Esther Vivas | Público
El capitalismo es el mejor garante de la democracia. O eso nos han dicho desde siempre. La realidad, pero, contradice esta afirmación. La crisis nos lo muestra cada día.
Hoy, cuando la gente sale a la calle, se manifiesta frente al Congreso, ocupa viviendas vacías, hace escraches, se pone en huelga y busca llevar la democracia hasta sus últimas consecuencias, desde el poder se dice a quienes se levantan en pro de la justicia social que son antidemócratas, colpistas y filofascistas. La democracia actual es incapaz de asimilar las aspiraciones plenamente emancipadoras y democráticas de la gente. La descalificación y el insulto es el recurso de quienes ya no convencen con sus embustes. Mintieron por encima de sus posibilidades y se les acabó el crédito.
A más capitalismo, más mercados, menos democracia. Así lo vimos en noviembre de 2011, cuando asistimos en Italia y en Grecia a golpes de Estado efectuados por los mercados. En Italia, sus ciudadanos no tuvieron el “honor” de echar al primer ministro Silvio Berlusconi, fueron los mercados quienes lo sacaron del Gobierno y colocaron en su lugar a Mario Monti, un exGoldman Sachs. En Grecia, Yorgos Papandréu fue sustituido, en un visto y no visto, por Lucas Papademos, exvicepresidente del Banco Central Europeo. Hombres de Goldman Sachs ocupan puestos claves en toda la Unión Europea. Banqueros disfrazados de políticos siempre dispuestos a cobrarnos a todos la factura de su crisis.
Antes de perder la butaca, Papandréu, como buen político profesional, intentó por todos los medios mantener el puesto e incluso amagó con convocar un referéndum sobre las medidas de ajuste (¡a buenas horas!). La palabra referéndum, pero, puso muy nerviosos a los mercados and co. (sólo hace falta repasar la hemeroteca de esos días): ¡Qué es esto de que los griegos opinen sobre los ajustes de La Troika! Finalmente, la consulta no se realizó. Emulando al Último de la fila, y reversionando uno de sus temas: cuando los mercados entran por la puerta, la democracia huye por la ventana.
El capitalismo quiere una democracia de salón, una democracia para lucir los días de fiesta, una democracia florero para mostrar en su vidriera de cristal. La democracia, sin embargo, es toma de conciencia, movilización, calle, protesta, desobediencia. Nada que ver con “la ley y el orden” que quiere el capital. La democracia real está en las antípodas del capitalismo real.
Nos decían, también, que el capitalismo era el mejor garante de la justicia. Las cárceles, pero, están llenas de pobres. El Estado penal avanza a cada milímetro que retrocede el Estado social. Y la minoría que ocupa el poder político y económico ha convertido la judicatura en una marioneta a su servicio. La justicia para los de arriba nada tiene que ver con la de los de abajo. Los ejemplos son múltiples, y estos días hemos visto varios casos: desde el hundimiento del Prestige, que no tiene responsables, a una infanta imposible de imputar hasta un tortazo considerado atentado a la autoridad, por el que la Fiscalía solicita cinco años de cárcel. Y es que las tartas sientan muy mal, sobre todo a la imagen.
Capitalismo o democracia, that is the question. Apostar por la democracia y la justicia implica oponerse al capitalismo. Los derechos de la mayoría solo serán posibles acabando con los privilegios de unos pocos. La crisis, al menos, permite ver las cosas tal y como son. Las medidas de austeridad socavan la legitimidad del sistema político y de la política representativa. Cada día menos gente se cree el cuento con el que durante años nos embaucaron. Desmontadas sus mentiras, queda ahora la tarea de convencernos de que este mundo injusto se puede cambiar. De que Sí se puede.
*Artículo en Publico.es, 19/11/2013