JOSEFINA L. MARTÍNEZ | ctxt. Escritora y organizadora del movimiento revolucionario de mujeres en Rusia y pionera del feminismo socialista, anticipó muchos de los temas que décadas después abordó el feminismo radical de los años 70 con el lema “lo personal es político”.
A fines del siglo XIX, una mujer rusa de 26 años abandona su San Petersburgo natal para dirigirse a Zurich. Desde el tren escribe una carta a una amiga: “Aunque mi corazón no aguante la pena de perder el amor de Kollontai, tengo otras tareas en la vida más importantes que la felicidad familiar. Quiero luchar por la liberación de la clase obrera, por los derechos de las mujeres, por el pueblo ruso”. Con esta decisión, en 1898 su vida cambia radicalmente. Alejandra Kollontai resuelve dedicarse al estudio del marxismo y a la lucha por la emancipación de las mujeres y la clase trabajadora. Veinte años después se convertirá en Comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública del flamante gobierno revolucionario ruso, un cargo de nivel ministerial.
Nacida en una familia acomodada bajo la Rusia zarista, una visita a la fábrica de Krengoln en 1896 sacude su visión del mundo y la vuelca hacia la militancia. Se incorpora al partido socialdemócrata ruso en la fracción moderada de los mencheviques. La represión del zarismo la obligará a un largo exilio en Europa y en Estados Unidos durante casi una década, desde 1908 hasta los comienzos de la Revolución rusa en 1917. Poco antes, en medio de la guerra imperialista, se une a las filas bolcheviques por su posición internacionalista.
Kollontai retoma las elaboraciones de Federico Engels sobre la cuestión de la familia, la propiedad privada y el Estado, analizando cómo se produce la separación entre la esfera doméstica y el ámbito público. En particular, analiza la situación de las mujeres en la sociedad capitalista. Mientras el ingreso masivo de las mujeres al trabajo asalariado sienta las bases para su independencia económica, las obreras mantienen la carga del trabajo doméstico, lo que genera una doble jornada laboral. Kollontai se interesa especialmente por la “crisis sexual” de la humanidad y denuncia el matrimonio como una renovada esclavitud. Es partidaria de una “renovación psicológica de la humanidad”, una revolución de las relaciones afectivas, superando las trabas impuestas por una concepción del amor como propiedad. Con sus trabajos sobre la “mujer nueva” y la historización sobre las diferentes formas de amor, anticipa debates críticos sobre el amor romántico, que propone superar con el “amor camaradería”.
En marzo de 1917, Kollontai regresa a Rusia. Junto a numerosas militantes bolcheviques como Somoloiva, Krupskaia, Bosch, Armand y Stal reeditan el Rabotnitsa(periódico especial dedicado a las mujeres), promueven huelgas de las trabajadoras y su organización en los soviets.
La Revolución Rusa de 1917 otorgó conquistas para las mujeres que hasta entonces no se habían logrado en ningún país capitalista: la igualdad ante la ley, el divorcio libre, el derecho al aborto y la despenalización de la homosexualidad. La creación de guarderías, comedores sociales y centros de alfabetización eran un camino para arrancar a las mujeres de la esclavitud del trabajo doméstico, socializando estas tareas como una rama más de la producción. Las dificultades de la guerra civil, el aislamiento internacional y la miseria económica, impusieron trabas materiales al proyecto emancipador, que se profundizaron con la consolidación de la burocracia estalinista a la cabeza del estado y del partido.
En los últimos años de su vida hasta su muerte en 1952, Kollontai se relegó al trabajo diplomático en varios países europeos y continuó escribiendo sobre cuestiones relativas a las mujeres, aunque guardó silencio frente a los grandes retrocesos de la revolución y el avance de la represión interna a los opositores. Aún con este final contradictorio para su biografía política, sus aportes a la tradición del feminismo revolucionario son indudables.
En 1927 se publicaba en Rusia su libro de ficción, La bolchevique enamorada. Su personaje, Vassilissa, encarna a miles de mujeres “nuevas” que se hicieron revolucionarias en aquellos años, “heroínas anónimas de la revolución” como las llamó Kollontai, hablando también de ella misma.