Las enormes revueltas de principios de siglo abrieron la puerta a los llamados «gobiernos progresistas» en América Latina. La exigencia de poner coto a la rapiña de los bienes comunes y de establecer nuevas formas de autogobierno no se vio, sin embargo, respaldada por estos gobiernos. Antes al contrario, el Estado ha vuelto a imponer su monopolio sobre la riqueza material y la decisión política. Raquel Gutiérrez Aguilar, participante activa en estos procesos, desarrolla esta tesis, al tiempo que reflexiona sobre las posibilidades de una política de la autonomía con respecto de los poderes instituidos. Su análisis es una afirmación de la voluntad colectiva sobre los asuntos públicos y una apuesta por lo que denomina «política en femenino», centrada en la producción de lo común y en garantizar la reproducción de la vida colectiva, dislocando las relaciones de mando-obediencia que jerarquizan y estructuran las sociedades. Este libro supone, en realidad, una notable ayuda para continuar el camino abierto por aquellas movilizaciones más allá de las políticas estado-céntricas.
HORIZONTES COMUNITARIO-POPULARES
PRODUCCIÓN DE LO COMÚN MÁS ALLÁ DE LAS POLÍTICAS ESTADO-CÉNTRICAS
GUTIERREZ AGUILAR, RAQUEL
Editorial: TRAFICANTES DE SUEÑOS - 2020
¿Qué quiero designar con el término “entramado comunitario” y por qué lo propongo?
Fragmento de Pistas reflexivas para orientarnos en una turbulenta época de peligro | Raquel Gutiérrez Aguilar | CAMMINAR DOMANDANDO
¿Qué quiero designar con el término “entramado comunitario” y por qué lo propongo?
Busco referirme a la multiplicidad de mundos de la vida humana que pueblan y generan el mundo bajo pautas diversas de respeto, colaboración, dignidad, cariño y reciprocidad, no plenamente sujetos a las lógicas de la acumulación del capital aunque agredidos y muchas veces agobiados por ellas; pretendo establecer un término suficientemente general -que no universal- como para abarcar los lazos estables o más o menos permanentes que se construyen y se reconstruyen a lo largo del curso de cada vida concreta, entre hombres y mujeres específicos, que no están plenamente sujetos ni sumergidos en las lógicas de acumulación de valor, para encarar la satisfacción de múltiples y variadas necesidades comunes de muy distinto tipo. Intento pensar un nombre, para decirlo de manera sintética, para las infinitas formas colectivas en que se expresa y se realiza el trabajo vivo, el trabajo útil para la producción y reproducción de la vida humana; en fin, para designar de alguna manera la compleja trama humana que habitamos mediante la cual se despliega la energía humana creadora no subsumida realmente o no plenamente ceñida a los designios y formatos de la valorización del valor.
Tales entramados comunitarios pues, unos más antiguos, otros con origen temporal más cercano -contemporáneos-, se encuentran en el mundo bajo diversos formatos y diseños: desde comunidades y pueblos indígenas, hasta familias extendidas y redes de vecinos, parientes y migrantes desparramadas en ámbitos urbanos o rurales; desde grupos de afinidad y apoyo mutuo para fines específicos, hasta redes plurales de mujeres para la ayuda recíproca en la reproducción de la vida, por sólo mencionar algunas “variantes” de tales entramados. El término “entramado comunitario”, de por sí, refiere a sujetos colectivos, aunque de muy diversos formatos y clases. Además, tiene la virtud de no establecer su fundamento en el interior mismo de la producción del capital -ie, en la esfera económica del capital; e intenta poner el acento, más bien, en la forma del vínculo establecido -comunitario, centrado en lo común- y en la finalidad concreta que lo anima: la pluriforme, versátil y exigente reproducción de la vida en cuanto tal. En ese sentido, se asienta en “aquello” específicamente humano que desborda una y otra vez al capital, que se expande por diversos terrenos de lo que solía llamarse la “esfera de la reproducción social-natural”, en contraposición y contraste a la esfera civil y a la esfera política. Hasta cierto punto, entonces, “entramados comunitarios” son las diversas y enormemente variadas configuraciones colectivas humanas, unas de larga data, otras más jóvenes, que dan sentido y “amueblan” lo que en la filosofía clásica se ha designado como “espacio social-natural”, es decir, el espacio de reproducción de la vida humana no directa ni inmediatamente ceñido a la valorización del capital, no plenamente dominado por sus leyes aunque casi siempre cercado y agredido por ellas.
