Por Carlos Taibo
Estoy obligado a identificar, en
suma, un estímulo muy poderoso para alimentar la vitalidad del
movimiento: el hecho, obvio, de que nuestros gobernantes no van a
modificar un ápice el guión de las políticas que aplican desde tiempo
atrás. Lo digo de otra manera: en este caso hay que descartar por
completo la posibilidad de que determinadas concesiones desde los
circuitos de poder se traduzcan en retrocesos en la contestación o, en
su caso, en divisiones internas dentro del 15-M.
Vaya por delante que el título de este texto no incorpora ninguna
metáfora. Nada más lejos de mi intención que sugerir que el movimiento
del 15-M ha entrado en una etapa de declive. Quiero dedicar estas
líneas, antes bien, a examinar un puñado de datos que, en un grado u
otro,marcarán inevitablemente el derrotero de ese movimiento una vez
llegue septiembre y --cabe suponer-- se retomen con radicalidad y fuerza
las iniciativas. Lo digo porque, veamos las cosas como las veamos,
parece inevitable que en los meses de verano se registre un reflujo en
aquéllas.
El primero de esos
datos lo aporta la conciencia del movimiento en lo que se refiere a la
necesidad de desplegar, pese a todo, campañas de muy diverso cariz que,
aunque no tan fuertes simbólicamente como las acampadas de las últimas
semanas, mantengan encendida la llama de la contestación y del recuerdo.
Estoy pensando, y son ejemplos entre otros, en la convocatoria de
concentraciones en muchos lugares, en la preparación de las
manifestaciones que deben registrarse el 15 de octubre, enlas marchas a
Madrid previstas para las próximas semanas, en el apoyo a la campaña de
hostigamiento a los desahucios, en la extensión de las acampadas a
localidades que hasta ahora no las han acogido o, en suma, en la
internacionalización de muchas de las acciones hasta ahora
desarrolladas.
Un segundo
elemento que hay que tomar en consideración lo constituyen los
previsibles efectos de la violencia con la que el movimiento, con
certeza, va a ser obsequiado. En este momento sólo puedo enunciar una
firme convicción : la fortaleza del 15-M es tal que también aquí las
cosas han cambiado. Si hasta hace un par de meses la violencia represiva
provocaba las más de las veces miedo y retirada, hoy se traduce, antes
bien, en una firme y general voluntad de mantener convicciones e
iniciativas.
El tercer dato
interesante lo configura lo que puede ocurrir en el otoño en las
universidades. No se olvide que éstas, como tales, apenas se han
movilizado en las últimas semanas, y ello pese a que en acampadas y
manifestaciones había, claro, much@s universitari@s y muchos jóvenes que
han dejado la universidad hace bien poco. Es razonable intuir que en
septiembre y octubre, en un período menos lastrado por los exámenes, se
registre en las facultades y escuelas un repunte del 15-M que bien puede
otorgar a éste un impulso muy saludable. Queda por saber, en un terreno
próximo, si en el otoño asistiremos también a movilizaciones en los
institutos; obligado parece subrayar al respecto que estos últimos han
permanecido las más de las veces lejos de la efervescencia del 15-M.
El
cuarto elemento que merece atención es la previsible convocatoria de
una huelga general y, con ella, la perspectiva de que la oleada del 15-M
empiece a hacerse valer con solidez en los centros de trabajo. La
iniciativa de esa convocatoria tiene que correr a cargo, por lógica, del
sindicalismo resistente, que sería lamentable se arrugase: loque es un
fracaso seguro es la no convocatoria de la huelga. Muchos de los
conocimientos que creemos haber atesorado sobre esto sospecho que ahora
nos sirven de poco, y que en la estela de una contestación que se
extiende por todas partes no hay que desdeñar en modo alguno la
perspectiva de un éxito de la huelga a la que me refiero. Dicho sea de
paso: emplazaría ante decisiones insorteables a los sectores de CCOO y
UGT que aún mantienen alguna voluntad de contestación.
La
quinta circunstancia de interés nos habla del efecto de estímulo que
podría derivarse de un adelanto de las elecciones generales españolas al
otoño. Nunca se subrayará lo suficiente que una de las explicaciones del
éxito del movimiento 15-M fue su surgimiento en el ecuador de una
campaña electoral tan sórdida como triste. Aun cuando las elecciones no
se adelanten, el mes de marzo --que es el inicialmente previsto para
aquéllas-- tampoco queda tan lejos, y bien puede ser una ocasión más
para apuntalar movilizaciones en todos los ámbitos.
Estoy
obligado a identificar, en suma, un estímulo muy poderoso para
alimentar la vitalidad del movimiento: el hecho, obvio, de que nuestros
gobernantes no van a modificar un ápice el guión de las políticas que
aplican desde tiempo atrás. Lo digo de otra manera: en este caso hay que
descartar por completo la posibilidad de que determinadas concesiones
desde los circuitos de poder se traduzcan en retrocesos en la
contestación o, en su caso, en divisiones internas dentro del 15-M.
A
buen seguro que, más allá de todo lo anterior, el futuro del movimiento
depende en muy buena medida de lo que él mismo decida ser. Al respecto
no somos pocos --creo-- los que deseamos que se convierta en una activa
red de asambleas y de autogestión que, en todos los ámbitos, plante cara
a los poderes establecidos y lo haga desde la contestación del
capitalismo, de la sociedad patriarcal y del productivismo, y desde la
solidaridad internacionalista con los países del Sur. No parece que este
programa de mínimos esté muy alejado de las querencias de muchas de las
personas, jóvenes y no tan jóvenes, que ocupan las calles estos días.