¿Qué significa hacer balance?

Extracto del libro La fuerza de los débiles, de Amador Fernández Sabater (Akal). El balance supone cierta detención y silencio, una meditación sobre heridas y fracasos, un estado de introspección (aún colectiva)

Hacer balance es, por un lado, el ejercicio de elaborar e incorporar (hacer cuerpo) un aprendizaje. Sin garantía ninguna: no se previenen las nuevas equivocaciones que vendrán, pero se vuelve posible equivocarse distinto. 

Facundo Lugea


¿Es toda conmemoración un tiempo de cenizas?

Cada pedazo de mundo nace al calor de un encuentro. Los nuevos lenguajes o ideas, las nuevas formas de sociedad o de vida… En el principio siempre fue un incendio. El incendio es un encuentro afectivo intenso que crea nueva realidad, y deja tras de sí una estela de calor proporcional al que ha suscitado el encuentro mismo.

Las llamas se detienen siempre en algún momento. El big bang se enfría, baja de intensidad, da lugar a estructuras rutinarias y a signos: huellas, rastros, marcas. Los signos son intensidades ralentizadas, pero es también gracias a ellos que tenemos noticia de los incendios que hubo.

Recordar significa pasar de nuevo por el corazón. Calentamos de nuevo el signo pasándolo por el cuerpo para que no solo nos entregue la información, sino el afecto que lo generó. ¿Es en ese sentido que se ha podido afirmar que conocer es recordar? El recuerdo entonces no repite lo que fue, sino que lo prolonga: lo que fue sigue activo, produciendo efectos. Solo desde ahí es posible comunicar algo de verdad.

Pero el tiempo de las conmemoraciones (oficiales y mediáticas) es generalmente un tiempo de cenizas: se revuelve lo que queda de un incendio, el resto muerto, la corteza. Ni siquiera se aviva la nostalgia: la nostalgia es añoranza activa del fuego, tiene contacto con la verdad que quema aunque sea bajo el modelo de la ausencia.

Siempre hay personas trabajando contra los estereotipos, trayendo al presente recuerdos que conmueven y sacuden, ellas mismas personas sacudidas y conmovidas, arrebatadas por el fuego

La conmemoración trabaja con una ceniza particular: el estereotipo. La imagen o palabra separada de las fuerzas que la animaban, el signo que borra las marcas del incendio que lo produjo. El estereotipo funciona como déjà vu, idea previa, respuesta automática. No pasa nada de singular. Nos deja como estábamos. Previene contra el calor de un nuevo encuentro. Conserva la memoria como depósito de cenizas.

El problema es toda una cultura –muy occidental– que nos enseña cotidianamente a tratar con signos desligados de fuerzas, con ceniza. Academia, medios de comunicación, política convencional… Pero siempre hay personas trabajando contra los estereotipos, trayendo al presente recuerdos que conmueven y sacuden, ellas mismas personas sacudidas y conmovidas, arrebatadas por el fuego, adoradores de volcanes, en la hermosa fórmula de Germán Labrador, él mismo historiador de las energías.

En lugar de manipular ceniza, atizan rescoldos. Signos intensos, polvo enamorado, capaces de despertar los afectos que habían quedado congelados. El recuerdo desborda entonces su época, desordena el presente en lugar de confirmarlo, el big bang recomienza. Tenemos confianza en la capacidad de afectar de los signos cuando atraviesan los corazones: conmemorar entonces es repasar, volver a pasar.

Recordar juntos es un ritual que puede darse por fuera de un tiempo de cenizas. El fuego se renueva, nos convoca alrededor, hay diálogo y conversación entre 9 conocidos y desconocidos, entre generaciones, se cuentan historias. Las energías nos pasan por el cuerpo, nos conmueven, nos calientan. Memoria de los volcanes.

No se sabe, nunca se sabe, lo que aún pueden dar de sí las energías que se conjuraron en cierto momento y lugar, creando nueva realidad por incandescencia.

¿Qué significa hacer balance?

Hay mil modos posibles de repasar: de volver a pasar la energía de lo que fue, renovándola, actualizándola. Está quien narra historias inspiradoras, quien construye imágenes que dan algo a ver, quien desarrolla trabajos de investigación, quien recuerda simplemente un detalle vivido con el corazón… Nosotros queremos ensayar un balance.

