Tomar la plaza hace un año desató una
situación imprevisible. Aquel mes de quiebra de la normalidad y de la
obediencia nos ha nutrido, todo un año, con la circulación de una
simpatía que va mucho más allá de la multiplicación de los grupos, las
asambleas de barrio y los sectores en lucha.
Podríamos decir que esta simpatía es
la expresión sensible del deseo, ampliamente compartido, de cambiar de
raíz el orden de las cosas. Un hombre sabio ha dicho últimamente que el
deseo de una Revolución nunca había estado tan extendido, y que, a la
vez, nunca había sido tan difícil imaginar cómo hacerla.
Primera parte: un doble punto de partida.
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Existe una tensión en el interior del
movimiento 15 M, una tensión entre dos herencias historicas, entre dos
posiciones o tendencias. Esta tensión sólo puede resolverse desde
dentro.
Esta tensión se encuentra en el
interior mismo de algunas frases que han determinado nuestro proceso:
“Sin sindicatos y sin partidos” y “No violentos”.
Las dos posiciones están encarnadas por dos figuras: el ciudadano radical, y el revolucionario cualquiera. Estos son los dos polos de atracción que tensan la cuerda del movimiento.
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El ciudadano radical cree que todavía es posible salvar un ideal del Estado que, con la Revolución Francesa, nace como ideal
de progreso, desarrollo e integración de todos y cada uno de sus
habitantes. Un ideal que fantasmagóricamente algunos creen ver encarnado
en el Estado del Bienestar posterior a la carnicería, a la masacre de
masas, de la 2ª Guerra Mundial. La cuestión es que, históricamente, la
política de exterminio nunca ha sido extraña a los ciclos de
“crecimiento” del capitalismo.
Sin embargo, el ideal del
ciudadano radical quiere que en el poder democrático haya un fondo de
racionalidad y moralidad universal. Si esto fuera así la indignación moral, el grito y las propuestas razonables serían fuerzas transformadoras. Desgraciadamente esto no es así.
De hecho, este ideal vio combatida su materialización
desde el principio: por eso la historia de los siglos XIX, XX y XXI,
está sembrada de insurrecciones, revoluciones, guerras y guerras
civiles. No es solamente una cuestión de oprimidos o proletarios, son
también otras dos figuras, primero, la del refugiado, y décadas después, la del migrante, las que delatan sensiblemente que los mismos gestores del Estado hace ya casi un siglo que han renunciado a ese “ideal”.
En la fase actual de este proceso desastroso el sistema tiene más que asumido que su supervivencia implica deshacerse de un gran excedente de población:
este problema se enfrenta destruyendo las condiciones de vida, o las
vidas pura y simplemente (recortes, planes de austeridad, operaciones
militares, guerra de masacre).
La realidad es así de brutal. Aunque,
a veces, no mirarla de frente nos hace la vida más fácil, también es la
manera más fácil de terminar pagándolo muy caro.
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El ciudadano radical desconfía de las
viejas formas políticas -sindicatos y partidos-. Por eso se reconoce en
la frase “sin sindicatos y sin partidos” ; pero, para dicha figura, no
es que “nadie nos representa”, sino que “el gobierno no nos representa mientras no se atenga a razones” -algo así dice el llamamiento internacional al 12M/15M-.
Podemos resumir su posición en dos puntos:
a) En primer lugar, se basa
en la iniciativa individual, en el compromiso individual (consumo
responsable, consumo ecológico, y mil otras iniciativas en las que uno puede
participar). El ciudadano es una figura que parte de la quiebra de lo
común más allá de la familia, es una figura que se funda en una relación
singular con el Poder, al que otorga realidad cuando lo interpela –
para protestar -, o cuando le responde – a través del voto secreto, el
trabajo, la compra, declarándose “deprimido” o haciendo la declaración
de impuestos -. Es cierto que esta relación individual otorga al
ciudadano integrado un poder, un poder-hacer basado en sus
conocimientos, su trabajo, sus relaciones, sus bienes, su dinero. —– El
ciudadano radical quiere enfrentar individualmente la
degradación de sus condiciones de vida, se resiste a perder “sus
bienes”, lo cual es del todo razonable. Y, sin embargo, lo hace en base a
un ideal obsoleto, y según unas formas de lucha inadecuadas,
que lo conducirán, a través de su posición reformista, sea al desastre,
sea a una nueva forma de fascismo por venir.
b) Por otro lado, su posición se funda en el intento de volver a moralizar el Poder. La Ilustración introdujo esta confusión en la concepción occidental de lo político: como si las Leyes, los Derechos, y
los Aparatos extremadamente violentos que los hacen respetar, fueran
expresión de lo razonable, expresión de una moral universal, y no, como
sabemos, la expresión de relaciones de fuerza.
