Libro interesante, de lectura densa pero gratificante. Escrito desde presupuestos feministas, rescata del olvido al que condena la misoginia que aún impregna muchos estudios históricos la caza de brujas, una guerra contra las mujeres que duró dos siglos y es un punto decisivo en la historia de las mujeres.
Zabaldi en Coordinadora Feminista
Silvia Federici une en el título dos personajes legendarios, Calibán y la bruja. La bruja no precisa de mayor aclaración pero quizás sea conveniente recordar que Calibán es personaje shakesperiano que más tarde ha sido resignificado de diferentes maneras en América. Nos quedamos con la interpretación del poeta martinicano Aimé Césaire o la del crítico cubano Fernández Retamar que lo convierten en un símbolo de los pueblos colonizados en su lucha por la independencia o incluso de los condenados de la Tierra. Junto a Calibán, la bruja, ambos, personajes simbólicos que se enfrentan al orden establecido, sea el imperio colonial o la incipiente clase burguesa.
El libro trata dar respuesta desde una perspectiva feminista a algunas preguntas inquietantes ¿Por qué una matanza como la caza de brujas que supuso el asesinato de centenares de miles de mujeres en Europa y América ha merecido tan poco interés por parte de quienes estudian la historia? ¿Qué puede explicar semejante campaña de terror contra las mujeres? ¿Por qué hubo tan poca respuesta por parte de los hombres a esta matanza de mujeres? A esas y otras preguntas responde Federici situando el problema en la transición al capitalismo y en las luchas que libró el proletariado medieval -pequeños agricultores, artesanos, jornaleros- contra el poder feudal en todas sus formas. Las mujeres forman parte de ese proletariado y van a participar activamente en la lucha contra la privatización de los bienes comunales que sacuden Europa a finales de la Edad Media y que transforma profundamente la vida de los siervos. En la época medieval, el trabajo estaba organizado en función de la subsistencia, la división sexual del trabajo era menos acusada que en el sistema capitalista, no existía una separación social entre la producción de los bienes para vivir y la reproducción. El resultado más importante en términos sociales de estas transformaciones fue la sustitución de los servicios al amo por pago en dinero, la monetarización del trabajo, la proletarización de muchos siervos con especial incidencia en la vida de las mujeres que vieron disminuido su acceso al dinero y a la posesión de la tierra.
El florecimiento de numerosas herejías se puede considerar como otra manifestación de la resistencia a estos cambios. No es casual la amplia participación de las mujeres en los movimientos heréticos y el papel importante que desempeñan en muchos de ellos. Herejía y brujería, la segunda practicada mayoritariamente por las mujeres, se unieron frecuentemente. El poder combatió con furia las diferentes herejías y a mediados del XV se celebran los primeros juicios a brujas en varios países europeos. Se inicia así la contrarrevolución, una de cuyas consecuencias fue el desarrollo de una misoginia manifestada, por ejemplo, en que la violación de las mujeres proletarias deja de considerarse en la práctica un delito en muchas ciudades europeas. La degradación de la situación de las mujeres, su “domesticación” y la redefinición de la feminidad y la masculinidad en este periodo vienen marcados por la expulsión de las mujeres de los espacios públicos y la consideración de que representan un peligro para el nuevo orden social. Y ewspecialmente las brujas, mujeres campesinas pobres en su mayoría, van a ser objeto de una persecución implacable.
La clase dominante europea lanzó una ofensiva global que a lo largo de casi tres siglos establecería las bases del sistema capitalista mundial. Parte importante de la estrategia fue lo que Foucault denomina el “disciplinamiento del cuerpo” para convertirlo en fuerza de trabajo sumisa. Las estrategias para conseguirlo fueron muy violentas e incluyeron miles de ejecuciones. Entre ellas hay que contabilizar la quema de brujas, un ataque a las mujeres por su resistencia a la difusión de las ideas capitalistas y el poder que habían logrado gracias a su sexualidad, el control de la reproducción y su capacidad de curar. Se considera que estos conocimientos van en sentido contrario a la nueva disciplina laboral. El apogeo de esta persecución, coincide al otro lado del Atlántico con la colonización y la consiguiente explotación y extermino en algunos casos de las poblaciones originarias. Los colonizadores ven en ese continente una fuente inagotable de fuerza de trabajo esclavo. Allá el equivalente a las brujas serán los indígenas o la gente esclava llevada desde África. Junto a las brujas, los rebeldes calibanes se convierten en el objetivo de las persecuciones.
Una curiosidad que recoge la autora. Respecto a la actitud de los hombres ante este ataque a las mujeres hay poca documentación. La única excepción se refiere justamente a Euskal Herria. En 1609, cuando los pescadores de Donibane Lohizun en plena campaña del bacalao supieron que sus esposas, madres e hijas eran víctimas de torturas, incluso ejecutadas, terminaron la campaña dos meses antes y armados de garrotes lograron liberar un convoy de brujas que eran llevadas a la hoguera.
Federici destaca, contra la extendida creencia que surge con la Ilustración de que la caza de brujas fue un fenómeno de los años “oscuros” medievales, que la quema de brujas se produjo fundamentalmente durante los siglos XVI y XVII, mientras se asienta el capitalismo y se inicia la Edad Moderna. Y no solo en los países católicos del sur de Europa sino también en los del centro y el norte y en América. Las élites europeas se dotaron de un vasto soporte legal e ideológico para justificar la represión que impuso el orden económico capitalista y patriarcal en la que participaron activamente las iglesias y los poderes civiles con la inestimable ayuda de filósofos, juristas y otros especímenes semejantes.
Fuente: Zabaldi
Publicado por Traficantes de Sueños