Ciro Morales | Apuntes de Clase. Lo mínimo es hacer lo que nos piden en la huelga –sin reconocimiento por ello–, que supera la vergüenza propia, pero el siguiente mínimo es plantearnos qué sucedería si llegara la huelga indefinida de cuidados, producción y reproducción. Ahí estaría el miedo, el colapso.
Porque si no lo hiciéramos seríamos unos esquiroles reaccionarios, como sucedería en cualquier huelga, y, en este caso, machistas, por tratarse de un paro feminista. Así que, para no terminar el artículo en una frase siendo un fraude, es más interesante a mi parecer trascender los porqués y adentrarnos en los qués y en los cómos, sobre todo en el cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí. Y lo considero de más interés porque el estadio en el que nos encontramos los hombres con respecto al feminismo está en números negativos. Por tanto es nuestra obligación inaplazable aterrizar en nuestros interiores, hábitos y cotidianeidades para identificarlos, desgranarlos, purgarlos y empezar a (con)vivir de otra manera que lleve a no ser necesarias más huelgas de mujeres (cosa que no vamos a decidir nosotros jamás, que tendremos que ir afrontando cada vez que suceda y que me temo que estamos pero que muy lejos de ese horizonte).
Si sabemos leer entrelíneas, virtud no muy dada entre nosotros, lo que estoy también diciéndonos es que no es momento de palmaditas en las espaldas porque nos hemos dedicado el día del 8 de marzo a cuidar de nuestras abuelas. No es la ocasión para emitir comunicados políticos autorreferenciales sobre cuánto de comprensivos hemos sido los hombres al echar una mano en centros sociales, locales u hogares, ni de calmarnos las conciencias porque hemos seguido a pie juntillas esas listas propuestas por las feministas de cómo apoyar la jornada de lucha. De hecho, los hombres estamos en las antípodas de poder regalarnos estos gestos balsámicos y terapéuticos con respecto al feminismo sea el día que sea.
El día de lucha del 8 de marzo es la punta del iceberg, señalada, empoderada y combativa, de una base diaria invisible –invisibilizada– de luchas permanentes de las mujeres en nuestra sociedad; de un quehacer cotidiano que tira para adelante con un todo no compartido por nosotros. Ellas dan vida y la sustentan mientras nosotros damos vueltas en nuestros egos autónomos. ¿Qué estamos haciendo hoy por la igualdad? ¿Qué haremos el 15 de marzo cuando ya no quede la flor y nata de las fechas de calendario?
Estas labores que las mujeres nos han propuesto para secundar desde afuera la huelga, para mantenerla… ¿en qué posición nos dejan? A mí se me revuelven las tripas porque evidencian a todas luces la injusticia diaria que provocamos. Sinceramente, haciendo el paralelismo con las huelgas al uso –paradigma trabajo/capital– , es como si estuvieran demandando la jornada laboral de 8 horas, exigiendo un mes de vacaciones, o incluso que no se les insulte mientras sirven. Perdón por la licencia en el extremismo, pero hasta me resulta pertinente. Además, ¿nos imaginamos que en las huelgas generales les dijéramos a los empresarios cómo arreglárselas mientras paramos? Pues esto es lo que encima les estamos pidiendo a ellas: que nos den pistas, que sean pedagógicas y nos sigan cuidando… porque estamos tan perdidos como lo podría estar el asqueroso aristócrata el día que le falta su personal. Toda una señal oscura de la profundidad del pozo en el que nos encontramos los hombres en esto del igualitarismo.
He utilizado en más de una ocasión la sentencia de que a los hombres se nos han cambiado todas las preguntas cuando ya nos sabíamos todas las respuestas, y henos aquí ahora en la posición de patrón (cuando ya ocupamos la de patriarca) porque la mitad de la población que sostiene más de la mitad del mundo ha decidido hacer solo suya la herramienta proletaria por excelencia, la huelga. Si los hombres sonreímos ante esto, sintiéndonos orgullosos de nuestras compañeras, nos quedaremos en el folclore de esta arma, en su superficie –cosa que ha ido ocurriendo desafortunada y últimamente en ciertos sectores políticos cuando ha habido el embate de clase–.