Expresión escrita e institucional de relaciones de fuerza que es “dejada atrás” en la práctica,
en la cárcel, la comisaría, el juzgado o la calle, cuando la situación
lo requiere, tal y como recordó últimamente el actual Conseller
d’Interior catalán, el infame Sr. Puig. A pesar de que parece absurdo
abundar sobre estas cuestiones, de sobra conocidas, más absurda aún
parece la adhesión del ciudadano radical a la posición moral de la
“indignación”, su alergia a intensificar el conflicto en base a un
“pacifismo agresivo”, y su creencia en que, cuando el Titánic se hunde,
es hora de protestar, o de salvar las maravillosas tumbonas de cubierta.
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En el otro polo graviatorio del movimiento se levanta la figura sin rostro del revolucionario cualquiera.
Aquí, el movimiento encuentra un
punto de partida que, como un extraño salto temporal, nos situa en la
herencia directa del momento revolucionario más álgido vivido en Europa
durante los años 70: las luchas autónomas en Italia.
A través de este salto temporal
entramos en relación, no solamente con estas luchas, sino con lo mejor
de nuestra Historia. La figura cualquiera de toda una constelación de
insurrecciones y revoluciones derrotadas, es decir interrumpidas. Nada
hay menos neutral que la memoria que nos debemos.
Algunos, que piensan la Historia en
tiempos muy breves, — haciendo recomenzar la historia del mundo, por
ejemplo, cada década –, tal vez se sorprendan ante semejante afirmación.
Sin embargo, fijémonos en las prácticas que estamos llevando adelante:
ocupaciones de casas y de espacios para organizarnos ; comités barriales
de apoyo mutuo y asambleas de barrio ; asambleas y cordinaciones
laborales ; autorreducción de facturas, visible hoy, de momento, en los
transportes, con iniciativas como Yo No Pago, MeMetro, o el pirateo del
código de las tarjetas de transporte en Barcelona. ─Si portadas y pantallas no llegan a cegarnos, podemos observar, en nuestras ciudades del sur, el efecto de una ilegalidad de masas invisible:
efecto que reconocemos en la profusión de alarmas, cámaras y seguridad
privada entorno a ropa, comida, bebida, aparatos electrónicos, libros…;
visible asímismo en los dispositivos de seguridad y las campañas contra
el fraude en el transporte metropolitano.
También las expropiaciones forman parte de nuestro repertorio de acciones, o las manifestaciones más o menos salvajes. Así como la insistencia en la importancia de comunicación y coordinación frente a la forma anquilosada de la organización clásica, propia de Partidos y Sindicatos.
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No son solamente las prácticas,
también en algunas frases que compartimos encontramos una herencia
directa con las luchas autónomas: En efecto, “sin sindicatos y sin
partidos”, pero, paradójicamente, también “no violentos”. Separamos la
frase en dos partes para diferenciar las potencias de los límites.
La línea de potencia: “Sin
sindicatos y sin partidos”, o como también se coreaba: “Ningú. Ningú.
Ningú ens representa, ningú…!” (¡Nadie. Nadie. Nadie nos representa,
nadie…!) Esta es una línea de potencia porque nos empuja a experimentar,
a buscar maneras de compartir, de organizarnos, de coordinar nuestras
fuerzas. Afirmar esta posición nos empuja, de nuevo, a romper con las
formas mayores de organización que la pareja de espectros danzantes de
un mundo en ruinas, el movimiento obrero y la utopía liberal, han traído
hasta nosotros: partidos y sindicatos que nacen con el siglo XIX y cuyo
cadáver vemos caminar hoy a pie firme ante nosotros, al inicio del
siglo XXI.
