Maria Reyes | Consume hasta morir
Son muchos los temas importantes que los docentes tienen que trabajar en
las aulas más allá de lo que marcan los currículos oficiales: la
biodiversidad es uno de ellos. Cada vez hay más personas que viven en
entornos artificiales que impiden percibir la dependencia de los humanos
respecto a los sistemas naturales y el deterioro que se está generando
en ellos. De ahí la importancia de buscar enfoques nuevos y herramientas
que permitan introducir el trabajo acerca de la biodiversidad dentro de
los centros educativos.
De lo que nos llevamos a la boca al concepto de biodiversidad
Quizás resulta exagerado decir que hay alumnos y alumnas
que cuando ven un tetra brik de leche nunca se pararon a pensar qué ser
vivo produjo ese líquido que beben. Sin embargo, cualquiera de quienes
trabajamos con adolescentes sabemos que la mayoría no conocen cómo es la
planta que da tomates, de dónde vienen las palomitas de maíz que se
comen mientras ven una peli en el cine o qué pasaría si desapareciesen
todos esos insectos que tanto les molestan en verano.
Parece como si el proceso que nos permite alimentarnos
comenzase en los estantes de los supermercados. Pero los adolescentes,
especialmente los urbanitas, no tienen la responsabilidad de esta falta
de conocimientos. Han sido educados sobre el asfalto, jugando desde
pequeños en parques de plástico sin apenas posibilidad de pisar la
tierra y rodeados de muchas pantallas que les enseñan cómo es el mundo.
Por primera vez en la historia de la humanidad viven más
personas en las ciudades que en el campo, lo que quiere decir que
tenemos que enseñar la importancia de la biodiversidad en un entorno en
el que, aparentemente, podemos vivir sin depender de otras especies.
Cada vez estamos más lejos de entender lo dependientes que somos de los
sistemas naturales. El análisis que se hace de la realidad es
fragmentado, no se unen causas con consecuencias, y esto da como
resultado una desconexión entre nuestra existencia y los parámetros que
permiten que haya vida. Igual que no se puede comprender el
funcionamiento del cuerpo humano estudiando cada órgano por separado, no
se puede entender qué está pasando con la biodiversidad sin tener en
cuenta la intensa red de interacciones que se producen en los sistemas
naturales, y cómo el modelo económico y social impuesto por los países
del Norte está afectando a su mantenimiento.
La idea de que los humanos somos una especie que, a
diferencia de todas las demás, puede manipular e incluso vivir por
encima de los procesos de la Naturaleza está siendo ampliamente
extendida por el sistema que rige la economía mundial: el capitalismo.
Este modelo promueve una ideología basada en el consumismo, en el cuanto
más mejor, ignorando que en un planeta de recursos finitos, el
crecimiento ilimitado es, además de injusto, imposible. Pero es un
sistema que necesita el consumo constante y creciente para poder
mantenerse, de modo que se sustituye la diversidad de identidades
locales por una única identidad globalizada basada en el consumo. Como
resultado, las sociedades opulentas del Norte están formadas por
individuos cada vez más hedonistas e individualistas. La filosofía sobre
la que se sustenta la globalización neoliberal (el derecho inalienable
del empresariado a maximizar sus beneficios) implica la construcción
paralela de la idea de que el consumismo es también un derecho social,
una forma de democracia y un indicador de la calidad de vida. Al final
esta ideología de mercado ha separado la coevolución entre las personas y
los ecosistemas, y ha producido una desarticulación de las estructuras
socioeconómicas, culturales y ecológicas tradicionales.
Todo este modelo económico basado en el pensamiento
único produce homogeneización, que va en contra de la diversidad. Igual
que ocurre con un monocultivo, en el que una sencilla enfermedad puede
acabar en poco tiempo con toda una cosecha, sin diversidad cultural,
humana, reducimos el abanico de nuestros aprendizajes, nuestra capacidad
de adaptación a situaciones cambiantes y la capacidad de reconstruir lo
dañado. La homogeneidad que este modelo de consumo pretende impulsar no
apunta hacia la complementariedad ni al ejercicio de la
interdependencia, condiciones ambas muy necesarias para la creación y el
mantenimiento de la vida.
De este modo, el consumo se ha convertido en la manera
que el sistema capitalista impone para satisfacer las necesidades
humanas, aunque éstas puedan ser resueltas de otras muchas formas. Dado
que este sistema económico es insaciable en cuanto a la acumulación de
capital se refiere, el límite en el consumo no lo marcan las necesidades
de las personas, sino su capacidad de gasto y endeudamiento. El consumo
se convierte en un fin en sí mismo, una medida de cumplimiento de los
proyectos vitales y un hecho que sustenta y da sentido a la vida
contemporánea. La demencial aceleración que experimentamos en las
sociedades del Norte tiene que ver, en última instancia, con la
velocidad de circulación del capital y la avidez por recoger beneficios
en el menor tiempo posible. Eso explica por qué es preferible comprar
nuevo material escolar cada año antes que reparar o reutilizar el viejo.
