Una de esas nuevas armas que permite un acercamiento a las prácticas de resistencia/creación contra las formas de explotación de lo común en el espacio metropolitano es esa institución monstruosa llamada Centro Social Autogestionado. Este apartado se presenta como un análisis sobre las posibilidades y dificultades de este dispositivo para asentar formas de democracia radical en un espacio urbano marcado por la fragilidad de los vínculos sociales.
Nicolas Sguiglia
Volviendo a nuestras ciudades parece adecuado prestar atención a aquellos movimientos, colectivos, redes o sujetos sociales cuya fuerza, resistencia, creatividad e invención está puesta en la construcción de espacios -sean físicos, simbólicos, enunciativos o virtuales- que funcionan como atractores de procesos de autoorganización social, de creación de comunidades biopolíticas que en una misma secuencia resisten y combaten a los envites de la lógica mercantil y su correlato de privatización y explotación, y experimentan e instituyen instancias colectivas para producir, cuidar y gestionar de forma colectiva y radicalmente democrática la vida en común. Y es aquí donde aparecen las llamadas instituciones de lo común (59) , el nombre provisional de los dispositivos de agregación y composición que permiten, a través de espacios, infraestructuras, servicios y proyectos, tanto el encuentro físico como sobre todo una producción de subjetividad que se despliega como fuerza/invención capaz de producir derechos, dignidad y capacidad de autogobierno de la vida compartida.
Una de esas nuevas armas que permite un acercamiento a las prácticas de resistencia/creación contra las formas de explotación de lo común en el espacio metropolitano es esa institución monstruosa llamada Centro Social Autogestionado. Este apartado se presenta como un análisis sobre las posibilidades y dificultades de este dispositivo para asentar formas de democracia radical en un espacio urbano marcado por la fragilidad de los vínculos sociales. Dicho análisis se presentará como una conversación con las prácticas y reflexiones de la experiencia del Centro Social y Cultural de Gestión Ciudadana La Casa Invisible (60), un laboratorio social atravesado por múltiples agentes, iniciativas y procesos de autoorganización que sostienen su práctica en los principios del procomún, la cultura libre y la gestión ciudadana.
Se ha escrito poco y mal de la práctica de los Centros Sociales Autogestionados (61), generalmente en el marco de los estudios de las identidades juveniles y las tribus urbanas (62) mediante un acercamiento casi etológico a esos extraños animales metropolitanos llamados okupas. Lejos de forzar la coherencia de las múltiples prácticas de Centros Sociales en torno a un movimiento okupa, se propone una mirada centrada en su operatividad como dispositivo de intervención política, prestando atención no tanto a sus rasgos identitarios como a su capacidad de conectar con los claims subjetivos, las tensiones deseantes, la creatividad y la búsqueda de libertad de distintas subjetividades, bandas, formaciones sociales en el contexto metropolitano. Algunas experiencias funcionaron en su capacidad de irrumpir de forma desafiante en las llamadas sociedades de consenso y agregar a singularidades invisibles y dispersas en el espacio urbano, otras pudieron sostenerse como infraestructura básica para varias generaciones de activistas. Unas duraron poco, siguen vivas. Pero todas tienen el valor de haber conseguido que la ocupación de un espacio vacío y la creación de un centro social gestionado de forma colectiva sea una práctica presente y deseable en la mayoría de ciudades españolas.
