Ser joven hoy, o las diferentes formas de vivir al día

Hay tres principios básicos que no deben olvidarse nunca antes de ponerse a hablar de los chicos y chicas jóvenes:

1) son la parte más cambiante de una sociedad que cambia, por lo que con facilidad lo que decimos hoy puede que no sirva mañana;

2) están definidos por multiplicidad de diversidades, por lo que pocas cosas son comunes a todas y todos, o al menos no lo son de la misma manera;

3) la desigualdad sigue profundamente presente, por lo que sigue siendo inútil intentar reducir sus formas de ser a la pura condición juvenil. (También podríamos añadir que ellos y ellas son según la persona adulta que los mire y con la pretensión con que se los mire).



La juventud es una construcción social
Jóvenes siempre ha habido, están en todas las culturas y en todas las realidades sociales. "Juventud", sin embargo, no. La juventud, como larga etapa de la vida en la que uno o una se dedica a sentirse joven y ejercer de joven, es una construcción social. No es algo necesario ni espontáneo. Para que se dé juventud han de darse dos tipos de factores. Por un lado unas determinadas condiciones sociales; por otro, una construcción cultural, generada por las personas adultas y por los propios jóvenes. Es decir, sólo cuando se dan aspectos como las crisis y los cambios tecnológicos que no precisan la rápida incorporación de las personas al mercado laboral, cuando se produce un nivel de desarrollo básico que garantiza niveles suficientemente amplios de acceso a los bienes de consumo, es posible hablar de juventud. Así, por ejemplo, no hay adolescencia sin posibilidades de alargamiento de la escolarización más allá de la infancia. Cuando alguien que está saliendo de la niñez debe dedicar sus esfuerzos a sobrevivir, difícilmente podemos decir que se dedica a ser joven. Pero, también ha de darse el elemento cultural. Es decir, unas formas de ser vividos, leídos e interpretados por las personas adultas con las que conviven y, lo que es más importante, un conjunto de prácticas culturales, de generación de formas propias de entender y sentir la vida. Se sienten formando parte de una realidad amplia que consideran juventud y producen formas diversas de serlo.

Entre los cambios socioeconómicos que se han producido en nuestra sociedad están los que tiene que ver con el alargamiento de la vida, de los años de expectativa de vida y la correspondiente reubicación de todos los ciclos vitales. Cuando sólo se espera vivir 50 años, se llega pronto a la vida adulta. Cuando las probabilidades están más allá de los ochenta, hay tiempo para otros ciclos vitales diferentes de una larga vida adulta o una interminable tercera edad. Por esa razón, entre las edades infantiles y las etapas adultas han aparecido, en las sociedades occidentales, etapas vitales destinadas a no ser ni lo uno ni lo otro. La primera de las cuestiones a aclarar es la de qué edades colocamos bajo la etiqueta. ¿Quién es joven? Con un criterio simplemente sociológico colocamos entre los jóvenes a todos aquellos y aquellas que abandonan la infancia y todavía no son considerados adultos. La dificultad en todo caso es cómo definir esto último. Cuando la pretensión es trabajar con los jóvenes solemos hablar de: preadolescencia o tiempo de trasformación adolescente (12-14 años como referencia); de adolescencia (15-17); de postadolescencia (¿); de juventud; de jóvenes adultos; de adultos jóvenes... ¿Hasta cuándo? 


Dicho de otra manera, sabemos cuándo comienza, pero el final es totalmente arbitrario. Depende de qué consideremos ser persona adulta (cuando todo el mundo se considera joven) o de qué aspectos jóvenes entendamos que son más relevantes (por ejemplo: vivir autónomamente). ¿Lo dejamos en los 30?

Sociedades adolescentes

Con cualquier propuesta de edades podemos estar de acuerdo en que hay tres grandes tramos o etapas: el periodo que tiene que ver con la adolescencia, el periodo central de la juventud y los años de emancipación o etapa final. De la adolescencia apenas hablaremos ya que su análisis ha de incorporar otros muchos elementos de índole psicológico y educativo.

En cualquier caso, conviene recordar que, aquí y ahora, se ha convertido en una etapa obligatoria para todos y todas, independientemente de cuál sea su entorno familiar, la realidad social, los condicionantes culturales. Todos y todas están obligados a dedicar unos años de sus vidas a ser adolescentes, a hacer de adolescentes como los que les rodean.

