Alba Rico. El pasado 10 de enero, una pared se derrumbó al paso de Elisa Kelly, camarera de 37 años en Little Rock, produciéndole severas lesiones de las que tardó seis meses en recuperarse. Ayer, la máxima instancia judicial de Arkansas confirmó la sentencia que obliga a la señorita Kelly a pagar 100 dólares diarios por cada moratón y cardenal de su cuerpo; en cuanto a las dos cicatrices permanentes que le han quedado, deberá abonar la cantidad de 2 dólares al mes el resto de su vida. El juez Friedmann ha aceptado la argumentación de Ground Inc., la empresa propietaria del edificio derrumbado: “Si un artista cobra por dejar marcas en una pared, las paredes deben cobrar también por dejar marcas en los cuerpos”. El magistrado ha insistido en que el principio indemostrable de que existe una diferencia entre “belleza” y “destrucción” ha perjudicado durante siglos a la parte más activa y creativa de la humanidad.
Este precedente transforma la definición de propiedad intelectual y ajusta por fin el derecho a una realidad que sólo la hipocresía impedía aceptar formalmente: hacer daño es siempre beneficioso. A partir de ahora, los maltratadores, los torturadores, los matones, los invasores, los bombardeadores serán reconocidos como “autores” y, en consecuencia, como “propietarios” de las heridas, mutilaciones y escombros que provoquen. “Hasta que las levanten de nuevo a su costa”, ha dicho el general Paetrus, “los afganos tendrán que pagar un canon por sus casas destruidas. Luego iremos y crearemos una ruina nueva”.
Los torturadores podrán salir del armario y alegrarse de que sus golpes dejen huella.
Las marcas del sol, el agua, el viento y los aludes las cobrarán sus legítimos propietarios: Coca-Cola, Monsanto, Boeing y Roche.