Gema Lozano | Yorokobu. Hace unos días, Francesco Tonucci (también conocido como Frato), fue testigo de un hecho extraordinario: «Al bajar por la Gran Vía de Madrid vi a un niño de unos 11 años que iba solo al colegio». El pensador, psicopedagogo e ilustrador no daba crédito. Era una imagen que hacía tiempo que no veía en Madrid y mucho más aún en su ciudad natal, Roma.
Unos días después, creyó volver a alucinar al ver a una persona en silla de ruedas sola en la Puerta del Sol. «Son dos pequeños detalles de una experiencia que se va perdiendo. Esta ciudad está abandonando a los débiles».
Minusválidos, ancianos, niños… Colectivos con ínfimo peso en las decisiones que afectan a todos, lo que se traduce en falta de autonomía para todos ellos. «Un amigo que vive en Roma me dijo que su abuela había decidido dejar de salir a la calle porque no le daba tiempo a cruzarla. El semáforo cambia muy rápido para ella. Me pareció terriblemente duro».
Las calles tampoco son ya el lugar donde antes los niños jugaban sin la vigilancia constante de sus padres o por donde iban al colegio solos o con sus amigos. Los coches les han comido el terreno.
«Las buenas ciudades hacen mucho por los niños, ancianos, minusválidos. Pero si analizamos bien es fácil darse cuenta que lo que se hace en pro de los niños normalmente beneficia sus padres; lo que hacemos por los ancianos, a sus hijos. Es decir, la medida de los servicios públicos siguen siendo los adultos».
Ese modelo, poco a poco, fue sacando a los niños de las calles. «Antes infancia y calle eran sinónimos. Es posible que la primera referencia al respecto se encuentre en la Biblia, en Zacarías cuando dice:
Los viejos y las viejas estarán sentados en las plazas de Jerusalén, y esas mismas plazas estarán repletas de niños jugando
Hoy, ver niños jugando solos en la calle resulta casi un imposible. «Los niños tienen que salir a jugar sin guardaespaldas. Tienen que liberar toda su energía mediante un tiempo de juego en el que no estén controlados por los adultos. No vale únicamente con apuntarles a extraescolares para que se cansen». Obesidad, déficit de atención, son algunas de las consecuencias derivadas de la falta de autonomía de los niños en la ciudad.
Para combatirlas, hace falta un cambio de prioridades en la sociedad, según Frato. Y la principal prioridad en las ciudades, los coches, deberían ser la primera en verse afectada. «Siempre que hablo a los alcaldes de todo esto me dicen: “Me encanta, pero déjame unos años de margen para solucionar el problema del tráfico y luego ya hablamos”. Pero eso nunca pasa porque el problema del tráfico nunca se soluciona. Solo engulle recursos».
Aunque hubo un alcalde que no esperó. El de Pontevedra, Miguel A. Fernández Flores, hace 14 años escuchó una charla de Tonucci y decidió poner en práctica en su ciudad lo que decía el autodenominado ‘niñólogo’ . El edil quería volver a ver a los niños jugar en las calles y la gente pasear por el centro. En aquel momento lo tenían difícil: de los 9 metros de ancho, como media, de las calles, 6 estaban destinadas al tráfico rodado y a las plazas de aparcamiento, con lo que apenas había metro y medio para cada acera. Teniendo en cuenta el espacio ocupado por el mobiliario urbano, los viandantes tenían que transitar por ellas en fila india.
Pero las tornas se volvieron. Ahora, las calles del centro de Pontevedra son de una única dirección y en muchas solo hay un carril para los coches. Así se han podido ensanchar las aceras. Tampoco se pueden aparcar los coches en la mayoría de sus calles (salvo casos excepcionales). Los vehículos disponen de parkings a la entrada de la ciudad. Desde ellos, según el Metrominuto, cualquier punto del centro de la ciudad queda a apenas un cuarto de hora andando.
La ciudad gallega también supo enfrentarse al reto de poner entre sus principales prioridades una demanda que no suele figurar en los primeros puestos de las propuestas de los programas electorales: eliminar barreras arquitectónicas. Las vías con plataforma única en las que las aceras y calzada están al mismo nivel se multiplicaron. «Así se pudo rebajar el límite de velocidad a 30 km hora (20, incluso, en algunas vías). Esto ha propiciado un descenso brutal en el número de accidentes y que desde entonces no haya habido ningún atropello en la ciudad».
Dar prioridad a los peatones frente a los coches no es algo que se pueda asociar a determinadas ideologías, según Tonucci. «Ni siquiera tiene que ver con la ecología. Es un tema de democracia porque todos somos peatones y no todos somos conductores». A la hora de abordar este problema por parte de las autoridades, Tonucci aconseja pensar primero «en pequeño»: «Una manera muy útil de repensar la ciudad es concebirla como una suma de pequeñas ciudades. Pensar en el barrio, actuar sobre él. De hecho hay gente que nunca sale de su barrio».
Pero ¿por qué son los adultos los que tienen que pensar en lo que es bueno para los niños? ¿Por qué no dejar que sean ellos mismos los que expresen sus necesidades y sus anhelos? Tonucci recuerda que no hacerlo es quebrantar sus derechos. El artículo 12 de la Convención de Derechos del Niño dice:
El niño tiene derecho a expresar su opinión y a que esta se tenga en cuenta en los asuntos que le afectan
Él lo tiene muy presente como investigador del Consejo Nacional de Investigaciones de Roma, desde donde en 1991 puso en marcha La Ciudad de los Niños. Un proyecto internacional desde el que se pone a disposición de las administraciones locales toda una serie de recursos para fomentar la autonomía y la participación de los niños en las ciudades.
«Escuchar a los niños es algo positivo para la sociedad en su conjunto porque al contrario de lo que ocurre con los mayores, las soluciones que los niños encuentran a los problemas suelen beneficiar a todos, no solo a ellos»
Ilustraciones de Frato (Licencia CC)