Las ‘kellys’: mujeres invisibles que limpian los hoteles

AGUSTÍN MORENO | Cuarto Poder. Llega el verano y con él las vacaciones. Cerca de 70 millones de turistas internacionales vienen al año a España y hay otros muchos millones de turistas del interior. El buen funcionamiento de los hoteles está cubierto, además de por otros oficios, por un colectivo que a muchos efectos es invisible, hablamos de las camareras de piso. Son el 25% de las plantillas hoteleras, son las más precarias y explotadas. Son las ‘kellys’, acrónimo de las que limpian las habitaciones, como se hacen llamar algunas de estas mujeres trabajadoras. Son la cara B de los hoteles de lujo de 4 y de 5 estrellas y se están organizando cada vez más ante una explotación muy agobiante e injusta.


La paradoja es que la industria turística no ha sufrido prácticamente la crisis. España es el tercer país del mundo en número de turistas y el segundo en ingresos. El turismo supone el 10% del PIB. Sin embargo, las condiciones de trabajo son el reflejo de la profunda degradación laboral que sufre este país. El deterioro laboral se produce por dos vías:

a) una flexibilidad interna impuesta por las empresas en las condiciones de contratación y de trabajo, que debilita la negociación colectiva y se apoya en las reformas laborales aprobadas por los gobiernos del PP y PSOE.
b) Una flexibilidad producto de la externalización del trabajo a través de la subcontratación a empresas de servicios que devalúan aún más los salarios y las condiciones en las que prestan su trabajo.

Al final, todo se resume en salarios más bajos, peores condiciones de trabajo, menos derechos laborales y un esfuerzo físico al límite. Algo que además de suponer una sobreexplotación laboral es un error estratégico, pues como dice Gonzalo Fuentes, dirigente de CCOO de Hostelería: “España tiene unos 3 millones de turistas prestados por la inestabilidad política de otros destinos y sólo se les podrá fidelizar con profesionales formados, puestos de trabajo decentes con el objetivo de dar un servicio de excelencia”. En la búsqueda del máximo beneficio a corto plazo, la organización del trabajo de las empresas es muchas veces tan despótica como irracional.

Recientemente, en el marco de una campaña de la UITA (Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación, Hoteles, etc.) e impulsada en España por los sindicatos CCOO y UGT del sector, se ha publicado un libro basado en testimonios de camareras de piso de las zonas turísticas de España. Su autor, Ernest Cañada, conduce las entrevistas y hace de notario de sus afanes, dolores, frustraciones y esperanzas. No hay más que repasar –y entresacar- las frases que dan título a las entrevistas para entrar en situación. Estos son sus gritos de denuncia:


“Estamos hechas polvo, seguimos trabajando a fuerza de pastillas”; “Vamos sobrecargadas, llevamos un trabajo enorme y el cuerpo nos pasa factura”; “Muchísimo trabajo, muchísima presión, vamos reventadas”; “Donde se necesitan 20 camareras solo hay 14 o 15 trabajadoras”; “¡Estoy tan indignada!”; “A mí me robaron la salud y como a mí a todas mis compañeras”; “Hoy en día, tal y como está la faena, tienes que aguantar lo que te echen”; “Cuando tenían que hacerme fija me dijeron que tenía que inscribirme en una ETT”; “Recibimos un burofax diciendo que habíamos sido externalizadas. Desde entonces vivimos en la incertidumbre”; “De cobrar sobre los 1.000 euros pasamos a cobrar 720 haciendo el mismo trabajo o incluso más”; “Ahora las agencias quieren a gente sin experiencia a la que puedan marear, engañar y explotar”; “No sabes cuándo vas a trabajar hasta un día antes, tienes que estar siempre disponible”; “Hay mucho miedo, muchísimo, y yo creo que del pánico que hay perdemos hasta el amor propio”; “Ha llegado el momento en que con estas condiciones ya no quiero trabajar, es que me va la vida en ello”.

¿Exageración? En absoluto. El libro de Cañada incluye una entrevista a un médico de familia –Joan López Lloret– de una zona muy turística de Mallorca que tiene entre sus pacientes a muchas mujeres de este colectivo. Y no puede ser más claro. Según él, los efectos en la salud laboral son múltiples: enfermedades derivadas de la columna, contracturas musculares crónicas, desgaste de articulaciones óseas, hernias discales … en lo físico; estrés, ansiedad, depresiones crónicas … en lo psíquico. Todo lo anterior conduce a un uso y abuso de fármacos y a la negativa a coger bajas médicas por miedo al despido. Critica duramente a los médicos de empresa que desvían la atención de las patologías habituales: “Si hace 10 años se hacían 14 habitaciones y ahora 24, que los médicos de empresa hablen de hábitos posturales da la risa”. Como no se reconocen sus enfermedades profesionales, concluye con esta tremenda afirmación: “Aún no he visto a ninguna camarera de piso llegar a jubilarse a los 65 años”.

Las camareras de piso es uno de los grupos laborales que mejor refleja el precariado y la sobreexplotación. Estamos hablando de más de 100.000 trabajadoras. No es un problema solo individual -que lo es-, también es un problema laboral y social consecuencia de lo que las empresas llaman “intensificación del trabajo”. Como se pregunta Rafael Poch: ¿Qué ocurre en el mundo del trabajo que está destruyendo a tanta gente exhausta por ese agotamiento profesional físico y psíquico que en inglés se conoce como burnout?

En sus relatos de vida y de lucha se aprecia una historia de avances y retrocesos. Es un volver continuamente a la casilla de salida, como les pasa ahora, en general, a muchos trabajadores. Pero en su imaginario colectivo está que es posible organizarse y conseguir mejoras; la constatación práctica de que en aquellos hoteles donde hay más unidad y capacidad de lucha tienen mejores condiciones laborales que donde están desorganizadas. La experiencia histórica, el compromiso de las compañeras más conscientes y la organización sindical es lo que logrará vencer el miedo que las estrategias empresariales imponen sobre colectivos laborales tan vulnerables.

Como bien dice en una de las entrevistas más poderosas una representante de este colectivo y con un largo recorrido de lucha, Pepi García Lupiáñez, “No nos vean como pobrecitas. El paternalismo ni lo queremos ni lo necesitamos”. Las kellys también quieren todo lo que es justo, pan y rosas , lo útil y bello. Y tienen el mismo derecho que los demás. Lo conseguirán cuando tomen conciencia, como decía una de ellas que “Los grandes no son tan grandes y nosotras somos más”. Pero también necesitan la solidaridad y el reconocimiento de todos. Por eso, cuando escuchen tres golpes seguidos en su puerta y un “¿se puede?”, acuérdense de ellas y de su combinación de orgullo, esperanza y rebeldía.

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