Santiago Alba Rico | Público. El primer libro del inglés John Brent, ciclista de Carlisle, tiene algo de ejemplar y resultará muy útil tanto a los que han sucumbido ya a la tentación como a los que se creen a salvo de todos los precipicios. En sus 380 páginas, Brent narra su larga experiencia de ataduras y desasimientos, esa lucha que el lenguaje coloquial resume en los verbos “engancharse” y “desengancharse”. Brent probó en su juventud la heroína y durante años se emborrachó tres veces por semana, pero “mucho más duro”, escribe, “fue desengancharse del agua gélida de los torrentes en los que me bañaba dos veces al día, de la luz ventosa de las colinas de Cumbria, de los grandes árboles hoy desaparecidos, de la mirada asombrada de Susan, que me dejó en 1973”. Brent, en efecto, fue desenganchándose poco a poco del vuelo de los gorriones, del sabor de las manzanas Cox en septiembre, del olor de la leña, del chasquido de las botas de agua, del lento balanceo de las cortinas bajo la brisa de mayo, de los viejos manillares de la marca Starley. Particularmente intenso es el pasaje en el que Brent describe cómo se desenganchó del color azul, que absorbió su mirada durante décadas, y de la granja de su tío, derribada por una excavadora y sustituida por un Centro Comercial. Durante cinco años, a partir de 1985, Brent estuvo enganchado incluso a los helechos y los relámpagos.
A sus 85 años, Brent confiesa que le ha costado toda la vida desengancharse de lo liso y lo blando, de lo suave y lo áspero, de lo frío y lo cálido: “Sé que hay gente que prefiere el método rápido: con una pistola se puede hacer. Yo prefiero ir despacio. Hoy sólo me quedan tres o cuatro ataduras esenciales: el color rojo, la leche hirviendo, la idea de la emancipación humana, las faldas cortas de la vecina del cuarto. Pero sé que en pocos años me habré desenganchado también de todo esto para siempre”