IGNACIO PATO | Apuntes de clase. Quien diga que no, miente o –cuna, lotería o juventud mediante– ha doblado poco el lomo: currar es mayormente un chantaje al que somos sometidos para sobrevivir. Tener un trabajo ya no es sinónimo de tener una vida ni perspectiva o control de ella. Por lo demás, en sus espacios, y desplazándonos a o desde ellos, es donde pasamos con suerte la mitad del día. A veces, en parte, de manera ilegal. Según la EPA, hacemos casi tres millones de horas extra no pagadas a la semana. En ellos, en los centros de trabajo, podemos encontrar situaciones que van desde el delirio mesiánico hasta la desolación más devastadora, pasando por ese catenaccio vital de hacerse el muerto y pensar que el que está ahí no eres tú. En una oficina, doy fe de ambos ejemplos, me han puesto a los zapatistas como paradigma de eficiencia y es también el lugar, después de un entierro, donde más personas he visto llorar o al borde del colapso. De la actividad social más compartida por el planeta, y a la vez más conflictiva, habla la donostiarra Naiara Puertas en su ensayo ‘Al menos tienes trabajo’ (Antipersona, 2019).
Ahí estamos, ligados. Cautivos, preguntándonos, como lanza Puertas, si queremos una beca de La Caixa o que La Caixa cierre, o si queremos más mujeres jefas o que nadie más mande, o no al menos todo el rato, o al menos cuestionando el hacia dónde y para qué se manda. El mito de estar en la misma barca, la teoría del derrame –algo caerá– o, como sintetizó en una charla hace unos días Belén Gopegui, la mayor producción de ideología son las nóminas. “La existencia de una nómina es algo parecido al mantra de que si a la empresa te va bien, a ti te va bien… cuando sabemos que eso no tiene por qué ser verdad, pero necesitamos creernos que sí para seguir trabajando. Con una economía financiarizada, es posible que justo cuando a la empresa mejor le vaya, pueda despedir más. El Santander ha hecho otro ERE hace poco, y es evidente que no está perdiendo dinero, sino ganando más que nunca. Luego hay mil mecanismos para despedir casi gratis y contratar a personas distintas más barato. Podemos seguir repitiendo machaconamente que si a la empresa le va bien a ti te va bien para ver si, como un conjuro, se cumple, o desvincular, aunque sea psicológicamente –porque materialmente es muy difícil– tu destino del de la empresa. Pero luego también hay que pensar a qué otra cosa vincularlo”, afirma Puertas.
Y ¿cómo salir del ‘vale, tienes razón, pero necesito el dinero‘? “Cuando me puse a escribir tenía claro que no quería hacer el típico relato de casos laborales horribles. Quería intentar contestar justo a esto que me preguntas. Mientras lo hacía, y solo en el territorio de Gipuzkoa, que es donde yo escribo, ha habido movilizaciones en sectores de limpieza, residencias o subcontratas de obra pública. Lo que cuenta al final es lo que se hace, no lo que se escriba, y por el derrotero que está tomando la narración del trabajo en los medios, al final no sé si no acaba terminando como una especie de disciplinamiento. La prueba soy yo: al final no me ha quedado más remedio que afirmar la radicalidad en la literatura porque me es muy difícil encontrar cómo volcarla en algún tipo de acción que modifique el curso de las cosas. Es un poco duro lo que voy a decir, pero en cierto modo, y por la temática de la que hablamos, escribir un libro ha sido una especie de constatación del fracaso”, reconoce. Que “fuera hace mucho frío” ya lo conocemos, pero Puertas pinta también un cuadro realista, fácilmente reconocible por casi todos, de los centros de producción. Para ella, “hay veces que hay que recurrir al sindicalismo para defenderse de los compañeros de trabajo. Yo de esto no me olvido, no idealizo el compañerismo porque como decía Simone Weil, la solidaridad en el trabajo no es norma sino excepción. No debemos tratar la solidaridad como un default que tuviéramos ahí los currelas”.
Puertas habla de la rueda del daño –el maltrato que un exmaltratado puede desplegar en cuanto asciende un poco– o del orgullo de la afrenta. Como cuando Cristina Cifuentes anunció hace dos veranos que no iba a hacer vacaciones en uso de “su libertad individual” y alegando que no hacía daño a nadie, o como en aquel sketch de Monty Python en que empresarios ricos rivalizaban sobre cuál de ellos había tenido la infancia más mísera. Protagonizado por nosotros, aquí abajo suena más al esfuerzo para otros como medida de una especie de acomplejada madurez. “Hay gente que vive bastante bien en ese orgullo de la afrenta, gente a la que si le presentas cualquier posibilidad de mejora, como bajar la jornada a 35 horas, te dice que estás loca, que cómo va a ser eso”, opina la autora.
