‘Urban Knitting’, tejer solidaridad y tiempo para reivindicar otras ciudades

tejer-malasanaLas mujeres (y algún hombre) que practican el ‘Urban knitting’ (tejer en la ciudad) apelan a la colaboración y la conciencia social. Entre sus acciones: tejer juntos en plazas, hacer talleres en los que participan personas de todas las edades y orígenes, y forrar de ganchillo el mobiliario urbano y los árboles (Yarn Bombing). Con ellas reinvindican el uso vecinal de los espacios públicos, también el tiempo lento y la paciencia con los que se fabrican las cosas a mano; y dar vida a un saber transmitido de generación en generación que tiende puentes entre las personas y consigue que éstas se sientan orgullosas de hacer algo bonito en común.
Ana Llovet en El Asombrario & Co.

Nada que ver esta tendencia/reivindicación con la Penélope que espera -y desespera- a Ulises, o con Aracne y Atenea -Las Hilanderas de Velázquez-, dos de los mitos más famosos unidos al hecho de tejer; arquetipos de mujer sumisa que cose por el día y descose por la noche para no enfrentarse a su vida, o de la diosa intocable que no tolera que una simple mortal teja mejor que ella.
Cientos de personas vinculadas a Tejiendo Malasaña han comenzado el nuevo año dale que dale tejiendo grannys, cuadraditos de punto de ganchillo hechos con restos de lanas de colores. Lo hacen en sus casas o en grupos en cafés y espacios públicos con la intención de tejer cuantos más mejor. Luego se reunirán para coserlos entre sí y crearán largas tiras con las que vestirán, por tercer año consecutivo, los árboles de la Plaza del Dos de Mayo de Madrid en el marco de las fiestas autogestionadas del Dos de Mayo. Es lo que se conoce como Yarn Bombing, una suerte de arte urbano que tiene sus orígenes en Texas en 2005, y que extiende sus redes por España.
La meta es conseguir muchos grannys y forrar la plaza, pero ¡y lo bien que se lo pasan tejiendo y compartiendo su tiempo y costura! Eso es casi más importante que el montaje y la foto final; el hacer grupo, sentirse parte de una comunidad. Y cuando pasen las fiestas de Malasaña, las largas tiras que durante dos días decorarán la plaza serán cosidas entre sí por ancianas voluntarias de centros de mayores, reclutadas por la asociación Iaia y su proyecto Tejido Social Sierra de Madrid, creado a imagen y semejanza de Tejido Social Palma de Mallorca. Estas ancianas crearán grandes mantas para personas sin techo, casas de acogida o donde falte calor y sobre soledad. Y así, lo que comienza siendo apenas un hilo en manos de una persona primero se convierte en un granny que alguien unirá a otros en tiras que adornarán árboles. Y después otras manos las convertirán en mantas que finalmente abrigarán a personas que no tienen brazos que los acojan. Bonita expresión de sociedad colaborativa; de red de humanos cooperando entre sí.
En ciudades como Zaragoza, Bilbao, A Coruña y Barcelona el Urban Knitting y el Yarn Bombing hacen furor. También en Madrid, aunque parece ser que aquí llegó un poco más tarde. A la capital arribó de la mano de los bancos del tiempo de las asambleas de barrios creadas a raíz del 15M y de los movimientos vecinales en los que, entre clases de tejer a cambio de otros servicios y distintas actividades, se fueron creando grupos de tejedores como el Tejiendo Malasaña. Su primera acción bajo los focos: participar en las fiestas autogestionadas del 2 de Mayo 2013 forrando los árboles y farolas de la plaza. Porque parte de la filosofía del Yarn Bombing (algo así como bombardeo de hilo) es dar visibilidad a algo que tradicionalmente se había mantenido intramuros. Quién no ha tenido una abuela o bisabuela que no ha forrado con sus tapetes los reposacabezas de los sillones, los centros de las mesas y…. ¡¡hasta el rollo de papel higiénico de repuesto!! Pero era algo que quedaba en el espacio interior, propio de una feminidad callada, oculta y hogareña.
La Plataforma Maravillas se planteaba hacer unas fiestas autogestionadas para celebrar el 2 de Mayo. Así que Natalia Oliveras, una de las participantes en este grupo que amalgama a tiendas, ampas y vecinos del barrio junto a centros como el Patio Maravillas, propuso a los locales de venta de lanas de la zona que las clientas y alumnas tejieran cuadraditos para decorar la plaza en las fiestas de 2013. Oliveras no tenía mucha conciencia de estar gestando una futura acción de Yarn Bombing. Ella, que había aprendido a coser de pequeña enseñada por sus mayores, quería crear comunidad básandose en algo como tejer, que en su opinión tiene un valor terapéutico y social como pocas cosas en el mundo. Así que creó una página de Facebook para difundir el proyecto de decorar la plaza, cuyo eco, como era de esperar, excedió al barrio de Malasaña.
Poco a poco fueron llegando cuadradillos: 2.000 finalmente. De destinos tan lejanos como Argentina, Canarias, Valencia… Algunos hechos por enfermas de párkinson de un hospital de Castellón, otros de una residencia de mujeres con síndrome de Down. Emocionante. Y más emocionante aún el día del montaje, en el que apoyándose los unos en los otros, sin tener mucha idea pero aunando diferentes propuestas, lograron decorar la plaza y forrar los árboles. “Tuvo tanto éxito porque fue un Yarn Bombing no clandestino que se celebró en pleno día y se montó entre mucha gente”, explica Oliveras. No solo eso, el hecho de que todo el tejido fuera después donado dio mucho sentido a toda la propuesta.
Con estos grupos de ciudadanos tejedores, algo como la lana y el punto, tan asociados al hogar, incluso al propio cuerpo para protegerlo, se convierten en arma de expresión con la que salir a la calle. Aquí estamos, parecen decir, con nuestras agujas y nuestros inocentes y coloridos grannys dispuestos a transformar y humanizar nuestras ciudades. “Aunque para mí es más importante el aspecto social, el hecho de que la gente se sienta parte de un todo, acciones como la de la plaza del Dos de Mayo en el marco de las fiestas autogestionadas son una forma de indignación”, apunta Natalia Oliveras, “de decir que sí se puede, que lo podemos hacer los vecinos y que sale mejor que cuando lo hacen los gobernantes”.


