Judith Butler | Publicado el Octubre 24, 2021 en Debate | Original en The Guardian el 23 de octubre, 2021 | Traducción para Posiciones de Pablo Abufom S. Por lo general, pensamos que la asignación de sexo se produce una vez, pero ¿qué pasa si es un proceso complejo y revisable, reversible en el tiempo para aquellas personas a las que les ha sido asignado erróneamente? Argumentar de esta manera no es tomar una posición en contra de la ciencia, sino sólo preguntar cómo la ciencia y el derecho entran en la regulación social de la identidad.
Formular preguntas sobre el género, es decir, sobre cómo se organiza la sociedad en función del género, y con qué consecuencias para la comprensión de los cuerpos, la experiencia vivida, la asociación íntima y el placer, es comprometerse con una forma de indagación e investigación abierta, que se opone a las posiciones sociales dogmáticas que pretenden detener y revertir el cambio emancipador.
ANTONIO L. JUÁREZ / PHOTOGRAPHERSSPORTS
En junio, el Parlamento húngaro votó por abrumadora mayoría eliminar de las escuelas públicas toda la enseñanza relacionada con “la homosexualidad y el cambio de género”, asociando los derechos y la educación LGBTQI con la pedofilia y una política cultural totalitaria. A finales de mayo, los diputados daneses aprobaron una resolución contra el “excesivo activismo” en los entornos de investigación académica, incluyendo los estudios de género, la teoría de la raza y los estudios postcoloniales y de inmigración en su lista de culpables. En diciembre de 2020, el Tribunal Supremo de Rumanía anuló una ley que habría prohibido la enseñanza de la “teoría de la identidad de género”, pero el debate allí continúa. En Polonia, transfóbicos deseosos de purificar a Polonia de las influencias culturales corrosivas de Estados Unidos y el Reino Unido han declarado espacios libres de trans. La retirada de Turquía del Convenio de Estambul en marzo hizo temblar a la UE, ya que una de sus principales objeciones era la inclusión de protecciones para las mujeres y los niños contra la violencia, y este “problema” estaba relacionado con la palabra extranjera “género”.
Los ataques a la llamada “ideología de género” han crecido en los últimos años en todo el mundo, dominando el debate público avivado por las redes sociales y respaldado por amplias organizaciones católicas y evangélicas de derecha. Aunque no siempre están de acuerdo, estos grupos coinciden en que la familia tradicional está siendo atacada, que se está adoctrinando a niños y niñas en las aulas para que se conviertan en homosexuales, y que el “género” es una ideología peligrosa, cuando no diabólica, que amenaza con destruir las familias, las culturas locales, la civilización e incluso al propio “hombre”.
No es fácil reconstruir completamente los argumentos utilizados por el movimiento de la ideología anti-género porque no se atienen a normas de consistencia o coherencia. Ensamblan y lanzan afirmaciones incendiarias para derrotar lo que consideran “ideología de género” o “estudios de género” por cualquier medio retórico necesario. Por ejemplo, se oponen al “género” porque supuestamente niega el sexo biológico o porque socava el carácter natural o divino de la familia heteronormativa. Temen que los hombres pierdan sus posiciones dominantes o se vean fatalmente disminuidos si empezamos a pensar en términos de género. Creen que a los niños se les dice que cambien de género, que son reclutados activamente por personas homosexuales y trans, o que se les presiona para que se declaren homosexuales en entornos educativos en los que un discurso abierto sobre el género se caricaturiza como una forma de adoctrinamiento. Y les preocupa que, si se acepta socialmente algo llamado “género”, se desate sobre la tierra una avalancha de perversidades sexuales, incluyendo la zoofilia y la pedofilia.
Aunque es nacionalista, transfóbico, misógino y homofóbico, el objetivo principal del movimiento es revertir la legislación progresista ganada en las últimas décadas por los movimientos LGBTQI y feminista. De hecho, al atacar el “género” se oponen a la libertad reproductiva de las mujeres y a los derechos de las familias monoparentales; se oponen a la protección de las mujeres contra la violación y la violencia doméstica; y niegan los derechos legales y sociales de las personas trans junto con toda una serie de salvaguardias legales e institucionales contra la discriminación de género, el internamiento psiquiátrico forzoso, el acoso físico brutal y el asesinato. Todo este fervor se intensificó en una época pandémica en la que los abusos domésticos se han disparado y los niños y niñas queer y trans se han visto privados de sus espacios para reunirse en comunidades de apoyo a la vida.
