La revolución y los piojos, un texto de G. K. Chesterton
Hace no demasiado tiempo determinados doctores y otras personas a las que la ley moderna permite mandar sobre sus menos afortunados conciudadanos, emitieron un decreto por el cual a toda niña se le debería rapar el pelo. Me refiero, por supuesto, a toda niña cuyos padres fueran pobres.
Se dan muchos hábitos poco saludables entre las niñas ricas, pero pasará mucho tiempo antes de que algún doctor intervenga contundentemente. Bien, la razón para esta particular intervención era la siguiente: que a los pobres se les hunde desde arriba en tales submundos de miseria, tan pestilentes y asfixiantes, que a la gente pobre no se le puede permitir tener pelo, porque en su caso eso significa tener piojos. En consecuencia los doctores proponen abolir el pelo. Parece no habérseles ocurrido en ningún momento abolir los piojos. Sin embargo esto podría hacerse.
Cuando una tiranía crápula arroja a la gente a la suciedad de modo que hasta su mismo pelo es sucio, el curso científico está claro. Resultaría largo y laborioso cortar las cabezas de los tiranos, es más sencillo cortar el pelo a los esclavos. De la misma manera, si se diese el caso de que algún niño pobre, gritando de dolor de muelas, molestase con sus llantos a cualquier maestro de escuela o algún elegante caballero, resultaría fácil sacarles los dientes a los pobres; si sus uñas estuviesen manifiestamente sucias, sus uñas podrían ser arrancadas; si se suenan las narices indecentemente, sus narices podrían ser cortadas. La apariencia de nuestros humildes conciudadanos podría ser impresionantemente simplificada antes de acabar con ellos. Pero todo esto no es ni una pizca más salvaje que el brutal hecho de que un doctor puede entrar en la casa de un hombre libre, cuya hija puede tener los cabellos tan limpios como flores de primavera, y ordenarle cortárselos. Bien, toda la parábola y sentido de esto es la siguiente: afirmar que debemos recomenzar todo de nuevo, y recomenzar por el otro extremo.
Yo comienzo con el cabello de una chiquilla.
Eso es algo que sé que es bueno al margen de todo. Sea lo que sea malo, el orgullo de una madre buena por la belleza de su hija es bueno. Es una de esas ternuras adamantinas que son el fundamento de toda era y cultura. Si otras cosas están contra ella, otras cosas deberán perecer. Si los propietarios, y las leyes y las ciencias están contra ella, los propietarios, las leyes y las ciencias deben perecer. Con el rojo cabello de una golfilla del arrollo voy a prender fuego toda la sociedad moderna. Porque una niña debería poder tener el cabello largo, tendría que tener el cabello limpio; porque debería tener limpio el cabello, no tendría que tener un hogar miserable, porque no debería tener un hogar miserable, tendría que tener una madre libre y despreocupada; porque debería tener una madre libre y despreocupada, no tendría que tener un casero usurero; porque no debería haber propietarios usureros, la propiedad tendría que ser redistribuida; porque la propiedad debería ser redistribuida, tendrá que haber una revolución. Esa pequeña golfilla a la que acabo de ver pasar por mi casa, no será alterada, mutilada, retorcida; su pelo no será rapado como el de un convicto; no, todos los reinos de la tierra serán desbrozados y mutilados para servirle a ella; ella es la imagen sagrada y humana; a su alrededor todo el andamiaje social debe tambalearse y desmembrarse y caer; los pilares de la sociedad se sacudirán y los viejos techos de las eras se desmoronarán sin que un sólo cabello de su cabeza sea dañado.
G. K. Chesterton. Fragmento final de “What’s wrong with the world?” versión española de Jabato Orozco.