Eso todavía no resulta fácil cuando se proviene de entornos culturales en los que no hay adolescencia, en los que no estaba prevista la adolescencia. En ellos se pasaba de la infancia final a la juventud o la vida adulta por simples ritos de paso, de transición, no por apalancarse unos años dedicándose a ser adolescente. Es más o menos igual que en nuestros barrios, hace escasos años, cuando se dejaba de ser niño pasando de la escuela primaria a hacer de aprendiz de pequeño hombre barriendo un taller, o de pequeña mujer cuidándose de los hermanos o empezando a trabajar a turno en una fábrica.

Pasa con el joven gitano, por ejemplo, que un día debía de abandonar la infancia y acompañar al padre a vender, para ayudar y para aprender. O con la chica magrebí de 15 años que comentaba a su profesora: "padre dice que aquí hemos venido a trabajar no a estudiar". Son chicos y chicas para los que su entorno había previsto acabar rápidamente una infancia más bien escasa y entrar en el mundo de las personas adultas que luchan por la vida. Ni ellos y ellas, ni su familia, habían previsto hasta ahora que llegaría un momento en el que sería obligatorio ser adolescente.

En su forma de entender el mundo no figuraba este largo estadio de la vida en el que no se sabe qué pintan, en el que se dedican a pasar el tiempo, a divertirse, a estudiar, a pensar en ellos y ellas, a hacer planes de futuro. Se suponía que la educación había servido para imbuirse de las tradiciones, de las costumbres, de los modos de vida de la familia y parecen embaucados por las estéticas, los lenguajes, las actividades de jóvenes modernos que ponen en crisis todo el bagaje cultural del pasado.

En culturas en las que tienen un gran peso el respeto hacia las personas adultas, sus hijos e hijas imitan a adolescentes que ejercen su adolescencia rebelándose contra los adultos, que no repiten lo que se les enseñó sino que ejercen el 
criticismo, la libertad, la independencia. 

"Jóvenes siempre ha habido, están en todas las culturas y en todas las realidades sociales. "Juventud", sin embargo, no. La juventud, como larga etapa de la vida en la que uno o una se dedica a sentirse joven y ejercer de joven, es una construcción social".
Ellos y ellas podrían acostumbrarse a ejercer de adolescentes, pero su entorno familiar ve eso como algo inapropiado. La percepción de los riesgos y la amenaza de un futuro inapropiado, que viven todos los padres y madres de adolescentes, es en estos casos mucho más intensa. Permitirles que se hagan adolescentes no está previsto y supone un desequilibrio añadido (del mismo estilo que el que se genera en familias que, por otras razones, están en situaciones de fragilidad), es vivido como una traición cultural a las formas razonables de ser que ellos tienen.

El adolescente vivirá ante la contradicción de integrarse entre los iguales y ser rechazado por la familia, mantenerse fiel a la familia y ser rechazado por el grupo de iguales. Nos encontramos así con que una de las líneas de acción pasa por el trabajo familiar para que, estas y otras familias, entiendan un poco mejor el mundo de la adolescencia y le hagan un lugar entre sus formas de entender la vida, sin incrementar sus angustias y sus desequilibrios.


LA CONDICIÓN JOVEN HOY 
Si hablamos ya de jóvenes, podemos considerar algunas de sus características dominantes, producto en gran medida de los contextos sociales en los que se producen. Sin olvidar en ningún momento su diversidad, podemos destacar algunas de sus grandes características.

Jóvenes del tercer milenio


 
En una sociedad en profundo cambio, lo primero que debemos destacar es que gran parte de las formas de ser joven hoy (identidades, actitudes, comportamientos, etc.) son muy diferentes de las de los años 70 y 80. Estos cambios han hecho incluso que las diferentes teorizaciones sobre la juventud hayan sufrido cambios y confrontaciones.

Para algunos estudiosos del tema se había puesto antes un excesivo énfasis en la 
consideración de la juventud como periodo de transición, como recorrido hacia la vida adulta. Ahora, se ha pasado a insistir en la juventud como una etapa vital con sentido en sí misma. Ser joven es ser joven y no intentar ir acercándose hacia la vida adulta. 

