Los sistemas de producción y consumo de alimentos han estado siempre
socialmente organizados, pero sus formas han variado históricamente. En
las últimas décadas, bajo el impacto de las políticas neoliberales, la
lógica capitalista se ha impuesto, cada vez más, en la forma en que se
produce y se distribuyen los alimentos (Bello, 2009)/1.
Con
el presente artículo queremos analizar el impacto de estas políticas
agroindustriales en las mujeres y el papel clave que desempeñan las
mujeres campesinas, tanto en los países del Norte como del Sur, en la
producción y la distribución de los alimentos. Asimismo, analizaremos
como una propuesta alternativa al modelo agrícola dominante
necesariamente tiene que incorporar una perspectiva feminista y cómo los
movimientos sociales que trabajan en esta dirección, a favor de la
soberanía alimentaria, apuestan por incluirla.
Campesinas e invisibles
En los países del Sur, las mujeres son las principales productoras de comida, las encargadas de trabajar la tierra, mantener las semillas, recolectar los frutos, conseguir agua, cuidar del ganado… Entre un 60 y un 80% de la producción de alimentos en estos países recae en las mujeres, un 50% a nivel mundial (FAO, 1996). Éstas son las principales productoras de cultivos básicos como el arroz, el trigo y el maíz, que alimentan a las poblaciones más empobrecidas del Sur global. Pero a pesar de su papel clave en la agricultura y en la alimentación, ellas son, junto a los niños y niñas, las más afectadas por el hambre.
En los países del Sur, las mujeres son las principales productoras de comida, las encargadas de trabajar la tierra, mantener las semillas, recolectar los frutos, conseguir agua, cuidar del ganado… Entre un 60 y un 80% de la producción de alimentos en estos países recae en las mujeres, un 50% a nivel mundial (FAO, 1996). Éstas son las principales productoras de cultivos básicos como el arroz, el trigo y el maíz, que alimentan a las poblaciones más empobrecidas del Sur global. Pero a pesar de su papel clave en la agricultura y en la alimentación, ellas son, junto a los niños y niñas, las más afectadas por el hambre.
Las
mujeres campesinas se han responsabilizado, durante siglos, de las
tareas domésticas, del cuidado de las personas, de la alimentación de
sus familias, del cultivo para el auto-consumo y de los intercambios y
la comercialización de algunos excedentes de sus huertas, cargando con
el trabajo reproductivo, productivo y comunitario, y ocupando una esfera
privada e invisible. En cambio, las principales transacciones
económicas agrícolas han estado, tradicionalmente, llevadas a cabo por
los hombres, en las ferias, con la compra y venta de animales, la
comercialización de grandes cantidades de cereales… ocupando la esfera
pública campesina.
Esta división de roles, asigna a las mujeres el
cuidado de la casa, de la salud, de la educación y de sus familias y
otorga a los hombres el manejo de la tierra y de la maquinaria, en
definitiva de la “técnica”, y mantiene intactos los papeles asignados
como masculinos y femeninos, y que durante siglos, y aún hoy, perduran
en nuestras sociedades (Oceransky Losana, 2006).
Si miramos las
cifras, éstas hablan por si solas. Según datos de la Organización de las
Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) (1996), en
mucho países de África las mujeres representan el 70% de la mano de obra
en el campo; se encargan, en un 90%, del suministro de agua en los
hogares; son las responsables, entre un 60 y un 80%, de la producción de
los alimentos para el consumo familiar y la venta; y realizan el 100%
del procesamiento de los alimentos, el 80% de las actividades de
almacenamiento y transporte de comida y el 90% de las labores de
preparación de la tierra. Unas cifras ponen de relieve el papel crucial
que las mujeres africanas tienen en la producción agrícola a pequeña
escala y en el mantenimiento y la subsistencia familiar.
Sin
embargo, en muchas regiones del Sur global, en América Latina, África
subsahariana y sur de Asia, existe una notable “feminización” del
trabajo agrícola asalariado, especialmente en los sectores orientados a
la exportación no tradicional (Fraser, 2009). Entre 1994 y 2000, según
White y Leavy (2003), las mujeres ocuparon un 83% de los nuevos empleos
en el sector de la exportación agrícola no tradicional. De este modo,
muchas mujeres accedieron por vez primera a un puesto de trabajo
remunerado, con ingresos económicos que les permitieron un mayor poder
en la toma de decisiones y la posibilidad de participar en
organizaciones al margen del hogar familiar (Fraser, 2009). Pero esta
dinámica va acompañada de una marcada división de género en los puestos
de trabajo: en las plantaciones las mujeres realizan las tareas no
cualificadas, como la recogida y el empaquetado, mientras que los
hombres llevan a cabo la cosecha y la plantación.
