Nerea Morán / Arquitecta y miembro del grupo de Surcos Urbanos (surcosurbanos.es)
La proliferación de huertos comunitarios en nuestras ciudades muestra la eclosión de un movimiento que pocas veces es reconocido por la Administración.
- Foto: David Fernández.
Los huertos urbanos son un elemento que con mayor o menor importancia han estado presente en las ciudades desde sus inicios, y su reconocimiento y fomento institucional, sobre todo en momentos de crisis, se ha ido alternando con su sustitución por otros usos. Así encontramos huertos para pobres en la ciudad industrial de finales del siglo XIX, o huertos campesinos asignados a jornaleros sin tierra en la España franquista de los años ‘40, que se entendían desde la caridad y eran utilizados como elemento de control social. Durante las guerras de la primera mitad del siglo XX, los huertos son cultivados con un sentido patriótico y de subsistencia en las ciudades con problemas de abastecimiento.
El reflejo de este tipo de experiencias se mantiene en la legislación de países europeos como Reino Unido, Alemania o Dinamarca, que obligan a los gobiernos locales a proporcionar espacios de cultivo a la población. Esto ha permitido la persistencia de los huertos hasta nuestros días, a través de redes de allotments (huertos legales) y de huertos familiares que se apoyan en estructuras asociativas.
No ha sido así en nuestras ciudades, donde los huertos urbanos colectivos han estado siempre ligados a situaciones de informalidad y precariedad, sujetos a amenazas de desalojo que a menudo se han ejecutado. Por desgracia, uno de los problemas principales sigue siendo hoy la resistencia de nuestras autoridades a reconocer este tipo de uso legítimo del espacio público y a ceder su gestión a la ciudadanía. Otra cosa son los huertos urbanos municipales, tan en boga hoy, que aparecen esencialmente como espacios de ocio y formación para los ciudadanos y suelen ser gestionados por entidades privadas subcontratadas por los consistorios.
Las iniciativas comunitarias relacionadas con los huertos urbanos en el Estado español se pueden enmarcar en la tradición de luchas ciudadanas por espacios verdes de calidad, donde destacan procesos como el del parque Miraflores en Sevilla (1983), el parque Oliver en Zaragoza (1993) o la Dehesa de la Villa en Madrid (1998). Desde esta perspectiva las zonas verdes se entienden no como metros cuadrados estandarizados y sin identidad, sino como espacios cercanos, impregnados de historia, que poseen su propia vocación ecológica y son conocidos, respetados y cuidados por los vecinos.
Los proyectos actuales de este tipo parten de colectivos ciudadanos y universitarios o de centros sociales, se sitúan en terrenos particulares o públicos, ocupados o cedidos, regenerando vacíos urbanos. Con la autogestión como bandera, se conciben como espacios de fortalecimiento comunitario y producción ecológica. Y es que, más allá de las verduras y hortalizas que producen, poseen una gran potencialidad como lugares de encuentro y construcción de identidad colectiva, donde gente de cualquier tipo (destacamos las personas mayores y las migrantes) puede aportar e intercambiar sus conocimientos (técnicas y tipos de cultivo, cocina…). Otras fortalezas tienen que ver con la posibilidad que ofrecen de desarrollar otras actividades en espacios colectivos (talleres de reciclaje, comidas populares, arte urbano) y su potencia como elementos de concienciación ambiental, al poner al habitante de la ciudad en contacto con los ciclos naturales.
Entre sus referencias, además de los procesos citados, se encuentran los proyectos de jardinería comunitaria que surgen en los ‘70 desde la contracultura y el ecologismo, y que se extienden como respuesta a la recesión económica y a la degradación y abandono de espacios públicos, como los huertos de Green Guerrilla en Nueva York o las granjas y jardines comunitarios en Europa.
En el Estado español existen experiencias con cierto recorrido y espacios de coordinación y encuentro en distintas ciudades. En Barcelona, punta de lanza de este tipo de proyectos, una iniciativa de referencia es Can Masdeu, antigua leprosería okupada desde hace casi diez años en Nou Barris, que mantiene 50 parcelas de cultivo ecológico gracias al trabajo de los habitantes de la casa, los vecinos del barrio y una cooperativa de consumo. El centro social cuenta con un banco de semillas y realiza jornadas de trabajo y visitas guiadas, además de hacer las veces de sede de la Oficina Rurbana, cuyo objetivo es desarrollar una nueva relación entre el campo y la ciudad, actuando como espacio de información, encuentro e intercambio de distintas iniciativas en torno a la agroecología y el decrecimiento. En Madrid, por su parte, hace unos meses se reunieron por vez primera varios proyectos de huertos urbanos con objeto de poner en marcha una red y la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos acaba de crear una Comisión de Consumo Sostenible para tratar de impulsarlos en diferentes barrios y fomentar, de manera paralela, redes autogestionadas de consumo.