En definitiva, lo que hace el sistema capitalista es
situar al mercado como epicentro de la realidad, como patrón que define
lo valioso, lo importante, lo central. Y todo lo que quede fuera de la
esfera de lo económico no tiene valor. Por eso resulta que los trabajos
que realiza la Naturaleza no cuentan en la lógica de mercado: la
fotosíntesis, el papel del escarabajo pelotero dentro del ecosistema,
la capacidad de regeneración de las semillas después de un incendio en
un pinar, el ciclo del agua, la regulación del clima, los vientos que
ayudan a migrar a las aves y los rayos de sol son gratis y, aunque son
imprescindibles para vivir, no pueden traducirse en dinero, por lo que
son invisibles para el mercado.
Pasar a la esfera de lo visible estos procesos, que son
los que generan y mantienen la vida, es una tarea que también debe
realizarse desde la escuela. No sólo para poder entender la relación de
la biodiversidad con aquello que comemos, sino porque con el panorama
actual de crisis socioambiental se hace, cada vez más imprescindible, un
análisis que permita la construcción colectiva de alternativas.
La biodiversidad mirada desde la escuela
Aceptando que los libros de texto son sólo una parte de
lo que se aprende en las escuelas, lo cierto es que dan una muestra de
en qué modelos y esquemas mentales se están socializando las diferentes
generaciones: a través de ellos se ve el mundo, se forma la opinión y se
actúa en él. Además, aunque existen otras fuentes de formación de
categorías mentales como la televisión o la industria del ocio, los
libros de texto son representativos de lo que la sociedad considera un
conocimiento más serio y objetivo. Por eso es fundamental saber cómo se
trata la biodiversidad en ellos.
Según un estudio realizado por Ecologistas en Acción
sobre el currículum oculto de los libros de texto cabe destacar, para
comenzar, que la presencia del concepto de biodiversidad en los libros
se limita, casi exclusivamente, a las áreas relacionadas directamente
con las Ciencias Naturales.
Uno de los aspectos más relevantes que se muestran en el
estudio es que la Naturaleza se trata como un todo homogéneo y
simplificado sin atender a su enorme diversidad. El paradigma sistémico
apenas existe y no se pone de manifiesto la complejidad de los sistemas
vivos ni el papel de la especie humana como parte del sistema.
De esta manera, puede observarse que la biodiversidad se
trata de un modo reduccionista. Parece como si el objetivo fuese
conservar un catálogo de especies al margen de los ecosistemas donde se
desarrollan, obviándose las interrelaciones que existen entre las
distintas especies entre sí y en equilibrio con su medio. Además, hay
una clara tendencia a dar más importancia a la extinción de grandes
vertebrados como la ballena, el oso o el lince, que al resto de seres
vivos como los invertebrados, las plantas o los hongos.
De acuerdo a los libros de texto, pareciera que los
seres vivos sólo existen para ser utilizados por los humanos. No aparece
la biodiversidad como valor en sí mismo, como mecanismo que proporciona
estabilidad al sistema de la vida, ni como almacén de información
genética intrínsecamente adaptada al territorio. Por lo tanto, la
utilidad de la biodiversidad se mide en términos de rentabilidad para
los intereses productivos, como una fuente de recursos y una fábrica al
servicio de los humanos.
También resulta significativo analizar aquellas cosas
que no se tratan en los textos: no se habla de las causas que producen
el desequilibrio y destrucción en los ecosistemas y la desaparición de
muchas especies, como la contaminación, la sobreexplotación de recursos,
la deforestación o el cambio climático. En muchos casos se nombran
estos problemas, pero no se hace un análisis que permita reflexionar
sobre quiénes los producen y por qué. Tampoco se hace alusión a que a
través de los derechos de propiedad intelectual algunas empresas
multinacionales pretenden acaparar los recursos naturales del mundo,
siempre y cuando sean susceptibles de negocio. Los conocimientos
milenarios sobre cómo mantener la biodiversidad que los pueblos
indígenas llevan acumulando durante siglos son también invisibles para
los libros de texto.
El estudio concluye, de modo más general, con que los
libros de texto no mencionan la creciente insostenibilidad del actual
modelo económico y social y ocultan el deterioro acelerado de todo lo
necesario para vivir: el agua y el aire limpios, el territorio fértil y
los alimentos sanos... Confunden de forma sistemática el bienestar con
el crecimiento económico, a pesar de las numerosas y crecientes
evidencias, tanto humanas como ambientales, que cuestionan dicha idea.