Esta
incorporación de la mujer al ámbito laboral remunerado implica una doble
carga de trabajo para las mujeres, quienes siguen llevando a cabo el
cuidado de sus familiares a la vez que trabajan para obtener ingresos,
mayoritariamente, en empleos precarios. Éstas cuentan con unas
condiciones laborales peores que las de sus compañeros recibiendo una
remuneración económica inferior por las mismas tareas y teniendo que
trabajar más tiempo para percibir los mismos ingresos. En la India, por
ejemplo, el salario medio por el trabajo ocasional en la agricultura
para las mujeres es un 30% inferior al de los hombres (Banco Mundial,
2007). En el Estado español, las mujeres cobran un 30% menos y esta
diferencia puede llegar al 40% (Oceransky Losana, 2006).
Impacto de las políticas neoliberales
La aplicación de los Programas de Ajuste Estructural (PAE), en los años 80 y 90, en los países del Sur por parte del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, para que éstos pudieran hacer frente al pago de la deuda externa, agravó aún más las ya de por si difíciles condiciones de vida de la mayor parte de la población en estos países y golpeó, de forma especialmente dura, a las mujeres.
La aplicación de los Programas de Ajuste Estructural (PAE), en los años 80 y 90, en los países del Sur por parte del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, para que éstos pudieran hacer frente al pago de la deuda externa, agravó aún más las ya de por si difíciles condiciones de vida de la mayor parte de la población en estos países y golpeó, de forma especialmente dura, a las mujeres.
Las medidas de choque
impuestas por los PAE consistieron en forzar a los gobiernos del Sur a
retirar las subvenciones a los productos de primera necesidad como el
pan, el arroz, la leche, el azúcar…; se impuso una reducción drástica
del gasto público en educación, sanidad, vivienda, infraestructuras…; se
forzó la devaluación de la moneda nacional, con el objetivo de abaratar
los productos destinados a la exportación pero disminuyendo la
capacidad de compra de la población autóctona; aumentaron los tipos de
interés con el objetivo de atraer capitales extranjeros con una alta
remuneración, generando una espiral especulativa, etc. En definitiva,
una serie de medidas que sumieron en la pobreza más extrema a las
poblaciones de estos países (Vivas, 2008).
Las políticas de
ajustes y las privatizaciones repercutieron de forma particular sobre
las mujeres. Como señalaba Juana Ferrer, responsable de la Comisión
Internacional de Género de La Vía Campesina: “En los procesos de
privatización de los servicios públicos las más afectadas hemos sido las
mujeres, sobre todo en campos como la salud y la educación, ya que las
mujeres, históricamente, cargamos con las responsabilidades familiares
más fuertes. En la medida en que no tenemos acceso a los recursos y a
los servicios públicos, se torna más difícil tener una vida digna para
las mujeres” (La Vía Campesina, 2006: 30).
El hundimiento del
campo en los países del Sur y la intensificación de la migración hacia
las ciudades ha provocado un proceso de “descampesinización” (Bello,
2009), que, en muchos países, no ha tomado la forma de un movimiento
clásico campo-ciudad, donde los excampesinos van a las ciudades a
trabajar en las fábricas en el marco de un proceso de industrialización,
sino que se ha dado, lo que Davis (2006) llama, un proceso de
“urbanización desconectada de la industrialización”, donde los
excampesinos, empujados a las ciudades, pasan a engrosar la periferia de
las grandes urbes (favelas, slumps…), viviendo muchos de la economía
informal y configurando, lo que el autor llama, el “proletariado
informal”.
Las mujeres son un componente esencial de los flujos
migratorios, nacionales e internacionales, que provocan la
desarticulación y el abandono de las familias, de la tierra y de los
procesos de producción, a la vez que aumentan la carga familiar y
comunitaria de las mujeres que se quedan. En Europa, Estados Unidos,
Canadá… las mujeres migrantes acaban asumiendo trabajos que años atrás
realizaban las mujeres autóctonas, reproduciendo una espiral de
opresión, carga e invisibilización de los cuidados y externalizando sus
costes sociales y económicos a las comunidades de origen de las mujeres
migrantes.
La incapacidad para resolver la actual crisis de los
cuidados en los países occidentales, fruto de la incorporación masiva de
las mujeres al mercado laboral, el envejecimiento de la población y la
no respuesta del Estado a estas necesidades, sirve como coartada para la
importación de millones de
“cuidadoras” de los países del Sur global. Como señala Ezquerra (2010: 39): “[Esta] diáspora cumple la función de invisibilizar la incompatibilidad existente entre el auge del sistema capitalista y el mantenimiento de la vida en el Centro, y agudiza de manera profunda la crisis de los cuidados, entre otras crisis, en los países del Sur (…) La ‘cadena internacional del cuidado’ se convierte en un dramático círculo vicioso que garantiza la pervivencia del sistema capitalista patriarcal”.
