Obra Social, o de cómo entender lo común

La  Obra Social no sólo se limita a encontrar edificios y ponerlos al  servicio de las familias que lo necesitan, sino que también atención al proceso de construcción y cuidado de la comunidad que lo conforma. Su  importancia trasciende, por tanto, la campaña mediática y la propia solución habitacional, al entender que en su proceso de gestación y desarrollo se manifiestan las dinámicas de empoderamiento y  participación colectiva que hacen posible no sólo la Obra Social, sino la gestión de cualquier espacio o institución de eso que llamamos común.

Una vecina de Carabanchel en Madrilonia


La crisis del sistema actual y de las instituciones que lo sustentan no trae consigo solamente miseria. También puede hacer aparecer un escenario, si bien desértico, potencialmente revolucionario. Quien lo ha perdido todo, ha perdido también su ciudadanía, su condición de sujeto de derecho. Esto es así porque lo que en primera instancia le otorga a alguien el estatuto de sujeto (de derecho) es el ser poseedor de algún bien, incluso si su poseer se reduce a su propio cuerpo entendido como fuerza de trabajo, esto es, como mercancía. Cuando se ha perdido hasta eso, cuando ya no es posible ingresar en el mercado o, lo que es lo mismo, en la sociedad, ni siquiera vendiendo el cuerpo propio, pueden suceder varias cosas: desaparecer en forma de marginado o de muerto, de suicidado por el sistema; entregarse al victimismo y a una cada vez más salvaje precarización o, por el contrario, puede propiciar también un empoderamiento que desemboque en una forma de desobediencia que no consista ya sólo en desobedecer la ley a través de acciones como una ocupación, sino en generar un modo de vida desobediente que acelere el cambio que muchas buscamos propiciar.

La quiebra del estado de bienestar, su agrietarse, arroja por desgracia a muchas personas a una realidad en la que el acceso a los bienes de primera necesidad, tales como una vivienda, es una agotadora batalla. Ahora bien, hay quien acaba haciendo de esa desgracia virtud (o virtuosismo); de esa grieta, su trinchera. Se trata de aquellos que, bien por lo crítico e insostenible de sus circunstancias vitales, bien por voluntad radical de cambio, liberan su vida desde las prácticas cotidianas. En este sentido, la Obra Social de Pueblos y Barrios de Madrid está resultado ser una herramienta eficaz para conseguirlo.

El pasado miércoles 29 de enero el juez del Juzgado de instrucción nº1 tomó declaración a Cuqui y a Ernesto, dos habitantes de Cadete7, un bloque de la Obra Social recuperado en el barrio de Carabanchel donde conviven seis familias. Su supuesto delito, vivir en un edificio abandonado desde hace años en cuyas escrituras no  aparecen sus nombres, sino las siglas SAREB, una sociedad que se dedica a  comprar activos tóxicos con dinero público para evitar la quiebra de  entidades bancarias que se han portado mal.

Las familias que hoy forman parte de Cadete7 se reunieron por primera vez en julio. Todas eran habituales de espacios cercanos a la asamblea del barrio y habían llegado a ellos más por necesidad que por convicciones políticas, empujados por una situación de desamparo provocada tanto por unas instituciones que ignoran su situación como por una sociedad que los margina por su condición de desposeídos. Por ello, recurrieron a la estructura organizativa generada por el barrio y comenzaron a trabajar en la búsqueda de una solución a su problema habitacional.

De esta forma se incorporaron a la red, asimilaron sus metodologías de participación e iniciaron un proceso fundamental para afrontar su día a día de forma activa. El sola no puedes, con amigas sí fue el detonante de la decisión final de ocupar juntos un edificio, posibilitando así la creación de un espacio donde las circunstancias más cotidianas fueran afrontadas colectivamente.

Lo aprendido gracias a proyectos anteriores de ocupación colectiva nos ha enseñado la importancia que en estos procesos tiene el propio grupo, su afinidad, su deseo de encontrar objetivos y ritmos de trabajo comunes. La búsqueda del edificio, la elección del definitivo, la planificación de la apertura y la entrada, la difusión de la campaña y la búsqueda de apoyos, todo, se hizo de forma conjunta entre familias afectadas y otras vecinas de Carabanchel. Y esto es lo verdaderamente revolucionario: el proceso de ocupación llevó consigo no solo la liberación de un edificio, sino el nacimiento de un grupo, una piña, una comunidad que comenzó a empoderarse en la resolución de sus necesidades. Abandonaban así la condición de “asistidos” a la que se les relegó desde las instituciones públicas y consiguieron resolver su carencia de vivienda de forma autónoma.

Es por ello que el potencial político de la Obra Social no radica únicamente en solucionar el problema  habitacional de gente sin casa, sino en entender que la mejor forma de hacerlo es a través de un proceso colectivo que fomente la autonomía de aquellos que lo ponen en marcha. Por otro lado, las prácticas necesarias para empoderar a aquel que busca solución a sus necesidades pasa entonces por un cambio a la hora de entender ritmos y dinámicas de relación, desapareciendo con ello la figura del activista en pos de la de vecina, generando una nueva forma de entender el barrio como lugar donde habitar.

Y es en esta condición de vecinas desde donde dejan de entenderse los espacios participativos como espacios activistas para pasar a sentirse como un nuevo recurso del barrio, una nueva institución que forma parte de nuestra cotidianidad y en la que se da otra forma de gestionar las necesidades comunes, asumiendo la importancia de hacerlo mediante un proceso colectivo. Solo deshaciéndose de las dinámicas asistencialistas, de los ritmos y responsabilidades  fréneticas que en ocasiones hacemos que la militancia imponga, podremos inventar y levantar instituciones que -sin dejar de cumplir su función estructurante- no delimiten a nadie su acceso a ellas por motivos tales como no poseer absolutamente nada. Porque común significa precisamente no poseer absolutamente nada.

La  Obra Social es, por tanto, una campaña que trata de poner a disposición de personas  desahuciadas y sin recursos edificios que entidades y sociedades amantes de las burbujas mantienen cerrados y, de paso, ejercer una  presión mediática que les obligue a recuperar algo la cordura mediante  la negociación de alquileres sociales, a la espera de que, algún día,  la  vivienda pueda ser realmente un derecho accesible para todos.  Sin embargo, algunas de las personas que participamos en la Obra Social vemos básico que ésta no se limite a encontrar edificios y ponerlos al  servicio de las familias que lo necesitan, sino que debe seguir prestando atención al proceso de construcción y cuidado de la comunidad que lo conforma. Su  importancia trasciende, por tanto, la campaña mediática y la propia solución habitacional, al entender que en su proceso de gestación y  desarrollo se manifiestan las dinámicas de empoderamiento y  participación colectiva que hacen posible no sólo la Obra Social, sino la gestión de cualquier espacio o institución de eso que llamamos común

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