Cómo meter la educación ecosocial en la nueva ley educativa

Luis González Reyes | @luisglezreyes | El Salto. Actualmente se está redactando una nueva ley educativa, la LOMLOE. Uno de los elementos que está centrado parte del debate público es la propuesta de distintos colectivos de la inclusión de una competencia ecosocial.

Revista Okeanos - Institut Ca n'Oriac


En educación, cada vez se trabaja más mediante un enfoque competencial. Una competencia es una combinación de habilidades prácticas, conocimientos, valores éticos, actitudes, emociones, motivación y otros componentes sociales y de comportamiento que se movilizan interrelacionados para lograr una acción eficaz en un contexto determinado. Dicho de forma más sencilla (pero no del todo correcta) una competencia sería como un gran objetivo educativo que engloba a muchos otros y marca una gran meta. Por poner algunos ejemplos, la Unión Europea propone ocho competencias claves que se deberían adquirir durante la etapa de educación formal. Entre ellas están la competencia en lectura y escritura, las competencias interpersonales o la habilidad para adquirir nuevas competencias.

Actualmente se está redactando una nueva ley educativa, la LOMLOE. Uno de los elementos que está centrado parte del debate público es la propuesta de distintos colectivos de la inclusión de una competencia ecosocial. Bajo enfoques confluentes, aunque no iguales, hay quienes la denominan competencia para la sostenibilidad o para la ciudadanía global. Estando como estamos en una crisis civilizatoria, sin duda es una competencia fundamental. Ahora mismo hay sobre la mesa propuestas muy interesantes y completas, como la de #EA26 y la de Teachers for Future. A continuación sumo otra para enriquecer el debate.

Planos de la competencia ecosocial

Esta propuesta abarca tres planos: individual, colectivos humanos, y el conjunto organizado de organismos vivos y sus relaciones bióticas y abióticas (lo que se puede denominar Gaia). Estos tres planos se mezclan en la propuesta, de manera que hay aspectos que tienen una lógica en uno distinta que en otro. Por ejemplo, se propone educar para maximizar la libertad en el plano individual, aunque en el colectivo se educaría para limitar algunos comportamientos individuales. Pero la libertad individual no solo se limita en el plano colectivo, sino que también se potencia (menos capacidad de acción individual en algunos aspectos, pero más capacidad de acción colectiva que supera la suma de las capacidades individuales). De este modo, la educación para la libertad cambia cualitativa y cuantitativamente al cambiar de plano.

La competencia ecosocial persigue capacitar a las personas y a las comunidades para gozar de una buena vida y, al tiempo, favorecer que Gaia perviva y eventualmente se expanda sobre la Tierra

En muchos casos, los distintos planos son compatibles y pueden convivir enfoques aparentemente contradictorios. Por ejemplo, se pueden tener altos grados de libertad individual dentro de determinados órdenes sociales (los democráticos y justos). Sin embargo, a la vez los tres planos tienen una jerarquía entre ellos de forma que, en caso de conflicto, la expansión Gaia es más importante que la de los colectivos humanos y la de estos últimos frente a la de los individuos.

Definición de la competencia ecosocial

La competencia ecosocial persigue capacitar a las personas y a las comunidades para gozar de una buena vida y, al tiempo, favorecer que Gaia perviva y eventualmente se expanda sobre la Tierra.

Esto solo es posible si las personas asumimos lo que implica nuestra radical interdependencia, es decir la necesidad insoslayable de recibir cuidados de otras personas; y ecodependencia, la concepción de que formamos parte de entramados ecosistémicos que trascienden al ser humano y de los que requerimos toda una serie de funciones (fertilización del suelo, depuración de aguas, polinización, etc.).

Para alcanzar esta buena vida y la expansión de Gaia son necesarias profundas transformaciones económicas, políticas y culturales dirigidas por la ciudadanía que superen el capitalismo, el heteropatriarcado y el Estado. Este último es una forma de organización social que perpetúa las jerarquías a nivel interno y externo (mediante el colonialismo), por más que sea también un espacio de disputa social. Para estas transformaciones es necesario el desarrollo de los pensamientos holístico y crítico, de la empatía con todas las formas de vida y de la compasión, y de toda una serie de habilidades de coordinación social desde perspectivas democráticas, justas y sostenibles.

