La sociedad actual y la pandemia, vistas desde algunas reflexiones de Kropotkin

Frank Mintz | El Salto Diario. Los ensayos de Kropotkin parten de aspectos prácticos y rechazan el sistema dominante, mostrando argumentos lógicos y una gran confianza en la capacidad creadora y solidaria de los desconocidos, los explotados, los sin voz

Mucho antes de la pandemia, podíamos observar un detalle que define nuestro mundo: 6 millones de niños entre 1 y 5 años mueren cada año por falta de acceso a alimentos y fármacos, y esto dejando de lado la mortalidad de adolescentes y adultos. Es una cifra muy inferior a la del periodo de los años 50 y 60. Sin embargo, si tomamos estos 6 millones entre 1948 y 2018, en setenta años la mortalidad representa 420 millones. Este total significa tres veces más que la mortalidad de las dos guerras mundiales del siglo XX. La primera provocó 10 millones de combatientes muertos y otros 50 millones de civiles. La segunda fue peor, con 20 millones de combatientes y 47 millones de civiles, incluyendo los 20 del nazismo entre judíos, gitanos, homosexuales y disidentes políticos.

Por tanto, el neoliberalismo democrático, protector de la propiedad privada en EEUU o de los valores marxistas-leninistas en China, es mucho más eficaz para exterminar a las capas sociales pobres, sin cámaras de gas, gracias a la libertad del mercado. Quienes tienen dinero medran; los peones, los desocupados, deben aguantar, esperar mucho o reventar. Según estimaciones del Banco Mundial en 2018, el neoliberalismo mantiene el consumismo extremo para un 20% de habitantes del planeta, y la escasez extrema para 1.900 millones de pobres (como mínimo 1.000 millones de personas cobran 2 euros diarios o menos). Y, sin embargo, como dijo la que fue jefa de la economía británica, Margaret Thatcher, en 1980: There is no alternative. La traducción exacta podría ser: no hay alternativa alguna al capitalismo neoliberal.

La moral del neoliberalismo, representada en Margaret Thatcher, dice que debemos satisfacernos de estar entre el 20% de privilegiados, porque los demás alcanzarán poco a poco nuestro nivel. Después de unos tantos millones de muertos, no hay ninguna otra alternativa. Y no sirve de nada observar que las economías de dos países (EEUU y la República marxista-leninista china) podrían menguar con creces la pobreza en el mundo. O que las riquezas del Vaticano y de varios países musulmanes podrían aliviar la hambruna. O que un reparto equitativo y racional de los alimentos acabaría casi de repente con gran parte de la indigencia. Los expertos y políticos pretenden tener la solución, y nos dan la respuesta provisional de que es cierto que es mejor vivir como un pobre en España que serlo en Senegal o en China.

El neoliberalismo de EEUU y de China es sumamente diestro para valerse de la alevosía como moral. Como en cada religión, la igualdad social y la superación de los problemas están en la esquina: en nuestro caso, en la próxima conferencia de los expertos mundiales en 2030 o 2050.

La pandemia demostró que, en el seno del neoliberalismo, no existen ni planes ni previsiones entre los países, sino oposiciones y egoísmo en el plano de la sanidad, que es al mismo tiempo el de la economía, de los intercambios sociales, de la vida misma. Y en cuanto a las protestas populares, las hubo, pero muy frenadas por el confinamiento, a la par que confusas por las contradicciones de los expertos médicos y las elucubraciones de supuestos sabios.

Frente al desequilibrio mental, moral y económico que impone el neoliberalismo, creo que necesitamos algún tipo de brújula, de referencia controlable y criticable que yo veo en los escritos de Pedro Kropotkin, que murió hace un siglo, en febrero de 1921. ¿Por qué no tomar a Miguel Bakunin o a Carlos Marx? La gran diferencia está en que tanto Bakunin como Marx reflexionaron sobre problemas generales del socialismo, de la organización internacional del proletariado y de la evolución política del mundo, pero mucho menos sobre cuestiones del día a día.

Palabras de un rebelde, La Conquista del Pan, La Gran Revolución Francesa (1789-1793), El Apoyo Mutuo, etc., son ensayos que parten de aspectos prácticos y rechazan el sistema dominante, mostrando argumentos lógicos y una gran confianza en la capacidad creadora y solidaria de los desconocidos, los explotados, los sin voz. Los dos primeros títulos son obras revolucionarias clásicas del socialismo anarquista. El estudio histórico destaca el papel de los trabajadores del campo frente a los diferentes grupos burgueses y expone las ideas de los antepasados del socialismo del siglo XIX. Es un estudio profundo que Lenin apreciaba y que le llevó a querer conocer a su autor en 1919. En El Apoyo Mutuo, Kropotkin se apoyó en una teoría de su compatriota Karl Federovich Tesler, que cuestionaba afirmaciones de Darwin sobre la selección natural, acudiendo también a su formación de científico, para matizar u oponerse a generalizaciones de este último.

