Antonio Fuertes Esteban. Attac Acordem
Profundas preguntas alimentan los
debates en un tiempo, el actual, plagado de banalización, traición y
corrupción de los poderes constituidos, desconfianza razonable,
malestar ciudadano, incertidumbre, desafección y pérdida de sentido:
¿Época de cambios o cambio de época? ¿Crisis económica o crisis del
sistema?
Voy a plantear una nueva que a mi entender puede ayudar a
situar la realidad en que vivimos, que se está construyendo paralela a
la ruina de los sueños de la Modernidad. Cuando la indignación
ciudadana llena calles y plazas exclamando ¡No nos representan! Es
preciso preguntarse ¿Pueden representarnos nuestros gobiernos? ¿Hay
una crisis de representación o la crisis ataca los propios fundamentos
del Estado?
El Estado vigente, el liberal
democrático moderno, fue erigido sobre la premisa del Estado árbitro
del bienestar general de la comunidad política, que adaptado al
contexto económico y social originario del S. XVIII, vendría a ser una
primera instancia de regulación mediadora y equilibradora entre el
mercado y la sociedad, entre el capital y el trabajo, ello construido
en base a una supuesta lealtad social a la comunidad política que los
estados representaban.
Sin embargo esta representación del
Estado fue desmitificada durante los siglos XIX y XX por una mayoría de
ciudadanos y ciudadanas desposeídos de los derechos que las clases
privilegiadas ostentaban. En realidad quedaba patente la esencia del
Estado liberal, que, más allá del corpus y declaraciones políticas,
estaba sujeto a las reglas del liberalismo económico que hacían
prevalecer los intereses de la clase adinerada, sobre la que recaía el
poder del Estado. En este sentido, el Estado liberal no es una
institución neutral, sino que reproduce la relación de poder de las
clases altas y adineradas sobre el resto de la ciudadanía. Es lo que
muchos han llamado la función reproductiva del Estado.
Durante dos siglos se dieron revueltas y
movimientos sociales que reclamaron y lucharon por la igualdad y
justicia social dentro del sistema liberal-capitalista. Estos
movimientos emancipatorios consiguieron que después de la 2ª Guerra
Mundial el Estado liberal guardián del liberalismo económico, como
doctrina que sustenta el sistema capitalista, evolucionara hacia un
Estado democrático y social de derecho, en el que los derechos civiles,
políticos, económicos, sociales y culturales proporcionaran un
estatus igualitario de ciudadanía a todos los miembros de la sociedad.
El cambio dentro del sistema
capitalista hacia este modelo social-democrático de derecho, llevaba
aparejada una segunda función del Estado que es la función de
legitimación. Esta es paralela al logro de una cierta cohesión social
necesaria para la paz social y que lleva al Estado a respetar y
proveer el estatus de ciudadanía propio del Estado de derecho. El
pacto social de post-guerra plasmado en las políticas de concertación
entre el Estado y los agentes de representación del trabajo y del
capital, los acuerdos de Bretton Woods, las políticas Keynesianas
adoptadas y la necesidad de re-construir e industrializar el Mundo de
post-guerra posibilitaron en Europa y América del Norte una época
prolongada de crecimiento y bienestar que hacía a algunos pensar que
el capitalismo había encontrado su rostro humano.
Sin embargo, como era de esperar, el
modelo capitalista basado en el beneficio y la acumulación hizo tope.
Ya a partir de finales de los 60 la tasa de ganancia del capital hace
tope y se resiente definitivamente con las crisis del petróleo. En
este punto el capital empieza a ver el agotamiento del sistema y
adoptando políticas económicas de carácter monetarista da un cambio de
rumbo en función de maximizar el beneficio.
El llamado modelo de bienestar basado
en el pleno empleo y las diversas pensiones y prestaciones públicas,
empieza a cuestionarse. Las dos crisis del petróleo provocan recesión y
paro, sin embargo un conjunto de medidas estaban ya en la recámara
del sistema.
En 1971 Richard Nixon acaba con la
paridad dólar-oro, que era una medida que beneficiaba al dólar como
moneda dominante, pero que globalmente significaba estabilizar la
economía. Cuando se acaba con la paridad, la flotabilidad de las
monedas significa inestabilidad y especulación, procesos que habían
sido controlados mediante las regulaciones propias de Bretton Woods.
Es el principio de la desregulación financiera y posiblemente de la
Globalización, que ha sido el gran proyecto del capital y que ha
significado en principio romper la solidaridad que se dio entre el
capital y las fuerzas del trabajo a nivel estatal durante los años
“dorados” de post-guerra.
Las teorías neoliberales de Hayek y
M.Friedman fueron adoptadas a partir de 1978 por Ronald Reagan y M.
