25S. Su democracia, la nuestra

Cada vez hay más gente que cuestiona la calidad de la democracia actual, en la que los políticos aplican recortes sociales contra la voluntad de la gran mayoría de la población. David Karvala (@davidkarvala) argumenta que “una democracia real” sólo es posible mediante un cambio fundamental hacia la justicia social.




Democracia significa literalmente “el poder del pueblo”. En la práctica, hoy en día, se suele identificar con la existencia de un sistema parlamentario con elecciones multipartidistas. Estos partidos siempre incluyen al menos a uno que representa claramente a la clase dirigente; en el Estado español, el PP; en Gran Bretaña, el partido conservador, etc. En América Latina, durante muchos años, la alternancia se daba entre dos partidos de la clase dirigente; hoy en día sigue siendo así en EEUU, entre los republicanos y los demócratas.

E incluso donde hay partidos de izquierdas, éstos parecen incapaces de cambiar nada fundamental. Cuando un partido socialdemócrata gana unas elecciones, se olvida de sus (tibias) promesas de cambio, y se dedica a gestionar el sistema capitalista; ahora los nuevos partidos reformistas, como el Partido de los Trabajadores brasileño, hacen lo mismo. Por otro lado, si un partido más combativo llega a tener posibilidades electorales, los medios de comunicación capitalistas lo atacan. Y si, finalmente, gana e intenta aplicar un programa mínimamente radical, el acoso empeora, llegando hasta golpes de estado, como la sublevación franquista de 1936, el golpe de Pinochet contra Allende en Chile en 1973, o los varios intentos contra Chávez en Venezuela.

El problema es tan antiguo como la propia “democracia burguesa”, una descripción que capta mejor que “democracia” a secas las contradicciones del sistema vigente. En ella se combina la forma del “poder del pueblo” —las elecciones— con la realidad del poder en manos de la clase capitalista, la burguesía. Ahora, sin embargo, ante la grave crisis, el elemento democrático está más amenazado que nunca.

La democracia en peligro

La democracia burguesa siempre ha estado sujeta a una condición tácita: que los intereses de la burguesía deben prevalecer. Durante mucho tiempo, en gran parte del planeta, la democracia fue incompatible con el capitalismo, y la clase dirigente gobernó mediante diferentes tipos de dictadura; los países democráticos —parte de Europa occidental, Norteamérica…— fueron la excepción. Recientemente, parecía que la situación había mejorado, y que el sistema económico podía convivir con sistemas parlamentarios más o menos reales, en cada vez más países. Pero la crisis actual pone en cuestión la democracia burguesa, incluso en países de la UE: o mejor dicho, especialmente en éstos.

La raíz del problema es que el poder real lo tiene el capital, no las instituciones. Así que cuando “los mercados” (es decir, los grandes inversores) exigen recortes, los gobiernos los aplican. En un sistema parlamentario, por supuesto, pueden perder las siguientes elecciones. Pero los nuevos gobiernos suelen acabar aplicando políticas casi idénticas. Cuando todos los partidos institucionales pierden votos y ya no pueden gobernar solos, se juntan en “gobiernos de unidad”, eliminando así incluso la apariencia de alternancia.

Durante la crisis se ha visto en la práctica cómo la UE carece de bases democráticas. Los dirigentes del gran capital no tienen que llamar directamente a los ministerios para comunicar sus exigencias; esta función la cumplen los comisarios europeos, a los que nadie ha votado. “Europa” aplica condiciones de rescate que no han sido acordadas por ninguna población europea, mediante ninguna votación. Esto puede llegar hasta el extremo de cambiar un gobierno a instancias de “Europa” y para aplacar a los mercados (gran capital), como ocurrió con la implantación de “gobiernos tecnócratas” en Grecia e Italia.

Todo esto quita legitimidad a los gobiernos, haciendo que la gente esté aún menos dispuesta a aceptar sus dictados. Un sector de la burguesía empezará a plantearse la opción de prescindir de la democracia del todo. Para dar tal paso, normalmente no tienen suficiente con las fuerzas represivas “normales”. Si existen grupos nazis, los pueden utilizar para complementar a la policía. En Grecia, sin que la burguesía en general haya optado por el fascismo, la policía ya actúa a menudo en colaboración con los nazis de Amanecer Dorado. Esto nos advierte de la urgencia de crear movimientos amplios antifascistas en el Estado español.

En cualquier caso si hasta ahora la democracia ha sido muy limitada, todos los indicios son que la situación irá a peor. Nunca ha sido más necesario luchar por una democracia real.

