La Ingobernable para personas no iniciadas

PABLO ELORDUY | @PELORDUY | ÁLVARO MINGUITO (fotos) | El Salto. Un recorrido cronológico por la historia de la ocupación del centro social La Ingobernable de Madrid.


La manifestación fue algo así como un desastre. No por la cantidad de gente que asistió; fuera de los tiempos del 15M era complicado esperar la afluencia masiva. Tampoco por ningún factor organizativo —correcta difusión de la convocatoria, buen puñado de pancartas, presencia explícita de varios colectivos— y tampoco por factores externos —la policía apenas hizo acto de presencia, hacía buen tiempo, etc—. La manifestación fue un desastre porque probablemente manifestarse no era el objetivo prioritario para parte de sus convocantes. Porque, como en otras ocasiones, el paseo se convirtió en un largo mediodía de saludos entre compañeras y conocidos. Porque, al fin y al cabo, aquel 6 de mayo del año 17 se trataba (eso se sabría más tarde) de recuperar el espacio que al final de la tarde se iba a convertir en La Ingobernable, a pocos pasos de la estación de Atocha en Madrid.

Hubo lecturas críticas —internas, antes y después de la manifestación— que dijeron que Madrid No Se Vende era una manifestación fallida. El fin último de la marcha, recuperar el espacio de la calle Gobernador, había distorsionado las reclamaciones que justificaron la convocatoria. Durante la última hora, cuando la marcha llegó allí donde la calle Atocha se ensancha, la manifestación se paró. Luego se partió. Un grupo se desgajó de la misma.

En ese grupo estaban las personas encargadas de los aspectos logísticos que acompañan a la entrada en un edificio. Otro grupo —el más numeroso— permaneció en la calle Atocha, parado, esperando. Sonrisas cómplices, algunos nervios. La consigna era esperar, y eso terminó por disolver la manifestación. Finalmente, donde termina la calle, enfrente de la discoteca Kapital, se leyó un comunicado con algo de desgana, con la mitad del personal mirando hacia la calle del Cenicero, a su izquierda, desde donde llegaba un rumor de gente.

En cuestión de minutos, esos dos grupos se agruparon en los bajos del Caixaforum, el espacio cultural de la fundación del banco. Se estaba ocupando un espacio en Madrid. Como lo que no se nombra no existe, se lanzó un primer nombre: la Gobernadora, por el nombre de la calle. Unas horas después, con el edificio abierto para la ciudad de Madrid, la asamblea cambiaría el nombre provisional por el que mantiene hoy: La Ingobernable. Dos años y cuatro meses después de aquella manifestación un poco pocha, defender la Ingobernable es el mínimo común denominador de movimientos sociales y organizaciones políticas de la ciudad. No siempre ha sido así.

CARMENA NO QUISO

Aquella manifestación era conflictiva por más motivos. Dos años después de la llegada de Manuela Carmena, parte del tejido social de la ciudad y un sector significativo del proyecto que había dado lugar a Ahora Madrid tenía motivos para sospechar sobre la dirección política que había tomado Carmena y su equipo.

Las organizaciones ecologistas y de defensa del Patrimonio, por la demolición en diciembre de 2016 del edificio centenario del taller de artillería de Chamberí, los avances en el curso de la Operación Chamartín y la operación sobre los Berrocales; el tejido social y cultural por el esperpento de los “titiriteros” y los sectores no alineados con Carmena dentro del Ayuntamiento por su condena a la marginación política y el unilateralismo de la alcaldesa.

Entre los movimientos por la okupación y los centros sociales el apoyo al proyecto “del cambio” tampoco era ni mucho menos unánime. Los sectores más rocosos —con el más claro ejemplo de la Dragona de la Elipa, también en un espacio municipal— rechazaban la interlocución con el equipo de Gobierno por los principios de su proyecto político. Espacios como el Espacio Vecinal de Arganzuela —sobre terreno cedido por el Ayuntamiento— aún estaban negociando los detalles de esa cesión, que tampoco fue sencilla.

