Parece amor pero no lo es. Cuando estaba en segundo curso de carrera vino a mi facultad Pamela Palenciano. Por aquel entonces mi relación con el feminismo era ambivalente, podía sentir el desagrado y la impotencia que me producían algunas situaciones cotidianas de machismo. Conocía el origen de la rabia, pero no sus causas, y por lo tanto veía esa disconformidad como algo lleno de banalidad y subjetivismo. Mis ideas eran disidentes, pero personales e íntimas y en definitiva no tenían más horizonte a la vista que unas réplicas de andar por casa pronunciadas con voz temblorosa, y eso si corrían la suerte de ser pronunciadas.
Pero, ¿por qué no era claramente feminista si el machismo me molestaba? Porque el feminismo era algo demasiado serio, demasiado importante para llegarlo a relacionar con las tonterías que le pueden preocupar a alguien corriente. A veces también solía pensar que no quería ser vista por los demás como una radical exagerada. Os pido que os pongáis en situación y tratéis de entender a mi yo de esa época; veía a las feministas como unas mujeres que luchaban por cosas realmente importantes pero que no me concernían del todo, ni me iban a ayudar a desentramar las contradicciones diarias que por otra parte cada vez eran más pronunciadas. Aún no había escuchado nunca el lema de “lo personal es político” tan en boga ahora, pero se gestaba una pregunta en mí bastante relacionada con esta expresión: ¿podía ser el feminismo una lucha en lo cotidiano y lo personal y ser al mismo tiempo una lucha colectiva? La respuesta llegó pronto y fue decisiva para colocarme las gafas lilas ante los ojos definitivamente.
Aquella mañana en la que Pamela Palenciano llegó a la facultad, yo estaba en clase de demografía y me debatía junto a mi compañera de mesa entre quedarnos en clase resolviendo problemas del Diagrama de Lexis o salir a hurtadillas para ir a ver a Pamela al Aula Social en cuanto dieran un descanso. Optamos por lo segundo, sin restar importancia al Diagrama de Lexis en nuestro aprendizaje como sociólogas.
Cuando entramos en el aula había unas veinte personas. Ninguna conocida a la vista, todas eran de otros cursos o de asociaciones de la facultad. La mayoría éramos mujeres salvo dos o tres chicos. A pesar de haber tan poco público nos sentamos de las últimas para que no se nos viese demasiado, teníamos pululando sobre nosotras la incertidumbre de si aquel acto nos iba a entusiasmar, a conmover o a desengañar. Nuestra actitud era de ignorante desconfianza, pero también de una irrefrenable curiosidad, la misma que nos había hecho llegar hasta allí esa mañana.
Pamela captó nuestra atención desde el principio de su monólogo. Nos hablaba de forma directa, clara y lo que hasta ahora habían sido percepciones personales se convertían en certezas compartidas. ¿Por qué no me había atrevido a revelarme contra las cosas que me molestaban en lo cotidiano? ¿Por qué ni siquiera había pensado antes en ello como algo susceptible de cambio? Mi compañera y yo asentíamos con la cabeza cuando Pamela decía en clave cómica, pero lanzando verdades como puños al público, que dejó su reino para irse al reino de su novio, dijo adiós mamá, adiós papá, adiós amigas y, sobre todo, amigos, o adiós a la contraseña del Facebook.
Había dejado de hacer todo lo que le gustaba —salir con quien se lo pasaba bien, hablar como siempre lo había hecho—porque ahora todo su tiempo era prioritariamente para su novio, y cuando estaba en el patio del instituto con sus amigas ya no podía reír ninguna anécdota contada porque simplemente ella no estaba allí cuando habían sucedido. O nos hablaba de cómo, tras las discusiones que tenía con él, se prometía una y otra vez a sí misma que no le iba a esperar, que no iba a seguir así, y sin embargo esperaba y seguía inmóvil, mientras se frustraba por haber caído en contradicción consigo misma una vez más y por estar alimentando el que su novio no valorase el tiempo que ella dedicaba a aguardarle permanentemente. Porque a Pamela su pareja del instituto le intentó asesinar, pero ella no nos habla de eso, nos habla de la convivencia diaria con él: de los gestos, de las palabras, de todo aquello que es pequeño, sutil y se va aceptando poco a poco sin decir esta boca es mía.
A Pamela su pareja le intentó asesinar, pero ella habla de aquello que es sutil y se va aceptando...CLICK PARA TWITTEAR
Ahora necesito que demos un salto en el tiempo. Vayamos a noviembre de 2015: voy paseando por Ciudad Universitaria de camino a una reunión en el Instituto de Investigaciones Feministas de la Complu, donde realizo mi doctorado, cuando veo anunciado en uno de esos paneles habilitados para colocar carteles que Pamela Palenciano estará con su monólogo No Solo Duelen los Golpes en el salón de actos de Ciencias de la Información en unos días. ¿Por qué no volver a verla? Es cierto que, después de aquella vez, quería haber vuelto a asistir. En casa había buscado muchas veces su performance por Youtube y se la había mostrado a mis padres y sobre todo a mi hermana pequeña y también a amigas, con el entusiasmo de quien da un consejo que le ha sido útil.
El día del monólogo llega y yo estoy allí, vengo acompañada por una compañera recién llegada de México que se ha animado a venir conmigo cuando le he contado que iba a asistir. Alrededor del portón de acceso al salón de actos se arremolina mucha gente y entramos todxs en tropel cuando abren las puertas. Me entusiasmo cuando veo que el espacio llega a su aforo máximo, ya ni siquiera hay butacas para tantxs y hay quienes han empezado a ocupar los pasillos o el espacio entre la primera fila de butacas y el escenario, somos multitud.
Escucho el monólogo con suma atención, no quiero perderme ninguna pista, ninguna clave, no quiero que se me olviden las sensaciones que causa en mí el escuchar su historia. Creía que no iba a ocurrir pero, a pesar de haber andado, leído y deconstruido mucho desde que acudí al primer No Solo Duelen los Golpes hasta la segunda cita con Pamela, es difícil no descubrirse en pequeños detalles que desearía no reproducir, pero que se escapan de las manos sin darnos cuenta y sin pretenderlo la inercia te lleva algunas veces, aunque pongas todo tu empeño en resistirte, a circular por el surco ya marcado, a ser como la cabra que tira pa el monte, y hace falta por muy feminista que seas que te recuerden ciertas cosas para que no se te olviden.
Veía por el público a chicas y también a chicos de diecinueve o veinte años, aproximadamente la edad que yo tendría aquella vez, me recordaban a mí, y me alegraba de que ellxs estuviesen allí descubriendo a lo mejor que sus desencuentros consigo mismxs y con los demás no son tan particulares como creían, o que lleguen a la conclusión de que lo personal, lo emocional y lo más visceral hay que gritarlo a voces en un auditorio, como hace Pamela, en vez de quedarse oculto en el plano privado de nuestras vidas. Porque sí amigxs, lo personal es político y Pamela lo hace patente cada vez que se sube a un escenario, acude a alguna plaza, asociación, instituto o universidad. Le doy las gracias infinitamente por ello.