¿Para qué nos sirve, en la tarea de entender la época que vivimos, la distinción confrontada entre “entramados comunitarios” y coaliciones de corporaciones transnacionales? Nos sirve, básicamente, como hilo conductor para la comprensión general de lo que está ocurriendo.
Si tratamos de ordenar y entender los vertiginosos caudales de sucesos que vemos ocurrir o que contribuimos a producir: por una parte, movilizaciones, tomas de plazas, marchas, acampadas, protestas, asambleas, encuentros, deliberaciones, levantamientos; y también, por otra, matanzas, represión, acoso, crisis, desalojos, quiebras, paro, desprecio, elecciones, maniobras políticas, discursos gubernamentales a cual más sordos, autistas e insensatos… las cosas se organizan con mayor claridad si entendemos que esos sucesos son las expresiones más álgidas, extraordinarias, de la gigantesca y global confrontación entre variados y plurales formatos de múltiples “entramados comunitarios” con mayor o menor grado de cohesión interna y enlace; y las más poderosas corporaciones transnacionales y coaliciones entre ellas, que saturan el espacio mundial de policías y bandas armadas, discursos supuestamente “expertos”, imágenes, reglamentos e instituciones rígidamente jerárquicas.
Los momentos cotidianos de la misma confrontación, que ocurren de manera mucho menos aparatosa, más discreta aunque continua y sistemática, los experimentamos cada quien en la vida cotidiana: se trata del amplio y heterogéneo conjunto de acciones de apoyo mutuo que inventamos día a día para lograr vivir y, así, encarar la también cotidiana cadena de agresiones soportadas a partir de las formas transnacionalizadas de trabajo y vida que se nos han impuesto en las últimas décadas, con sus lastres de inseguridad y endeudamiento, con sus ritmos de trabajo enloquecidos e interminables, con su absurda organización de los espacios urbanos y rurales donde estas mismas coaliciones de corporaciones desarrollan sus sistemáticas y cada vez más abusivas actividades expansivas.
Cabe hacer notar que el par clasificatorio propuesto es, ante todo, un recurso del pensamiento para habilitar la comprensión de lo que ocurre. Insisto en ello en tanto que, como bien me ha señalado Manuel Rozental, muchas veces “la distinción entre los entramados comunitarios y las coaliciones de corporaciones no es tan visible ni tan fácil de discernir en la cotidianidad”. De allí su utilidad analítica, epistémica; no como herramienta para describir lo que hay sino para comprender lo que puede haber: las coaliciones corporativas, por lo general, a la hora de desarrollar sus proyectos, penetran, permean, convencen, arrasan y desnaturalizan los entramados comunitarios.
Buscan ser hegemónicas y fabrican hegemonía con todos los dispositivos a su disposición. De ahí justamente la pertinencia del desafío lanzado que consiste en ubicarnos, nosotras, a la hora de pensar los sucesos políticos, asumiendo la existencia agredida y en peligro de múltiples formatos de entramados comunitarios; para, desde allí, entender las variadas acciones de las coaliciones transnacionalizadas de corporaciones que penetran, confunden y niegan tales entramados; que los desvanecen, los desprecian y los despojan. En gran medida, las luchas contemporáneas están y han estado, también, en el reconocimiento y adscripción de/a tales entramados que desbordan la valorización del valor y el ámbito de acumulación. Muchas veces, señala Rozental, nosotros mismos tenemos dificultades no sólo para reconocer tales entramados sino también para reconocernos en ellos. En tanto, como parte de ellos, eso somos.
