Fernando de la Riva | @fernandodlriva | Partipasión.
No es solo una cuestión de metodología,
se trata también de ideología
La apuesta por la participación ciudadana es la prueba del algodón de una manera de entender y ejercer el poder que consiste básicamente en el reparto frente a la acumulación.
Esta es una de las razones por las que, más allá de los discursos, la práctica efectiva de la participación ciudadana encuentra fuertes resistencias en la mayor parte de las organizaciones políticas, en los viejos y nuevos partidos, a derecha e izquierda, entre los de arriba y los de abajo: a ninguna estructura de poder le gusta compartirlo, todas tienden a acumularlo y concentrarlo en pocas manos.
Y, sin embargo, el sueño de la democracia participativa es probablemente el más revolucionario del tiempo presente y la vía más segura para que se produzcan otras transformaciones necesarias, en la economía, la cultura, la educación, la convivencia social, la gobernanza…
Cabe aclarar que votar no es participar, o al menos que la participación no se agota en el voto, que el voto puede llegar a ser incluso una coartada (falsamente democrática) para legitimar la no participación, las decisiones tomadas por otros. Participar es informar, consultar, proponer, tomar la iniciativa, co-decidir, co-operar… Participar es deliberar y construir colectivamente.
Pero, repito, probablemente por todo ello, es más fácil hablar de participación ciudadana, usarla como un mantra, que practicarla.
Los ejemplos no hay que buscarlos lejos. El ayuntamiento gaditano es uno de ellos.
Todos los grupos municipales hablan de participación, pero ni la practican (en serio, digo) en el interior de sus propias organizaciones políticas, ni apuestan por ella cuando gobiernan.
Véase el caso del Teofilato, paradigma de autoritarismo y clientelismo durante 20 años. O el del PSOE en la Junta de Andalucía, que es más de lo mismo aunque con rostro más amigable.
También la participación ha sido el gran argumento (uno de los principales) del acceso de Podemos al gobierno municipal con el apoyo de Ganemos. Sin embargo, al cabo de un año de las pasadas elecciones locales, ésta es una de las asignaturas pendientes del equipo de gobierno.
Es verdad que la ciudad venía de tiempos oscuros, de la prepotencia y el derroche, del macetón y la apariencia (“la ciudad que sonríe”, “la ciudad que funciona”) tras la que se escondía mucha miseria y el abandono de los barrios y las gentes más humildes, el triunfo de la resignación y la ausencia de futuro.
Tampoco se puede decir que en este año no se han hecho cosas, que no ha habido cambios, empezando por los estilos y las formas, más amables y abiertos.
Y no se puede negar que las circunstancias han sido adversas: la deuda acumulada por el anterior gobierno, el bloqueo permanente de la oposición, el ataque sistemático de la prensa y los medios de comunicación… Pareciera que la consigna fuera impedir a toda costa que el nuevo gobierno municipal tenga cualquier posibilidad de éxito, aunque el precio de su fracaso lo pague el conjunto de la ciudad y la ciudadanía.
Pero sí cabe destacar dos grandes retos pendientes, junto a la participación, entre otros que sin duda habrá para los ya no tan nuevos gobernantes.
El primero es la lucha contra el desempleo y la pobreza extrema. El gobierno municipal argumenta que, formalmente, este tema es competencia principal de otras administraciones, de la Junta de Andalucía, del Gobierno Central… pero no sirven coartadas.
Se pueden y se deben hacer muchas cosas que no se hacen (o se hacen torpemente, tímidamente, sin pasión). Empezando por movilizar a toda la ciudad, su inteligencia colectiva y sus recursos (públicos, privados y sociales), y liderar, donde haga falta y como sea necesario, una guerra sin cuartel contra la pobreza (material y mental).
El segundo reto es la carencia de proyecto. Se adivina la iniciativa, más o menos afortunada, de cada concejal por su cuenta, pero se echa de menos coherencia, trabajo en equipo, coordinación y sinergia: no se percibe ni traslada UN proyecto común capaz de ilusionar y movilizar a la ciudadanía.
Volviendo a la participación ciudadana, en esto se ha avanzado poco. Para ser justos, también en este aspecto existen diferencias y niveles, y unas concejalías se lo creen y lo practican más que otras. Porque la participación ciudadana no es (no debe ser) competencia de UNA concejalía sino que atraviesa todo el ayuntamiento. Tiene que ver con el COMO se gobierna y no tanto con el QUE se hace.
Y, más allá de la buena voluntad de unos u otros concejales, se echa en falta como “política de gobierno”, como sello de identidad de esa tan mentada “nueva política”, máxime cuando se anunció que los gobiernos del cambio llegaban para “mandar obedeciendo”, parafraseando la máxima zapatista.
Y en esto no valen excusas y no se precisan muchos recursos. Es cuestión, sobre todo, de convicción y de compromiso, de QUERER y de SABER compartir y repartir el poder.
Lo de “saber” tiene relativa importancia, porque nadie nace sabiendo y porque recorremos territorios inexplorados en tiempos de cambios, pero se aprende (si se cuenta con la necesaria humildad para hacerlo) escuchando y probando, equivocándose incluso, intentándolo siempre.
Pero lo que “querer o no querer” tiene que ver, ya lo anunciábamos al comienzo de este artículo, con las convicciones, con los valores, con la ideología. Y eso es más difícil de cambiar o de adquirir si no se tiene.
(Este artículo fue publicado inicialmente en el blog EL TERCER PUENTE Nº 7 del 10 de junio de 2016)