Olalla Castro Hernández | El Salto. Decir nosotras tiene que ser también escuchar el dolor de las demás, hacer lo que sea por dejar de apretar.
Nosotras somos todas las que, de un modo u otro, nos quedamos fuera: de los mapas, las casas, las palabras; fuera incluso de nuestra propia piel. En el margen que habitamos hay también otro margen (y en ese otro, otro, y así cada vez). Cualquier periferia fabrica su propia periferia. Todo afuera es el centro de algo también. El mundo es una matrioshka y hay siempre una muñeca más pequeña oculta en el estómago de todas las demás. Hablar de nosotras, por tanto, no significa afirmarnos iguales, ignorar que para otras la asfixia son estas manos nuestras que (aun sin quererlo) ahogan; que unas estamos mucho más cerca que las otras de los mapas, las casas, las palabras. Decir nosotras tiene que ser también escuchar el dolor de las demás, hacer lo que sea por dejar de apretar.
Hemos de armar cuantos sujetos colectivos sean precisos para que ninguna lucha quede sin nombrar
Hace mucho que sabemos que las categorías que inventamos para vernos las unas a las otras, para agruparnos y ensayar toda clase de resistencias (la clase, el género, la raza...), se interseccionan mostrando al tiempo aquello que nos acerca y nos aleja, lo que nos junta y nos separa, lo que nos hace iguales y radicalmente distintas a la vez. Pero ¿es posible, sigue siendo posible, luchar juntas sin borrar esas diferencias, sin que subsumir implique más tachar? ¿Es posible armar un nosotras que visibilice cada margen del margen y, sin negar las opresiones específicas de las demás, de algún modo nos permita hacer frente común? O, por el contrario, ¿unirnos significa inevitablemente opacar las diferencias, dejar sin luz a otras, en la medida en que siempre será la matrioshka más grande la que contenga a las demás?
Creo que aquello que nos une como explotadas es necesario, que siguen siendo válidas las categorías amplias, heterogéneas, complejas, contradictorias que nos permiten enfrentar al opresor. Pero creo también que hemos de armar cuantos sujetos colectivos sean precisos para que ninguna lucha quede sin nombrar. Porque más allá de nosotras (entendiendo el nosotras como ese lugar donde todas las subalternas, oprimidas, explotadas cabemos a la vez) hay un ellos por el que estamos siendo engullidas: el inconsciente ideológico y libidinal dominante, las instituciones de poder, quienes se alimentan de nosotras en este sistema-mundo colonialista, capitalista, ecocida, patriarcal. Los que para estar encima nos precisan debajo; los que nunca se cansan de pisar.
Porque juntas podríamos ser arrasadoras
Y si necesitamos a las otras es precisamente para que desde dentro nos señalen (como un dedo girándose hacia sí) cuando estemos siendo ellos, hablando como ellos, pisando también a las demás. Para arrojar aquello que de ellos cargamos como un fardo y acabar con el vientre que nos contiene a todas, del que somos producto: ese aire viciado que es también nuestro hogar. Porque, como en el poema de Rich, alguien nos ha soñado, pero “fuera del marco de su sueño subimos la colina a traspiés/ agarradas de la mano, tropezando y guiándonos unas a otras/ por encima de las rocas; malheridas, volcánicas”. Porque juntas podríamos ser arrasadoras. Porque juntas podríamos ser esta erupción.