Atravesando implosiones identitarias, férreas represiones y años de pasividad invernal, la creación de Centros Sociales Autogestionados ha pasado a formar parte del acervo de métodos y saberes de la multitud rebelde, junto al piquete, la asamblea, la huelga, el hacking, etc. En el periodo de emergencia y consolidación del llamado movimiento Squatter (63), entre 1975 y 1985, es posible detectar ciertos problemas relacionados con la construcción de la identidad colectiva en un contexto marcado por la crisis de la sociedad industrial y la hegemonía neoliberal tras las derrotas sufridas por el movimiento obrero. No es casual que el primer ciclo de ocupaciones de edificios para la creación de Centros Sociales haya ido de la mano del llamado movimiento punk y su gesto nihilista entorno al No Future. Se ha destacado en numerosas ocasiones que una de las características de estos movimientos consistía en resaltar la diferencia en contra de la repetición, afi rmar la singularidad en contra de las abstracciones universales (64). Esta exaltación de la singularidad y la diferencia, esos devenires minoritarios (65) fueron capaces de sacudir la sociedad dando lugar a nuevos procesos de subjetivación política a través de una separación radical con una vida sometida, explotada, homogeneizada. Pero en muchos casos esa separación “hacía perder el contacto con la base social real de las luchas y producía soledad, repliegues sobre sí o el narcisismo ciego y a veces desesperado de las vanguardias” (66)
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Existe una discusión abierta en el contexto español sobre la acumulación de las experiencias y las fases de creación e innovación en las formas y sentidos que acompañan a los centros sociales en los distintos momentos históricos. Una de esas lecturas propone una mirada generacional, según las cuales existirían centros sociales de primera generación -más identificados con los principios políticos y la identidad colectiva que acompañó la fase emergente del movimiento okupa de los años ochenta- y de segunda generación -menos interesados en políticas de identidad y más centrados en estabilizar el proyecto y vincularlo a los diversos sujetos metropolitanos y sus conflictos- (67). De cualquier modo la propuesta es pensar el Centro Social Autogestionado no tanto vinculado a un movimiento específico o a una identidad -okupa-, sino en términos de una institución monstruosa sostenida en la cooperación social que señala, aquí y ahora, la posibilidad de formas alternativas y radicalmente democráticas de vivir/crear/producir en la ciudad. Se trata de una invitación para extraer líneas de potencia de una de las mayores creaciones institucionales de movimiento de los últimos años, como veremos a continuación.
Comunidad biopolítica o componer en la dispersión metropolitana
Todas las prácticas de los movimientos sociales, vecinales o sindicales en las ciudades contemporáneas conocen de cerca la dificultad de componer espacios de agregación entre subjetividades e intereses tan heterogéneos, cuerpos y formas de vida atravesados por la dispersión. En la era de la dispersión, el gobierno sobre la vida no opera fijando -identidades, cuerpos, relaciones-, sino modulando recorridos libres en un escenario inestable donde las relaciones o vínculos sociales se presentan siempre frágiles, inestables, contingentes. Ha quedado de manifiesto la enorme difi cultad por parte de la “izquierda” y los movimientos sociales para poder articular respuestas colectivas ante la precarización de la vida. Más que nunca, la política de los movimientos urbanos es un ejercicio de composición, un trabajo incesante para “sostener un lazo comunitario en el tiempo ante los efectos dispersivos de la variabilidad constante del entorno”. (68)
Este lazo comunitario no se sostiene en ningún escencialismo, sino que debe ser compuesto desde la hibridación y el mestizaje de sujetos e identidades diversas. Es por ello que no se conserva, se inventa. Hacer comunidad, hacer barrio, hacer clase en las ciudades de la dispersión implica un ejercicio de apertura a la rica y compleja composición del trabajo vivo. Los Centros Sociales se han mostrado capaces en este contexto de componer, más allá de los colectivos que los gestionan, una extensa red de usuarios/ colaboradores -la distinción no es nunca precisa- que se sienten interpelados o atraídos por la experiencia. A través de una abrumadora programación se articula una comunidad, difusa y muchas veces imprevisible en sus comportamientos, que puede ser pensada como una extensión -relacional, proyectual, política- del Centro Social en el territorio. Sin embargo, en muchas experiencias esa comunidad fue transformada en una identidad cerrada, un lenguaje, un estilo de vida, una edad, una composición social muy específica. La experiencia de La Casa Invisible ha optado por un ejercicio de desidentificación, intentando que la práctica de crear, sostener y gestionar un Centro Social sea algo deseable por múltiples sujetos metropolitanos, que la composición del Centro Social sea un refl ejo lo más fi el posible a la composición del territorio donde se inserta (69). El Centro Social propone a los sujetos metropolitanos atravesar una experiencia basada en el empoderamiento y la autoorganización, una creación y efectuación de mundos que produce efectos “sobre las creencias y sobre los deseos, sobre las voluntades y las inteligencias, es decir, sobre los afectos.” (70)
Infraestructuras para lo común
“¿Qué tipo de infraestructuras y servicios necesita la multitud para producir más cooperación, más libertad, más autonomía, más creatividad, más alegría compartida?” (71) . A través de esta pregunta La Casa Invisible lanza una interesante reflexión tanto sobre el tipo de servicios que debería prestar el Centro Social como sobre la propia capacidad instituyente que portan los sujetos sociales para poder imaginar, a través de procesos de autoorganización, la articulación de un welfare de lo común o commonfare (72).