Se han dado algunos éxitos recientes en el reconocimiento institucional de los huertos, como L’Hortet del Forat, en el Raval en Barcelona, donde, tras el desalojo del huerto popular realizado como denuncia del proceso de rehabilitación del barrio, el vecindario ha conseguido la cesión de un terreno y su gestión colectiva. Otro ejemplo es la cesión temporal, por parte del Ayuntamiento de Madrid, del solar público del barrio de Lavapiés donde se ubica la iniciativa Esta es una Plaza.
Sean cuales sean sus limitaciones y objetivos concretos, este tipo de proyectos pone de manifiesto la capacidad de autoorganización ciudadana y la potencialidad de la producción de alimentos en un contexto urbano.
MADRID: UNA RED EMERGENTE
A diferencia de Barcelona o Sevilla, en Madrid las experiencias agrourbanas son aún escasas. Al margen de la red de productores y consumidores Bajo el Asfalto está la Huerta (Bah!), que se escapa ligeramente del marco de las huertas urbanas, pues sus tierras de cultivo se encuentran en la periferia de la capital, uno de los proyectos más sólidos es el huerto comunitario del centro social La Piluka, en el Barrio del Pilar.
En funcionamiento desde 2006 en un solar okupado de la plaza de Corcubión, su asamblea impulsa, junto a iniciativas similares de otros barrios, la creación de espacios de coordinación. En este marco, participa en la Comisión de Consumo Sostenible de la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos, que fue creada el pasado mes de febrero para promover, entre otros, proyectos agrourbanos en los barrios de la capital.
Barcelona: la “ciudad de los huertos”
Oscar Chaves
El intenso vínculo que la ciudad de Barcelona ha mantenido tradicionalmente con la horticultura adquiere hoy una nueva dimensiσn con la proliferaciσn de huertos comunitarios en barrios de los cuatro puntos cardinales.
Los hay de todos los tamaños, ubicaciones y características y van desde las pequeñas huertas en las terrazas de El Carmel a la llamada “ciudad de huertos”, en la frontera entre Esplugues y Hospitalet de Llobregat: más de 200 parcelas que son cultivadas, de manera autogestionaria, por un grupo de personas, muchas jubiladas. En pleno centro, el vecindario ha okupado solares y levantado pequeños huertos en barrios como Gracia, La Rivera o El Raval y hace cinco años, un grupo de estudiantes convirtió en terreno fértil una plaza de aparcamiento junto a la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona.
De igual modo, junto al parking de taxistas del aeropuerto, en otro terreno “tomado”, crecen plantas comestibles, y también lo hacen en Can Castells y sobretodo en la antigua leprosería, hoy okupada, de Can Masdeu, todo un referente en el Estado. Más allá de sus 50 parcelas cultivables, el centro social ha puesto en marcha Rurbana, que entre otras cosas funciona como banco de semillas al que recurren muchos de los huertos comunitarios de la ciudad.
LONDRES 2012, CAPITAL EUROPEA DE LA AGRICULTURA URBANA COMUNITARIA
N. M. (Madrid)
Londres tiene una larga tradición hortelana. Legislaciones sucesivas han reconocido la función social de los huertos legales (allotment), definido sus condiciones y establecido medidas para su protección. En la actualidad existen más de 700 allotments, que se hallan en 29 de los 32 municipios que forman el Gran Londres, además de 116 granjas urbanas y jardines comunitarios.
Estos últimos se encuentran agrupados en una federación, que desde los años ‘70 se dedica a la educación ambiental y en los últimos años ha diversificado sus funciones, incluyendo la venta de verduras y hortalizas, carne, huevos, leche, queso o miel. Por otro lado, existen cooperativas de autoempleo como Growing Communities, que cuenta con dos espacios de cultivo agroecológico en parques del barrio de Hackney, cuya producción distribuye mediante cestas semanales. Distintas campañas y programas fomentan los huertos urbanos y la agricultura periurbana, con el fin de lograr para la ciudad una alimentación sana de producción local. Las estrategias atienden a todo el proceso (producción, transporte, distribución y comercialización) y se apoyan en espacios como mercados ecológicos semanales o iniciativas de consumo de producción local para comedores escolares, hospitales…
En la actualidad, la red London Food Link promueve la campaña London 2012, Capital Growth, que busca la creación de 2012 nuevos huertos urbanos para ese año. La iniciativa ofrece apoyo técnico y ejerce de intermediaria con los propietarios para asegurar la cesión de suelo durante al menos siete años.