Thatcher y ello significó un gran impulso a los conservadores
anglosajones y la expansión del neoliberalismo. El problema era el
Estado y había que adelgazarlo. Aunque el auténtico problema para ellos
no era un Estado que utilizaban para someter a las poblaciones al
imperio de la ley aceptando la involución social de sus propuestas,
sino el Estado social y democrático de derecho.
Las desreglamentaciones, liberalización
de los mercados y privatizaciones pasan a ser pecata minuta de las
políticas anglosajonas, mientras en Europa el Estado del bienestar
entra en crisis por vía de la saturación de los mercados y el paro que
junto a la regresión en las políticas fiscales, supone una crisis
fiscal del Estado.
Pero en Europa las políticas de la
llamada tercera vía introducidas desde Gran Bretaña por Toni Blair y
recogidas por Schroeder en Alemania, introducen, con la etiqueta de
social-liberalismo, el neoliberalismo en Europa, que a partir de
Mastrich en 1992 va asentándose, haciéndolo definitivamente con la
firma del antidemocrático y neoliberal Tratado de Lisboa por parte de
los 27 Jefes de estado y de Gobierno de los países de la actual Unión
Europea.
Todo se desregula en virtud de la
maximización de la tasa de ganancia, la circulación de capitales, el
control de la banca, las barreras tarifarias y arancelarias, los
intereses. El mercado laboral ha de tener como referente la
flexiseguridad y para ello también se trata de socabar la negociación
colectiva. La independencia de los bancos centrales de los estados los
convierte en aliados de la banca. Las políticas monetaristas tienden a
supeditar la lucha contra el paro a la lucha contra la inflación. La
fiscalidad se hace cada vez más regresiva, gravando más a las rentas
del trabajo que a las del capital y favoreciendo la evasión y el
fraude fiscal vía paraísos fiscales.
Todo en función del traslado de las
rentas del trabajo hacia el capital, que ya descargado del lastre
Estatal se mueve alrededor del Mundo buscando el máximo beneficio allí
donde puede. En 1998 el presidente Clinton abole la ley de
Glass-Steagall que matenía la banca comercial lejos de las frivolidades
de la banca de inversión, este significa un hito que ha supuesto la
apertura de toda la banca internacional a los procesos de inversión
internacional de corte especulativo.
También es patente que el capital deja
de invertir los beneficios en el sistema productivo y pasa a alimentar
su avaricia con las sustanciosas ganancias que en el corto plazo le
proporciona la especulación sobre todo tipo de activos – valores,
divisas, bonos hipotecarios, bonos y obligaciones del Estado, mercados
de futuros de los alimentos, productos derivados…etc. A los procesos
de desposesión propios a nivel histórico del capital sobre la
ciudadanía: apropiación, expoliación, explotación de la mano de obra,
usura y creación de dinero por la banca, expropiación… hay que añadir
con la globalización de los mercados de capital dos procesos que se
desarrollan a nivel global y que significan la desvinculación total de
los capitales de todo lastre de lealtad a los estados. Las diferentes
carteras de inversión recorren el Globo invirtiendo sin escrúpulos
allí donde obtienen mayor beneficio. El otro proceso es la opacidad
propia de los paraísos fiscales, que impide que los estados y la
justicia internacional puedan seguir el rastro de la delincuencia
fiscal y financiera y del crimen organizado. Estos dos procesos, junto
a los anteriores, convierten al capitalismo en su fase financiera en
un sistema criminal y depredador de la ciudadanía e incompatible con
la democracia entendida como libertad, equidad y justicia social.
Pero no solo como libertad, equidad y
justicia social, sino como gobierno del pueblo, ya que a la ciudadanía
no le es dado sino participar cada 4 años depositando su voto, un voto
que a la postre no sirve a la representación de la ciudadanía, ya que
el poder tiránico de los mercados han acabado desplazando a los
representantes electos de las decisiones importantes, cuando no
incorporándolos directamente a su propio proyecto.
Así que tenemos un Estado desposeído en
lo social, pero fuerte en los sistemas de intimidación social y que
puede utilizar el “legítimo monopolio de la violencia” para defender
los ilegítimos intereses del Mercado. El Estado cumple en la
actualidad bien su función de reproducción, pero su función de
legitimación está más que cuestionada y eso es lo que supone de nuevo
conflictividad social y cuestionamiento de sus instituciones
pretendidamente democráticas.
El Estado Nación ya no significa una
base sólida desde la que continuar edificando el edificio de la
modernidad, ha sido ninguneado en sus atribuciones y deslegitimado por
los ciudadanos. No obstante si echamos una répida mirada histórica
retrospectiva podremos observar como se han ido construyendo y
deconstruyendo las unidades políticas: La ciudad- Estado Griega, el
feudo medieval, las ciudades Estado italianas, el Estado Nación
Moderno; todas estas representaciones obedecen a momentos históricos
que han evolucionado hacia nuevas formas sociales y políticas. Hoy la
unidad política del Estado Nación ya no responde adecuadamente a las
necesidades de su comunidad política, está en un claro proceso de
deslegitimación en el momento actual de Globalización y la sociedad
habrá de buscar nuevos constructos políticos, el Estado Nación no sirve
hoy a las necesidades de la ciudadanía democrática.