Para alcanzar esta buena vida y la expansión de Gaia son necesarias profundas transformaciones económicas, políticas y culturales dirigidas por la ciudadanía que superen el capitalismo, el heteropatriarcado y el Estado

Estas transformaciones se tienen que llevar a cabo en un contexto de colapso civilizatorio fruto de la intersección de crisis ambientales, sociales y económicas. Este colapso supone que el orden social vigente es inviable a corto plazo y surgirán otros. Estos nuevos órdenes están totalmente abiertos dentro de los márgenes de lo ecosistémicamente posible y de lo sociológicamente asumible. Es decir, están condicionados por una menor disponibilidad energética y material, y una disrupción de los equilibrios ecosistémicos fruto de la emergencia climática y de la Sexta Extinción de especies. Y también por nuestra actual organización política, económica y cultural atravesada por fuertes desigualdades en el reparto del poder y la riqueza.

La competencia ecosocial se alcanza mediante el aprendizaje de una serie de conceptos (conocer), habilidades (hacer), y actitudes y aptitudes (valorar). Parte de estos aprendizajes orientan directamente hacia las metas, otros se desprenden de las características propias de la humanidad y hay un tercer grupo que capacita como agentes de transformación social al alumnado en los contextos socioambientales en el que nos encontramos y se puedan desplegar en el futuro.

Metas

La competencia ecosocial persigue dos grandes metas. La primera es gozar, por parte de las personas y de las comunidades, de una buena vida.

Gozar de esta buena vida requiere cubrir las necesidades propias y comunitarias sin comprometer el funcionamiento de Gaia.

También un desarrollo como persona y como comunidad integral y equilibrado, ligando los aspectos emocionales, racionales y físicos. Esto a su vez necesita favorecer una cultura de suficiencia, austera en lo material, pero rica en lo relacional y en la articulación comunitaria.

Nuestra principal potencialidad es que en colectivo tenemos una capacidad de acción cualitativa y cuantitativamente superior que individualmente. A la vez, debemos aceptar la incapacidad humana de entender y controlar los sistemas complejos

Finalmente, la buena vida implica tomar conciencia de nuestras potencialidades, y de nuestras vulnerabilidades y limitaciones. Nuestra principal potencialidad es que en colectivo tenemos una capacidad de acción cualitativa y cuantitativamente superior que individualmente. A la vez, debemos aceptar la incapacidad humana de entender y controlar los sistemas complejos. Es decir, asumir que el sistema tecno-científico, como creación humana que es, nunca será ni omnipotente ni omnisciente. Siempre será limitado. Reconocer nuestros límites también implica defender el principio de precaución.

La segunda gran meta es favorecer la pervivencia de Gaia y, a mayores, su expansión. Para ello es necesario venerar a Gaia. Es decir, valorar que la preservación de Gaia en la Tierra es más importante que la preservación de la humanidad, sin que ambas metas sean incompatibles. Trascender del antropocentrismo al ecocentrismo. Esta veneración puede construirse a partir de la valoración de que las capacidades tecnológicas (de adaptarse y transformar el entorno para sus propios fines) de Gaia son muy superiores a las humanas. La transformación que ha imprimido la vida al planeta Tierra es cualitativa y cuantitativamente superior a la que ha realizado el ser humano y, demás, ha generado los mecanismos necesarios para que se sostenga en el tiempo. Un ejemplo es que la composición de la atmósfera en gran parte es fruto de la vida y está “a su servicio” (presencia de oxígeno, capa de ozono, efecto invernadero controlado, etc.).

Para poder favorecer la pervivencia de Gaia también es necesario conocer cuáles son las bases de su funcionamiento: cierre de ciclos, uso de la energía solar, aumento de la diversidad y máxima cooperación. Esta cooperación persigue la expansión de Gaia, de la vida en su conjunto, no necesariamente de cada individuo, población y/o especie.

Características de la humanidad

La primera es asumir que somos seres radicalmente interdependientes, que necesitamos del resto de las personas para tener los cuidados que requerimos. Como todas las personas somos interdependientes, la justicia y la democracia son imprescindibles para que todo el mundo pueda gozar de una buena vida.

De este modo, necesitamos aprender a construir sociedades justas. En el plano político, esto requiere superar la interseccionalidad, es decir las distintas formas de opresión interrelacionadas entre sí: de clase, de género, étnica, nacional, de opciones sexuales, etc. Para ello, un punto de partida es poner analizar los procesos que nos han llevado y mantienen sociedades basadas en las desigualdades.

