Yorokobu. La leyenda urbana decía que el edificio de la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid había sido concebido para albergar una prisión. Aunque no era la única. Una versión alternativa aseguraba que, en realidad, la brutalista construcción había sido erigida siguiendo los planos de una cárcel canadiense. Luego, Alejandro Amenábar la eligió como escenario de las escenas más truculentas de la película Tesis. Parecía que aquella mole de hormigón, de pasillos grises y trufada de entreplantas, había decidido forjarse la fama de algo así como ‘el edificio maldito’ de la Ciudad Universitaria.
Puede que el proyecto de la facultad madrileña no tuviera nada que ver con cárcel alguna, cosa que no puede decirse de otros centros educativos. Al menos en Estados Unidos, donde, según Frank Locker, son varios los colegios que ‘comparten’ arquitecto con prisiones del país. «Las mismas personas que diseñaron las cárceles diseñaron también muchas escuelas. ¿Usted con qué relacionaría una fila de salones a puerta cerrada con un corredor en el que no se puede estar sin permiso y una campana que ordena entrar, salir, terminar o comenzar las clases? ¿A qué se le parece?», preguntaba retóricamente en una entrevista para un medio colombiano.
El arquitecto de la Universidad de Oregón asesora en la actualidad al gobierno del país sudamericano sobre modelos de infraestructura escolar capaces de afrontar los cambios culturales que está experimentando la sociedad de Colombia. En su opinión, que en buena parte del mundo las escuelas sigan replicando la estructura de los centros penitenciarios no es casual. «En algunas culturas se espera que se le tenga miedo al profesor, y este tipo de infraestructuras contribuye a apoyar esa filosofía pedagógica».
María Acaso comparte la teoría de Locker. «Creo que existe un trasfondo político. Se trata de formar a individuos sumisos, que no piensen demasiado, que obedezcan… De aquí que el modelo colegio-cárcel se haya perpetuado», cuenta la coordinadora de la Escuela de Educación Disruptiva de la Fundación Telefónica. La estructura de las clases convencionales no ha evolucionado en más de un siglo. «La disposición de las mesas, la tarima… te hace obedecer, atender a un solo foco».
El color verde de las típicas sillas y mesas escolares («¿quién ha elegido ese ‘verde ministerio’ que se configura como el epítome del color escolar tanto en España como en América Latina?»), las paredes de azulejos, la luz eléctrica hipersaturada o el suelo frío no apto para pies descalzos tampoco ayuda a la hora de hacer de aquel recinto un lugar acogedor donde querer quedarse para aprender. «Resulta paradójico que en un momento en el que la apertura de cualquier negocio no se concibe sin un estudio previo de su arquitectura y la decoración, estos aspectos se descuiden tanto en un ámbito tan relevante para la sociedad como es la educación». Acaso asegura que en otras partes del mundo, los arquitectos comienzan a tener en cuenta la educación como ámbito de actuación aunque aquí en España sigue sonando algo raro. Incluso en un momento como el actual en el que la educación «está de moda».
«El imaginario de la educación está cambiando. Antes, cuando nos hablaban del tema, nos venía a la mente algo aburrido, feo, cutre… Ahora se ve como algo cool. A mí me gusta hablar de ‘educación híspter’ en el sentido de que la educación se está volviendo algo contemporáneo, que interesa a la gente. Pero tenemos que aprovechar el tirón para que no se quede como una moda pasajera, sino que se convierta en una necesidad».
Existen varias vías para consolidar esa contemporanización de la educación aunque Acaso destaca una por encima del resto: lo que denomina AEI (arquitectura+espacios+interiores). «La implantación de nuevas metodologías no se puede realizar sin que vaya acompañada de cambios en las estructuras físicas de la escuela».
Propuestas como el trabajo por proyectos o la pedagogía cooperativa resultan inviables en un aula en la que todas las mesas están alineadas, mirando al frente «y en las que lo único que pueden ver los alumnos es la nuca de su compañero de delante». Toca replantearse la disposición de los elementos del aula. Incluso prescindir de ella si es necesario, como propugnaba ya a finales del XIX Francisco Giner de los Ríos: «Un día en el campo vale más que un día de clase».