"Gran parte de las formas de ser joven hoy (identidades, actitudes, comportamientos, etc.) son muy diferentes de las de los años 70 y 80. Estos cambios han hecho incluso que las diferentes teorizaciones sobre la juventud hayan sufrido cambios y confrontaciones".
"En general, los jóvenes actuales, a pesar de estar más formados, no promocionarán socialmente más que sus padres".
De una manera u otra, la juventud actual sigue siendo un conjunto de años en los que se dan procesos para adquirir un puesto en la sociedad y para emanciparse del núcleo familiar. La juventud es un proceso de emancipación y autonomía con respecto al mundo familiar y al mundo del trabajo. Las condiciones en las que éste se produzca condicionan las formas de ser joven. Esas condiciones han cambiado en los últimos años y los procesos se han hecho más lentos y complejos.
 
La primera constatación a hacer es la de que el grupo joven está perdiendo peso y su posición social se está debilitando. La caída de la natalidad que se inició en las décadas anteriores se nota ya en las edades jóvenes y se agudizará en los próximos años. No sólo cada vez hay menos jóvenes, sino que su peso, en una sociedad envejecida, cada vez es menor.

En Cataluña, desde donde escribo, por ejemplo, los jóvenes (15-29) son en la actualidad un 23 %, pero en el 2010 serán ya sólo el 14 %, menos todavía unos años después. La reducción del volumen y del peso relativo, conduce poco a poco a sociedades que restan importancia a ocuparse de los jóvenes y, por lo tanto a diseñar política adecuadas para ellos y ellas.


En precariedad continua

Una parte de las grandes trasformaciones producidas en los últimos años en la realidad de los jóvenes tiene que ver con los cambios producidos en el mundo del trabajo. Ya no se da aquella vieja situación de los años 60 y 70 en la que se distinguían fundamentalmente dos tipos de trayectorias laborales: las de los jóvenes de las clases medias que podían aplazar su incorporación laboral y las de los jóvenes obreros que forzosamente experimentaban una presión para incorporarse con rapidez. En la actualidad con procesos de larga duración para todos y todas, predominan secuencias mucho más desestructuradas, con crisis y tensiones, o secuencias de aproximaciones y tanteos sucesivos.

En este sentido, los jóvenes no son otra cosa que el sector más afectado por los cambios que se han producido en las relaciones laborales, hoy marcadas por la precariedad y la discontinuidad. Los jóvenes actuales siguen teniendo mayores tasas de desocupación (el doble) que las personas adultas y, cuando consiguen trabajo, su relación laboral está marcada por:

- La inseguridad sobre su continuidad en el trabajo (el 55% de los asalariados son temporales (1) y dos terceras partes de los ocupados llevan menos de un año en su trabajo). La relación contractual es por lo tanto muy débil y difícilmente pueden plantearse reivindicaciones o protestas.
- Los ingresos son muy bajos (los que ganan 140.000 Pts. o más son escasamente una cuarta parte).
- La protección social que reciben es muy escasa, de tal manera que muy pocos cuentan con prestaciones por desocupación.


Llenos de estudios pero viviendo con la familia 
Esta situación laboral se produce curiosamente cuando la sociedad española tiene la generación de jóvenes con más años de estudio que nunca. Entre los jóvenes de 25 a 29 años hay el doble de titulados universitarios que entre los adultos. Por cada persona adulta activa hay cinco jóvenes de más de 20 años que han cursado estudios secundarios. Las ocupaciones de los jóvenes no reflejan su formación.

Las relaciones entre formación y ocupación han cambiado. Las titulaciones no sirven directamente para ocuparse, pero acaban actuando de mecanismo de selección ya que para cualquier trabajo suponen un filtro que elimina a los menos preparados.

Para hacer de bombero no se necesita título universitario pero los que lo tiene acceden con mayor facilidad que los que no lo poseen. A la inversa, la baja formación y la nula titulación sí que son mecanismos segregadores. Los jóvenes que se encuentran en esa situación están más desocupados y con trabajos en peores condiciones. En general, los jóvenes actuales, a pesar de estar más formados, no promocionarán socialmente más que sus padres.

Esta situación ha tenido un fuerte impacto sobre los procesos de emancipación. Entre el 70 y el 80% de los chicos y chicas jóvenes sigue viviendo en el hogar de origen (todavía más de la mitad entre los 25 y los 29). Sólo falta añadir las dificultades para acceder a la vivienda para que esta situación se refuerce. Felices pero día a día  Todo esto no quiere decir que los chicos y chicas jóvenes actuales vivan en tensión o dominados por las tensiones. En casi todas las encuestas aparece que una gran mayoría de ellos y ellas vive su situación como satisfactoria o buena. Pero ha supuesto grandes trasformaciones en otros aspectos. La emancipación no es el objetivo prioritario y aparecen nuevos intereses, nuevas centralidades para la vida, nuevos comportamientos.

