través de las muchas que se celebran, empleadas como elemento mediador en la resolución no-violenta de los conflictos reales que surgen. No hay edad para participar en la misma o para coordinarla. En ocasiones, quien la coordina, de modo eficaz, no tiene más de siete años.
Pero el yugo y la férula no tardarán en tomar forma en el cuerpo de la Inspección educativa que atiende a la escuela hogar Nertóbriga, de Fregenal de la Sierra
Fregenal de la Sierra, una experiencia en libertad, no es, ni mucho menos, un experimento social o educativo. Así se lo hace constar su autora al presidente de la Asociación de Padres y Madres. Se trata de un proyecto real, sin vuelta atrás, donde se asumen las consecuencias del mismo desde el papel de cada uno, de cada una. Frente a la exaltación emocional de madres y padres, asustadas ante lo que les cuentan sus hijas e hijos, destacan las explicaciones racionales de la directora de la escuela hogar, invitadoras siempre a la reflexión y al diálogo.
Pero el yugo y la férula no tardarán en tomar forma en el cuerpo de la Inspección educativa que atiende a la escuela hogar Nertóbriga, de Fregenal de la Sierra. Aunque el proyecto fue puesto negro sobre blanco en conocimiento de la inspección, quien en un principio dio el visto bueno al documento, a lo largo del mismo generará en esta una reacción brutal de autoritarismo y represión, evidenciada en los tres inspectores (dos hombres y una mujer) que imponen su autoridad sobre el centro, focalizando dicha represión en su autora. El inspector de zona, la inspectora ponente y el inspector jefe serán los encargados de ejercer dicha represión. La descripción hecha de los modos de actuar, tales como la referencias a los habituales monólogos de los inspectores a la hora de entrevistarse con el personal implicado, no tiene nada que envidiar a las prácticas que se han ido perpetuando in saecula saeculorum en este cuerpo docente hasta nuestros tiempos. En una de esas entrevistas, el inspector de zona ordena claramente que los niños y niñas recen en grupo y en voz alta todos los días, en un claro y sano ejercicio educativo de provecho. La reflexión hecha por Josefa Martín ante tales reconvenciones lo dice todo: “¡Qué tristeza! ¡Qué tristeza más profunda anidó en lo más profundo de nuestro ser personas! ¡Y qué vergüenza, y qué miedo, y qué oscuridad!”.
Mención aparte merece la mezquindad de la Administradora de la escuela hogar, en su papel de delatora y autora del boicot al proyecto desde la sombra. No obstante, en ningún momento es juzgada con personalismos, sino desde la comprensión de su aprendida ignorancia, temor irracional y pobreza de espíritu.
[...] mientras aquella utopía, vista como la posibilidad de educarse democráticamente en la libertad responsable, resultara anónima y se desarrollara en la sombra, el sistema estaba dispuesto a tolerarla, pero una vez que se había hecho visible, ese mismo sistema acudió raudo para fulminarla
Josefa Martín Luengo, Pepita, fue obligada, por mandato de la Inspección educativa, a dejar su cargo de directora de la escuela hogar Nertóbriga de Fregenal de la Sierra un 14 de abril de 1977, a la vuelta de las vacaciones de Semana Santa, tras instruírsele un expediente disciplinario. El detonante fue la publicación en el último número de marzo de ese año de un artículo sobre la experiencia, firmado por Luis Carandell, en la revista Cuadernos para el diálogo. Como ella misma expresó en el libro que referimos, mientras aquella utopía, vista como “la posibilidad de educarse democráticamente en la libertad responsable”, resultara anónima y se desarrollara en la sombra, el sistema estaba dispuesto a tolerarla, pero una vez que se había hecho visible, ese mismo sistema acudió raudo para fulminarla, exigiendo, a pesar de su evidente éxito, que el centro volviera a un régimen férreo de autoridad, disciplina y sometimiento.
Josefa Martín Luengo, mujer, funcionaria titular del Estado, fue despojada de todos sus derechos y trasladada a la Escuela Unitaria Mixta de La Bazana, pueblo de colonización de cerca de 200 habitantes, para hacerse cargo de unos 15 niños en total. Allí, en el exilio escolar, represaliada, vigilada, censurada, aislada, recibió el apoyo de compañeros como Paco Fernández Cortés (Escuela viva, de Orellana de la Sierra). Posteriormente fue trasladada a Montijo, donde dio clases y asesoró a un colegio de educación especial.
Su labor pedagógica continuó hasta fundar en compañía de otras mujeres, en 1978, la Escuela libre Paideia en Mérida, que este año cumple 40 años ajena al autoritarismo e intervencionismo estatal
Su labor pedagógica continuó hasta fundar en compañía de otras mujeres, en 1978, la Escuela libre Paideia, en la ciudad de Mérida, que este año cumple 40 años de existencia como escuela real, posible, que empezó con sólo ocho alumnos y alumnas y ahora cuenta con más de 70, ajena al autoritarismo e intervencionismo estatal y es, hoy día, un referente activo internacional de la Pedagogía sin adjetivos y con mayúscula, a pesar de que sea ignorada, ninguneada sistemáticamente por el sistema educativo formal de Extremadura y del resto de España.
Pero eso ya… es otra historia.