“cuidadoras” de los países del Sur global. Como señala Ezquerra (2010: 39): “[Esta] diáspora cumple la función de invisibilizar la incompatibilidad existente entre el auge del sistema capitalista y el mantenimiento de la vida en el Centro, y agudiza de manera profunda la crisis de los cuidados, entre otras crisis, en los países del Sur (…) La ‘cadena internacional del cuidado’ se convierte en un dramático círculo vicioso que garantiza la pervivencia del sistema capitalista patriarcal”.
Acceso a la tierra
El acceso a la tierra no es un derecho garantizado para muchas mujeres: en varios países del Sur las leyes les prohíben este derecho y en aquellos donde legalmente tienen acceso las tradiciones y las prácticas les impiden disponer de ellas. Como explica Fraser (2009: 34): “En Camboya, por ejemplo, pese a que no es ilegal que las mujeres posean tierra, la norma cultural dicta que no la poseen, y a pesar de que ellas son responsables de la producción de las explotaciones agrícolas, no tienen ningún control sobre la venta de la tierra o la forma en la que ésta se transmite a los hijos”.
El acceso a la tierra no es un derecho garantizado para muchas mujeres: en varios países del Sur las leyes les prohíben este derecho y en aquellos donde legalmente tienen acceso las tradiciones y las prácticas les impiden disponer de ellas. Como explica Fraser (2009: 34): “En Camboya, por ejemplo, pese a que no es ilegal que las mujeres posean tierra, la norma cultural dicta que no la poseen, y a pesar de que ellas son responsables de la producción de las explotaciones agrícolas, no tienen ningún control sobre la venta de la tierra o la forma en la que ésta se transmite a los hijos”.
Una situación extrapolable a muchos otros
países. En la India, como señala Chukki Nanjundaswamy de la organización
campesina Karnataka State Farmers’ Association/2, la situación de las
mujeres para acceder a la tierra y contar con asistencia sanitaria es
muy difícil: “Socialmente las campesinas indias casi no tienen derechos y
están consideradas como un añadido de los varones. Las campesinas son
las más intocables dentro de los intocables, en el sistema social de
castas” (La Vía Campesina, 2006: 16),
El acceso a la tierra de las
mujeres en África es, en la actualidad, aún más dramático debido al
aumento de muertes a causa del SIDA. Por un lado, las mujeres tienen más
posibilidades de ser infectadas, pero cuando uno de sus familiares
varones muere, y éste ostenta la titularidad de la tierra, las mujeres
tienen muchas dificultades para acceder a su control. En varias
comunidades, éstas no tienen derecho a heredar y, por tanto, pierden la
propiedad de la tierra y otros bienes al quedarse viudas (Jayne et al,
2006).
La tierra es un activo muy importante: permite la
producción de alimentos, sirve como inversión para el futuro y como
aval, implica acceso al crédito, etc. Las dificultades de las mujeres
para poseer tierras es una muestra más de cómo el sistema agrícola
capitalista y patriarcal las golpea especialmente. Y cuando éstas
ostentan la titularidad se trata, mayoritariamente, de tierras con menor
valor o extensión.
Asimismo, las mujeres enfrentan más
dificultades para conseguir créditos, servicios e insumos. A nivel
mundial, se estima que las mujeres reciben sólo un 1% del total de
préstamos agrícolas, y aunque las mujeres los reciban no queda claro si
el control sobre los mismos es ejercido por sus compañeros o familiares
(Fraser, 2009).
Pero estas prácticas no sólo se dan en los países
del Sur global, en Europa, por ejemplo, muchas campesinas padecen una
total inseguridad jurídica, ya que la mayoría de ellas trabajan en
explotaciones familiares donde los derechos administrativos son
propiedad exclusiva del titular de la explotación y las mujeres, a pesar
de trabajar en ella, no tienen derecho a ayudas, a la plantación, a una
cuota láctica, etc.
Como explica Isabel Vilalba Seivane,
secretaria de mujeres del Sindicato Labrego Galego en Galicia, las
problemáticas de las mujeres en el campo, tanto en los países del Sur
como en el Norte, son comunes aunque con diferencias: “Las mujeres
europeas estamos más centradas en la lucha por nuestros derechos
administrativos en la explotación; mientras que en otros lugares
reclaman cambios profundos que tienen que ver con la reforma agraria, o
con el acceso a la tierra y a otros recursos básicos” (La Vía Campesina,
2006: 26). En Estados Unidos, Debra Eschmeyer de la National Family
Farm Coalition explica como también existen prácticas que muestran esta
desigualdad: “Por ejemplo, cuando una campesina va sola a pedir un
crédito a un banco tiene más complicado obtenerlo que si fuera un
hombre” (La Vía Campesina, 2006: 14).