Un límite interno al movimiento está en persistir en autodefinirse como “No Violento”. Me gustaría citar aquí a un viejo estratega chino:
“La
flexibilidad es vida ; la rigidez muerte. La debilidad atrae el socorro,
la fuerza el rencor. La flexibilidad tiene su razón de ser, la rigidez
la suya ; la debilidad su campo de aplicación, la fuerza el suyo.
Acumula estos cuatro regímenes de la acción y domina su juego a
conciencia.”
Flexibilidad, rigidez ; debilidad, fuerza. Cuatro regímenes de la acción que una estrategia mayor necesita conocer y dominar.
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Dentro de esta posición, definirse, a
la vez, como un movimiento “sin sindicatos, sin partidos”, y como “no
violento”, sitúa la cuestión de la violencia en la línea de lo que
sucedió en Italia, y en otros lugares, a finales de los años 70. Sin embargo algunos creemos que es a través de una mala interpretación.
Porque, si es verdad que el ritual y la práctica de la violencia son
indisociables de las luchas autónomas, también lo es que fue cierta
intensificación acelerada de la violencia, hasta cotas insostenibles
para el movimiento, lo que propició su derrota. Aceleración e
intensificación proveniente de una fracción que sentía la riqueza y
diversidad del área autónoma como algo bastante extraterrestre. Hay que
tener en cuenta, además, la mediación imposible entre el viejo
movimiento obrero, incluso de los obreros autónomos, y unas luchas
autónomas dominadas por un sentimiento de extrañeza radical respecto a
la fábrica y al mundo de la fábrica – lo que les lleva a desertarla -
; luchas autónomas portadoras de una sensibilidad, de unas formas de
combatir, de habitar y de compartir directamente políticas, es decir en
guerra contra el mundo, siendo, a la vez, formas completamente extrañas a
la tradición obrerista.
Si el viejo movimiento obrero
es entonces derrotado, incluso en sus mismas condiciones materiales de
existencia, la gran fábrica ligada al barrio popular ; la clase obrera,
vector subjetivo y político, que desaparece en la travesía del desierto
de los años 80… sólo podrá reaparecer bajo formas nuevas, recomponerse,
en otra parte, como un nosotros que toma partido contra el mundo presente.
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No se trata de entrar en disputas históricas.
Cuando decimos que nos sentimos
herederos, que recogemos el testigo del momento en el que el proceso
revolucionario fue interrumpido, no estamos diciendo que se trata de
repetir la historia, lo cual sólo podría ser una broma. La resonancia
entre situaciones no implica la repetición de condiciones materiales y
espirituales de existencia. No es tanto una cuestión de analogía cuanto
de genealogía.
De lo que se trata es de comprender
que la potencia de las luchas autónomas, lo que hace que hoy lleguen a
resonar en nosotros, radica en haber mantenido unidos, en un mismo
proceso insurreccional, tres planos de la existencia que todo en el
orden de este mundo nos conduce a separar: 1) Un plano material: los barrios liberados, la expropiación y el uso compartido y ofensivo de bienes, y de saberes, de máquinas, de técnicas. 2) Un plano espiritual y sensible:
donde se conjugan los nuevos comportamientos de parte de feministas,
gays y jóvenes en general, con una imaginería renovada, y a la vez,
heredera, de diferentes tradiciones sediciosas, revolucionarias,
guerreras, imaginería que toma cuerpo un poco por todas partes y que
puede concretarse en la portada más famosa de la revista Rosso,
aparecida tras los estallidos insurreccionales de Marzo del ’77 en
Bolonia y en Roma. En dicha portada puede verse, bajo un fondo rojo y
negro, el cuerpo de una manifestación durante los enfrentamientos, y,
allí, puede leerse: “Habéis pagado mucho. No lo habéis pagado todo.” 3) Y un plano ofensivo,
en el cual la violencia era pensada y ejecutada de una manera
completamente diferente a la violencia militar. Sin carnicerías. Una
violencia táctica, situada. Una forma de vida que liberaba territorios,
que podía defenderse.
Cabe recordar ahora los cuatro
regímenes de la acción que un viejo estratega chino nos invitaba a
dominar: flexibilidad, rigidez ; debilidad, fuerza. Además, habría que
tener presente que la punta de lanza del movimiento Occupy es la ciudad
de Oakland, la única que en su momento rechazó declararse “no violenta”.
Segunda parte: diferentes estrategias.
