Josep Maria Antentas y Esther Vivas
La jornada del 15 de octubre (15O) ha sido la primera respuesta
global coordinada a la crisis y señala la emergencia de un nuevo
movimiento internacional. Con las revoluciones del norte de África
como aguijón inicial, mediante un efecto de emulación e imitación,
la protesta llegó a la periferia de Europa. El mundo Mediterráneo
se situaba así en el epicentro de esta nueva oleada de
contestación social, en un momento donde entrábamos en una segunda
fase de la crisis que tiene en la zona euro su punto focal.
Poco a poco la rebelión de los indignados ha ido tomando una
dimensión internacional verdadera, más allá de las acciones de
simpatía y solidaridad. Primero fue el movimiento de protesta
griego, precedente al español y a las revueltas del mundo árabe,
quien integró la simbología y los métodos del 15M e insertó su
lógica en la dinámica internacional naciente. Después, ha sido sin
duda el arranque de la protesta en Estados Unidos, todavía en un
estadio inicial, la variable más relevante del momento, cuyo
destino será crucial para el desarrollo global del movimiento.
El 15O ha sido la jornada de protesta mundial más importante desde
la gran movilización global del 15 de febrero de 2003 contra la
guerra de Irak. De dimensiones mucho más modestas, expresa sin
embargo una dinámica social más profunda que la histórica jornada
contra la guerra Aquélla fue simultáneamente el momento álgido y
el final de la fase ascendente del ciclo internacional de
protestas antiglobalización que eclosionó en noviembre de 1999
durante la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en
Seattle, y que se venía gestando desde el alzamiento zapatista de
enero de 1994.
“El mundo tiene dos superpotencias: los Estados Unidos y la
opinión pública mundial” escribió el New York Yimes después del
15F. Desde entonces, sin embargo, la coordinación internacional de
las protestas languideció y los instrumentos lanzados por el
movimiento antiglobalización, como el Foro Social Mundial,
perdieron fuerza, centralidad y utilidad concreta.
El contexto actual es muy distinto del que vio emerger al
movimiento antiglobalización a finales del siglo anterior. El
ciclo presente se desarrolla en medio de una crisis sistémica de
dimensiones históricas y por ello la profundidad del movimiento
social en curso y su arraigo social es sin duda alguna mayor. La
vitalidad del 15O en el Estado español sorprendió de nuevo a
propios y extraños, desmintiendo así algunos análisis
impresionistas sobre la crisis del movimiento 15M que habían
proliferado en las últimas semanas. No estamos ante un fenómeno
episódico o coyuntural, sino en el comienzo de una nueva oleada
contestataria que expresa una marejada de fondo que no va a
evaporarse.
La propia naturaleza del capitalismo global y la magnitud de la
crisis contemporánea empuja a la internacionalización de la
protesta social. El eslogan “unidos por el cambio global” expresa
bien éste nuevo “internacionalismo de la indignación” que emana
del 15O, cuyo reto es desencadenar un movimiento global que señale
otro camino de salida a la presente crisis civilizatoria.
A diferencia del periodo antiglobalización, la interrelación entre
los distintos planos espaciales de la acción, el local, el
nacional-estatal y el internacional, es ahora mucho más sólida. El
vínculo entre lo local y global, lo concreto y lo general es muy
directo y evidente. Con las resonancias de las movilizaciones en
el mundo árabe de fondo, el 15M estalló como una protesta en el
Estado español con manifestaciones en bastantes ciudades.
Rápidamente se dispersó geográficamente por un sin fin de
municipios y por los barrios de las grandes urbes. Las asambleas
barriales nacieron o se fortalecieron sintiéndose parte de un
movimiento general. Su actividad localiza las demandas y objetivos
globales del movimiento y globaliza los problemas concretos
particulares. Hay un camino de ida y vuelta del barrio al 15O y
viceversa.
Desde su estallido el movimiento ha comportado en nuestro país un
fuerte proceso de repolitización de la sociedad y de reinterés por
los asuntos colectivos. La marea indignada no ha alcanzado todavía
consistencia suficiente para provocar un cambio de rumbo y de
paradigma, pero sí ha supuesto un desafío sin precedentes a un
neoliberalismo de muy maltrecha legitimidad y a los intentos de
socializar el coste de la crisis, que hasta hace pocos meses
parecían incontestables. Por encima de todo, el recorrido que va
del 15M hasta el 15O ha transmitido un mensaje de esperanza en la
capacidad colectiva de poder incidir en el sombrío curso de la
humanidad. No en vano la indignación es, justamente, como señalaba
el filósofo Daniel Bensaïd “lo contrario del hábito y de la
resignación”.
*Josep Maria Antentas es profesor de sociología de la UAB y Esther Vivas, Centro de Estudios sobre Movimientos Sociales (CEMS) de la UPF.
+ web: http://esthervivas.wordpress.