Agroindustria versus soberanía alimentaria
Hoy en día, el actual modelo agroindustrial se ha demostrado totalmente incapaz de satisfacer las necesidades alimentarias de las personas e incompatible con el respeto a la naturaleza. Nos encontramos ante un sistema agrícola y alimentario sometido a una alta concentración empresarial a lo largo de toda la cadena comercial, siendo monopolizado por un puñado de multinacionales de los agronegocios que cuentan con el respaldo de gobiernos e instituciones internacionales que se han convertido en cómplices, cuando no en cobeneficiarios, de un sistema alimentario productivista, insostenible y privatizado. Un modelo que es a su vez utilizado como instrumento imperialista de control político, económico y social por parte de las principales potencias económicas del Norte, como Estados Unidos y la Unión Europea (así como de sus multinacionales agroalimentarias), respecto a los países del Sur global (Toussaint, 2008; Vivas, 2009).
Hoy en día, el actual modelo agroindustrial se ha demostrado totalmente incapaz de satisfacer las necesidades alimentarias de las personas e incompatible con el respeto a la naturaleza. Nos encontramos ante un sistema agrícola y alimentario sometido a una alta concentración empresarial a lo largo de toda la cadena comercial, siendo monopolizado por un puñado de multinacionales de los agronegocios que cuentan con el respaldo de gobiernos e instituciones internacionales que se han convertido en cómplices, cuando no en cobeneficiarios, de un sistema alimentario productivista, insostenible y privatizado. Un modelo que es a su vez utilizado como instrumento imperialista de control político, económico y social por parte de las principales potencias económicas del Norte, como Estados Unidos y la Unión Europea (así como de sus multinacionales agroalimentarias), respecto a los países del Sur global (Toussaint, 2008; Vivas, 2009).
Como señala Desmarais (2007), el
sistema alimentario puede entenderse como una extensa cadena horizontal
que se ha ido alargando cada vez más, alejando producción y consumo, y
favoreciendo la apropiación de las distintas etapas de la producción por
las empresas agroindustriales y la pérdida de autonomía de los
campesinos frente a éstas.
La situación de crisis alimentaria, que
estalló a lo largo del año 2007 y 2008 con un fuerte aumento del precio
de los alimentos básicos/3, puso de relieve la extrema vulnerabilidad
del sistema agrícola y alimentario, y dejó tras sí la cifra de más de
mil millones de personas en el mundo que pasan hambre, una de cada seis,
según datos de la FAO (2009).
Pero el problema actual no es la
falta de alimentos, sino la imposibilidad para acceder a ellos. De
hecho, la producción de cereales a nivel mundial se ha triplicado desde
los años 60, mientras que la población a escala global tan solo se ha
duplicado (GRAIN, 2008). Con estas cifras, podemos afirmar que se
produce suficiente comida para alimentar a toda la población, pero para
los millones de personas en los países del Sur que destinan entre un 50 y
un 60% de la renta a la compra de alimentos, cifra que puede llegar
incluso hasta el 80% en los países más pobres, el aumento del precio de
la comida hace imposible el acceso a la misma.
Hay razones de
fondo que explican el porqué de la profunda crisis alimentaria. Las
políticas neoliberales aplicadas indiscriminadamente en el transcurso de
los últimos treinta años a escala planetaria (liberalización comercial a
ultranza, el pago de la deuda externa por parte de los países del Sur,
la privatización de los servicios y bienes públicos…) así como un modelo
de agricultura y alimentación al servicio de una lógica capitalista son
las principales responsables de esta situación que ha desmantelado un
modelo de agricultura campesina garante de la seguridad alimentaria de
los pueblos durante décadas (Holt-Giménez y Patel, 2010).
Frente a
este modelo agrícola dominante que tiene un impacto muy negativo en las
personas, especialmente en las mujeres, y en el medio ambiente, se
plantea el paradigma de la soberanía alimentaria. Una alternativa
política que consiste en “el derecho de cada pueblo a definir sus
propias políticas agropecuarias y en materia de alimentación, a proteger
y reglamentar la producción agropecuaria nacional y el mercado
doméstico” (VVAA, 2003: 1). Se trata de recuperar nuestro derecho a
decidir sobre qué, cómo y dónde se produce aquello que comemos; que la
tierra, el agua, las semillas estén en manos de las y los campesinos;
que seamos soberanos en lo que respecta a nuestra alimentación.
Pero,
si las mujeres son la mitad de la mano de obra en el campo a escala
mundial, una soberanía alimentaria que no incluya una perspectiva
feminista estará condenada al fracaso. La soberanía alimentaria implica
romper no sólo con un modelo agrícola capitalista sino también con un
sistema patriarcal que oprime y supedita a las mujeres.
Se trata
de incorporar la perspectiva feminista a la soberanía alimentaria. Como
señala Yoon Geum Soon de la asociación de mujeres campesinas coreanas
KWPA y representante de La Vía Campesina en Asia: “El feminismo es un
proceso que permite conseguir un lugar digno para las mujeres dentro de
la sociedad, para combatir la violencia contra las mujeres, y también
para reivindicar y reclamar nuestras tierras y salvarlas de las manos de
las transnacionales y de las grandes empresas. El feminismo es la vía
para que las mujeres campesinas puedan tener un papel activo y digno en
el seno de la sociedad” (La Vía Campesina, 2006:12).