Otros también definen el Yarn Bombing como una forma de humor, de sorpresa para el que se encuentra, en una gris mañana de invierno, los bolardos de una calle del Centro forrados de lana de colorines. Los tejedores dejan ahí sus obras de noche y éstas aguantan hasta que el Ayuntamiento o quien sea las retire. También tiene el valor de lo efímero, como las flores, que sabemos que van a durar poco, pero no por ello dejamos de adquirirlas y adornar nuestras casas con ellas.
Este arte urbano, que muchos quieren comparar, salvando las distancias, con una suerte de grafiti, invita a la acción a un tipo de personas que nunca se habría atrevido con un spray pero sí se atreve con la lana. Son mujeres mayores, de setenta años, quizás sesenta, que se integran en este movimiento social sin apenas darse cuenta y forman parte activa de él esgrimiendo la aguja, enseñando a las nuevas generaciones y, a la vez, cuidando su autoestima y trabajando por su ciudad.
Se trata, igualmente, de hacer grupo, de charlar al tiempo que se cose, de intercambiar saberes. De tejer y entretejerse, como apunta uno de los participantes en el Urban knitting que aparece en el estupendo documental de Xurxo Martínez Knitting in the City (Tejiendo en la ciudad).
A Tejiendo Malasaña se han ido sumando otras plataformas, como Tejiendo Carabanchel. Y juntas dan vida al mito budista de que la humanidad es una red y nosotros perlas que se reflejan entre sí en cada una de sus intersecciones. La vida es una amalgama de puntadas, algunas sin hilo, otras torcidas, muchas dadas sin ton ni son y otras cargadas de intención y puntería. Y aunque se pilota en aparente soledad, puesto que solos venimos y nos vamos de ella, a veces esa soledad se entreteje con otras soledades y salen juntas a la calle. Así, las puntadas dadas mano a mano, los pasos, serán más cálidos y darán color al gris del asfalto, de las rejas, y abrigarán a los árboles y a las almas que a ellos se abracen.

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