Los estudios de género no niegan el sexo; se preguntan cómo se establece el sexo, a través de qué marcos médicos y legales
Es bastante fácil desacreditar e incluso ridiculizar muchas de las afirmaciones que se hacen en contra de los estudios de género o de la identidad de género, ya que se basan en caricaturas poco convincentes, y a menudo rozan lo fantasmagórico. Si es que importa (y esperemos que siga importando), no hay un único concepto de género, y los estudios de género son un campo complejo e internamente diverso que incluye una amplia gama de investigaciones. No niega el sexo, pero tiende a preguntarse cómo se establece el sexo, a través de qué marcos médicos y legales, cómo ha cambiado a lo largo del tiempo, y qué diferencia supone para la organización social de nuestro mundo desconectar el sexo asignado al nacer de la vida que le sigue, incluidas las cuestiones laborales y amorosas.
Por lo general, pensamos que la asignación de sexo se produce una vez, pero ¿qué pasa si es un proceso complejo y revisable, reversible en el tiempo para aquellas personas a las que les ha sido asignado erróneamente? Argumentar de esta manera no es tomar una posición en contra de la ciencia, sino sólo preguntar cómo la ciencia y el derecho entran en la regulación social de la identidad. “¡Pero si hay dos sexos!” En general, sí, pero incluso los ideales de dimorfismo que rigen nuestras concepciones cotidianas del sexo son en muchos aspectos discutidos por la ciencia, así como por el movimiento intersexual, que ha demostrado lo controvertida que puede ser la asignación del sexo, así como sus repercusiones.
Formular preguntas sobre el género, es decir, sobre cómo se organiza la sociedad en función del género, y con qué consecuencias para la comprensión de los cuerpos, la experiencia vivida, la asociación íntima y el placer, es comprometerse con una forma de indagación e investigación abierta, que se opone a las posiciones sociales dogmáticas que pretenden detener y revertir el cambio emancipador. Y sin embargo, a los “estudios de género” se oponen como “dogma” aquellas personas que se ubican en el lado de la “crítica”.
Para este movimiento reaccionario, el término “género” atrae, condensa y electrifica un conjunto diverso de ansiedades sociales y económicas producidas por la creciente precariedad económica bajo los regímenes neoliberales, la intensificación de la desigualdad social y el cierre pandémico.
Se podría seguir explicando extensamente las diversas metodologías y debates dentro de los estudios de género, la complejidad de las investigaciones y el reconocimiento que ha recibido como un campo de estudio dinámico en todo el mundo, pero eso requeriría un compromiso de educación por parte del lector y del oyente. Dado que la mayoría de estos opositores se niegan a leer cualquier material que pueda contradecir sus creencias o seleccionan textos sacados de contexto para apoyar una caricatura, ¿cómo se puede proceder?
Otros afirman que el propio concepto de “género” es un ataque al cristianismo (o, en algunos países, al islam tradicional), y acusan a los defensores del “género” de discriminar sus creencias religiosas. Sin embargo, el importante campo del género y la religión sugiere que los enemigos no vienen de fuera, y que el dogma se encuentra en el lado de los censores.
Para este movimiento reaccionario, el término “género” atrae, condensa y electrifica un conjunto diverso de ansiedades sociales y económicas producidas por la creciente precariedad económica bajo los regímenes neoliberales, la intensificación de la desigualdad social y el cierre pandémico. Avivados por el temor al colapso de las infraestructuras, la ira anti-migrante y, en Europa, el miedo a perder la santidad de la familia heteronormativa, la identidad nacional y la supremacía blanca, muchos insisten en que las fuerzas destructivas del género, los estudios poscoloniales y la teoría crítica de la raza son las culpables. Cuando el género se presenta así como una invasión extranjera, estos grupos revelan claramente que están en el negocio de la construcción de la nación. La nación por la que luchan se basa en la supremacía blanca, la familia heteronormativa y una resistencia a todo cuestionamiento crítico de las normas que han restringido claramente las libertades y puesto en peligro las vidas de tantas personas.