La Vía Campesina
La Vía Campesina es el principal movimiento internacional de pequeñas y pequeños agricultores y promotor del derecho de los pueblos a la soberanía alimentaria. La Vía se constituyó en 1993, en los albores del movimiento antiglobalización, y progresivamente se convertiría en una de las organizaciones de referencia en la crítica a la globalización neoliberal. Su ascenso es la expresión de la resistencia campesina al hundimiento del mundo rural, provocado por las políticas neoliberales y la intensificación de las mismas con la creación de la Organización Mundial del Comercio (Antentas y Vivas, 2009a).
La Vía Campesina es el principal movimiento internacional de pequeñas y pequeños agricultores y promotor del derecho de los pueblos a la soberanía alimentaria. La Vía se constituyó en 1993, en los albores del movimiento antiglobalización, y progresivamente se convertiría en una de las organizaciones de referencia en la crítica a la globalización neoliberal. Su ascenso es la expresión de la resistencia campesina al hundimiento del mundo rural, provocado por las políticas neoliberales y la intensificación de las mismas con la creación de la Organización Mundial del Comercio (Antentas y Vivas, 2009a).
Desde su creación,
La Vía Campesina ha configurado una identidad “campesina” politizada,
ligada a la tierra, a la producción de los alimentos y a la defensa de
la soberanía alimentaria, construida en oposición al actual modelo del
agronegocio (Desmarais, 2007). La Vía encarna un nuevo tipo de
“internacionalismo campesino” (Bello, 2009), que podemos conceptualizar
como el “componente campesino” del nuevo internacionalismo de las
resistencias representado por el movimiento antiglobalización (Antentas y
Vivas, 2009b).
En el año 1996, coincidiendo con la Cumbre Mundial
sobre la Alimentación de la FAO en Roma, La Vía planteó la propuesta de
la soberanía alimentaria como una alternativa política a un sistema
agrícola y alimentario profundamente injusto y depredador. Esta demanda
no implica un retorno romántico al pasado, sino que se trata de
recuperar el conocimiento y las prácticas tradicionales y combinarlas
con las nuevas tecnologías y los nuevos saberes (Desmarais, 2007). No
debe consistir tampoco, como señala McMichael (2006), en un
planteamiento localista ni en una “mistificación de lo pequeño” sino en
repensar el sistema alimentario mundial para favorecer formas
democráticas de producción y distribución de alimentos.
Una perspectiva feminista
Con el tiempo, La Vía ha ido incorporando una perspectiva feminista, trabajando para conseguir la igualdad de género en el seno de sus organizaciones así como estableciendo alianzas con grupos feministas como la red internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres, entre otros.
Con el tiempo, La Vía ha ido incorporando una perspectiva feminista, trabajando para conseguir la igualdad de género en el seno de sus organizaciones así como estableciendo alianzas con grupos feministas como la red internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres, entre otros.
En el seno de La Vía Campesina, la lucha de las mujeres se
sitúa en dos niveles. Por un lado, la defensa de sus derechos como
mujeres dentro de las organizaciones y en la sociedad en general y, por
otro lado, la lucha como campesinas, junto a sus compañeros, contra el
modelo de agricultura neoliberal (EHNE y La Vía Campesina, 2009).
Desde
su constitución, el trabajo feminista en La Vía ha dado importantes
pasos adelante. En la 1ª Conferencia Internacional en Mons (Bélgica), en
1993, todos los coordinadores electos fueron hombres y la situación de
la mujer campesina prácticamente no recibió ninguna mención en la
declaración final, aunque se identificó la necesidad de integrar sus
necesidades en el trabajo de La Vía. Pero esta conferencia falló en
establecer mecanismos que asegurasen la participación de las mujeres en
encuentros sucesivos. De este modo, en la 2ª Conferencia Internacional
en Tlaxcala (México), en 1996, el porcentaje de mujeres asistentes fue
igual que en la 1ª Conferencia Internacional, un 20% del total. Para
solventar esta cuestión, se acordaron mecanismos que permitiesen una
mejor representación y participación y se creó un comité especial de
mujeres, que más adelante sería conocido como la Comisión de Mujeres de
La Vía Campesina.
Esta orientación política facilitó la
incorporación de aportaciones feministas a los análisis de La Vía. Por
ejemplo, cuando se presentó públicamente el concepto de soberanía
alimentaria, coincidiendo con la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de
la FAO en Roma, en 1996, las mujeres aportaron demandas propias como la
necesidad de producir los alimentos localmente, a las “prácticas
agrícolas sostenibles” añadieron la dimensión de la “salud humana”,
exigieron la reducción drástica los insumos químicos, perjudiciales para
la salud, y defendieron la promoción activa de la agricultura orgánica.
Asimismo, y debido al acceso desigual de las mujeres a los recursos
productivos, insistieron en que la soberanía alimentaria no podía
llevarse a cabo sin una mayor participación femenina en la definición de
las políticas campesinas (Desmarais, 2007).
