Alba Rico. Tras el cambio climático llegó el cambio cromático, responsable de la decoloración de algunas de las zonas más abigarradas del planeta, y enseguida el cambio acústico, que separa los sonidos de sus fuentes naturales e impide saber si una flauta emitirá una nota o un cañonazo. Pues bien, ahora los científicos alertan de una nueva amenaza: el cambio óptico. Hace unos meses se detectó en EEUU la tendencia de algunos objetos a invisibilizarse, primero parcial y luego totalmente. Así ocurrió, por ejemplo, con las Montañas Rocosas. “Una mañana”, dice un agricultor de la zona, “desaparecieron todas las cimas, como si las hubieran borrado con una goma”. Un mes después habían desaparecido por completo. “Los aviones pueden chocar contra ellas, pero ya no las vemos”.
En Nueva York, informa nuestro corresponsal, a los hispanos les desaparecieron el pasado mes de marzo las manos y los pies y, durante unos días, fueron más visibles que nunca. Luego, a finales de abril, escaparon definitivamente a todas las miradas. “Sabemos que existen”, dice un broker de Wall Street, “por su olor inconfundible y porque siguen limpiando nuestras oficinas y sirviendo comidas en nuestros restaurantes”.
El cambio óptico parece global e irreversible. En Francia se han vuelto invisibles los aleros de los tejados, los botones de las camisas, las orejas y los habitantes de los banlieue . En España, han dejado de verse las sábanas colgadas en los balcones, los árboles, los mendigos y las crestas de los gallos. En Italia y Colombia nadie ve los cadáveres tendidos en las calles. En Australia, James Trevor ya no ve a su mujer.
En todo el mundo se ha vuelto invisible el fuego.
“ Sabemos que existe porque todos los días se quema alguien”, ha dicho Ban Ki-moon.