El trabajo ha dejado de ser el centro y por lo tanto el eje a partir del cual se construye la identidad. Los amigos, el tiempo libre o incluso la familia lo han substituido. Actúan, viven y son mucho más en función de los tiempos de ocio que de las actividades laborales. Trabajar incluso tiene ya, para muchos, otra finalidad: obtener recursos para poder pasárselo bien. La identidad pasa ya mucho más por el ocio y el consumo.

No se trata de que todos y todas se hayan vuelto materialistas, ya que es entre la población joven actual donde pueden encontrarse mayor presencia de valores que tienen que ver con lo no material: las relaciones humanas, los afectos, la solidaridad concreta. Pero también ha supuesto la modificación de los comportamientos en relación con el tiempo.

Ha aparecido el "presentismo" como forma de vivir sin pensar en un futuro difícil de pensar y planificar. Se trataría de la versión juvenil de las culturas de la supervivencia, propias de los grupos sociales que siempre han vivido inmersos en la precariedad económica y cerca de las situaciones de exclusión. Han aprendido y aceptado que debe vivirse al día (muchos jóvenes que no saben nada del latín entienden y usan la frase "carpe diem").

Es en ese contexto donde cobran sentido la mayoría de sus comportamientos, sean o no problemáticos. Desde la conducta sexual a los diferentes usos de drogas, desde la movida del fin de semana a los diferentes estilos de vida o las culturas y tribus juveniles. La diversidad de trayectorias, su alargamiento, su precariedad y sus riesgos, el largo tiempo dedicado a hacer de estudiantes, las dificultades para la emancipación, etc., resitúan las formas de ser joven, desplazan la satisfacción a otros ámbitos de la vida.

Todavía desiguales
 

En este resumen parcial, me queda por destacar todavía las diferencias. He comenzado recordándolas y acabo revisándolas.

Después de tener en cuenta las edades, hay que tener en cuenta el territorio. La juventud no está distribuida uniformemente, se da una mayor concentración urbana, en determinadas periferias de las grandes ciudades y es muy diversa dentro de cada barrio o pueblo. Pero hay dos grandes diferencias que tienen todavía un peso determinante: el sexo y la condición socioeconómica.

Aunque la realidad de las chicas jóvenes es muy diferente a la de las mujeres adultas, su posición en relación con los chicos de la misma edad sigue estando discriminada. Por cada mujer adulta ocupada hay dos jóvenes ocupadas. Además su nivel de incorporación a los estudios no sólo ha aumentado espectacularmente sino que ha superado hace tiempo al de los chicos. Hoy hay más tituladas que titulados superiores, más chicas que chicos con estudios secundarios y, de promedio, las chicas jóvenes han estudiado al menos un año más que los chicos.

Pero, a pesar de su mayor formación, su situación en el mercado laboral es más precaria: les afecta más el paro, la temporalidad y las bajas condiciones económicas (salvo en algunos niveles técnicos donde ya están superando al número de chicos ocupados). Las tasas de emancipación parecen ser algo mayores, aunque es muy posible que no sea otra cosa que un paso de la de dependencia familiar de origen a una nueva dependencia de pareja.

Las condiciones sociales de origen siguen siendo también un fuerte factor de diferenciación entre los jóvenes. Estudiar más años, acceder a los estudios universitarios, sigue dependiendo de las condiciones sociales de la familia. Por cada hijo o hija de trabajadores que está en la universidad hay cuatro de las clases medias o profesionales. Por eso las formas de acceder al mercado laboral, el tipo de trayectorias de inserción y de emancipación dependerán de las condiciones socioeconómicas del grupo familiar.

A pesar de la precariedad laboral, muchos jóvenes de categorías o de clases socioeconómicas bajas, no diré ya de los grupos marginales o en proceso de exclusión, se ven empujados a entrar en el mercado laboral de cualquier manera. No pueden depender, vivir totalmente a expensas de su grupo familiar. Aún siendo adolescentes o jóvenes como sus colegas de edad no pueden ejercerlo de la misma manera, no tienen la misma cantidad de tiempo para intentarlo. Para muchos los itinerarios serán complicados y a menudo erráticos durante mucho tiempo.

Notas: (1) Datos referentes a Catalunya. Ver estadísticas en "Observatori Cátala de la Joventut".www.gencat.es/joventut Las diferencias territoriales son importantes, pero tienen el mismo sentido y características que las que aquí se comentan.

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