Testeando una institución anómala

¿Qué tipo de infraestructuras y servicios necesita la multitud para producir más cooperación, más libertad, más autonomía, más creatividad, más alegría compartida? [1]

Nicolás Sguiglia (Casa Invisible) en Mínima Común Institución
1. La ciudad intolerable.
La eliminación prematura de Málaga en la carrera por conseguir la Capitalidad Europea de la Cultura en 2016 ha dejado en evidencia el gesto oportunista y casi desesperado por parte de las administraciones públicas locales en pos de conseguir nuevas fuentes de ingresos para una ciudad que se encuentra al borde de la bancarrota[2]. Málaga, capital de la Costa del Sol, es hoy un buen exponente de aquellas ciudades que han transformado la vida en una experiencia precaria, anclada en el paradigma de la escasez y atravesada por el paro, la temporalidad, los bajos salarios y un más que pobre despliegue de las políticas sociales. El reflejo en el ámbito de la cultura de esta situación es directo: carencia de equipamientos públicos, ausencia de ayudas públicas a la creación, precarización del trabajo cultural y un permanente éxodo de los creadores hacia otras ciudades buscando la posibilidad de poder vivir de su trabajo[3].
Lejos de los grandes relatos de las virtudes de la new economy, la inversión público-privada en I+D+I y las perspectivas de un despegue cualitativo del sector servicios, el modelo de desarrollo económico de la ciudad de Málaga responde más bien a lo que David Harvey nombró como acumulación por desposesión [4], un modelo que produce un estrangulamiento de las capacidades creativas y productivas de amplios sectores de la sociedad cuyas vidas solo pueden reproducirse a base de una profunda precarización y un altísimo nivel de endeudamiento. No es mi intención dibujar un escenario dramático, sino más bien explicar ciertos condicionantes que producen tanto una desafección con las instituciones públicas como un creciente malestar que anida en determinados sectores de la ciudad y que empuja a tomar una determinación colectiva. ¿Qué sucede cuando una ciudad, tras la consolidación del modelo neoliberal y una pésima gestión por parte de lo público, se vuelve ya intolerable? Pueden suceder muchas cosas, entre ellas que más de un centenar de personas procedentes de muy distintos ámbitos decidan organizarse, movidas tanto por el malestar como por el deseo de producir una vida más alegre, intensa y colectiva,  para poner en marcha, en un edificio municipal en desuso, una experiencia de democracia directa y gestión ciudadana.
2. Centros Sociales 2.0
Permitanme un consejo: Intentemos un acercamiento a las experiencias de ocupación de edificios abandonados para la creación de Centros Sociales sin caer en la tentación de forzar categorías generales en torno a una identidad o un movimiento “okupa”. Tanto desde los ámbitos del periodismo como desde los estudios de las identidades juveniles se ha tendido a prestarle más atención de la cuenta a aquellos elementos que contribuían a dar forma a una suerte de secta o banda de jóvenes con una determinada estética y estilos de vida. Continuar en esa línea-tan funcional a un modelo de gobierno que opera mezclando en su justa medida la represión con la marginalización- no ayuda a comprender la riqueza de algunas experiencias y tiende a perpetuar un aislamiento con respecto a las posibles alianzas que los Centros Sociales pueden desplegar en un territorio. La experiencia en este sentido nos deja una enseñanza: cuando se superan las cuestiones identitarias y el Centro Social se abre al territorio la experiencia deja de estar gobernada o regulada por un grupo parcial y deviene multitudinaria, transformándose en un atractor que posibilita la emergencia de procesos de autoorganización y creación de redes entre la multiplicidad de sujetos que habitan la ciudad.
La Casa Invisible parte por lo tanto de una desterritorialización con respecto a la tradición del llamado “movimiento okupa” y de la tendencia al grupo-identidad propio del peor izquierdismo. En el seno de estas discusiones decíamos “good bye ghetto” y hablábamos de transformar los Centros Sociales Ocupados en Cuerpos sin Orgános [5], buscando un desbordamiento de la experiencia y posibilitando entrecruzamientos y devenires entre aquellas figuras que un tanto toscamente agrupábamos bajo nociones como precariado o sujetos subalternos: jóvenes precarios, migrantes, estudiantes, creadores invisibles, etc.