Criterios clasificatorios diferentes: elementos iniciales para la discusión
Estamos pues, atravesando una época en la cual está ocurriendo una profunda transformación. El conjunto de mediaciones para sortear los antagonismos más profundos que atraviesan la sociedad, los que se construyeron desde mediados del siglo XIX y se consolidaron en el XX, están en ruinas. La contradicción antagónica de fondo se presenta cada vez más descarnada y desnuda: tal confrontación ocurre entre los entramados comunitarios que de múltiples maneras resguardan y reproducen la vida no sujetándose plenamente a la reproducción del capital y la demencial ambición corporativa de valorización sin límite de tal capital acumulado. Así ocurre aun si tales flujos de antagonismo son difusos u opacos; aunque no se nos presenten con la claridad prístina que pretendían ofrecernos otras distinciones hoy claramente en vías de caducidad.
Justamente en este contexto entran en crisis los estados-nación y, en general, casi todos los artefactos nacionales de inclusión social así fuera subordinada: los sindicatos y coaliciones de trabajadores, los partidos políticos y las reglamentaciones democráticas, las instituciones nacionales de redistribución, salud y educación… Casi todos ellos se ven tendencialmente convertidos en impotentes guetos cercados por la marea corporativa de la acumulación desbocada. Los estados-nación se van convirtiendo, de manera creciente, en paralizadas instituciones secuestradas bajo el peso de sus deudas hacia la coalición corporativa transnacional. Ante la población de sus países pasan a convertirse en cobradores de impuestos y regalías para las concesiones obtenidas por la coalición corporativa, a garantizar los contratos que éstas han obtenido y a manejar una parte de las fuerzas armadas y la policía -aunque hace mucho que perdieron el monopolio del uso de la violencia.
Lamentablemente, al describir este cuadro no estoy exagerando. La coalición corporativa transnacional, esa maraña de intereses y ambiciones de ocupación, explotación y propiedad, que actualmente fundan su actividad en la guerra, el saqueo y la depredación de todo lo que existe, ha armado una red de instituciones y un conjunto de palabras y argumentos para asegurar su permanencia. La red de sus instituciones está constituida, en primer lugar, por el bloque de mercados financieros -alrededor del cual tiene su clero bien jerarquizado de “accionistas”, “grandes inversionistas”, “expertos” y “consultores”-, las “bolsas de valores” suelen llamar a sus sectarias catedrales; y nombran todo esto mediante una engañosa expresión: “los mercados”, a cuyos intereses y necesidades el conjunto entero de los procesos de reproducción vital de la especie humana se debe ceñir.
Sin embargo, ¿qué cosa son esos “mercados” en cuyos altares todo tiene que ser sacrificado? Son, básicamente, corporaciones cerradas y privadas de ricos donde se concentra la riqueza en sus múltiples formas: mercado energético, mercado de “materias primas” -donde se concentran los alimentos del mundo y otro conjunto de recursos productivos-, mercados financieros -donde se monopoliza el manejo y destino del dinero. Dada la manera en la que actualmente se utiliza el término “los mercados” en el espacio público, es necesario hacer un ejercicio reflexivo sistemático para entender y asumir que tales “mercados” no son entidades naturales como por ejemplo, “las playas” o “las montañas”. Los mercados son únicamente el[2] nombre de esas corporaciones cerradas de ricos que se enriquecen cada vez más y que, al hacerlo, nos condenan a todos los demás a una vida de carencia constante: sin casa, sin papeles, sin tierra, sin tiempo, sin comida, sin derechos…
Una pregunta necesaria a estas alturas de la exposición, una vez que he defendido la pertinencia de volver a contar con una manera propia, nuestra, para distinguir lo que ocurre en las actuales turbulencias políticas y he sugerido que tal contradicción principal ocurre entre los múltiples entramados comunitarios que habilitan nuestra existencia en el mundo y la coalición de corporaciones transnacionales que buscan apropiarse de absolutamente todo lo que hay; una vez hecho esto, vale la pena preguntarse por el vaciamiento político y crisis sistemática de casi todos los estados-nación contemporáneos. Entendemos por estados-nación la peculiar forma moderna de articulación de intereses públicos y privados para garantizar la reproducción del capital –incluyendo el capital variable en tal consideración, por supuesto- dentro de territorios delimitados por fronteras nacionales. Bosquejando groseramente una primera clasificación que contribuya a orientarnos en los distintos tipos de estado-nación actualmente existente; podemos distinguir cuatro grandes bloques de países con sus respectivos estadosnación y las distintas maneras en que se esfuerzan por contener a sus poblaciones dentro de tal dimensión, es decir, a los polimorfos entramados comunitarios donde la vida se desarrolla:
Aquellos estados-nación que están endeudados hasta el tope con préstamos de cifras inimaginables facilitados por redes de bancos, empresas y a veces, por otros gobiernos; son países agobiados por los intereses y obligaciones de dichas deudas, gobernados por élites que poco a poco se van convirtiendo en meros cobradores de impuestos para garantizar las rentas y lujos de quienes se esconden detrás del término “los mercados”. Hasta hace poco tiempo, la manera de integrar a sus poblaciones estuvo basada en el más amplio “soborno” colectivo por la vía del auspicio a la deuda personal y a cierta seguridad social (España, Grecia, Italia, Irlanda y, hasta cierto punto, Estados Unidos, hasta ahora). Todos estos son estados tendencialmente privatizados y en vías de quiebra.