En mi educación política, a partir de los años noventa, he podido mamar aún, directamente de mis mayores, la importancia de esta operación: hacer balance. «Balance y perspectivas», decían ellos. ¿Qué se intentó?, ¿qué se quería?, ¿qué ocurrió?, ¿qué se ha visto y vivido?, ¿qué se ha aprendido?

El balance inventa otra relación con el tiempo: revisar y elaborar, siempre desde el presente. El presente lee un pasado para abrirse a un futuro. Un tiempo histórico, una historicidad. Por el contrario, hoy impera la fuga hacia adelante: abrir y cerrar ventanas –proyectos, relaciones, iniciativas– como si estuviésemos siempre frente a la pantalla del ordenador. Hacer scroll con la vida.

El ámbito político no se salva. Rápidamente se sale de algo y se entra en otra cosa. ¿De qué huye nuestra época?, ¿de qué huimos nosotros? El balance supone cierta detención y silencio, una meditación sobre heridas y fracasos, un estado de introspección (aún colectiva). Es precisa la elaboración de sentido para tatuarnos una experiencia en la piel.

Hacer balance es, por un lado, el ejercicio de elaborar e incorporar (hacer cuerpo) un aprendizaje. Sin garantía ninguna: no se previenen las nuevas equivocaciones que vendrán, pero se vuelve posible equivocarse distinto. Es el significado de la célebre cita de Beckett: «fracasa de nuevo, fracasa mejor». El balance permite, por otro, compartir la experiencia. Es un gesto de confianza y de generosidad hacia lo común, aunque no se dirija hacia ningún colectivo en concreto, hacia ninguno existente, como una botella arrojada al mar desconocido.

Elaborar aprendizajes, contra la maldición de la repetición y la fuga hacia adelante. Compartir la experiencia, contra la idea de que cada una de ellas no tiene nada que decir a otras. Orientarse en la historia, contra la alternativa entre fatalidad u oportunismo.

Este texto ensaya un balance sobre el 15M a la vez que desarrolla una reflexión general sobre el problema de la eficacia política. La reflexión sobre la eficacia es la manera de elaborar el balance, el balance está en la base de la reflexión sobre la eficacia. ¿Cuál era la fuerza propia del 15M? ¿Qué desafió, qué interrumpió? ¿Cómo se debilitó finalmente, cuál fue su propio fracaso?

En su propia revisión de algunas tentativas revolucionarias del siglo xx, el filósofo Alain Badiou desarrolla esta idea: se hace balance en torno a un fracaso. Es un fracaso lo que nos pone a pensar, pero a la vez no hay fracaso si hay balance. Lo que hay, en ese caso, es un aprendizaje compartido. ¿Qué significa fracaso?, ¿y fracasar? Podemos pensarlo como un punto de detención frente a un problema. El momento en que un movimiento o una práctica colectiva se encuentran un obstáculo en el camino, las energías se bloquean y la experiencia pierde su vitalidad propia.

Se fracasa en un punto concreto, dice Badiou. Todo balance debe dibujar una especie de topología: localizar y pensar a fondo ese punto. ¿Qué pasó ahí? ¿Cuándo se torció la cosa? No hay fracaso en general, sino en un punto. Nunca es «la» derrota, siempre una derrota. El balance nos regala la posibilidad de insistir distinto, contra la retirada por confusión, vergüenza o arrepentimiento. Es un gesto de autonomía: desplegar una lectura propia de nuestras experiencias, para no ser leídos por otros, desde fuera o «en general». Nos abre al presente, porque dejamos de estar enganchados a la repetición de un pasado idealizado. La experiencia vivida no queda invalidada, sino pensada, incorporada, compartida. Como dice William Carlos Williams:

Ninguna derrota es enteramente una derrota, pues el mundo que abre es siempre un sitio hasta entonces insospechado.

El balance abre, desde la derrota, un nuevo derrotero.


"Toda ruina contiene

su pasado y el nuestro.

Toda ruina es hermosa

si es capaz de decirnos

qué esconde el porvenir"

(Juan Antonio Bermúdez)

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