Democracia real, ¿dentro del capitalismo?

Desde la irrupción del movimiento 15M, se ha generalizado la exigencia de un cambio, de una “democracia real”. Como en cualquier movimiento vivo, hay ideas diversas. Entre sus propuestas solemos encontrar la “eliminación de los privilegios de la clase política”, quitándoles inmunidades y reduciendo sus salarios; democracia participativa y referéndums; cambios en el sistema electoral, etc.

Muchas de éstas serían positivas, otras no tanto. Algunas demandas van dirigidas a eliminar o reducir las autonomías. Es verdad que éstas no han resuelto la cuestión nacional, pero volver a la “España: una, grande e indivisible” de Franco no sería un avance. De hecho, es un ejemplo de cómo algunos grupos de derechas se han aprovechado de la amplitud del movimiento 15M para colarse y difundir sus ideas. No es un motivo para criticar a todo el movimiento, pero sí lo es para estar al tanto de las propuestas que se adoptan y con quiénes trabajamos.

Pero dejando aparte las ideas de derechas, lo chocante de estas propuestas es lo limitadas que son; no llegando a tocar el problema fundamental. En la Atenas antigua, los ciudadanos se reunían en las plazas para tomar las decisiones; seguramente sus estructuras eran mejorables. Pero su limitación clave no era de procedimiento, sino el hecho de que todo se basaba en la esclavitud. Incluso proponer que los esclavos también votasen sería irrelevante; si no dejaban de ser esclavos, no podrían disfrutar de la democracia.

Hoy en día se aplica el mismo principio. Si no se acaba con las enormes desigualdades sociales, no habrá una democracia real. No hay democracia si la mayoría tiene que venderse a los amos capitalistas bajo una esclavitud asalariada. Las propuestas de cambios políticos a menudo van acompañadas de otras propuestas económicas, pero éstas suelen referirse a aspectos específicos del sistema, como los abusos de los bancos, no al capitalismo en sí. Y es cada vez más evidente que la mayor amenaza contra la democracia, así como el bienestar de la humanidad y nuestra supervivencia en el planeta, es el propio capitalismo.

Democracia, justicia social, revolución

Dicho esto, “acabar con el capitalismo” es un objetivo, pero no es una propuesta concreta de acción. ¿Cómo podemos combinar la lucha aquí y ahora por mejoras democráticas con este objetivo a largo plazo? Precisamente combinando la demanda de democracia con la lucha colectiva por la justicia social. No se trata de diseñar una arquitectura democrática perfecta para un mundo perfecto inexistente. Más bien, necesitamos propuestas que hagan avanzar nuestras luchas por el control sobre nuestras vidas, que es el significado real de la democracia.

Por ejemplo, muchos activistas abogan por referéndums. Pero una votación individual, en base a un debate inexistente o bien dominado por las tertulias televisivas, no nos hace avanzar en absoluto. En cambio, un proceso de consulta social, organizado desde abajo, puede ser una buena manera de crear movimiento. Mucho mejor, sin embargo, sería crear estructuras de debate y de toma de decisiones colectivas. Hay buenas experiencias de asambleas en los barrios que se deberían mantener, pero se deberían crear las estructuras democráticas allí donde la gente se reúne de manera espontánea. Sobre todo, en el lugar de trabajo; a pesar de las grandes cifras de paro, millones de personas siguen acudiendo cada día a trabajar.

Esto tiene otra ventaja esencial. Las propuestas más interesantes de cambio democrático ponen en cuestión el poder existente, pero carecen de la fuerza para implementarse. En cambio, la clase trabajadora, si se organiza, tiene la capacidad de parar el sistema, de prescindir de la clase capitalista, y de llevar a cabo la producción por sí misma. Es lo que se llama revolución, y es un paso esencial para conseguir una democracia de verdad; sin el dominio de las grandes empresas y bancos, ni de las estructuras que ellos promueven.

Todos los sistemas políticos son la expresión de la clase que controla la producción, desde las sociedades antiguas del esclavismo hasta el capitalismo. La única manera en que la mayoría, el 99%, en la terminología del movimiento Occupy de EEUU, podamos llegar a disfrutar de una democracia de verdad es si tomamos el control de la producción.

La democracia real significa el poder en manos del conjunto de la clase trabajadora en toda su amplitud; desde las personas que trabajan en fábricas, oficinas y hospitales, hasta el alumnado de las escuelas, la gente mayor o las personas paradas

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