En este sentido, los libros de texto no relacionan la destrucción
ambiental con un modelo de desarrollo que pone a la economía como eje
central de las relaciones humanas.
Cambiar la manera de mirar la biodiversidad
La mayor parte del alumnado no vive en contacto directo
con los espacios naturales ni observa de forma directa los ecosistemas,
por eso no existe alcance ni conciencia clara del deterioro acelerado
que está sufriendo la biodiversidad. El modo de comprender lo que nos
rodea tiene fuertes implicaciones en las formas de intervenir sobre esa
realidad.
En los últimos tiempos se ha venido produciendo una
mercantilización de casi cualquier aspecto de nuestra vida: el agua que
antes era gratuita ahora se vende empaquetada en botellitas
individuales, la diversión pasa por gastar dinero en lo que la industria
del ocio marca como última tendencia, y la manera de valorar el
aprendizaje es hacer un regalo cuando se aprueba todo al final del
curso. Ya casi cualquier cosa es susceptible de venderse, desearse y
comprarse.
En este contexto, gran parte de los alumnos y alumnas
sabe de la existencia de problemas ambientales. Eso si, lo que se ofrece
como solución son medidas individuales ante problemas globales. Así, en
las escuelas sigue faltando un cuestionamiento de algunos aspectos
centrales que afectan al deterioro del entorno y, con ello, a la
biodiversidad: ¿tiene algo que ver nuestra manera de consumir con el
deterioro de la biodiversidad? ¿Cuál es el papel de los países del Sur
en el mantenimiento de la misma? ¿Qué es la deuda ecológica? ¿Podemos
controlar a la Naturaleza mediante los avances tecnológicos?
Este cuestionamiento falta porque choca con los
intereses del sistema económico dominante: la escuela, en términos
generales, no da una educación para la vida, sino más bien un
amaestramiento en el mercado. Se aprenden conocimientos que no sirven
para producir alimentos, arreglar un pantalón roto, compartir o trabajar
en grupo, pero que se presentan como necesarios para conseguir un buen
trabajo y ascender en la escala social. Se educa para el reciclaje, pero
no para la reducción en el consumo. Se aprende la historia del poder y
de los ejércitos, pero no la historia de los pueblos que cuidan el
equilibrio con el entorno en el que viven. Se estudian las posibilidades
de la investigación agroquímica, pero no los métodos de la
agroecología. Se trabaja en matemáticas el cálculo del interés y de los
porcentajes de ganancia, pero no la desproporción en el reparto de la
propiedad y el desigual reparto de la riqueza.
Los saberes que nos hacen más conscientes y capaces de
vivir en interdependencia con la tierra, los más próximos a la
sostenibilidad, quedan fuera del currículum escolar oficial. Todo ello
empapado en una fuerte tendencia a valorar al individuo por encima del
colectivo.
Y, ante este panorama ¿qué podemos hacer? Colocar la
vida en el centro de la reflexión y de la experiencia, vincularse al
territorio próximo, alentar la diversidad, tejer relaciones
comunitarias, hacer acopio de saberes que acercan a la sostenibilidad o
desenmascarar y denunciar el actual modelo de desarrollo son algunas
claves que pueden servir para comenzar a plantear este trabajo.
Valorar lo duradero y lo lento frente a la rapidez del
usar y tirar, lo público frente a lo privado, apreciar los procesos de
reproducción frente a la hegemonía de la producción, priorizar el
equilibrio frente al crecimiento, la eficiencia frente al beneficio, el
uso frente a la posesión y lo colectivo frente a lo privado son otras
ideas a tener en cuenta. En definitiva se hace necesario saltar la valla
de la escuela para asomarnos a la biodiversidad de una manera
diferente: se trata de interiorizar que la biodiversidad es la
estrategia de seguridad de la Naturaleza que se basa en el aumento de la
complejidad en lugar de incrementar la productividad, justamente lo
contrario de lo que pretende el sistema económico capitalista.
La contrapublicidad como herramienta de trabajo.
