Fútbol y masculinidades, volver a jugar

Alfredo Ramos | El Salto. El deporte, como un mecanismo de creación de identidades y de comunidades, tiene muchísimas potencialidades y es una esfera que no deberíamos de dejar de lado.




Este texto surge de un debate que mantuvimos Lionel Delgado, David Roldán y yo en el marco del #antimundial promovido por este diario. Más allá de analizar cómo el fútbol, tanto a nivel de base como a nivel profesional, se convierte en una institución que refuerza elementos de la masculinidad normativa, Lionel nos preguntó si existían posibilidades de hacer de este deporte una práctica que permitiera promover otras masculinidades. La Selección española quedó eliminada del Mundial, pero la cultura del fútbol quedó patente cómo sigue moviendo pasiones, flujos económicos, discursos políticos y una cultura de género masculino que sigue generando ejes cardinales para muchísimos hombres. Me gustaría darle vueltas a esta cultura deportiva y sobre cómo recuperarla para una política transformadora.

Yo pienso que el deporte, como un mecanismo de creación de identidades y de comunidades, tiene muchísimas potencialidades y que es una esfera que no deberíamos de dejar de lado. Proyectos como el que presentó David (Charlas de Vestuario de la Fundación Iniciativa Social) muestran precisamente como los equipos de fútbol base son un lugar privilegiado para trabajar en los imaginarios que rodean y sostienen las masculinidades. La mayoría de esas posibilidades, es cierto, no tienen cabida en el fútbol de alta competición.

Cuando pensamos en el fútbol (me voy a referir de aquí en adelante a los equipos masculinos) como espacio socializador en determinadas formas de masculinidad son varias cuestiones las que nos vienen a la cabeza: la violencia; la heterosexualidad presupuesta y la homofobia que rodea a este deporte o; el racismo permanente. Pero no son estas las cuestiones a las que me voy a referir cuando piense en esa pregunta de cómo puede el fútbol promover imaginarios diferentes (incluso disidentes) de la masculinidad.

El fútbol y el individualismo identitario

El primer problema es el de las identidades. Decía Galeano y otros tantos, que se puede cambiar de todo, menos de equipo de fútbol. Pocas premisas sintetizan de manera tan clara uno de los grandes objetivos de la masculinidad normativa: la estabilidad. Convertirse en algo fijo, naturalizado, al que se le pueden detectar esencias, ser objetivo, universal y no histórico, coyuntural o particular, es una de las grandes premisas de la masculinidad como contrato social, como ansia de orden. Por eso promover este tipo de identidades es un elemento consustancial de la masculinidad y no es solo en el fútbol donde las encontramos.

La extrema individualización de la filiación futbolística también casa con algunas características de la masculinidad normativa actual

David señaló en este debate un elemento muy relevante de cómo se ha transformado el fútbol, esta idea de que los chavales ya no son de un equipo o de otro. Son de Messi, de Ronaldo (el malo, Cristiano, no el otro, que era el bueno) de Mbappé, son de las estrellas. Esta extrema individualización de la filiación futbolística también casa con algunas características de la masculinidad normativa actual. En un contexto de incertidumbre sobre cuál es el presente de la masculinidad hegemónica, hay un giro al autogobierno de sí como base desde la cual construir una masculinidad sólida. El giro neoliberal de cuídate a ti mismo es el paradigma masculino de gobiérnate a ti mismo para gobernar a los demás. Replegarse en figuras individuales desde las cuales pensar el proyecto biográfico es uno de los puntales de seguridad de una masculinidad que, de nuevo, busca orden.

El fútbol es un ambiente de hipercompetitividad, de ganar, ganar y ganar. Esto ha derivado en una figura que a mi me gusta pensar como el “trabajador total”. Los futbolistas más famosos entrenan, después se quedan más rato a mejorar algunas cuestiones (más gimnasio, tirar..., cosas de futbolistas), después juegan al fútbol en la consola (juegan a que trabajan), hablan de fútbol, vuelven a entrenar. Podemos tener discusiones sobre si este trabajo es duro o no y nadie niega sus vidas de lujo, pero están todo el día trabajando. Este tipo de compromiso (que se dice asegura el éxito, yo no lo veo tan claro) es el tipo de compromiso que nos demanda el trabajo: trabajar siempre, este es el único modo de ganar.

