Empoderamiento, fortalecimiento, intervención, terreno, confluencia, rendición de cuentas, tejido social, acompañamiento, capacitación. Estas son solo algunas de las palabras que habitualmente utilizan las ONG. Forman parte de su ADN. Están en la justificación de sus proyectos y en los materiales internos, pero también en los mensajes que lanzan diariamente a través de sus canales de comunicación con la sociedad. Solo hay que consultar las webs donde describen su trabajo. Un ejemplo al azar: “logramos impactos sostenibles a medio plazo en las zonas donde actuamos, con una gestión eficiente de los recursos, la participación activa de la comunidad y la implicación de las instituciones públicas”. Existen formas más sencillas de explicarlo, seguro.
Pensando en ello, hace unos días comencé a hacer una lista de términos “prohibidos” y pedí ayuda en Twitter. Gente que trabaja o está relacionada con el ámbito de las ONG, tanto de desarrollo como de acción social (más tecnicismos), me respondió con ejemplos que he ido añadiendo a la nube colectiva que encabeza el texto. El que más se repitió fue resiliencia, que no es otra cosa que la capacidad que tenemos los seres humanos para reponernos ante la adversidad, como podría ser las consecuencias de un terremoto. Luego, eso también puede explicarse de forma más sencilla.
Son muchas las personas conscientes de que, aunque el sector tiene el conocimiento, sigue fallando la forma de contar los motivos por los que deberíamos ayudar a mejorar las condiciones en las que vive una población de India, o los que por los que todos, como ciudadanía crítica, debemos luchar contra la violación de los derechos humanos de los inmigrantes que viven en España. En este post, fusiono algunas de las opiniones que he recogido al respecto estos días.
Un lenguaje críptico
“Las ONG se mueven en unos espacios tan burocratizados que olvidamos la importancia de saber explicar. El libro “El lobby feroz” recoge una regla que lo define muy bien: por compleja que sean las realidades, tenemos que saber traducirlas a ideas sencillas para que todo el mundo pueda entenderlas. Y eso es algo que no se da con frecuencia en este ámbito”, comenta Eloísa Nos, profesora de la Universidad Jaume I de Castellón y directora del Instituto Interuniversitario de Desarrollo Social y Paz. Y advierte, “a veces, detrás de esa forma tan complicada de contar las cosas existe un miedo a la sinceridad y a la transparencia”.
“Tenemos una obsesión con explicarlo todo desde todos los puntos de vista, con todos sus matices. Eso provoca que a veces nuestros discursos sean bastante oscuros. El lenguaje es una manera más de posicionarse en el mundo que también puede provocar invisibilización y desigualdad. La buena intención de representar a todo el mundo está ahí, pero tenemos que aprender a ser comunicables”, dice Alberto Casado de Ayuda en Acción. “A veces, muchos de los problemas vienen de malas traducciones de la teoría del desarrollo que no hemos sabido encajar con las palabras que habitualmente usamos en nuestro día a día”.
Nuevos enfoques, viejos conceptos
La clave está, dicen, en traducir conceptos y aplicar la pedagogía con aquellos que deberían ser asimilados por la sociedad. “Las ONG tienen sus propuestas de cambio y a veces estas chocan con los modelos que hay asentados. Es necesario detectar los discursos que se dan en la sociedad y participar en ellos. Movimientos como el 15M o la plataforma contra los desahucios nos han adelantado. A través de la pedagogía han hecho que empiecen a calar en la sociedad discursos que las ONG no se atrevían a plantear. Ahora, por ejemplo, se habla de justicia social”.
“La ciudadanía es extremadamente inteligente. Tanto las ONG como otros colectivos pecamos al pensar que tenemos cierto monopolio de ciertos conceptos y reivindicaciones”, afirma Yolanda Polo, experta en comunicación de ONGD. “Y eso es peligroso porque nos aisla más de todos los discursos sociales. Hay muchas reivindicaciones que se están presentando a nivel colectivo que de alguna manera tienen que ver con lo que venimos demandando desde hace años, pero que no ha calado por nuestro purismo críptico. El significado general de esos conceptos crípticos se los ha apropiado ahora la ciudadanía”.
A pesar de los logros, hay términos que deben seguir siendo reivindicados. “Hay conceptos que describen realidades que si no se habla de ellas no existen, un ejemplo es la violencia de género, un término que se ha incluido con el tiempo en nuestro vocabulario. Es necesario explicarlos bien eintroducirlo en nuestras rutinas comunicativas para que salten de nuestros discursos y canales y sean asumidos por la ciudadanía”, asegura Polo.
"Tenemos una responsabilidad. No podemos ponernos en modo “profesor pesado”, pero sí debemos ser muy insistentes a la hora de trasladar los debates a la sociedad para que calen”, dice Alberto Casado. “Por ejemplo, últimamente lo vemos con el lenguaje de género. Ha sido una batalla trasladar el debate y es un trabajo que conlleva tiempo, pero una vez que se haya insertado podremos relajar y normalizar, sin estar tan pendiente de si se ha escrito niño y niña, porque estará superado”.
Asistencialismo
La excesiva simplificación de los mensajes puede convertirse, sin embargo, en un arma de doble filo. “Es muy importante encontrar el equilibrio, porque a veces el mensaje ha llegado a simplificarse tanto que ha derivado en un modelo asistencialista que nos coloca por encima”, asegura Nos. A lo que Yolanda Polo añade, “tenemos que hacer una autocrítica importante. Hemos caído mucho en clichés y enfoques asistencialistas. A veces ha primado más la recaudación de fondos y una comunicación de marketing más que para el cambio social. La nueva realidad y las nuevas formas de construir discursos colectivos nos ha pillado con el paso cambiado".