Los alumnos y alumnas no disponen de instrumentos que
les permitan discernir entre tanto estímulo comercial y tanta densidad
informativa. Y es que vivimos en ciudades en las que las vías públicas
son sustituidas por calles privadas cargadas de publicidad, donde los
transeúntes se convierten en audiencias y donde las ciudades cada vez se
parecen más a gigantescos centros comerciales. Marquesinas, cabinas
telefónicas, autobuses urbanos, baños públicos... todo está plagado de
publicidad. Con todo ello nos faltan herramientas que nos hagan movernos
de forma racional, consciente y crítica entre una profusión incesante
de objetos que están programados para dejar de funcionar. El análisis de
la publicidad, más allá de ser un eje muy importante para la educación
en el consumo crítico, supone una oportunidad de trabajo en diversos
ámbitos educativos, entre ellos los formales. Todos han visto anuncios y
pueden analizarlos y opinar independientemente de su nivel académico y
de su historia escolar.
Ante una publicidad unidireccional a la que no se puede
responder, la contrapublicidad sirve para dar una respuesta comunicativa
en este escenario de saturación publicitaria: es una herramienta de
reflexión y de denuncia a través del lenguaje gráfico. Y, desde el punto
de vista didáctico, es una herramienta transversal ya que permite
abordar temas tan diversos como los que trata la propia publicidad:
sostenibilidad social y ambiental, biodiversidad, género, estereotipos
de éxito social...
Trabajar la contrapublicidad sirve para hacer una
crítica a la sociedad de consumo y desenmascarar el papel ideológico que
tiene la publicidad. Es una herramienta crítica para denunciar el
discurso publicitario diciendo todo aquello que omiten los anuncios, lo
que se esconde detrás de esta felicidad consumista: un modelo productivo
y de consumo devorador de recursos naturales y generador de impactos
socioambientales.
Pero ¿cómo puede trabajarse la contrapublicidad? A modo
de ejemplo, se muestra a continuación un guión de cómo hacer
contrapublicidad a partir del análisis de un anuncio publicitario .
Objetivo :
Trabajar el tema de la biodiversidad y su relación con el consumo
haciendo visibles las técnicas publicitarias utilizadas por la
comunicación comercial. De forma menos directa, también se trabaja por
qué a las empresas les interesa relacionar su imagen con la
biodiversidad y el cuidado del medio ambiente.
Metodología :
La actividad se realiza en dos partes: primero, el análisis crítico de
un anuncio publicitario; después, la creación contrapublicitaria a
partir del anuncio analizado.
A) Análisis de un anuncio publicitario.
Antes de realizar la actividad hay que pedirles a los
alumnos y alumnas que busquen anuncios en los que creen que, de algún
modo, aparece el tema de la biodiversidad. A partir de estos anuncios,
por grupos, se procede a hacer el análisis crítico siguiendo unas pautas
muy sencillas.
• ¿Qué imágenes se ven en el anuncio? ¿Cómo están colocadas? ¿Qué colores se usan?
• ¿Cuál es el eslogan que se utiliza?
• ¿Cuáles son las ideas y sensaciones que os transmite el anuncio?
Para completar el análisis del anuncio se puede buscar más información sobre la empresa anunciante y sus actividades.
B) Creación contrapublicitaria
Una vez que han visto la eficacia del lenguaje
publicitario, se pretende mostrar que esa misma fuerza comunicativa se
puede utilizar para transmitir otros mensajes, y se introduce de este
modo el tema de la contrapublicidad.
Realizar previamente el análisis de un anuncio
proporciona un buen punto de partida para mostrar en el contranuncio
aquello que el anunciante omitió. La elaboración del contranuncio se
puede hacer a través del siguiente guión:
• ¿Qué queréis criticar del anuncio?
• Pensad una imagen relacionada con lo que queremos criticar.
• Buscad un eslogan que diga lo contrario de lo que dice el anuncio.
Una vez contestadas estas cuestiones se trata de que
elaboren el contranuncio sin dar muchas restricciones en cuanto a
técnicas gráficas. Una manera de hacerlo es que, sobre el mismo anuncio
que trabajaron, corten y peguen imágenes y letras de manera que alteren
la idea. También se puede dibujar directamente sin utilizar el soporte
anterior o hacer uso de programas de diseño gráfico en un ordenador.
Finalmente, es interesante hacer una puesta en común en
la clase en la que cada grupo presenta sus trabajos y aquellas cosas que
quisieron criticar. Resulta bueno que reciban las valoraciones del
resto de sus compañeros y compañeras sobre el trabajo.
En este contexto, la contrapublicidad sirve como
herramienta educativa para romper el monólogo del consumismo y cambiar
los eslóganes de las campañas de marketing por reflexiones y preguntas
sobre nuestras propias necesidades y los impactos que conlleva este
modelo en aspectos como la biodiversidad.
Repensar este sistema económico es una responsabilidad
compartida para que, en última instancia, nuestros alumnos y alumnas se
conviertan en algo más que clientes y consumidoras y que la sociedad
vuelva a recuperar su complejidad y su biodiversidad más allá de la
lógica de mercado.