Para Francisca
Rodríguez de la asociación campesina ANAMURI en Chile: “Asumir la
realidad y demandas de las mujeres rurales ha sido un reto dentro de
todos los movimientos de campesinos (…) La historia de este
reconocimiento ha pasado por diversas etapas: de la lucha desde dentro
por el reconocimiento, a la ruptura con las organizaciones machistas (…)
A lo largo de estos últimos veinte años las organizaciones de mujeres
campesinas han ganado identidad (…), nos hemos reconstruido como mujeres
en un medio rural machacado” (Mugarik Gabe, 2006:254).
El trabajo
de la Comisión de Mujeres permitió fortalecer el intercambio entre
mujeres de diferentes países, organizando, por ejemplo, encuentros
específicos de mujeres coincidiendo con cumbres y reuniones
internacionales. Entre los años 1996 y 2000, el trabajo de la Comisión
se centró, principalmente, en América Latina, donde a través de la
formación, el intercambio, la discusión y el empoderamiento de las
campesinas aumentó la participación de éstas en todos los niveles y
actividades de La Vía.
Como señala Desmarais (2007: 265): “En la
mayoría de los países, las organizaciones campesinas y agrícolas están
dominadas por hombres. Las mujeres de La Vía Campesina se niegan a
aceptar estas posiciones subordinadas. Aun reconociendo el largo y
difícil camino que queda por delante, ellas aceptan de forma entusiasta
el desafío y juran llevar a cabo un papel destacado en moldear La Vía
Campesina como un movimiento comprometido con la igualdad de género”.
En
octubre del 2000, justo antes de la 3a Conferencia Internacional de La
Vía en Bangalore (India), se organizó la 1a Asamblea Internacional de
Mujeres Campesinas, que permitió una mayor participación de mujeres en
la misma. La Asamblea aprobó tres grandes objetivos para llevar a cabo:
a) Garantizar la participación del 50% de las mujeres en todos los
niveles de decisiones y en las actividades de La Vía Campesina. b)
Mantener y fortalecer la Comisión de Mujeres. c) Garantizar que los
documentos, los eventos de formación y los discursos de La Vía superasen
un contenido sexista y un lenguaje machista (Desmarais, 2007).
De
este modo, en la 3ª Conferencia Internacional, se acordó un cambio de
estructura que garantizara la equidad de género. Como señala Paul
Nicholson de La Vía Campesina: “[En Bangalore] se decidió la equidad
hombre y mujer en los espacios de representación y cargos de nuestra
organización, y se inició todo un proceso interno de reflexión sobre el
papel de las mujeres en la lucha campesina (…). La perspectiva de género
se está abordando ahora de una manera seria, no sólo en el ámbito de la
paridad en los cargos, sino también con un debate profundo sobre las
raíces y tentáculos del patriarcado y sobre la violencia contra la mujer
en el mundo rural” (Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas,
2010: 8).
Esta estrategia forzó a las organizaciones miembros de
La Vía a nivel nacional y regional a replantearse su trabajo en una
perspectiva de género e incorporar nuevas acciones encaminadas a
fortalecer el papel de la mujer (Desmarais, 2007). Así lo ratifica Josie
Riffaud del Confédération Paysanne en Francia al afirmar que “fue
fundamental la decisión de la paridad en La Vía Campesina, pues
posibilitó que en mi organización, la Confédération Paysanne, pudiéramos
aplicar también esta medida” (La Vía Campesina, 2006: 15).
En el
marco de la 4ª Conferencia Internacional en Sao Paulo, Brasil, en junio
2004, se celebró la 2ª Asamblea Internacional de Mujeres Campesinas que
reunió a más de un centenar de mujeres de 47 países de todos los
continentes. Las principales líneas de acción surgidas del encuentro
iban orientadas a tomar medidas contra la violencia física y sexual
contra las mujeres, tanto en el ámbito doméstico como en el geopolítico,
exigir la igualdad de derechos e invertir en formación. Como señalaba
su declaración final: “Exigimos nuestro derecho a una vida digna; el
respeto a nuestros derechos sexuales y reproductivos; y la aplicación
inmediata de medidas para erradicar toda forma de violencia física,
sexual, verbal y psicológica (…). Exigimos a los Estados implementar
medidas que garanticen nuestra autonomía económica, acceso a la tierra, a
la salud, a la educación y a un estatus social igualitario” (2ª
Asamblea Internacional de Mujeres Campesinas, 2004).