Pero eran los planteamientos del Patio Maravillas los que seguían influyendo decisivamente en el latido de los movimientos. No en vano, en el espacio de la calle Pez, desalojado en junio de 2015, había crecido la hipótesis municipalista que terminaría confluyendo con Podemos para generar Ahora Madrid. En un proceso difícil para el Patio Maravillas —tres de sus muchos militantes estaban en el Ayuntamiento—, y tras los desalojos de dos inmuebles privados, la asamblea del centro social había mantenido una línea de trabajo para buscar la cesión de un espacio.


El Patio, que en sus dos sedes de la calle Acuerdo y de la calle Pez había ocupado con k, resolvía dar un paso que históricamente ha dividido al movimiento okupa; la cesión de un espacio, no obstante, no se iba a llevar a cabo. El 20 de abril de 2017, el Ayuntamiento decidía destinar el palacete de la calle Alberto Aguilera 20 para la instalación de la Casa de México. Se cortaba con esa decisión la posibilidad de un entendimiento entre el Ayuntamiento del cambio y el Patio Maravillas, epicentro del proceso político municipalista. 

En una serie de asambleas abiertas, un grupo con orígenes distintos apuesta por la ocupación de un edificio público. Recuperado el edificio de la calle Gobernador, ese grupo motor se disolverá de nuevo para permitir fluir a la asamblea de la Ingobernable, que conforma “ese centro social heterogéneo que conocemos a día de hoy, un poco naif pero tan abierto que ha conseguido algo que necesitábamos como agua de mayo: un lugar de encuentro y recomposición de los movimientos sociales en Madrid”, explica a El Salto una de las participantes en el espacio.

PRESIONES POR TODAS PARTES

Dos décadas después de la llegada del Partido Popular a la sala de máquinas de Ayuntamiento y Comunidad, sobraban los motivos para manifestarse contra la mercantilización de la ciudad, su desguace —vía operaciones urbanísticas—, troceado y emplatado para satisfacer al Madrid sistémico.
El plan inicial de La Ingobernable no era la confrontación directa con el Ayuntamiento del cambio o lo era solo en la medida que correspondía afirmar la autonomía de los movimientos. Una autonomía que reclamaba —y lo había madurado desde hacía años— espacios comunes fuera de la lógica del mercado. El tipo de espacios comunes que dan lugar al crecimiento de prácticas de apoyo mutuo y participación política no partidista o clientelar. Espacios para la reproducción de esas “vidas que merecen la pena ser vividas”, que reclamó la Ingobernable desde su nacimiento. Prácticas que remitían a los Laboratorios, centros sociales de referencia entre el final de los 90 y el comienzo del siglo, y que se habían moldeado en encuentros en otros espacios como La Prospe, Seco, la Piluka o más recientemente La Morada.


Era una lógica de largo recorrido en Madrid. Una molestia sobre la que el PP y sus dispositivos mediáticos afines habían aplicado una lógica simple: lo que no se nombra no existe. Si el mandato de José María Álvarez del Manzano había visto crecer los centros sociales con una visión mononeuronal, sus sucesores Alberto Ruiz Gallardón y Ana Botella asumieron que, en algunos casos, había que quitarse de encima el problema a través de las cesiones. La Eskalera Karakola o el centro social Seco prosperaron bajo la fórmula de la cesión de espacio, pese a que el PP se tapó antes de reconocer el trabajo de vertebración de las comunidades y los barrios realizado por estos centros.

AMIGUETES Y ESTRATEGIAS

La ocasión, no obstante, era completamente otra cuando se ocupó el edificio de la calle Gobernador. La emergencia del 15M y sus consecuencias políticas —nacimiento de Podemos y de los proyectos municipalistas— crearon un efecto rebote.Pocos años después de la crisis bancaria que ha llevado a cientos de miles de familias a perder sus hogares —embargados o desahuciados— la reacción consiguió trasladar la percepción sobre el problema social de la vivienda a la proliferación de “okupas”.
El “abusón” político global en su versión hispana daba respuestas sencillas a propuestas complejas: la caricatura del okupa como “jeta” que no “quiere trabajar” se convirtió en un señuelo electoral. De fondo se hacía una promesa a las grandes fortunas de la ciudad: recuperar el control de lo público para llevar a cabo el programa de lo privado.

Las sucursales municipales de PP y Ciudadanos vieron en la Ingobernable una vía sencilla de atacar a su primer objetivo —Manuela Carmena— por su supuesta complicidad con el movimiento que había ocupado el edificio.