El Centro Social abre a lo común sus instalaciones y su propuesta de gestión directa del espacio y los sujetos sociales responden creando la mayor sala de actuaciones independiente de Málaga, salas de reuniones y celebraciones, emprendimientos productivos y cooperativas, laboratorios de medios audiovisuales, espacios de formación técnica, artística y social, cineclubs independientes, escuelas de idiomas, espacios de empoderamiento, etcétera. “La Casa Invisible es una institución experimental cuya mera existencia es una clara demostración de la capacidad de la ciudadanía para gestionar los asuntos y bienes comunes, un espacio público no estatal”. (73) El Centro Social por tanto no tiene los rasgos de un colectivo político cuya tarea consistiría en crear concienciaentre la juventud, la ciudadanía o la clase obrera. Lejos de cualquier gesto vanguardista, se reclama la dignidad y el carácter absolutamente estratégico de una militancia de retaguardia, cuya tarea en todo caso consistiría en detectar las innovaciones, las fugas, los procesos novedosos de articulación colectiva y construir los espacios e infraestructuras que permitan que estos gestos se sostengan, se extiendan y conserven su intensidad. Los centros sociales entonces podrían ser pensados como infraestructuras para la fuga, un dispositivo que garantiza, como en la metáfora de la píldora roja de Matrix (74), que el máximo número de personas y redes sociales cruce la línea que permite concebir otros horizontes de posibilidad para la vida compartida.
Autoorganización del trabajo vivo.
Ya se ha comentado que hoy la composición social del trabajo vivo en las ciudades tenía la forma de una multiplicidad de singularidades y que sus modos de organización y conflicto ya no podían ser reducidos exclusivamente a la práctica sindical tradicional en torno al lugar de trabajo. La experiencia de La Casa Invisible nos permite analizar distintas formas de organización que están emergiendo entre sujetos productivos heterogéneos. Es posible apreciar la combinación, en estos trayectos de encuentro y organización, del conflicto con las instancias del poder constituido con la creación de espacios de autoorganización de las propias capacidades productivas. Una resistencia a las regulaciones estatales y mercantiles que se acompaña de un éxodo entendido
como separación, como un rechazo que determina un despliegue afirmativo, subjetivo.
Trabajadores de las llamadas industrias creativas constituyen de este modo una plataforma, creadores invisibles (75), donde denuncian las políticas institucionales y el proceso de precarización de sus condiciones de vida/trabajo al tiempo que ponen en marcha un centro cultural propio y espacios de experimentación donde desarrollar formas de autoorganizar la producción cultural.
Trabajadores migrantes, organizados en una Coordinadora (76), utilizan las instalaciones del Centro Social tanto para la organización de las protestas y movilizaciones por los derechos para todos como para celebraciones varias, emprendimientos productivos, cursos de formación y discusión política, etc. Trabajadores precarios y migrantes constituyen de forma conjunta una Oficina de Derechos Sociales (77) donde se brinda asesoría jurídica gratuita sobre problemáticas de trabajo, ciudadanía y vivienda, se organizan asambleas y talleres colectivos y se acompañan procesos de autoorganización y empoderamiento.
Trabajadores del conocimiento, profesores y estudiantes, se organizan para realizar una crítica radical al papel de la universidad-empresa y constituir una Universidad Libre y Experimental (78) donde abrir trayectos de autoformación y difundir el pensamiento crítico.
Las instalaciones del Centro Social tienen a su vez una virtualidad productiva que permite la creación de diversas cooperativas y emprendimientos productivos que van desde una cafetería/tetería hasta una cooperativa de técnicos de luces y sonido (79). Aquí es donde se comprende la forma de sindicato social o biosindicato (80) que puede adquirir el Centro Social, un espacio donde las figuras del trabajo vivo se reconocen, conocen sus derechos y emprenden trayectos de autoorganización, éxodo y confl icto frente a la explotación metropolitana (81)
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(Contra) Poder y conflicto en la ciudad
Si bien se destaca el carácter instituyente de los movimientos de lo común, conviene tener presente que en su despliegue entrarán inevitablemente en conflicto con los mecanismos de captura y explotación que operan en la ciudad, ya sean gobernados por el mercado o por instituciones de la forma Estado. Aquí es donde se presenta el desafío estrictamente político de lo común, la capacidad de construir, a partir de la multiplicidad de sujetos, un contrapoder en el territorio capaz de modificar de forma material las condiciones de vida/trabajo en la ciudad. Para ello resulta preciso inaugurar nuevos espacios de participación política, nuevas instancias de decisión y expresión de una voluntad colectiva que ya no es representada ni por el actual sistema de partidos ni por las modalidades de la democracia participativa.