En octubre
del 2006 se celebró el Congreso Mundial de las Mujeres de La Vía
Campesina en Santiago de Compostela (Estado español) al que asistieron
mujeres de organizaciones agrarias de Asia, Norte-América, Europa,
África, y América Latina con el objetivo de analizar y debatir acerca de
lo que significa la igualdad en el campo desde una perspectiva
feminista y establecer un plan de acción para conseguirla. Como apuntaba
Sergia Galván del Colectivo Mujer y Salud de República Dominicana, en
una de las ponencias del Congreso, las mujeres de La Vía tenían tres
desafíos por delante: a) Avanzar en la reflexión teórica para incorporar
la perspectiva campesina a los análisis feministas. b) Continuar
trabajando en la autonomía como referente vital para la consolidación
del movimiento de mujeres campesinas. c) Superar el sentimiento de culpa
en la lucha por conseguir mayores espacios de poder frente a los
hombres (La Vía Campesina, 2006).
El Congreso Mundial de las
Mujeres de La Vía puso de relieve la necesidad de fortalecer aún más la
articulación de las mujeres de La Vía y aprobó la creación de mecanismos
para un mayor intercambio de experiencias y planes de lucha
específicos. Asimismo se observaron avances en la reducción de la
discriminación de las mujeres, a pesar de lo mucho que quedaba por
hacer. Entre las propuestas concretas que se aprobaron estaba articular
una campaña mundial para luchar contra las violencias que se ejercen
contra las mujeres; extender los debates a todas las organizaciones que
forman parte de La Vía; y trabajar para que se reconozcan los derechos
de las mujeres campesinas exigiendo igualdad real en el acceso a la
tierra, a los créditos, a los mercados y en los derechos administrativos
(La Vía Campesina, 2006).
Coincidiendo con la 5a Conferencia
Internacional de La Vía Campesina en Maputo, Mozambique, octubre 2008,
se celebró la 3ª Asamblea Internacional de Mujeres. En ésta se aprobó
lanzar una campaña específica contra la violencia contra las mujeres, al
constatar cómo todas las formas de violencia que enfrentan las mujeres
en la sociedad (violencia física, económica, social, machista, de
diferencias de poder, cultural) están también presentes en las
comunidades rurales y en sus organizaciones.
Pero el trabajo
enfocado a conseguir una mayor igualdad de género no es fácil. A pesar
de la paridad formal, las mujeres tienen mayores dificultades para
viajar o asistir a encuentros y reuniones. Como señala Desmarais (2007:
282): “Hay muchas razones por las que las mujeres no participan a este
nivel. Quizá la más importante es la persistencia de ideologías y
prácticas culturales que perpetúan relaciones de género desiguales e
injustas. Por ejemplo, la división de las labores por género significa
que las mujeres rurales tienen mucho menos acceso al recurso más
preciado, el tiempo, para participar como líderes en las organizaciones
agrícolas. Dado que las mujeres son las principales responsables del
cuidado de los niños y los ancianos (…). La triple jornada de las
mujeres –que implica trabajo reproductivo, productivo y comunitario-
hace mucho menos probable que tengan tiempo para sesiones de formación y
aprendizaje para su capacitación como líderes”.
Se trata de una
lucha a contracorriente y, a pesar de algunas victorias concretas, nos
encontramos frente a un combate de largo recorrido, tanto en las
organizaciones como, más en general, en lo social.
Tejiendo alianzas
En lo que respecta a las alianzas, La Vía Campesina ha establecido colaboración con varias organizaciones y movimientos sociales a nivel internacional, regional y nacional. Una de las más significativas ha sido el trabajo conjunto, en cada uno de estos niveles, con la Marcha Mundial de las Mujeres, una de las principales redes globales feministas con quien se ha convocado acciones conjuntas, encuentros y se ha colaborado en actividades y conferencias internacionales, junto con otros movimientos sociales, como, por ejemplo, en el Foro Internacional por la Soberanía Alimentaria que tuvo lugar en Malí, en 2007, entre otros.
En lo que respecta a las alianzas, La Vía Campesina ha establecido colaboración con varias organizaciones y movimientos sociales a nivel internacional, regional y nacional. Una de las más significativas ha sido el trabajo conjunto, en cada uno de estos niveles, con la Marcha Mundial de las Mujeres, una de las principales redes globales feministas con quien se ha convocado acciones conjuntas, encuentros y se ha colaborado en actividades y conferencias internacionales, junto con otros movimientos sociales, como, por ejemplo, en el Foro Internacional por la Soberanía Alimentaria que tuvo lugar en Malí, en 2007, entre otros.
El encuentro entre ambas redes se dio, inicialmente, en el
marco del movimiento antiglobalización, al coincidir en contra-cumbres
internacionales así como en las actividades del Foro Social Mundial y
ser ambas, junto con otras redes, promotoras de la Asamblea de
Movimientos Sociales del Foro Social Mundial. Asimismo, la incorporación
de una perspectiva feminista en el seno de La Vía y al trabajo
campesino y a favor de la soberanía alimentaria generó mayores puentes
de encuentro que se intensificaron con el paso del tiempo.
