Alba Rico. Ayer el sol, como todos los días, cambió su curso. Los ríos, como todos los días, cambiaron de cauce y dirección. Las casas, como todos los días, cambiaron de posición. Las sillas, como todos los días, cambiaron de forma y de color. Los políticos, como todos los días, cambiaron de opinión. Los periódicos, como todos los días, cambiaron los hechos. Los seres humanos, como todos los días, cambiaron de trabajo, de nación, de familia, de cuerpo. El mundo, como todos los días, cambió las especies, los continentes, la composición química del agua, de la sangre y de la arcilla.
“Es demasiado previsible ya”, se queja un espectador, “nunca sabes lo que te va a ocurrir”.
“Es un poco infantil”, asevera el conocido crítico Bretio Bertoldo, “del grifo sale un día salsa tártara, otro fuego, otro crin de caballo, otro un vuelo de palomas. Y detrás de la puerta de tu cuarto puede estar el Museo del Prado o una celda de Abu Ghraib”.
“Tardé diez años en volver a encontrar las llaves en el bolsillo”, se lamenta Gabriel Goldoni, conductor de ambulancia.
El llamado Ajuste Geológico Global, patrocinado por Monsanto y Coca-Cola y del que se cumple hoy un año, sólo ha dejado fuera algunas zonas del planeta.
En Bula Dakrur, suburbio de El Cairo, Ahmed Yahin, de 5 años de edad, rompió a llorar en mitad de la noche. Al lado de su cama, no apareció entonces Micky Mouse ni un elefante rosa ni la banda municipal; de repente, entró quien se esperaba: una mujer gorda y malhumorada, que hizo también lo que se esperaba. Regañó al niño, lo arropó y se lo comió a besos.
En Sintopía, un suburbio de Utopía, un hombre amasó deshonestamente una fortuna, invadió tres países, mató a miles de personas. No recibió por ello medallas ni acciones de la Shell ni la visita de una actriz desnuda. Ocurrió exactamente lo que se esperaba: entró el pueblo e hizo justicia.