No te deseo
que “mal sexo”
signifique dolor físico
en vez de aburrimiento.
No te deseo
que tu pareja sólo cocine en barbacoas
después de que tú pienses la lista de la compra.
No te deseo que tus hermanas
consideren que tu género
está mejor preparado
para cuidar de vuestros padres enfermos.
No te deseo las pinzas,
no te deseo el láser,
no te deseo que la cera arranque
trozos de tu cuerpo señalados
como “poco higiénicos”.
No te deseo 9 veces más
fibromialgia,
el doble de
ansiedad,
11 veces más
bulimia, 4 veces
más síndrome de fatiga crónica,
y quién sabe cuánta más probabilidad
de que los equipos médicos crean,
con científica certeza,
que exageras por histérico.
No te deseo un 23% menos de sueldo.
No te deseo aprender a desoírte
para ser “bueno”.
No te deseo el miedo
a que otros ocupen tu cuerpo
con su derecho al deseo.
No te deseo espejos imposibles en los ojos
cuando miran reflejos.
Deseo que te enseñen, también a ti, a amarte
y punto. A amar
y punto. A escuchar
y punto. A compartir
y punto.
Deseo que aprendas el lenguaje del miedo
para sacártelo tú también del cuerpo.
Deseo que sepas que el aire que te quitan
cuando la vida
se precariza
no lo ganas ocupando nuestros cuerpos,
que no es ésta
la batalla,
que no hay batalla,
ni hay fieras a la entrada de la cueva,
ni yo recolecto, ni tú cazas,
que si el mundo nos tiene perplejxs
dando vueltas tan rápido que
nos caemos,
y te aferras a la certeza de este privilegio,
que sepas que estás cayendo,
que nosotras seguimos corriendo,
corriendo para parar la abominable
velocidad contra la vida,
reivindicando el innegable permiso
de ser enteras,
de amar enteras,
de caminar sin miedo por todas las aceras,
de compartir los trabajos que la vida genera,
y dirigir la rabia de un mundo cambio y corto y olvido
hacia lo alto, como quien teje redes en el aire
parando un suicidio colectivo.