Decían escapar del gris. Correr ante el gris.
Lo vemos en fotos grises.
Decían escapar del gris. Correr ante el gris.
Lo vemos en fotos grises.
Encierros de toros ratoneros ante miradas grises, sobre empedrado gris y bajo un sol de justicia.
Eran unos pocos cientos entonces. Ahora, de boquilla, son millones.
Pero Franco murió en la cama.
Delirando fantasmagorías de Magreb y garrote vil y anarquía.
Apretando con toda la saña que da la vejez las nucas de un puñado de inconformistas.
Como quien ve un gigante y arremete contra el molino, el molinero y su hija,
Franco, el muy cabrón, murió enquijotado en la cama.
Y ellos decían escapar del gris. Correr ante el gris.
En pos de una aurora democrática, decían,
que les esperaba con los brazos abiertos cantando John Lenon, Bob Marley y tele en tecnicolor.
Pero pronto marchitó el clavel en el fusil portugués.
Pronto, muy pronto, deslució el Sol las nuevas banderas.
Y pronto, demasiado pronto,
el 68 fue arrebatado a la Historia a cambio de un 69 lameculos,
del placer por el placer,
de un evolucionismo monetario que sigue provocando náuseas
y de un individuo que diciendo progresar fue perdiendo los colores.
Porque decían escapar del gris. Correr ante el gris.
Ahora les ves en el sofá.
Catorce pagas, hobby, casa, coche, veraneo, hipoteca.
Con su miradita gris avezada en colores catódicos,
el corazón regado de barbitúrico, la mente bañada en Prozac
y sin saber silbar siquiera.
Decían escapar del gris. Correr ante el gris.
Y el gris les atrapó.