La paradoja es que Kropotkin era un científico, un ex oficial del ejército zarista con un padre general y una madre nieta de general, perteneciendo la familia paterna a la aristocracia rusa desde el siglo XV. Cuando ya tenía ante él una sólida carrera universitaria, Pedro Kropotkin se sumó a grupos clandestinos antizaristas que se dedicaban a formar a campesinos y a obreros para preparar un cambio social. Como buen científico estudió qué tendencia socialista elegir entre la de Marx y la de Bakunin, y para eso pidió a las autoridades ir al extranjero con el pretexto de establecer contactos con colegas universitarios. Estando en Suiza conoció diferentes grupos de suizos y rusos y se decidió por el anarquismo, porque, en su opinión, no manipulaba a los trabajadores incitándoles a votar por candidatos burgueses aparentemente progresistas. Así se convirtió Kropotkin en anarquista, a los 28 años. Luego fue detenido dos años y medio por la policía zarista, organizó su fuga y llegó a Europa occidental en 1876. Fue detenido en Francia durante otros dos años y luego, con su experiencia carcelaria, escribió un libro sobre la casi imposibilidad de reformar la cárcel y la institución judicial sin la abolición del capitalismo.

Esta conclusión es del todo actual, así como el aspecto del apoyo mutuo en la naturaleza y entre los seres humanos, que es un aporte reconocido de Kropotkin a la antropología y a la sociología, que se opone a la supuesta supremacía intelectual (y casi hereditaria) de vencedores y perdedores, variante de una visión religiosa de grupos de creyentes elegidos, hipótesis fantasiosas que confunden a sabiendas la superioridad social debido a la fortuna familiar, o a relaciones mafiosas, con una inteligencia excepcional, justificando así la jerarquía de los explotadores en la sociedad.

“La revolución tiene que garantizar a cada uno el pan cotidiano, para asegurar al mismo tiempo esas satisfacciones, reservadas hoy a un pequeño número de personas: el tener tiempo libre luego del trabajo y el poder desarrollar sus capacidades intelectuales”

Estos aportes de Kropotkin están reforzados por afirmaciones concretas y prácticas, de las cuales destacamos algunas a continuación.

En el folleto La Moral anarquista, criticando algunos puntos de vista religiosos y filosóficos, Kropotkin señala que “La historia del pensamiento humano recuerda las oscilaciones del péndulo” con periodos oscuros o luminosos. “El enemigo sempiterno del pensamiento ―el gobernante, el magistrado, el religioso― se rehace enseguida de la derrota. Reúnen poco a poco sus diseminadas fuerzas, remozan su fe y sus códigos, adaptándolos a nuevas necesidades; y, valiéndose de ese servilismo de carácter y de pensamiento que ellos mismos tan cuidadosamente cultivaron, aprovechan la desorganización momentánea de la sociedad, explotando la necesidad de reposo de unos, la sed de riquezas de otros, los desengaños de algunos ―sobre todo los desengaños―, vuelven paulatinamente a su obra, apoderándose primero de la infancia, por la educación”. Eficaz análisis de la Rusia actual o de EEUU y, en parte, de otros países como Francia y Túnez.

Es fundamental porque supone reconocer que, por ejemplo, la experiencia proletaria de lucha y acción directa puede embotarse, desaparecer. Una realidad que el mismo Kropotkin no tuvo siempre en cuenta.

Sin embargo, frente a los pesares y las exaltaciones revolucionarias, Kropotkin concluye en La Moral anarquista: “Y entonces habrás vívido, y por algunas horas de esta vida no darás años para estar vegetando en la podredumbre del pantano. Lucha para permitir a todos vivir esta vida rica y exuberante, y ten por seguro que encontrarás en esta lucha goces tan grandes, como no los encontrarías parecidos en ninguna otra actividad. Tal es cuanto puede decirte la ciencia de la moral: a ti te toca escoger”.

En Palabras de un rebelde, con una clara alusión a la Comuna de París (cumplimos ahora su 150 aniversario), leemos: “El desorden, lo que ellos llaman el desorden, corresponde a épocas durante las que generaciones enteras llevaron una lucha incesante sacrificándose para que la humanidad llegara a mejor suerte, aboliendo las servidumbres del pasado. Son épocas en que el genio popular emprende un desarrollo libre y da en pocos años pasos gigantes, sin los cuales el ser humano habría permanecido en el estado del esclavo antiguo, de ser reptante, envilecido en la miseria”.

En La Conquista del pan podemos leer: “La revolución tiene que garantizar a cada uno el pan cotidiano, para asegurar al mismo tiempo esas satisfacciones, reservadas hoy a un pequeño número de personas: el tener tiempo libre luego del trabajo y el poder desarrollar sus capacidades intelectuales. El tiempo libre después del pan: he aquí el supremo objetivo”. Estas palabras reflejan la inspiración que encandiló a miles de trabajadores y sus familiares en la España revolucionaria de 1936-1939.

Estos mensajes forman parte de la herencia de Pedro Kropotkin. Pero él mismo pasó por un episodio triste: se dejó embriagar por el nacionalismo de la cultura francesa e inglesa, supuestamente progresista y favorable a la próxima revolución en los países latinos y eslavos, lo que debilitó su capacidad de análisis.

Con una valentía increíble, con una salud muy frágil, tras cuarenta años de exilio, decidió Kropotkin volver a Rusia, ya liberada del zarismo en 1917, para acabar su vida allí. Fue entonces cuando Lenin quiso conocer y manipular a Kropotkin. ¿O fue un intento de este por hacer lo contrario? Veremos esta extraña situación en otra oportunidad.

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