15 de mayo de 2011: miles de personas recorren las calles de numerosas ciudades del Estado reclamando Democracia Real. Esa noche, unas 300 personas deciden continuar las movilizaciones acampando en la Puerta del Sol de Madrid.
Concentraciones y asambleas públicas cada vez más multitudinarias y con participación heterogénea e intergeneracional irrumpen en plena campaña electoral
y relegan a los partidos políticos a un segundo plano. La
#spanishrevolution estalla para desbordarlo todo... al menos durante
unos días.
Atónitos, sorprendidos y esperanzados, nadie sabe que está pasando, pero algo pasa en las plazas.
La plazas funcionan como un papel en blanco donde se va
componiendo un dibujo colectivo en función de deseos y necesidades. Las
conversaciones entre grupos de los primeros días dan paso, durante el
fin de semana, a la reflexión organizada. Crecen las comisiones y subcomisiones, se multiplican los grupos de trabajo.
Cada plaza se convierte en un proceso de aprendizaje, una propuesta y una evidencia de que es posible una democracia mejor.
Se habla de economía, de arte, de ecología,
de política a corto y largo plazo, de comunicación; se ponen en común
distintas perspectivas en materia de educación y de sanidad. Se proponen acciones, actividades, se planifican, se ejecutan, se evaluan. Los grupos de debate se expanden por la ciudad.
Cada día vuelcan sus consensos en las asambleas
generales. La
inteligencia colectiva funciona y el apoyo mutuo es la tónica. “¿Por qué la gente no es normalmente así?”, pregunta un integrante de la comisión de comunicación. La verdad, es que la gente, es normalmente así. La creatividad bulle en las plazas.
Pedagogía del lenguaje
“Lo importante no es quiénes somos sino lo qué
queremos”, dicen algunas voces, mientras los medios se empeñan en
etiquetar. El lema “No somos antisistema, el sistema está contra
nosotros” se repite hasta 8.000 veces en Google. A la vez que se le da
la vuelta al lenguaje, se actualizan términos que habían caído en desuso
como “revolución” o “pueblo” en un discurso sin sujeto definido que se
autoproclama apartidista y no quiere siglas. Pero en este desmarcarse se
confunde, a veces, ser ‘apartidista’ con ‘apolítico’.
Cómo se verbalizan las demandas también es importante.
En el espacio habilitado para que la gente hable, se explican decenas de
veces las formas de participar en los debates sin interrumpir y se
apela al lenguaje inclusivo. Aún así, cada cierto tiempo se escapan
aplausos, protestas, silbidos, y algún que otro comentario sexista.
Hacer pedagogía es fundamental: los insultos y las confusiones pueden
ser “el comienzo de un gran debate político”, como reflexiona la
escritora Belén Gopegui sobre la retirada de una pancarta feminista que
dio pie a un taller sobre machismo.
“Transeuntes que sonríen, que dicen permiso cuando van a pasar, que si te pisan te tocan el hombro y piden disculpas,
el milagro se llama #15M”. Esta reflexión de una twittera bien sirve para ilustrar el ambiente de la acampada en la plaza.
A medida que pasa la semana, gente de distintas
generaciones se ha acercado a escuchar las propuestas de los demás. Los
“ya era hora”, “por fin”, “en qué puedo ayudaros” se suceden. En la
acampada insisten en que cada vez gente más diversa se acerca a ofrecer
su apoyo. No aceptan dinero pero reciben
donaciones: un móvil que retransmite internet, una pata de jamón
serrano, toneladas de comida, de agua, piezas de fruta se reparten entre
la gente que asiste a la asamblea en la plaza.
Un vecino anónimo ofrece placas solares para solventar
los problemas energéticos del campamento. Un colectivo ofrece sus
generadores y acumuladores. Así, se rechaza por “no necesaria” una
propuesta de Inditex (Zara), que ofrece unos generadores. También
anuncian que se ha rechazado una propuesta de Pepsi, que a cambio de
unas latas quiere su momento de #spanishrevolution.
La plaza se llena de vida, se convierte en apenas una semana en el centro donde transcurren las vidas de muchas personas.
Por unos días, quién sabe si quizá ya para siempre, la plaza
ha dejado de ser “el mejor ejemplo de las ‘plazas duras’: plazas sin
comunidad real, sin alojamiento, inhóspitas para la afectividad más elemental”. La plaza es el centro de la ciudad.
La alegría ha venido a ocupar ese espacio duro, esa plaza-no lugar en la que, hasta el 15 de mayo, las manifestaciones se disolvían entre el tráfico de gente con prisas, turistas, consumidores y plantillas enteras camino de sus trabajos. Eso se ha tornado ahora en un espacio acogedor, en una suerte de ciudad dentro de la ciudad, que funciona con sus propias normas.
En la plaza, sus habitantes ya no se contentan con curiosear y ser espectadores de discusiones y reuniones: todo el mundo quiere participar, intervenir y dar su opinión. Si a alguien le comienza a temblar la voz cuando habla ante miles de personas, suenan los aplausos para animarle a continuar.
Entre sus habitantes más asiduos domina la sensación de que la vida se ha interrumpido, de que todo menos esto puede esperar. El tiempo se dilata y se hace mucho más intenso,
se olvida que hay que comer y se acumulan horas sin dormir. Da igual:
el chute de adrenalina que genera sentirse parte de un esfuerzo
colectivo hace que sea difícil dejar la plaza, irse a descansar, parar.
¿Y ahora qué?
Los medios de comunicación exigen propuestas claras, un manifiesto, un programa de puntos. Su urgencia choca con la necesidad de calma para debatir y consensuar propuestas de un movimiento que apenas lleva una semana en marcha.
“Se juzga a las asambleas de acampadas desde una perspectiva errónea.
No hacen programa; son ciudadanos discutiendo y pensando juntos”, señala
el investigador José Luis de Vicente.
Sin embargo, tras las elecciones, en las plazas planea un reto: cómo dar continuidad al
movimiento, cómo dar cuerpo a sus múltiples propuestas. ¿Consensuar un número limitado de reivindicaciones concretas
que gozan de un amplio respaldo y hacer bandera de ellas o elaborar un
programa extenso y desarrollado? ¿Trasladar las asambleas a los barrios o
seguir apostando por eventos masivos? ¿Hasta cuándo continuar con las acampadas? Todo puede discutirse en la plaza.
Es la semilla de la democracia real ya.