En el plano económico, implica articular economías feministas, ecológicas y solidarias, asumiendo, entre otras cosas, la corresponsabilidad de los cuidados según las posibilidades de cada momento vital.

Y en la dimensión cultural haría falta expandir sistemas de valores articulados alrededor de lo colectivo sin negar la individualidad. Es decir, desarrollar sistemas de valores solidarios, cosmopolitas e interculturales que superen el eurocentrismo, el androcentrismo, el etnocentrismo y el nacionalismo. También reconocer como privilegios cualquier práctica que no pueda ser universalizable.

Es necesario aprender desde la perspectiva ecosocial es que somos seres radicalmente ecodependientes y que, por lo tanto, requerimos de ecosistemas equilibrados para gozar de una buena vida

En lo que concierne a la construcción de sociedades democráticas, esto implica desarrollar herramientas de cooperación y regulación noviolenta de conflictos, y herramientas para la toma de decisiones colectivas que incluyan a quienes no pueden opinar (infantes, poblaciones lejanas, generaciones futuras).

La segunda característica básica de la humanidad que es necesario aprender desde la perspectiva ecosocial es que somos seres radicalmente ecodependientes y que, por lo tanto, requerimos de ecosistemas equilibrados para gozar de una buena vida. Por ello, es preciso integrar las acciones humanas dentro del funcionamiento de los ecosistemas. Es decir, valorar la biomímesis, la imitación de la naturaleza, como una guía para la articulación de la economía. También vivir dignamente con una baja huella ecológica, lo que pasa en gran parte por vidas austeras en el consumo material y energético, y ricas en relaciones.

Agentes de transformación

Un primer aprendizaje es el de cómo crear tejidos sociales emancipadores, es decir justos, sostenibles y democráticos. Para que esto sea posible, es imprescindible que valoremos la capacidad de transformación social de los movimientos sociales.

Estos tejidos deben ser densos para tener capacidad de transformación y de resiliencia. Otra característica es que satisfagan las necesidades humanas (supervivencia, protección, afecto, entendimiento, etc.) gratificando (y con ello potenciando) sistemas de valores basados en lo colectivo y en la suficiencia. Y, por si esto fuese poco, deben permitir a las personas defenderse de manera noviolenta y actuar en contextos polarizados. Todo ello transmitiendo esperanza activa y alegría, pues son las emociones que permiten sostener procesos de transformación a largo plazo.

Más allá de la creación de tejidos sociales emancipadores, sería necesario desarrollar un pensamiento complejo y crítico. Esto requiere comprender el funcionamiento no lineal, multicausal y con bucles de realimentación de los sistemas complejos. Es decir, superar definitivamente, entre otras cosas, la visión dual del mundo de la Modernidad en base a pares de opuestos (razón-emoción, mente-cuerpo, hombre-mujer, cultura-naturaleza, etc.). El pensamiento complejo es un pensamiento que permite aprender a aprender, por ejemplo realizando preguntas que permitan profundizar y abrir la reflexión.

A estas habilidades se sumaría el desarrollo de la empatía y la compasión que permitan crear redes de solidaridad y restitución con las poblaciones más empobrecidas y con las que sufren mayormente los impactos ambientales. También con el resto de seres vivos.

Para hacer todo esto posible se debe conocer la situación de colapso civilizatorio que atravesamos. Concebir que estamos en un momento de quiebra histórica en la que el futuro sería radicalmente distinto del pasado.

Este momento requiere del desarrollo de habilidades específicas, como desenvolverse en la incertidumbre. Para ello hace falta poder resolver problemas diversos y desarrollar la creatividad, generar resiliencia comunitaria en la satisfacción de las necesidades o desarrollar tolerancia ante la frustración, pero sin caer en el nihilismo. Otra habilidad importante es la de identificar las oportunidades de cambio social emancipador que se abren.

Finalmente, resulta imprescindible conocer los elementos básicos de la crisis ambiental (emergencia climática, perdida de biodiversidad, y crisis energética y material), social (crisis de los cuidados, desigualdades en el reparto del poder y la riqueza) y económica (crisis estructural del capitalismo). También cómo operan el capitalismo, el heteropatriarcado y el Estado (y el colonialismo) como causas últimas de la crisis socioambiental.

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