Benjamina, cuidar de los otros nos hizo humanos

Benjamina, la niña heildelbergensis de la Sima de los Huesos, en Atapuerca, nació con una lesión craneal, craneosinostosis, una fusión prematura de las suturas del cráneo que hace que la cabeza sea deforme y provoca retraso mental. ‘Miguelón’, el cráneo más completo del registro fósil mundial y otro de los habitantes de este yacimiento burgalés, muestra que su propietario padeció terribles infecciones bucales que incluso le perforaron la mandíbula y que no le dejaban masticar. Ambos individuos vivieron hace 450.000 años. Seguramente, eran muy dependientes de su grupo y por sí solos no hubieran podido sobrevivir. Y sin embargo, lejos de ser considerados lastres y abandonados, los cuidaron.


Tendría unos 10 años, seguramente era niña, murió en lo que ahora es la sierra de Atapuerca (Burgos) hace 530.000 años y era diferente, tanto que su grupo, su familia, le tuvo que haber prestado cuidados especiales. De lo contrario, no habría sobrevivido. Entonces, su cráneo asimétrico y, probablemente, su cara irregular no engañaron a nadie, porque además, cabe pensar que tuvo capacidades psicomotoras deficientes. Hoy los científicos saben que ese individuo, esa homínido preadolescente, tenía craneosinostosis, una enfermedad rara que afecta a menos de seis personas por 200.000 habitantes en la población actual.

La cuestión que se plantearon Ana Gracia, Juan Luis Arsuaga y el resto del equipo fue si un individuo así se valdría por sí mismo en un grupo de cazadores recolectores, si habría sobrevivido varios años sin la ayuda de otros individuos de esta familia.

La craneosinostosis es una patología que se caracteriza porque los huesos del cráneo se fusionan prematuramente. "Hoy en día, cuando se presenta en un niño, se le opera normalmente en sus primeros meses de vida para evitar tanto la deformación estética como las posibles alteraciones en el encéfalo", comenta Gracia. "En cuanto a nuestra niña, no sabemos exactamente qué deficiencias psicomotoras tendría, pero hemos descubierto indicios de que podría tener presión intracraneal elevada".

La fusión prematura de los huesos craneales se debe, en algunos casos, a mutaciones cromosómicas. Pero también puede tener un origen traumático o metabólico del feto. En el caso de Benjamina, los científicos se inclinan por el origen traumático. "La madre se dio un golpe, o el feto estaba mal colocado... Descartamos que el problema fuera en el parto", dice Gracia.

No son casos aislados: en Dmanisi (Georgia) se han hallado restos de un individuo viejo, que vivió hace 1,8 millones de años, sin dientes, a quien seguramente alguien le trituraría la comida, se la masticaría y luego se la daría, como también le sucedería a Miguelón. Y hay más ejemplos similares en el registro fósil, como el caso del neandertal de La Chapelle aux Saints, un hombre de entre 25 y 40 años que vivió hace entre 60.000 y 50.000 años, y que tuvo muchos problemas de salud.

Pero, ¿por qué nuestros ancestros en aquellas primeras sociedades primitivas tomaban riesgos para que otros sobrevivieran y cómo surgió el comportamiento de cuidar a los otros, que nos caracteriza como humanos? Un equipo de investigadores de la Universidad de Durham (Reino Unido) ha utilizado modelos computacionales para resolver a esas cuestiones. En un estudio que publican en Scientific Reports sugieren que cuidar a individuos enfermos permitió a aquellos primeros humanos prehistóricos controlar la transmisión de enfermedades

“El cuidado permitió a los homínidos suprimir la expansión de enfermedades a medida que la complejidad social y, por tanto, el riesgo de enfermedades transmitidas socialmente aumentaba”, afirman los autores del estudio. “La evolución del cuidado en el linaje humano proporcionó a nuestros ancestros una capacidad sin precedentes para modificar la propagación de enfermedades a través de sus poblaciones y es probable que tuviera más implicaciones para la evolución tanto de los patógenos como del sistema inmunitario humano”, añaden.