El Centro Social puede presentarse como plaza pública, como soviet o consejo metropolitano donde se confecciona y se ejercita, de manera radicalmente democrática, el derecho a la ciudad. Si lo común nace de las singularidades, su forma expresiva deberá remplazar la función trascendental de la representación política y componerse como alianza o coordinación entre una multiplicidad de sujetos. Este paso de la dispersión de singularidades a reagrupamientos de lo común es una determinación política y señala un horizonte de conflicto abierto hacia la conquista de renta, derechos y democracia en el espacio urbano.
En el actual contexto de crisis y mientras las fuerzas sindicales mayoritarias y gran parte de la izquierda continúan insistiendo en el reclamo del empleo como eje vertebrador del acceso a una vida digna, se va configurando, aún de forma incipiente y articulada en torno a conflictos de diferente escala e intensidad, la demanda por parte de los movimientos de lo común y los Centros Sociales Autogestionados de una nueva carta de derechos del trabajo vivo que contempla, entre otras, las siguientes exigencias:
a) Derecho a una Renta Básica Universal o Salario Social Garantizado. Se trata de la exigencia de reconocimiento y retribución del enorme trabajo producido socialmente y las externalidades positivas que vuelcan sobre el circuito económico las formas de cooperación social. La Renta Básica (82) puede ser directa, a través de una cantidad específi ca de dinero, o bien indirecta, a través de la gratuidad en el acceso a determinados bienes y servicios como la vivienda, transporte, telecomunicaciones, acceso a la cultura, etc.
b) Derecho a la gestión ciudadana de lo común. En torno a esta demanda se sitúan los reclamos de una apertura y descentralización radicalmente democrática de las instancias de decisión de las instituciones locales, donde los Presupuestos Participativos son sólo el primer paso de una necesaria cesión de soberanía de lo público hacia lo común. A su vez, se reclama la cesión de inmuebles y solares en desuso para la puesta en marcha de emprendimientos sociales, económicos y culturales gestionados de forma directa por la ciudadanía.
c) Derecho a la libertad de movimientos y al pleno acceso a los derechos de ciudadanía para todos. La demanda de unas ciudades sin fronteras (83) apunta a desmantelar los dispositivos de control securitario de las migraciones que se articulan en torno a un régimen de fronteras que condena a los trabajadores inmigrantes a una situación de precariedad y de acceso limitado a los derechos básicos. La plena igualdad en el acceso a los derechos implica por un lado una regularización de los migrantes sin papeles y el cese de los violentos dispositivos policiales de gestión de su movilidad -Centros de Internamiento para Extranjeros, redadas, controles de documentación, etc.- y por otro una verdadera inflación del gasto social que permita reforzar y extender los servicios y prestaciones sociales en nuestras ciudades.
d) Derecho de acceso a la información, a la libre producción de saberes y conocimientos y a la libre compartición de bienes digitales. La enorme presión desempeñada por sectores económicos interesados en una gestión privativa de los recursos y bienes digitales refl eja el enfrentamiento, aún con resultado incierto, entre el antiguo modelo industrial de producción y los nuevos modelos distribuidos basados en la cooperación social. Durante mucho tiempo lo público ha amparado la apropiación de los saberes y conocimientos a través de reglamentaciones corporativistas alrededor de la propiedad intelectual -copyright, cánones, patentes llegando incluso a criminalizar la práctica de la compartición de bienes digitales y el libre uso de internet. La enorme capacidad de autoorganización del trabajo cognitivo queda reflejada en la
consolidación del modelo de producción entre iguales (peer to peer), que ha demostrado ser más eficiente y democrático que los sistemas basados en la propiedad. Se propone por tanto un cambio de giro radical en las políticas públicas para que sea lo común y no el mercado el beneficiario de las mismas, lo que se traduce en inversiones públicas destinadas a garantizar el libre acceso a los medios de producción de bienes digitales, introducción de redes inalámbricas (wifi ) abiertas, acceso a servidores, hardware y software, introducción sistemática de protocolos y estándares abiertos y apoyo público a plataformas de software libre.
