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En Nueva York, informa nuestro corresponsal, a los hispanos les desaparecieron el pasado mes de marzo las manos y los pies y, durante unos días, fueron más visibles que nunca. Luego, a finales de abril, escaparon definitivamente a todas las miradas. “Sabemos que existen”, dice un broker de Wall Street, “por su olor inconfundible y porque siguen limpiando nuestras oficinas y sirviendo comidas en nuestros restaurantes”.
El cambio óptico parece global e irreversible. En Francia se han vuelto invisibles los aleros de los tejados, los botones de las camisas, las orejas y los habitantes de los banlieue . En España, han dejado de verse las sábanas colgadas en los balcones, los árboles, los mendigos y las crestas de los gallos. En Italia y Colombia nadie ve los cadáveres tendidos en las calles. En Australia, James Trevor ya no ve a su mujer.
En todo el mundo se ha vuelto invisible el fuego.
“ Sabemos que existe porque todos los días se quema alguien”, ha dicho Ban Ki-moon.