¡Liberad a los alumnos!
Rosan Bosch también es partidaria de que la educación se imparta más allá de las paredes del colegio. «Los niños necesitan aprender de la realidad. En la carnicería, por ejemplo, pueden aprender más anatomía que en cualquier clase de ciencia». La diseñadora e interiorista se define como «un Quijote que lucha contra las clases convencionales». Aquellas que tratan de contener a los alumnos. «Los niños necesitan moverse. En la escuela típica están cautivos».
Por eso las estancias ideadas por el estudio de Rosan Bosch para escuelas y universidades de Dinamarca, Suecia o más recientemente en Zaragoza, son diáfanas para que los alumnos pueden moverse por distintos espacios. En ellos se pueden encontrar mesas flexibles que pueden llevarse de un lugar a otro; casitas en las que poder reunirse a trabajar con otros compañeros; los campfire u hogueras de fuego donde poder leer en común o las denominadas ‘cuevas’, rincones tranquilos para reflexionar o leer en solitario. «Los arquitectos e interioristas podemos crear espacios en función de lo que queremos de ellos: lugares de paso, estancias en las que querer quedarse para descansar, aprender… Tenemos que aprovechar esta capacidad en los entornos educativos». Al igual que Acaso, Rosan Bosch se remite al neuroaprendizaje para avalar su tesis. «Es más fácil aprender cuando algo te emociona».
No se trata de pintar las paredes de colores porque sí, sino de lograr espacios que estimulen. «Pensar a partir de los niños, a partir de su cerebro, de cómo aprenden… Hay que conseguir que amen su escuela». Una vez que el espacio físico se ha dispuesto conforme al tipo de enseñanza a impartir, todo resulta más sencillo.«Es muy difícil saber qué es lo que tienen que aprender los niños, qué contenidos les pueden resultar útiles en un futuro, porque todo cambia muy deprisa. Lo que hay que conseguir son niños con iniciativa. Lo que conseguimos con la escuela tradicional son niños disciplinados y con poca autonomía. Luego, cuando se hacen mayores, llegan al trabajo y no saben qué hacer si no les mandan».
Saber trabajar en equipo y cooperar es, según Bosch, esencial en un entorno laboral como el que seguramente se encontrarán en un futuro. «El mundo es cada vez más global. Habrá que saber trabajar con gente de otros lugares, con otras culturas… Por eso es ideal que se trabaje desde ya en las escuelas, incluso que se favorezcan los intercambios, las conferencias con otras escuelas del mundo vía Skype…».
Proyecto educativo, que no inmobilario
El papel de la arquitectura y el diseño de interiores no sólo resulta importante en las etapas más tempranas de la enseñanza. En la formación universitaria, moldear al futuro profesional de acuerdo a lo que se esperará de él una vez ingrese en el mercado laboral resulta más efectivo cuando el espacio educativo se concibe como una oficina real en la que aquel podría trabajar. En el caso de Teamlabs, su concepto de ‘campus’ no tiene nada que ver con el convencional. «Los estudiantes se distribuyen en laboratorios de aprendizaje en equipos, es decir, las oficinas desde donde realizan los proyectos reales con los que aprenden». En Madrid, por ejemplo, la casa-palacio del Duque de Alba funciona como hogar-oficina de los alumnos, y en Barcelona, estos conviven con más emprendedores en un espacio de coworking.
Para Félix Lozano, socio fundador y CEO de Teamlabs, repensar una y otra vez las experiencias de aprendizajes resulta crucial es una sociedad que ha evolucionado tanto y que lo seguirá haciendo. Que el lugar y las formas de ‘impartir’ esas enseñanzas sean flexibles es algo elemental: «El riesgo de condenar el proyecto educativo al proyecto inmobiliario y a veces inmovilista, lastrado por grandes inversiones en suelo y ladrillo difíciles de mover, está tan fuera de lógica como el intentar encerrar internet en un gran pabellón cerrado».