Como enseña la historia de las luchas obreras y sociales, la exigencia de determinados derechos necesita para su efectuación ser encarnada por conflictos materiales y articulaciones subjetivas basadas en el empoderamiento y la creación de nuevos espacios de participación política sobre los asuntos comunes. Mientras gran parte de la izquierda parece sumida en la perplejidad y cierta nostalgia por un pasado que ya no volverá, se articulan en el espacio urbano nuevos movimientos que señalan, a través de experiencias concretas y extensibles, el horizonte de unas ciudades basadas en una gestión común de lo común. Solo la emergencia de conflictos públicos y la conquista de un acceso igualitario a los derechos y la riqueza producida socialmente permitirán la práctica de una democracia radical. Corren tiempos de búsqueda y experimentación de nuevas herramientas y dispositivos de intervención capaces de atravesar la precarización y la dispersión propia de las metrópolis del siglo XXI. Se trata de un camino largo y conflictivo, pero ya se está andando.
NOTAS
59 >> Para profundizar sobre la noción de instituciones de lo común véase la carpeta
de textos elaborados por la Universidad Nómada con el título “Instituciones Monstruo”
para la revista online Transversal. Disponible en Internet: http://transform.eipcp.net/transversal
60 >> En marzo de 2007 una extensa red de vecinos, trabajadores precarios, inmigrantes,
creadores locales y colectivos sociales de la ciudad de Málaga decide ocupar y habitar un
edifi cio municipal de 1881 y 2.000 m² que el Ayuntamiento pretendía ceder a empresas
del sector cultural. Nacía La Casa Invisible. Desde entonces se ha desarrollado una intensa
actividad que le ha granjeado un gran respaldo ciudadano y de importantes instituciones
culturales como el Museo Reina Sofía. Para conocer las actividades y proyectos de La
Invisible ver: http://lainvisible.net
61 >> Una de las pocas excepciones se encuentra en:
Adell, R. y Martínez, M.: ¿Dónde están las llaves? El movimiento ocupa: prácticas y contextos
sociales, Madrid, La Catarata, 2004.
62 >> El llamado movimiento okupa ha sido objeto de innumerables aproximaciones
sensacionalistas por parte los medios de comunicación, obsesionados en sus rasgos estéticos
e identitarios, lo que ha contribuido a que sea relegado al ámbito de las llamadas
tribus urbanas junto con los punkis, heavis, skins, hippies, raveros y demás categorías de
los estudios sobre identidades juveniles. Un buen ejemplo de estos últimos, con algunas
refl exiones interesantes, se puede encontrar en:
Feixa, C., et al.: Graffi tis, grifotas, okupas. Movimientos juveniles en la Península Ibérica,
Barcelona, Ariel, 2002.
63 >> Un buen resumen se las características de este movimiento, que tuvo su momento
de máximo desarrollo en los años ochenta en ciudades como Londres, Ámsterdam y
Berlín, se puede consultar en: http://en.wikipedia.org/wiki/Squatting
64 >> Para una aproximación a los movimientos contraculturales de los años setenta y su
relación con las transformaciones sociales de la época véase:
Hebdige, H.: Subcultura, El signifi cado del estilo, Barcelona, Paidós Ibérica, 2004.
65 >> Sobre la noción de devenir minoritario elaborado por Gilles Deleuze y Félix Guattari
y su aplicación al estudio algunos movimientos de los años setenta véase:
Guattari, F. y Rolnik, S.: Micropolítica. Cartografías del Deseo, Madrid, Trafi cantes de Sueños,
2006.
66 >> Negri, A.: La fábrica de porcelana. Una nueva gramática de la política. Barcelona,
Paidós, 2008.