En el interior del espacio, la prioridad fue denunciar la operación en la que el Ayuntamiento de Ana Botella había generado en torno al inmueble de la calle Gobernador. Una operación modélica en la lógica del turbocapitalismo de amiguetes que consistió en mover unos planos y prácticamente regalar un terreno en un lugar estratégico a Emilio Ambasz, un arquitecto ignoto, sin relación previa con la ciudad. 


En la defensa del edificio como un espacio público enajenado, la Ingobernable situó un conflicto político principal en la ciudad: Madrid se ha vendido durante décadas. El trabajo de la asamblea para hacer explícito el pelotazo de Ambasz impulsó y consiguió la recuperación del edificio por parte del Ayuntamiento —que no obstante lo hizo mediante una indemnización de 1,4 millones de euros al arquitecto—. El centro social se quedó solo exigiendo que se recuperase el edificio sin pagos al arquitecto, que habría estado justificado en los reiterados incumplimientos de sus obligaciones.

Despejada esa parte de la ecuación, la segunda cuestión se mantuvo abierta durante el resto del mandato de Manuela Carmena. La asamblea apostó por la interlocución con todos los agentes políticos. El punto de partida era que el primer paso, recuperar un edificio de los circuitos de especulación, era insuficiente sin un reconocimiento y un compromiso por parte del Ayuntamiento para mantener el espacio para el común de la ciudad.

La vía de la negociación, que nunca fue oficialmente con la Ingobernable sino con “agentes políticos del barrio”, no prosperó. De nuevo se impuso el liderazgo de Manuela Carmena, siempre alérgica a los actos de desobediencia contra el poder, y se practicó una táctica de dilación de las negociaciones y distracción mediante globos-sonda. Las tensiones en el proyecto, no obstante, no generaron una ruptura. Y es que en la Ingobernable se había dado entretanto un proceso largamente deseado por los movimientos sociales.

RELEVO GENERACIONAL

“Hay hilos invisibles que conectan generaciones, proyectos y procesos”, comenta un veterano militante de los centros sociales. Hilos que hicieron suya la Ingobernable sin ser llamados. Enlazados en torno al feminismo —el espacio ha sido un núcleo fundamental en las huelgas feministas de 2018 y 2019—, el movimiento LGTBIQ+ y la lucha contra la crisis climática, cientos de jóvenes han brotado, se han organizado por primera vez y han crecido políticamente en la asamblea ingobernable. Una generación que no tuvo participación en el 15M y que ha encontrado su lugar en una región cuya población ha aumentado en casi dos millones de personas desde 1991.

En un momento de crisis de los tejidos sociales y políticos metropolitanos, en fase terminal a partir del otoño de 2018 cuando Carmena procedió a la voladura de Ahora Madrid (e indirectamente a la de Podemos en la Comunidad), la Ingobernable ha funcionado como una vía abierta a la posibilidad de algo nuevo, protagonizado por personas distintas a las que encabezaron el proyecto municipalista —que ya se puede calificar como fallido— del periodo 2013-2019.

En esa construcción, la promesa de los tres partidos de la derecha de acabar con la Ingobernable marca el próximo episodio en esa lucha por los comunes urbanos que se ha desarrollado en Madrid en los últimos 30 años. 


El primer intento de desalojo, el miércoles de la semana pasada, fracasó por la movilización de varios centenares de personas. Los siguientes pasos, por la vía judicial y por medio de una hipotética “puesta de largo” de los antidisturbios municipales, contarán con la misma resistencia demostrada el pasado 28 de agosto. Es difícil que José Luis Martínez Almeida acepte una derrota. Más difícil es que cualquier derrota de la Ingobernable sea definitiva.

De aquella manifestación regular, sin el esplendor de las grandes marchas de 2011 y 2012; del difícil proceso municipalista, que ha partido en varios pedazos los consensos alcanzados en el periodo posterior al 15M, surgió sin embargo un centro social en constante transformación. “Pienso en la Ingo como lo contrario a la rutina, lo contrario a dejarse llevar por lo inevitable, como movimiento continuo contra las corrientes que imperan en la ciudad”, ha escrito Sarah Babiker. En una ciudad en venta, algo que es lo contrario. En un Madrid capturado por hombres de negocios, un hilo al que agarrarse después de todo.

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