Manolis Calas, parado de 32 años, retuvo durante casi un mes al conocido banquero Socrates Rastapopoulos después de secuestrarlo al salir de la ópera el pasado mes de mayo. Hoy nos cuenta desde la cárcel las razones de su espantoso crimen:
“Yo sólo quería enseñarle una naranja. ¿Por qué? Porque uno no puede mirar una naranja sin volverse bueno o, al menos, sensato. Eso me pasó a mí el 13 de febrero de 2007. Yo era ladrón de bancos y estaba cruzando un huerto para reunirme con mis cómplices cuando me fijé por primera vez en una naranja. Digamos que se interpuso en mi camino. La miré y comprendí que había surgido, redonda y luminosa, en uno de los extremos de ese complicado árbol verde de tronco grisáceo. Me quedé literalmente fascinado. Nunca he mirado tanto tiempo a una mujer ni un programa de televisión. Y nunca más volví a robar un banco”.
“Entonces, ¿no pidió usted un rescate por la liberación de Rastapopoulos? ¿No impuso usted condiciones políticas? ¿No es usted un radical?”.
“Soy un educador. Todos los días dejaba encima de la mesa del banquero una naranja antes de candar de nuevo la puerta de su encierro. Confiaba en el papel moralizador de las naranjas. Rastapopoulos -ay- se comió 24. Las miraba un instante y luego, cuando parecía a punto de ceder, se las comía con inquietante voracidad. El día 25, desesperado, lo intenté con un espejo de mar, la bellísima concha nacarada de un molusco mediterráneo que me curó en una ocasión del impulso de despreciar el mundo. Rastapopoulos la utilizó de cenicero”.
“¿Ha dejado de creer en las naranjas?”
“De ninguna manera. He comprendido que hay una diferencia entre un ladrón de bancos y un propietario de bancos. Y que también nuestras naranjas y nuestras caracolas están ahora amenazadas”.