67 >> Un buen refl ejo de esta discusión se encuentra en:
Sguiglia, N., Fernández, S., et al. (Eds.), Autonomía y Metrópolis. Del movimiento okupa
a los centros sociales de segunda generación. Málaga, Universidad Libre Experimental
(Ulex)/ Cedma, 2008. Disponible en Internet en: http://madiaq.indymedia.org/newswire/
display/74368/index.php
68 >> Ingrassia, F.: Universalismo militante. Cuatro hipótesis y una posibilidad, en Archipiélago,
n.º 73-74 : ¿Reilustrar la Ilustración? Universalismo, ciudadanía y emancipación,
2006.
69 >> Esto ha permitido que la experiencia de La Casa Invisible esté atravesada por múltiples
fi guras metropolitanas: inmigrantes, jóvenes precarios, profesores universitarios,
creadores de todo tipo, vecinos, activistas sindicales, ecologistas, hackers, etc.
70 >> Lazzarato, M.: Políticas del Acontecimiento, Buenos Aires, Tinta Limón, 2006.
71 >> La potencia de la cooperación. Dossier de La Casa Invisible. Disponible en su versión
online en: http://www.lainvisible.net/sites/lainvisible.net/fi les/DOSSIER_0.pdf
72 >> Para una aproximación a la noción de commonfare véase:
Rodríguez, E. y Sanchez, R.: Entre el capitalismo cognitivo y el commonfare. Disponible
en su versión online en: http://archive.globalproject.info/art-1235.html
73 >> Ibídem
74 >> Se puede ver la escena de “la elección de Neo” en el fi lm de los hermanos Watchoski
en: http://www.youtube.com/watch?v=PsP2LSk9wvs
75 >> La plataforma Creadores Invisibles se presenta públicamente con la ocupación, en
marzo de 2006 y coincidiendo con el Festival de Cine de Málaga, del antiguo Cine Andalucía
para denunciar el derroche de dinero público en grandes eventos y la precariedad
que atraviesa a los creadores locales. Se puede ver un video de dicha acción en: http://
www.youtube.com/watch?v=eDweqBVOcJQ.
76 >> La Coordinadora de Inmigrantes de Málaga (CIM), formada por más de una docena
de asociaciones de inmigrantes, se conforma en 2004 y desde entonces desarrolla
un intenso trabajo promoviendo procesos de autoorganización y denunciando las situaciones
de discriminación, explotación y falta de derechos que atraviesa a la población
inmigrante en la provincia de Málaga: http://inmigrantesmalaga.org/
77 >> Hoy existen Ofi cinas de Derechos Sociales en Málaga, Sevilla, Madrid, Barcelona,
Terrassa y Zaragoza, coordinadas entre sí y en muchos casos vinculadas a Centros
Sociales Autogestionados. Para una aproximación teórica sobre este proceso véase:
Lopez, S. et al: Las ofi cinas de derechos sociales: experiencias de organización y
enunciación política en el tiempo de la precariedad. Disponible en su versión online en:
http://eipcp.net/transversal/0508/lopezetal/es
78 >> Se puede conocer más la experiencia de la Ulex a través de su blog: http://ulexmalaga.
blogspot.com/
79 >> Las cooperativas y experiencias de trabajo asociado en el marco de La Casa Invisible
se pueden consultar en: http://www.lainvisible.net/?q=es/node/16778
80 >> Sobre la noción de biosindicato o sindicalismo biopolítico véase:
Ingrassia, F.: 11 ideas precarias para un sindicalismo biopolítico. Disponible en su versión
online en: http://www.sindominio.net/contrapoder/article.php3?id_article=70
81 >> Son innumerables los ejemplos en torno al papel estratégico jugado por los Centros
Sociales en la emergencia y consolidación de algunos de los movimientos sociales
y procesos de autoorganización más importantes de los últimos años en España, desde
el Movimiento de Resistencia Global (MRG) hasta el movimiento por una vivienda digna,
pasando por la organización de los MayDay (Primero de Mayo de los precarios) y el movimiento
de hacklabs y colectivos de promoción del software libre.
82 >> Si bien existen diferentes matices en cuanto a su formulación, una aproximación
sencilla y comprensible sobre la propuesta de Renta Básica se puede consultar en Wikipedia:
83 >> Para una aproximación a la propuesta de la campaña Ciudades sin Fronteras véase:
Coordinadora de Inmigrantes de Málaga (CIM): Tiempos de Desobediencia, disponible
en su versión online en: http://www.diagonalperiodico.net/spip.php?page=imprimir_
articulo&id_article=9455