Proponemos entonces una mirada que nos invite a pensar en las fuerzas sociales, más o menos frágiles, que han puesto su empeño y sus capacidades creativas en la gestación de espacios de libertad y autonomía en toda época y en toda ciudad. Si tenemos que reconocernos parte de una tradición, esta viene de mucho más lejos que del movimiento squatter o el movimiento punk, y nos conecta con las experiencias de autogobierno de los bienes y asuntos comunes que acompaña desde siempre a la vida en sociedad.

3. Nueva Institucionalidad
¿Por qué resulta sugerente para nuestros pequeños espacios de movimiento problematizar la noción de institución? Evidentemente no por su referencia a las normas, hábitos o reglas establecidas, al fin y al cabo nos hemos criado como colectivos en una relación casi fóbica con las instituciones disciplinarias propias de los estados modernos. Lo que está en juego tiene más que ver con una necesidad y un deseo de dotar de permanencia, de consistencia, de densidad a nuestro hacer en el territorio. ¿es posible dotar de cierta estabilidad la producción de una subjetividad libre y antagonista con respecto a las formas de dominio? O para presentarlo en términos aún más paradojales,¿es posible imaginar una institución inacabada, donde siempre prime lo instituyente sobre lo instituido? Ha llegado la hora de asumir que el principal problema al que nos enfrentamos tiene más que ver con la fragilidad de los proyectos colectivos y los efectos dispersivos del mercado como regulador de la vida que con la modelización y la sujeción disciplinaria de las instituciones estatales. Se agota la mirada fija en la decadencia de lo viejo, es momento de prestar atención a lo que podemos hoy, poniendo en juego las capacidades, la fuerza/invención que podemos desplegar cuando decidimos producir, aquí y ahora, una vida diferente, intensa, alegre y colectiva. Más aún cuando hemos demostrado que lo que podemos no es poco. Cuando hablamos de institución anómala, institución monstruo, institución de movimiento estamos intentando, a través de nuevos adjetivos, reinventar el sustantivo. Anómala por su carácter experimental, extraña a las lógicas estatales y mercantiles. Monstruo por el propio carácter monstruoso, hibrido, mutante de los sujetos metropolitanos, hechos a trozos, cyborgs, parcheados, con zonas amputadas e implantaciones diversas. De movimiento para señalar una genealogía radical, ligada a las experiencias de rebeldía, como los consejos, los soviets, las instituciones proletarias cuando el proletariado era una máquina de guerra. Cuando decimos Instituciones de lo común, sin embargo, estamos poniendo el acento en la posibilidad de imaginar una producción, gestión y cuidado de los bienes y asuntos comunes que tenga como protagonistas a los propios ciudadanos. ¿Sobre qué tipo de dispositivos debería articularse una institución de este tipo?
- Dispositivos que garanticen una gestión radicalmente democrática, abriendo de forma permanente la posibilidad de ser partícipe y protagonista tanto de sus instancias administrativas como de la toma de decisiones que comprometen al proyecto en su conjunto. De aquí la exigencia de una arquitectura organizativa clara, legible y penetrable a la vez que dispuesta a acoger a nuevos miembros y facilitar su participación.

- Dispositivos que permitan la apropiación del espacio y su uso intensivo por parte de múltiples sujetos. Facilidad en el acceso, generosa disposición a ceder el espacio, cuidado del mismo para que pueda acoger a sensibilidades diversas. De aquí la exigencia de producir un espacio liso, acogedor, abierto.
-Dispositivos que estimulen la experimentación y la cultura colaborativa basada en el procomún. Equipamientos culturales y espacios destinados a la creación libre y al mejor espiritú amateur. De aquí la exigencia de abrir las puertas con equipamientos dignos a los creadores invisibles y estimular la creación de redes de colaboración basados en una pedagogía centrada en la importancia del procomún y las licencias abiertas.