La desaparición de los servicios sociales bajo el neoliberalismo ha presionado a la familia tradicional para que se encargue del trabajo de cuidados, como han planteado con razón muchas feministas. A su vez, la fortificación de las normas patriarcales en el seno de la familia y del Estado se ha convertido, para algunos, en un imperativo frente a los diezmados servicios sociales, las deudas impagables y la pérdida de ingresos. En este contexto de ansiedad y temor, el “género” se presenta como una fuerza destructiva, una influencia extranjera que se infiltra en el cuerpo político y desestabiliza la familia tradicional.
De hecho, el género llega a representar, o se vincula, con todo tipo de “infiltraciones” imaginadas en el cuerpo nacional: los inmigrantes, las importaciones, la alteración de la economía local por los efectos de la globalización. Así, el “género” se convierte en un fantasma, a veces personificado como el mismo “diablo”, una fuerza pura de destrucción que amenaza la creación de Dios (y no el cambio climático, que sería un candidato mucho más probable). Ese fantasma de poder destructivo sólo puede ser subyugado mediante apelaciones desesperadas al nacionalismo, al anti-intelectualismo, a la censura, a la expulsión y a la fortificación de las fronteras. Una de las razones, pues, por las que necesitamos más que nunca los estudios de género es para dar sentido a este movimiento reaccionario.
El movimiento contra la ideología de género cruza las fronteras, vinculando a organizaciones de América Latina, Europa, África y Asia oriental. La oposición al “género” es expresada por gobiernos tan diversos como la Francia de Macron y la Polonia de Duda, circula en partidos de derecha en Italia, aparece en las principales plataformas electorales de Costa Rica y Colombia, es proclamada bulliciosamente por Bolsonaro en Brasil, y es responsable del cierre de los estudios de género en varios lugares, el más infame en la Universidad Europea de Budapest en 2017 antes de que se reubicase en Viena.
En Alemania y en toda Europa del Este el “generismo” es comparado con el “comunismo” o con el “totalitarismo”. En Polonia, más de cien regiones se han declarado “zonas anti-LGBT”, criminalizando una vida pública abierta para cualquiera que se perciba como perteneciente a esas categorías, obligando a los jóvenes a abandonar el país o a pasar a la clandestinidad. Estas llamas reaccionarias han sido avivadas por el Vaticano, que ha proclamado la “ideología de género” como “diabólica”, calificándola como una forma de “imperialismo colonizador” procedente del norte y haciendo temer la “inculcación” de la “ideología de género” en las escuelas.
Los movimientos anti-género no son sólo reaccionarios, sino que son tendencias fascistas, que apoyan a gobiernos cada vez más autoritarios
Según Agnieszka Graff, coautora con Elzbieta Korolczuk de Políticas contra el género en el momento populista (“Anti-Gender Politics in the Populist Moment”), las redes que amplifican y hacen circular el punto de vista anti-género incluyen la Organización Internacional para la Familia, que se jacta de contar con miles de participantes en sus conferencias y la Plataforma online CitizenGo, fundada en España, que moviliza a la gente contra conferencias, exposiciones y candidatos políticos que defienden los derechos LGBTQI. Afirman tener más de 9 millones de seguidores, dispuestos a movilizarse en un instante (se movilizaron contra mí en Brasil en 2018, cuando una multitud furiosa quemó la efigie de mi “apariencia” a las puertas del recinto donde iba a hablar). La tercera es Agenda Europa, formada por más de 100 organizaciones, que se refiere al matrimonio gay, los derechos trans, la libertad reproductiva y los esfuerzos contra la discriminación LGBTQI como ataques contra el cristianismo.
Los movimientos anti-género no son sólo reaccionarios, sino que son tendencias fascistas, que apoyan a gobiernos cada vez más autoritarios. La incoherencia de sus argumentos y su enfoque de igualdad de oportunidades con respecto a las estrategias retóricas de la izquierda y la derecha, producen un discurso confuso para algunos y convincente para otros. Pero son típicos de los movimientos fascistas que retuercen la racionalidad para adaptarla a los objetivos hipernacionalistas.