Por otro lado, ¿puede coexistir el orgullo de clase con la fantasía –un puente, un euromillón– de escapar del trabajo que define materialmente esa identidad? “A mí me gusta más bien hablar de que al menos no somos como los de la otra clase —responde—. España es un país diseñado 100% para la traición de clase, con la paradoja de que a eso se le ha llamado ascensor social. Es una herencia del franquismo que nadie critica. La serie ‘Cuéntame’ ilustra esto muy bien: la familia, sobre todo los padres, se van desclasando con el paso del tiempo: emprenden toda clase de negocios que suelen acabar regular, el padre es un cabeza de turco de un empresario franquista en un negocio inmobiliario, al que incluso aunque le empura sigue respetando porque en el fondo quiere ser como él, no cree ser su antagonista. Al final el modo que tiene de emanciparse la madre, que es la única que te puede caer un poco bien, es convertirse en una pequeña especuladora inmobiliaria. Que desde una extracción humilde llegues a ser CEO de lo que sea a mí en principio no me dice demasiado. Ese escape de clase se da siempre intentando ir hacia arriba, no impugnando el poder para hacer otra cosa, y esto ha sido una forma entera de hacer política que, como la critiques, te llevas palos por todas partes. Quizá su artefacto más elaborado es la concertación educativa”. ¿Y es recuperable un trepa, se le puede convertir en posible aliado? “La pedagogía no es mi fuerte. Además, veo que incluso entre quienes trabajamos, los modos de estar en el mundo y lo que tenemos en la cabeza sobre lo deseable en la vida es cada vez más antagónico. Mira el ‘derecho al coche’, me acuerdo de un momento de restricciones de tráfico por contaminación en Madrid y Begoña Villacís tuiteando no sé qué del ‘derecho a llegar puntual al trabajo’. No estoy muy segura de si se pueden hacer alianzas con personas así. Creo que la lucha de clases que viene va a tener un vector generacional importante y ahí nos encontraremos”.
Puertas también toca en su ensayo un tema más explorado “fuera” de lo laboral –crianza, conciliación– que dentro: los hijos. Escribe en su ensayo que no es difícil que un centro de trabajo se convierta en un “partido de solteros contra casados mientras se ríen desde el palco de la presidencia y jugamos a ver quién está peor, quién despierta más piedad en el próximo ERE. Cuando llegan esos ultimátums, ponemos encima de la mesa nuestra situación personal fuera del trabajo, como si el sueldo dependiera del tipo de vida que llevamos o de a qué lo destinamos finalmente y no del trabajo que realizamos”. ¿Los hijos como escudo humano? “Al final entras en una espiral competitiva e intentas hacerte valer como sea, y un hijo, la típica ‘criatura indefensa’, tiene un poder evocador importante. Las posturas de las empresas con los hijos de sus empleadas son muy ambivalentes: por un lado, parece que, como dijo la expresidenta del Círculo de Empresarios Mónica de Oriol, les ‘desalinean’ de los objetivos de la empresa, pero por otro podrían provocar que al final las mujeres carguen con mucho más de lo que deberían porque no pueden dejar una boca sin alimentar. Eso te hace ir más allá de ti”. La pregunta es cómo de lógico es ser “demócratas” pasando tantas horas, y de manera tan intensa, en espacios cuyo funcionamiento puede ser de todo menos democrático. “El apogeo del 15-M se da con gente joven y en paro o en curros precarios. Más en paro que en curros precarios, diría. El leitmotiv era la petición de democracia, sobre todo contra políticos y banqueros, es llamativo que no ahí aparecían los empresarios. Ese apogeo decrece cuando esa gente joven ve, poco después, que con ellos se empieza a cumplir ese ‘contrato social’, aunque fuera con una beca, aunque fuera mal pagado, y ya se insertan en el mundo del trabajo y pueden empezar a hacer una especie de vida ‘normal’. Igual habría que hacer una reflexión sobre si esa petición abstracta de democracia no era más bien, por parte de algunos, una petición de trabajo, de que ‘yo he hecho mi parte estudiando x y ahora el mundo de la empresa me tiene que absorber’. Pedir trabajo es bastante contrario a pedir democracia. Entiendo que alguien pida trabajo, todos lo pedimos alguna vez, pero son dos palabras que se mezclaron no sé por qué. Las demandas de ‘democracia’ se difuminan cuando por fin entras al mercado laboral. Creo que le leí a César Rendueles que el 15-M se había quedado a las puertas del trabajo, pero es que lo raro hubiera sido lo contrario”.