Pero si somos capaces de escarbar qué nos están diciendo las mujeres que nos rodean nos daremos cuenta de que son clase enfrentada a la que no hemos dejado de extraerle el plusvalor productivo, reproductivo y emocional. Y, ¿cómo nos hace sentir esto? Solo espero que no ocupemos el lugar de los empresarios cuando se le prepara una huelga de estas características. Y los que muestren resistencias o tilden de radicalismo lo que tenemos enfrente, que se lo hagan mirar cuando les toque a ellos organizarse y reivindicar lo que es suyo.
Pero, ¿y si no somos tan machistas recalcitrantes y en realidad lo entendemos todo y apelamos a que los hombres “se queden en segundo plano atendiendo a los cuidados que las mujeres generalmente realizan”?, como ha hecho público la AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad de Género). Decir que “los hombres no están llamados a la huelga laboral, sino a reflexionar sobre la desigualdad estructural que subordina, amenaza, discrimina y, en última instancia, asesina a las mujeres” es demasiado complaciente desde mi punto de vista. Repito, los hombres nos encontramos suspendidos en esta asignatura… lejos del 5 raspado. Y eso de reflexionar sobre la estructura está muy acorde con nuestro género, nos es terreno cómodo y conocido: politizar desde el afuera, entender filosófica y asépticamente, encuadrar la polémica en una parte del cerebro siempre y cuando no se inocule en la sangre, abra entrañas o reviente psicologías. Nosotros necesitamos un zarandeo mayor, una amenaza real, un órdago como el que está organizándose para ver si nos enteramos de una vez por todas, porque estamos siendo actores o cómplices de verdaderos desastres.
Lo mínimo es hacer lo que nos piden en la huelga –sin reconocimiento por ello–, que supera la vergüenza propia, pero el siguiente mínimo es plantearnos qué sucedería si llegara la huelga indefinida de cuidados, producción y reproducción. Ahí estaría el miedo, el colapso, elementos necesarios a veces para poder comprender(nos). Otro aporte imprescindible para este día que llega es la camaradería para con ellas en los centros de trabajo, es decir, que la burguesía –nuestros empleadores– fuera consciente del poder de la compañera trabajadora. No ser un esquirol en este caso no es ir a currar, sino negarnos a suplir ese hueco que dejan en el quehacer cotidiano, no rellenar su vacío, reforzar la huelga, y así también nos ponemos en riesgo nosotros demostrando que creemos en lo que ellas hacen. Si no surgen enfrentamientos con nuestros jefes es porque algo estaremos haciendo mal, actuando de compinches del Capital además de serlo ya del Patriarcado. La pérdida de poder y privilegios debería ser doble, como hombres (compañeros, hijos, hermanos, maridos, etcétera) –que creamos, reproducimos y sacamos tajada del sistema desigual– y también como proletarios –siendo por vez primera la retaguardia con posible castigo–.
Hombres, y con esta apelación me refiero a los que históricamente hemos estado arriba en la estructura social sexual, tomémonos este día de huelga como llamada cardinal de alerta: estamos siendo partícipes de una de las principales injusticias diarias desde que tenemos uso de razón, cuando no culpables de la pura violencia. Si no nos gusta que nos llamen patrón, analicemos con detalle cuándo nos comportamos como tal, cuánto beneficio acumulamos por el sistema de explotación, y manos a la obra. Tenemos de frente un movimiento que nos planta cara porque nos lo merecemos, del que nunca seremos protagonistas porque ya estamos empachados de ocupar esa posición, pero del que tenemos todo que aprender.
Están poniendo en jaque –removiendo, redefiniendo–, en este caso, los conceptos clásicos de huelga, de proletariado y de sindicatos… dejémonos poner en jaque a nosotros. Los reyes del tablero debemos caer, porque solo del levantamiento feminista puede salir la transformación sexual (de los sexos) que nos toca. Y que conste, ya es tarde para ir pidiéndole consejos y guías por dónde tirar; a dudar, a arriesgar, a errar pero a trabajar.