Así
quedó patente en el Foro por la Soberanía Alimentaria celebrado a
principios del 2007 en Sélingué, una pequeña población rural del
sudeste de Malí. Un encuentro convocado por los principales movimientos
sociales a escala internacional como la Vía Campesina, la Marcha Mundial
de las Mujeres, el Foro Mundial de los Pueblos Pescadores, entre otros,
y que permitió avanzar en la definición de estrategias conjuntas entre
un amplio abanico de movimientos sociales (campesinos, pescadores,
ganaderos, consumidores…) a favor de la soberanía alimentaria.
Las
mujeres tuvieron un papel central en este encuentro como dinamizadoras,
organizadoras y participantes. Éstas reclamaron el mito de Nyéléni,
una mujer campesina maliense que luchó por afirmarse como mujer en un
entorno desfavorable. De hecho, el Foro por la Soberanía Alimentaria
recibió el nombre de Nyéléni en homenaje a esta leyenda. Delegadas de
países de África, América, Europa, Asia y Oceanía, integrantes de
diferentes sectores y movimientos sociales, asistieron al encuentro y
señalaron al sistema capitalista y patriarcal como responsable de las
violaciones de los derechos de las mujeres, a la vez que reafirmaron su
compromiso para transformarlo.
La Marcha Mundial de las Mujeres,
fruto de este trabajo y colaboración, ha asumido la demanda de la
soberanía alimentaria, como un derecho inalienable de los pueblos y, en
especial, de las mujeres. Miriam Nobre, coordinadora del secretariado
internacional de la Marcha, participó en octubre del 2006 en el Congreso
Mundial de las Mujeres de La Vía Campesina con una intervención sobre
el movimiento feminista global. Y el 7º Encuentro Internacional de la
Marcha Mundial de las Mujeres en Vigo, en el Estado español, en octubre
2008, contó con la organización de un foro y una feria por la soberanía
alimentaria, mostrando la capacidad de vincular la lucha feminista con
la de las mujeres campesinas.
Esta colaboración se observa también
a partir de la doble militancia de algunas mujeres que son miembros
activas en la Marcha Mundial de las Mujeres, a la vez que forman parte
de las organizaciones de La Vía Campesina. Estas experiencias permiten
estrechar vínculos y colaboraciones entre ambas redes y fortalecen tanto
la lucha feminista como campesina, ya que ambas se insertan en un
combate más amplio contra el capitalismo y el patriarcado.
A modo de conclusión
A lo largo de las últimas décadas, el sistema agrícola y alimentario global ha puesto de relieve su total incapacidad para garantizar la seguridad alimentaria de las comunidades, actualmente más de mil millones de personas en el mundo pasan hambre, a la vez que ha demostrado su fuerte impacto medioambiental con un modelo agroindustrial kilométrico, intensivo, generador de cambio climático, que acaba con la agrodiversidad, etc. Éste sistema se ha revelado especialmente agresivo con las mujeres. A pesar de que éstas producen entre un 60 y un 80% de los alimentos en los países del Sur global, y un 50% en todo el mundo, son las que más padecen hambre.
A lo largo de las últimas décadas, el sistema agrícola y alimentario global ha puesto de relieve su total incapacidad para garantizar la seguridad alimentaria de las comunidades, actualmente más de mil millones de personas en el mundo pasan hambre, a la vez que ha demostrado su fuerte impacto medioambiental con un modelo agroindustrial kilométrico, intensivo, generador de cambio climático, que acaba con la agrodiversidad, etc. Éste sistema se ha revelado especialmente agresivo con las mujeres. A pesar de que éstas producen entre un 60 y un 80% de los alimentos en los países del Sur global, y un 50% en todo el mundo, son las que más padecen hambre.
Avanzar en la construcción de
alternativas al actual modelo agrícola y alimentario implica incorporar
una perspectiva de género. La alternativa de la soberanía alimentaria al
modelo agroindustrial dominante tiene que tener un posicionamiento
feminista de ruptura con la lógica patriarcal y capitalista.
La
Vía Campesina, el principal movimiento internacional a favor de la
soberanía alimentaria, lo tiene claro. Se trata de avanzar en esta
dirección y crear alianzas con otros movimientos sociales, en especial
con organizaciones y redes feministas, como la Marcha Mundial de las
Mujeres. Promover redes y solidaridades entre las mujeres del Norte y
del Sur, urbanas y rurales, y de éstas con sus compañeros para, como
dice La Vía: “Globalizar la lucha. Globalizar la esperanza”.
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1/Para un análisis más detallado de la evolución histórica del sistema alimentario mundial ver McMichael (2000).
2/Todas las campesinas citadas en el presente artículo forman parte de organizaciones miembros de La Vía Campesina.
3/Según el índice de precios de los alimentos de la FAO, estos registraron, entre el 2005 y el 2006, un aumento del 12%; al año siguiente, en 2007, un crecimiento del 24%; y entre enero y julio del 2008 una subida de cerca del 50%. Los cereales y otros alimentos básicos fueron los que sufrieron los aumentos más importantes (Vivas, 2009).
*Artículo publicado en El Viejo Topo, nº 288