-Dispositivos de desprecarización que contribuyan de forma concreta y material a una reproducción de la vida en condiciones de dignidad. Oficinas de Derechos Sociales, acceso gratuito a determinados servicios, asesoría para la puesta en marcha de emprendimientos de economía solidaria, etc.

-Dispositivos de producción y circulación de saberes que promuevan espacios de autoformación que promuevan el pensamiento crítico y  den forma a instancias de aprendizaje experimentales. Proliferación de talleres, espacios seminariales, ciclos formativos, etc.

-Dispositivos de empoderamiento, organización y producción de conflicto ante las políticas o instituciones que precarizan nuestras vidas. Desarrollo de dinámicas de desindivualización de los problemas y construcción de poder ciudadano para intervenir en las políticas que nos afectan.

He aquí algunos de los ámbitos en los que estamos experimentando y testeando la posibilidad de una institución de nuevo tipo. No cabe duda que estamos desorientados ya que la desorientación es una característica de la época en la que transcurrimos, de modo que nuestro desafío pasa por buscar señales que nos indiquen no tanto un camino como un campo de posibilidad para una vida libre. La Casa Invisible es una señal, una demostración de potencia.

4. La política artesanal
Partamos de una cuestión evidente: gran parte de la gente que hoy se presenta casi fóbica con la política tiene buena parte de razón. Las figuras que asociamos con la política han producido una sensación de empacho, de hartazgo, de saturación. La gente que no se implica en la política tal y como se entiende comúnmente no lo hace por tonta sino por lista, hay algo que ha muerto en los relatos de la vieja política y hoy se presenta como un mero instrumento para conseguir o administrar poder en la lógica de las instituciones de la forma Estado.

No basta con apelar a la responsabilidad, al compromiso, a la conciencia. Lo que hace falta es afectar, movilizar deseos, hacer vibrar los cuerpos con la posibilidad de una vida diferente. Todas estas cuestiones las ha entendido mejor la lógica managerial del nuevo capitalismo que los espacios de la militancia.

La Casa Invisible retoma una propuesta de una política artesanal, basada en los proyectos comunes, en los encuentros, en la posibilidad de hilvanar planos de existencia compartida allí donde sólo hay individuos aislados. La política artesanal entiende que la tarea urgente y elemental hoy pasa por reinventar los vínculos sociales, creando comunidades que ya no parten de un a priori sino que se conforman en el hacer mismo, lejos de cualquier esencia, lejos de una identidad prefigurada. Hemos aprendido que una condición común no supone ni da por descontado un proyecto común, y es entonces donde nos afirmamos voluntaristas, en la disposición de poner en marcha vectores de subjetivación que permitan componer proyectos comunes entre singularidades dispersas. Muchos de esos vectores no han funcionado o han tenido un corto recorrido, y es por eso que nuestra voluntad tiene la forma de un laboratorio, basado en un continuo ensayo-error y una confianza en lo común.`

La profunda crisis que estamos viviendo tiene su correlato en la crisis de lo colectivo, es por ello que no podemos partir de categorías abstractas de barrio, clase o comunidad. En todo caso nuestra mirada artesanal de la política, y en eso La Casa Invisible se presenta como un dispositivo idóneo, nos invita a recrear las condiciones de posibilidad que permitieron que la palabra barrio nombre algo que iba mas allá del territorio fijo, que la palabra clase nombre mucho más que una determinada condición compartida. Aún a riesgo de simplificar diremos que la continua devaluación de lo público y la disolución de los proyectos y relatos emancipadores del movimiento comunista han permitido que sea el mercado el gran organizador de la vida común en unas sociedades fragmentadas o dispersas. A continuación diremos, aún a riesgo de ser excesivamente optimistas, que la operatoria del mercado sobre el cuerpo social ha sido siempre imperfecta y hemos sido testigos de articulaciones colectivas en territorios devastados que parecían estériles por sobreexplotación. Siempre hay algo que se escapa, eso lo sabemos bien, y en ese edificio que nombramos como Casa Invisible hemos encontrado centenares, miles de personas que están buscando libertad, cooperación, encuentros. La política artesanal debe combatir los clichés y el voluntarismo estéril y autista de la vieja militancia, pero debe mantener férrea la voluntad de ir al encuentro de estas pulsiones y poner lo que tengamos a nuestro alcance para que estos deseos puedan articularse en planos de consistencia, en nuevas subjetividades capaces de hacer temblar los cimientos de la explotación contemporánea y su correlato de impotencia, resignación y miedo.