Pero para ganar, de nuevo, hay que aprender a gobernarse, a contenerse, a no desviarse. Por eso quienes están en la transición al fútbol profesional desde las academias de los equipos sostienen que tienen que aprender a contenerse, a controlar sus emociones, a eliminarlas de hecho, para que nada les presente como trabajadores que no están concentrados.

Reinventar el juego

Para responder a la pregunta de Lionel, orientándola a estas cuestiones, presente un ejemplo particular. Se trata de una práctica que inventó el situacionista danes Asger Jorn. Un juego de fútbol con tres equipos que se juega en un campo hexagonal y donde no hay árbitro, las reglas (y el cumplimiento de las mismas) son responsabilidad de quienes juegan. Este tipo de diseño ya se ha adaptado a competiciones más habituales. Pero me interesa la versión que hacen el artista brasileño Froiid y el grupo MAPA:/ en Belo Horizonte durante el mundial en Brasil de 2014. Colocaron el campo hexagonal en una ocupación fuera de la ciudad y organizaron un torneo que representaba a selecciones que no se habían clasificado para el mundial.

Lo interesante es que a medida que quienes jugaban se cansaban, iban saliendo y entrando en y de diferentes equipos, de manera que los equipos iniciales terminaban por no existir y quienes estaban en el equipo rival ahora compartían equipo y al contrario. Se supone que ganaba el que más goles marcaba, pero todas las personas que jugaban habían estado en ese equipo, seguramente, pero también en los que habían perdido. Así que ganar o perder, del mismo modo que la pertenencia a un equipo específico, perdían la relevancia.

El primer elemento que me interesa es esto de crear tus propias reglas, esta práctica de autogobierno que es tan propia del juego

El primer elemento que me interesa es esto de crear tus propias reglas, esta práctica de autogobierno que es tan propia del juego. Ante un deporte tan cerrado, tan estricto, tan jerárquico, pensar en cómo quieres jugar me parece que ya es un aprendizaje significativo frente a elementos tan masculinos como la autoridad y el paternalismo (te gobierno yo, que tu no sabes).

Hay muchas potencialidades frente a la masculinidad hegemónica en la propuesta de la ética queer del fracaso de Halberstam, pero aquí vamos a detenernos en un paso previo, algo mucho más simple: qué pasa si no se puede ganar. Ganar no es el objetivo de este juego, el objetivo es jugar. Pero es que el juego, más allá de los usos neoliberales de la gamificación, es un espacio de creatividad, de subversión, de imaginación. El juego, como dice J. Huizinga es un momento de posibilidad, porque se abandona el estrecho margen que nos ofrece la realidad. Un espacio en el que se desarrollan relaciones que no son competitivas y donde el espacio de encuentro es mucho más complejo. La imposibilidad de ganar genera una forma de encuentro más interesante para quienes participan de este juego, un espacio mucho más incluyente que el de la selección de los vencedores, de los más competitivos. Eso no quiere decir que no haya problemas, que te enfade no marcar un gol o que te den un mal pase. Al fin y al cabo el juego es un material extremadamente sensible.

No hay equipo, o mejor dicho, hay muchos. Vas a entrar y salir, jugar con y contra muchas personas y no es un recorrido individual, porque no puede existir un proyecto individual en este contexto. ¿Podemos pensar en una creación de comunidades que no se fije a través de identidades sólidas? ¿Podemos pensar en una política que no se articule mediante identidades fijas? Seguramente muchas personas del ámbito progresista afirmarán que no, que de hecho eso es una perspectiva puramente neoliberal. Pero a mi me gusta la posibilidad de ser de muchos equipos al mismo tiempo, tanto que ser de un equipo pierde sentido en beneficio de una identidad mucho más abierta y porosa, mucho más relacional. Creo que ese tipo de identidades son poco masculinas.

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