En su ensayo, Puertas también dispara contra la construcción eterna de marca personal –y cómo en profesiones embudo como el periodismo puede disfrazarse llamando endogamia a un pacto no escrito de intercambio de visibilidad o recomendación–, el síndrome machista del ganapán frustrado o el sueño húmedo de muchas empresas de que el trabajo parezca cualquier cosa menos trabajo. También contra la defensa a ultranza y mantenimiento a toda costa de empleos pasajeros y contribuyentes a la crisis climática. “Al margen de lo material, de que necesitamos el dinero, la vinculación psicológica que desarrollamos con nuestros puestos de trabajo hace muy difícil salir de ese tipo de atolladero. Hace unos días unos activistas alemanes se manifestaban para intentar cerrar una mina de carbón. Cuando intentas hacer eso viniendo de un marco en el que al mantenimiento del puesto de trabajo se le llama victoria, pues es difícil de entender, porque es el paso de ir del conflicto capital-trabajo al más amplio de capital-vida: si pasas del primero al segundo, implícitamente afirmas que el trabajo que defendías te estaba matando. Y eso es duro”, subraya Puertas. “Con el cambio climático pasa un poco como con la redistribución de la riqueza: hay que obligar a las corporaciones a hacerlo, pero sabemos que no lo van a hacer por las buenas, y ahí hay que analizar qué estamos dispuestos a perder si toca hacerlo por las malas. Por muchas acciones particulares que hagas, si no se ataja a la corporación, te vas a ir a la mierda igual: van a redistribuir lo que deban para mantener la paz social que procure beneficios y su adaptación al cambio climático va a ir por ahí también. Si muere gente les da igual, pero ha dado igual siempre. Es una externalidad y ya está. La generación posterior a la mía tiene esto algo más claro, pero incluso los más progresistas han sido criados en una óptica neoliberal”.
También es crítica con las ganas de que “todo sirva para algo”. La diminuta línea entre pasión por lo tuyo y autoexplotación. “Yo he tenido que escribir el libro fuera de mercado y de mi horario laboral. Luego habría que ver qué es ‘lo tuyo’, si el canje de esa habilidad por un empleo en un sector determinado debería tratarse como un derecho, que yo en principio creo que no. A mí me gusta escribir y, a lo mejor es difícil de entender, pero cuando pasé mis primeros años en medios de comunicación fue cuando comprendí que si quería que me siguiera gustando tenía que sacar la escritura de mi trabajo. Era incapaz de adaptarme a los ritmos de producción, no me gustaba el tipo de relaciones que tenía que establecer para poder hacer mi trabajo. Lo que te gusta no tiene por qué funcionar en el mercado”. ¿Nos creemos a veces mejores que nuestros trabajos? “Siempre que nuestros trabajos estén por debajo de las expectativas que tenemos sobre nosotros mismos –responde–. Me sorprende encontrarme a gente que quiere salir de un trabajo medianamente bien pagado porque no responde a la imagen que tiene de sí mismo. Esto se puede interpretar como un querer ir más allá del dinero, pero el hecho de pensar que en lo laboral se puede ir más allá del dinero hace que acabes no cobrando nada en absoluto. Eres tú, que no te enajenas ni caes en un estado de inconsciencia, tanto en un trabajo vocacional como en otro que no lo es”. Mientras, a la vez que nos perdemos en debates sobre la falsa dicotomía sindicato vs psicólogo (¡no son excluyentes!), es el empresariado el que vuelve a llevar ventaja en eso de hacer equipo. Lo hemos comprobado en el corolario ad nauseam de ‘Pesadilla en la cocina’: da igual que no se cobre desde hace meses, la solución de la pyme está en chocar esos cinco cada mañana, decoración más cara y una carta más corta. Es parte de lo que Puertas denomina como brazo catódico de lo laboral. Un relato que comenzó con el moldeado profesional de cantantes en el primer OT y ha acabado pariendo programas como ‘Hermano mayor’ –donde a veces la tautología era mágica: se enderezaba al mal adolescente, que se quejaba de que su madre no había estado con él de pequeño (ella estaba trabajando), dándole precisamente un trabajo– o ‘El jefe infiltrado’, quizá el más obsceno… hasta ahora, ya que Mediaset está a punto de estrenar ‘Job interview’, un concurso reality alrededor de entrevistas de trabajo. “He decidido, por salud, no ver ningún programa de estos, a veces he visto algún fragmento y me quedaba muy revuelta. Es posible que este programa de las entrevistas de trabajo sea la guinda por ser el último del estilo que conocemos que haya aterrizado en España, pero el formato de miseria audiovisual en el trabajo es extremadamente maleable. Quiero decir que si hay un ‘La Voz Senior’, y dado que el problema del desempleo entre mayores de 45 años es endémico, quién te dice que dentro de nada no vaya a haber algún formato competitivo en el que gente de 55 años con 10 en el paro consigue un curro tras haber superado una serie de pruebas. Es muy probable que el formato se extienda y ataque a todos los flancos de la vida laboral: la formación, los tiempos en los que estás sin trabajo o los años previos a la jubilación”. Por qué no. Al fin y al cabo, el pasatiempo que ha caricaturizado hasta ahora la jubilación es el de mirar las obras. O sea, dejar de trabajar para ver cómo otros trabajan, nunca escapar del todo a la centralidad del empleo.