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Una estrategia mayor nos sitúa ante
una lucha de largo aliento, en la cual los diferentes planos de la
existencia puedan desplegarse a la vez, produciendo una forma de vida
que puede pasar a la ofensiva.
Contra esta concepción, la posición ciudadana radical tiende a pensar la potencia del movimiento dentro de su ideal
de la política, la política democrática como algo sometido a una razón y
una moral universal. La razón dirime y decide en base a una moral
universal. El discurso explica, convence y dicta. Las fuerzas son
movilizadas allí donde son necesarias.
Parece razonable, y, sin embargo, es absolutamente falso: porque en este círculo virtuoso del Poder no queda contemplada la división irreconciliable que sacude nuestro mundo. La división entre Nuestros
anhelos, los anhelos de los insurgentes, y de los oprimidos,
desahuciados, parados, recortados, precarizados, indigentes
existenciales…, que se organizan para resistir ; y frente a estos, los
anhelos del capitalismo y los capitalistas, los anhelos de Ellos.
Esta división irreconciliable es la
espoleta de la insurrección. Agudizarla hasta llegar a una situación
irreversible es tomar partido por la revolución.
Nosotros anhelamos una forma de vida que alienta en una ética de la potencia común. Inventar el comunismo.
El capitalismo nos impone la separación, la segmentación, la división, en todas partes. La división entre lo que somos y lo que podemos.
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Romper con este mundo que nos arruina
conlleva generar y habitar situaciones donde puedan volver a tramarse
las vidas. “Si sola no puedes, juntas lo podemos todo.”
La separación cotidiana se rompe
mediante acciones, gestos, procesos, y no tanto mediante palabras e
imágenes. Sin embargo, las palabras, que sirven para discutir de las
lejanas abstracciones de la política clásica (el Banco Central Europeo,
la Ley Electoral… ), sirven, también, para compartir experiencias de
lucha en las empresas ; para poner en común herramientas que nos hacen
más fuertes en los barrios ; para que circulen iniciativas subversivas,
para que éstas se encuentren, se coordinen.
Las palabras y las imágenes sirven
también para que una sensibilidad compartida alcance cierta densidad, y
se vuelva contagiosa. En este sentido una “Declaración” sobre nuestra división irreconciliable
con el mundo capitalista podría ser productiva, pero ésta necesita ser
concordante con la elaboración de los medios que podrán hacer efectiva
dicha división.
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Tal y como se ha dicho en algunos lugares, si de algo hay que hablar en las plazas es de cómo preparamos el día de acción del 15 de Mayo.
Primer ensayo de una huelga global que enfrenta un capitalismo global.
La clave, de la huelga, es que necesita durar. Una huelga a la altura de
la situación necesita una temporalidad más dilatada, un día de paro
nunca fue suficiente.
En segundo lugar, sea en las plazas, sea en un próximo festival de los barrios metropolitanos, necesitamos
un espacio de encuentro para poner en común las herramientas, las
experiencias, las dificultades. Sancionar lo que funciona y lo que no
funciona. Encontrarnos para afirmar y compartir la diferencia
irreconciliable que somos para con este mundo.
En tercer lugar, lo mejor sería evitar los “discursos razonables”, sobretodo por parte de figurones de dudosa calaña, acerca de imaginarias reformas que ninguna fuerza puede ni quiere imponer.
Porque, ya lo hemos dicho, la política democrática no es razonable. No se basa en la razón y el discurso, sino en la relación de fuerzas.
¿Qué tiene de razonable salvar Bancos, que han estado jugando en la
ruleta de la Bolsa, mediante el cierre de guarderías y hospitales? Por
lo tanto, en lugar de perder el tiempo discutiendo sobre argumentos de
reforma que, a primera vista, pueden parecer muy razonables, pensemos,
discutamos, acerca de cómo podemos invertir la relación de fuerzas localmente, en toda situación, en cada lugar.
Es decir, si vale la pena
encontrarnos para discutir, es para tramar los planes tácticos,
operativos, que nos permitirán deponer el Poder allí donde se encuentre.
Tercera parte: una figura del futuro se abre paso hacia nosotros
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Hackear la economía.
Hackear el barrio y la metrópolis.
Hackear el Poder.
[continuará]
@barbarroja_ | Nosaltresoells