Insisten en que el “género” es una construcción imperialista, que es una “ideología” que se impone ahora a las culturas locales del sur global, recurriendo espuriamente al lenguaje de la teología de la liberación y a la retórica decolonial. O, como sostiene el grupo italiano de derecha Pro Vita, el “género” intensifica los efectos sociales del capitalismo, mientras que la familia heteronormativa tradicional es el último baluarte contra la desintegración social y el individualismo anómico. Todo esto parece desprenderse de la propia existencia de las personas LGBTQI, sus familias, matrimonios, asociaciones íntimas y formas de vivir fuera de la familia tradicional y sus derechos a una existencia pública propia. También se desprende de las reivindicaciones legales feministas sobre la libertad reproductiva, las demandas feministas para acabar con la violencia sexual y la discriminación económica y social de las mujeres.
Al mismo tiempo, los opositores al “género” recurren a la Biblia para defender sus puntos de vista sobre la jerarquía natural entre hombres y mujeres y los valores distintivos de lo masculino y lo femenino (aunque los teólogos progresistas han señalado que éstos se basan en lecturas discutibles de los textos bíblicos). Asimilando la Biblia a la doctrina de la ley natural, afirman que el sexo asignado es una declaración divina, lo que sugiere que los biólogos y médicos contemporáneos están curiosamente al servicio de la teología del siglo XIII.
No importa que las diferencias cromosómicas y endocrinológicas compliquen el binarismo del sexo y que la asignación del sexo sea revisable. Los defensores de la perspectiva anti-género afirman que los “ideólogos del género” niegan las diferencias materiales entre hombres y mujeres, pero su materialismo se convierte rápidamente en la afirmación de que los dos sexos son “hechos” atemporales. El movimiento anti-género no es una posición conservadora con un conjunto claro de principios. No, en cuanto tendencia fascista, moviliza una serie de estrategias retóricas de todo el espectro político para maximizar el miedo a la infiltración y la destrucción que proviene de un conjunto diverso de fuerzas económicas y sociales. No se esfuerza por ser coherente, ya que su incoherencia es parte de su poder.
En su conocida lista de elementos del fascismo, Umberto Eco escribe que “el juego fascista puede jugarse de muchas formas”, ya que el fascismo es “un collage… una colmena de contradicciones”. De hecho, esto describe perfectamente la ideología anti-género actual. Es una incitación reaccionaria, un haz incendiario de afirmaciones y acusaciones contradictorias e incoherentes. Se alimentan de la misma inestabilidad que prometen contener, y su propio discurso sólo genera más caos. A través de una serie de afirmaciones incoherentes e hiperbólicas, inventan un mundo de múltiples amenazas inminentes para justificar el gobierno autoritario y la censura.
Esta forma de fascismo manifiesta la inestabilidad incluso cuando trata de evitar la “desestabilización” del orden social provocada por la política progresista. La oposición al “género” se funde a menudo con el furor y el miedo anti-migrante, por lo que a menudo, en contextos cristianos, se fusiona con la islamofobia. Los migrantes también son considerados como “infiltrados”, que cometen actos “delictivos”, incluso cuando ejercen sus derechos de paso en virtud del derecho internacional. En el imaginario de los defensores de la ideología anti-género, el “género” es como un migrante no deseado, una mancha que llega, pero también, al mismo tiempo, un colonizador o totalitario al que hay que expulsar. Mezcla a su antojo los discursos de derecha e izquierda.
En cuanto tendencia fascista, el movimiento anti-género apoya formas de autoritarismo cada vez más fuertes. Sus tácticas animan a los poderes del Estado a intervenir en los programas universitarios, a censurar el arte y la programación televisiva, a prohibir a las personas trans sus derechos legales, a prohibir a las personas LGBTQI los espacios públicos, a socavar la libertad reproductiva y la lucha contra la violencia dirigida a las mujeres, los niños y las personas LGBTQI. Amenaza con ejercer violencia contra aquellas personas, incluidas las migrantes, que se han convertido en fuerzas demoníacas y cuya supresión o expulsión promete restaurar un orden nacional amenazado.
Por eso no tiene sentido que las feministas “críticas con el género” se alíen con los poderes reaccionarios para atacar a las personas trans, no binarias y genderqueer. Seamos todas verdaderamente críticas ahora, porque no es el momento de que ninguno de los blancos de los ataques de este movimiento anti-género se ponga en contra de los demás. Hoy es el momento de la solidaridad antifascista.