Según un estudio científico de la Universidad de Estrasburgo, Amelie Rahner, estudiante de 15 años, sentada a la mesa de una concurrida cafetería del centro de la ciudad, explicaba a su compañera Aline por qué no podría amar nunca a un hombre rico ni creer en un dios omnipotente cuando de pronto, para subrayar su argumentación, se recogió el pelo con un gesto limpio, certero e inconsciente por encima de la nuca.
El estudio de la Universidad de Estrasburgo ha registrado y catalogado los efectos ambientales de ese gesto banal. He aquí los resultados:
Aline, compañera de Amelie, que se había peleado con su padre, ahora repentinamente apaciguada, se sintió feliz y orgullosa de ser lesbiana.
Rita Soriano, la camarera ecuatoriana de 27 años, comprendió que quería ser peluquera.
François Rodier, trabajador precario en una panadería industrial, se acordó con dolor de una vieja canción y salió precipitadamente del café para pedir perdón a su hermano.
Frida Soler y Denis Veblen, comunistas, supieron que si algo está bien en este mundo es el pelo de una niña y que todos los intereses del capitalismo internacional deben inclinarse ante el derecho inalienable de las mujeres a llevarlo suelto sobre los hombros o recogido en un moño.
Según la Universidad de Konigsberg, en un momento cualquiera del día, 25 millones de mujeres se recogen al mismo tiempo el pelo en distintos lugares del mundo. “Es muy probable”, afirma el Jacques Maigne, responsable de la investigación, “que este gesto aleatoriamente coordinado fuese la verdadera causa de la Revolución Francesa y del descubrimiento de los antibióticos”. Aún más: el estudio pretende que son estos 25 millones de gestos sincronizados los que mantienen en pie la Torre Eiffel y todos los edificios del mundo.