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Dado el predominio de la contradicción entramados comunitarios/coaliciones de corporaciones transnacionalizadas que sostenemos, la clasificación de diversos tipos de estado-nación -esquemática, tentativa e inicial- persigue por un lado, colocar como criterio principal, la manera en que se establece la relación de mando entre gobernantes y gobernados dentro de las fronteras de los países, antes que otros elementos que han perdido relevancia bajo el predominio de los intereses transnacionales. Por otro, tiene la finalidad de exhibir las diferencias para que queden claras las semejanzas; es decir, para mostrar que, pese a los modos distintos en que esto ocurre de manera concreta en cada lugar, la banalización y vaciamiento de los estados-nación es un problema general para los diversos y variopintos entramados comunitarios de muy diversos países.
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Las posibilidades de trastocar el orden de cosas inadmisible e indignante que recurrentemente se nos impone -desde los desalojos de las viviendas, hasta los saqueos de territorios, pasando por la sobre-explotación de los trabajadores y la reducción de enormes grupos de personas a la condición de excluidos, por sólo mencionar las más notables; la posibilidad de trastocar todas estas formas brutales de avasallar el despliegue de una vida digna, cooperativa y feliz no transita ya por los caminos establecidos mediante la distinción l’“izquierda/derecha” que alude, básicamente, al tipo de prácticas y posiciones que asumen las mediaciones estatales, sindicales, legales, actualmente en franca descomposición.
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En las democracias liberales de mercado más antiguas y consolidadas -que existen en Estados Unidos y en Europa- las instituciones de mediación y los cuerpos legales de contención de la disolución de los vínculos sociales que exige la contemporánea acumulación creciente del capital, han sido sistemáticamente erosionadas hasta prácticamente vaciarlas de todo contenido político efectivo. La crisis hipotecaria del 2008 y la actual crisis generalizada de deudas están mostrando a cada vez más numerosos grupos de indignados y asombrados europeos de múltiples nacionalidades, la terrible falacia del mundo de privilegio que creían habitar. En tales latitudes, lo más notable es el modo en que ocurre ese súbito desplome de una de las certezas políticas fundamentales de sus regímenes políticos: la creencia en que ellos sí habitaban regímenes democráticos en los cuales, los ciudadanos tenían la capacidad de incidir en los asuntos públicos mediante formatos institucionales. Esta certeza está derrumbándose y, para consuelo de los hombres y mujeres de otros muy diversos entramados comunitarios de esta tierra, los y las europeos, jóvenes y viejos, están deliberando sobre esto en sus cientos de acampadas, asambleas, festivales y blogs. En los países más ricos, de tradición democrática-liberal más larga, los entramados comunitarios –variados, múltiples, con formatos contemporáneos a veces demasiado laxos, pero aún así existentes fueron tendencialmente arrinconados a territorios sociales aparentemente sin importancia: clubes deportivos, redes de vecinos con actividades estrictamente privadas, asociaciones para fines de lo más diverso, etc. En la actualidad, cuando colapsa la falaz convocatoria individualizada a incidir en la política oficial únicamente mediante el voto, estos restos de entramados comunitarios fuertemente golpeados e invisibilizados son los que aparecen en las plazas, se adueñan de las calles y despiertan nuevas fuerzas construyendo velozmente nuevos lazos. Por eso la actividad política que despliegan no cabe en los formatos liberaldemocráticos.
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