Pedro González Cánovas | La casa de mi tia. No fue casualidad que se marcara una se diferencia entre el trabajo manual y el intelectual. Por ello, y otras circunstancias sociales provocadas, la clase trabajadora empieza a sentir difuminada su frontera con la clase alta. Son meros trabajadores los que, con unos sueldos superiores a la media, se sienten más cerca de la clase alta y ajenos a los nuestros. Por eso, y nuestro propio rechazo hacia esa figura, se acepta la denominación de clase media sin reparo por parte de un sector – demasiado amplio- de trabajadores renegados.
Las ansias de acaparación de un campesino, educado para estar provisto ante una mala cosecha, poco o nada tienen que ver con las aspiraciones inculcadas por la educación capitalista. Los estudiantes, sometidos a dicho modelo, terminarán sus estudios fortalecidos en el ideario mercantilista. Los que no lo hagan, a pesar de sus estudios, serán desplazados sociales que no estudiaron el tema necesario para engranar o serán tachados de socialmente inmaduros.
La supuesta clase media ha servido para amortiguar el choque de clases desde siempre. Algunos de sus componentes son simples trabajadores, desprovistos de ideología político-social, cuyas aspiraciones a elevar su condición están medianamente satisfechas por un puesto de mando intermedio; por supuesto, con un salario superior a la media y, por lo tanto, con mayor poder adquisitivo.
Además, están los trabajadores contratados directamente por las instituciones públicas, o funcionarios. Éstos, con unas condiciones laborales distintas al resto, más protegidos, con mayor seguridad laboral, también están mejor remunerados. Por último, están los obligados a actuar como autónomos que ya pueden ejercer como “pequeño empresario”. Son fiscalmente controlados constantemente y pagan cuota especial a la hacienda pública por mantener ese estatus. Ser tratado como empresario desraíza a los trabajadores de su auténtica clase social y facilita arrastrarlo al consumismo, mercantilismo y pensamiento capitalista. De esa forma, algunos pequeños empresarios, son marcados como enemigos de la clase trabajadora con toda la razón.
Sin embargo, los grandes capitales son los dueños de los mercados. Los mercados, timonean los estados y la política general. Arrasan a autónomos y pequeñas empresas cuando quieren. Roban derechos a los funcionarios, igual que al resto de la producción, en su ansia de aminorar costes para incrementar beneficios. Y todo ello, con una sumisión general que la clase media intenta naturalizar con el victimismo incluyente, aprendido bajo la premisa de “pérdida de ganancias”.
La clase media no existe. Son solo un grupo de trabajadores que traicionó ideológicamente a los suyos en busca del beneficio propio. Y, por lo tanto, el que señale a los que cobran un poco más como “clase media” también es cómplice de la trama capitalista.