Es en estos momentos que la ciudadanía
se da cuenta que las instituciones y sus servidores no le
representan, que representan servilmente a los poderes establecidos y
si bien la limitación y ajustes del pingüe Estado social existente no
le proporcionan un adecuado estatus de ciudadanía, su deseo de
participación activa le imprime el valor para desprenderse de sus
miedos y luchar solidaria, no violenta y activamente por el ejercicio
de su soberanía en una posible y auténtica democracia. Los métodos no
pueden ser otros que la unión y la solidaridad, la resistencia activa,
la búsqueda de nuevos procesos de intercambio y la desobediencia
civil. Nadie está en su sano juicio si quiere enfrentarse al Poder en
su campo y especialidad: El uso de la fuerza.
Por otra parte hay que huir como de la
peste de antiguos mitos nacionalistas, tanto de las patrias reales,
como de las imaginarias. Combatir la actual Globalización ha llevado a
algunos a hablar de la necesaria des-globalización. Ello nos llevaría
a un proceso de paulatina re-nacionalización y autarquía, en donde
los capitales, alejados de la competencia por la guerra económica
volverían, como no a optar por la guerra física como medio de
conquista y enriquecimiento, la vuelta de los viejos y terribles
imperialismos estaría a la vuelta de la esquina.
El Mundo se está haciendo multipolar,
pero dentro de la competencia. La adscripción a proyectos de
modernización exclusivamente nacionales no conduce a ninguna parte.
¿Qué interés podemos tener en que los BRIC se desarrollen y crezcan a
un ritmo del 8 al 10 % anual si lo hacen siguiendo modelos económicos y
tecnológicos que degradan el medio ambiente o reproducen las
desigualdades?. ¿Qué interés podemos tener en haber pasado del G-7 al
G-20? Nuestro interés sería recuperar unas Naciones Unidas con
competencias en la gobernabilidad mundial y auténticamente
democráticas.
Creo firmemente que no hay más remedio
que optar por el internacionalismo solidario a ultranza, la ciudadanía
global y por un proceso hacia una gobernabilidad mundial. Comencemos
por recuperar Europa del secuestro de los grupos financieros y
extendamos un modelo social, ecológico y solidario al resto del Mundo.
Ello solo es posible si desterramos del globo la competencia como
factor fundamental de los poderes establecidos para mantener desunida y
subyugada a la ciudadanía. Contra la competencia la cooperación entre
estados y solidaridad entre los pueblos.
Las redes cibernéticas y las
capacidades actuales permiten realizar este sueño humano de
convertirse al fin en especie solidaria consigo mismo y con el planeta.
Todas las políticas deben hoy pensarse en función del bien común de
la humanidad y lejos del bien particular de naciones, religiones,
clases o grupos de poder. La política ha de transcender fronteras y
completar el proyecto de modernidad de manera cosmopolita,
internacionalista y global. La ciudadanía tiene poder hemos de
globalizar las resistencias, mover las cosas de donde están somos
muchos, somos legión. Luchar por un Mundo mejor significa luchar por
una Res Pública Global.
Para acabar decir que el proceso de
cambio será lento, pero no puede esperar, ahora es el momento de
compartir reflexión, sentimientos y sueños, de volver a apasionarnos.
Hemos de regenerar profundamente la vida democrática. No solo exigiendo
buenas leyes electorales, control del ejercicio del poder y rendición
de cuentas, separación real de poderes y sobretodo desvinculación de
los poderes económicos. Hemos de exigir una participación real de la
ciudadanía en la vida política. A los tres poderes de la democracia
liberal les hace falta urgentemente contrastarse con un nuevo cuarto
poder que no ha de ser otro que el de la ciudadanía. Lo que hay ya lo
conocemos, solo hay un poder, el del dinero.
Pero no caigamos en la vacuidad de
considerar que la representación no es necesaria, que los parlamentos y
poderes políticos sobran. Que el pueblo puede organizarse por él
mismo de forma autogestionada y sin intermediarios o representantes.
En un Mundo de seis mil millones de habitantes y en donde más de la
mitad de la población vive en grandes metrópolis, no podemos
seriamente plantearnos que podemos gobernarnos por tribus o clanes por
más democráticos que sean.
Lo que hay que cuestionar es el Estado
como único poder, el internacionalismo solo conduce a un necesario
gobierno Mundial, un futuro gobierno del pueblo de toda la Humanidad.