5. Confianza

Recuerdo con claridad el impacto que me causó una conversación con un compañero saharaui una noche cualquiera en La Ceiba [6] en la que discutíamos entre risas sobre los problemas para aceptar la existencia de Dios, tenga el nombre que tenga. En un momento el compañero, que era creyente, señaló a toda la gente que se encontraba en el lugar y me dijo: “No sé si vosotros creeís o no en algún Dios, pero aquí detecto una gran fé compartida, una creencia fuerte en mejor futuro, una espiritualidad común.” Indpendientemente de que nociones como fé o espiritualidad sean desde luego ajenas a nuestra subjietividad, lo cierto es llevaba parte de razón y me hizo pensar que uno de los indicadores para valorar si estamos haciendo las cosas bien sea justamente la capacidad de que la gente que atraviesa un centro social pueda volver a creer en la potencia de la acción colectiva. Si la fé, asociada en una versión secular a la noción de confianza, se compone de una creencia desvinculada de una prueba lógica o evidencia material, lo cierto es que en gran medida nuestras prácticas deberían restaurar la fé en lo común. Como bien señala Peter Pal Pelbart, una de las características de las tonalidades emotivas del sujeto posmoderno pasa por ese gesto nihilista del “nada merece la pena”, de modo que el desafío pasaría no tanto por revivir viejas trascendencias sino por desplegar nuevas fuerzas que reinventen la vida, haciendo posible una nueva fé en el mundo. ¿qué nombra la palabra desencanto – con la política,con lo común, con la posibilidad de una vida otra – si no es esa pérdida de fé, ese devenir cliché de los discursos y lenguajes que ya no afectan, no conmueven, no movilizan?Desde este punto de vista La Casa Invisible es un espacio que permite retomar el encanto de la práctica colectiva, la recuperación o más bien la reinvención de la creencia en las virtudes de lo común. Hay un efecto extraño, casi imperceptible, que opera en las subjetividades que atraviesan una experiencia de este tipo y que tiene que ver con la producción de confianza. Sin confianza no hay posibilidad para la experiencia colectiva. La confianza es el soporte del riesgo y hoy, entre tanto miedo e impotencia, solo es posible la libertad si asumimos riesgos y entendemos que la política de lo común produce vértigo, pero también una enorme alegría.
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Notas
[1] La potencia de la cooperación. Dossier de La Casa Invisible. Disponible en su versión online en:

[2] La deuda de la ciudad de Málaga ha aumentado en un  324% en los últimos 10 años y se sitúa en el puesto número 4 en la lista de ayuntamientos con mayor endeudamiento per cápita de España.

[3] Para un análisis de las políticas culturales de la ciudad de Málaga ver:
Sguiglia, N. y SanJuan, C. El arte del mal gobierno.Reu08, UNIA, 2010.
Disponible en su versión online en: http://ayp.unia.es/r08/spip.php?article25

[4] Harvey, D. El nuevo Imperialismo: Acumulación por desposesión. Disponible en su versión online en:

 [5] “El Cuerpo sin Organos no se opone tanto a los órganos como al organismo (funcionamiento organizado de los órganos donde cada uno se encuentra en su lugar, asignado a una función que lo identifica)”. Zourabichvili, F. El vocabulario de Deleuze, Buenos Aires, ACTUEL, 2007.
[6] La Ceiba fue el proyecto de bar-taberna que existió durante 10 años en dos edificios ocupados acompañando la experiencia del Centro Social – Casa de Iniciativas de Málaga.

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