Los científicos simularon la evolución del cuidado en cuatro sistemas sociales distintos. Se basaron en comunidades formadas por entre 50 y 200 individuos de Homo habilis, Homo erectus, Homo heidelbergensis, Homo neandertalensis y Homo sapiens.

Vieron que primero se originó un sistema de cuidados en la familia más cercana (padres, hermanos, tíos, primos). Los parientes compartían el coste de cuidar así como la exposición a enfermedades, lo que limitaba el riesgo individual de infección. Así, también, la transmisión de patógenos quedaba limitada dentro del círculo familiar. Luego ese sistema de cuidados se extendió a otros individuos del grupo y, según los autores de este trabajo, “contribuyó a la complejidad y diversidad de los sistemas sociales humanos”.

Y es que aquellos primeros grupos de humanos tuvieron que ir haciendo frente a cada vez más nuevos tipos de patógenos, con la domesticación animal y el inicio de la agricultura, pero también con la llegada a nuevos lugares, el contacto con animales hasta el momento desconocidos y la hibridación con otras especies de homínidos, con las que, además, adquirieron variabilidad genética.

Robert explica que en aquellas sociedades primitivas el conocimiento residía en personas mayores, que “eran las que recordaban dónde había agua en caso de sequías, dónde encontrar recursos cuando son escasos. Preservaban una información básica para el grupo”.

Que se cuidaran unos a los otros demuestra, para este arqueólogo, que aquellos primeros Homo ya reconocían al otro como ‘un ser especial, que había que mantener vivo. Demuestra un progreso en la concepción de la vida humana”.

Fuente: La Vanguardia y El País.


Benjamina - ADRIANA BERTRAN ANÍA

Si la historia de la Humanidad
hasta hoy
durara las veinticuatro horas de un día,
habríamos descubierto la agricultura a las once y media de la noche.
Haría solo un minuto
que la electricidad agujerea el manto oscuro
que puntean la Luna y las estrellas.

Precisamente por eso,
cuando sientes miedo, tu sangre va a tus piernas
en vez de a tu cerebro:
estuvimos veintitrés horas corriendo
cuando el peligro, real,
eran fieras.

Precisamente por eso
es una horca en el centro del estómago
cualquier rechazo:
solo dentro de la tribu
dejábamos fuera a la muerte.

Hace quinientos treinta mil años,
en la primera hora del día humano,
una mujer parió una bebé
con craneosinostosis:
el cráneo y la cara deformes;
no debió de poder andar
ni hablar
ni ser
útil.

Sin embargo, esa tribu de Atapuerca
cuidó de esa bebé
inútil
y dependiente,
consiguiendo que viviera
hasta los diez años de edad.

La arquéologa que descubrió
su peculiar cráneo
la llamó Benjamina,
que significa: “la más querida”,
porque solo el amor
explica que nuestras antepasadas
recolectaran, pescaran y cazaran,
desparasitaran, acunaran y amamantaran
a una boca más
que ni recolectaba, ni pescaba, ni cazaba.

La tribu de Benjamina
hace medio millón de años
le vio sentido a algo
que dejaría de tenerlo
para Thomas Hobbes en el siglo XVI
(o lo que es lo mismo,
a las once y cincuenta y nueve minutos
de la noche).


Y es que en el último minuto se ha insistido mucho
en aquello de: homo
homini
lupus,
el hombre como depredador de otro hombre,
el egoísmo de pocos
para el rebranding de lo humano,
como si todo ese amor que llevamos dentro
no fuera parte de tu, mi, nuestra
Naturaleza:

que tú y yo estemos hoy aquí,
con nuestros genes como escaleras a la Historia,
resultado de la improbabilidad
de 26.500 cópulas
y la hazaña peligrosa
de 26.500 partos,
cada persona viva ahora
piedra preciosa de 53.000
supervivencias en cadena,
la vida terca abriéndose paso
como el río agujerea al fin la piedra,
no es milagro.


Es medio millón de años de cuidados.

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