GUILLEM MARTÍNEZ | @GUILLEMMARTNEZ | ctxt. Suelo utilizar poco la palabra capitalismo. Me da pereza. Es como utilizar la palabra atmósfera, o la palabra palabra. Es algo que lo envuelve todo, de manera que es inútil e inconcreto aludir a ello. Pero cada vez me cuesta más no utilizarla. El capitalismo es explotación. Una explotación gigantesca. Es tan grande que todos participamos en ella. Lo que orienta a su carácter invisible y descomunal. No lo ves. Ni siquiera escuchas su voz. Pero te habla todo el día. Si no lo atiendes, delega en otras personas, que te vuelven a explicar las reglas del juego. Son unas reglas crueles.
Hace escasas semanas murió un amigo. Un tipo divertido. Cuando íbamos a un restaurante, y el camarero preguntaba aquello de tomarán vino, él contestaba: tomaremos-vino-como-para-una-boda. Se reía con la boca llena de dientes y con la sílaba ja. El sonido resultante era un espectáculo, ya irrepetible, que acariciaba tu corazón. Aparentemente fue un infarto, pero luego, tras la autopsia, resultó que fue una infección. Hacía días que se encontraba mal. Si hubiera ido al médico, el médico le hubiera dado un pastillazo. Y a otra cosa. Pero no fue. Ir al médico hubiera supuesto dejar de trabajar unos días. Parece tozudez o un absurdo. Pero supongo que yo hubiera hecho lo mismo. Al menos, lo hice la semana pasada. Me encontraba mal.
No fui al médico. Seguí trabajando. Sigo vivo. Si uno lo piensa detenidamente, mi amigo murió, por tanto, trabajando, como en las novelas de Zola. Mi amigo es, por tanto, un indicativo de que usted y yo estamos muriendo trabajando. De que en el siglo XXI, en las zonas de colores del planeta, se muere trabajando. Lo que es una buena definición del trabajo. Cuando era pequeño, escuché a una obrera exiliada decir que "el trabajo es el 75% de la vida". La mujer lo decía orgullosa, mientras nos servía, debajo de una parra, lo que había cocinado para nosotros. Es decir, mientras trabajaba. Exhibía, en su frase y su actitud, un orgullo que hoy ha desaparecido. Se llamaba orgullo de clase. Yo, lo dicho, era pequeño entonces, pero ya debía de carecer de ese orgullo, pues recuerdo haber escuchado esa frase con terror. Ese terror ha aumentado, pues hoy sé que el trabajo no sólo es el chorrocientos por cien de la vida, sino el 100% de la muerte.
Suelo utilizar poco la palabra capitalismo. Me da pereza. Es como utilizar la palabra atmósfera, o la palabra palabra. Es algo que lo envuelve todo, de manera que es inútil e inconcreto aludir a ello. Pero cada vez me cuesta más no utilizarla. El capitalismo es explotación. Una explotación gigantesca. Es tan grande que todos participamos en ella. Lo que orienta a su carácter invisible y descomunal. No lo ves. Ni siquiera escuchas su voz. Pero te habla todo el día. Si no lo atiendes, delega en otras personas, que te vuelven a explicar las reglas del juego. Son unas reglas crueles. Carecen de piedad. Si sigues sin atender, te las explican en tu propia casa. Te las dicen, incluso, personas que deberían acariciarte y decirte no vayas, quédate, vivir sucede en otro sitio distinto al que estás obligado a ir. En ocasiones, incluso, las reglas crueles te las llegas a decir tú a ti mismo. El capitalismo no es, en fin, la explotación de una persona por otra persona. Eso sucede, en fin, desde muchos siglos antes del capitalismo. Es algo mayor e inapelable, que impide que vayas al médico o que te comas una boca cuando lo necesitas. Es -no hay brutalidad mayor- la explotación de uno mismo por uno mismo.